miércoles, septiembre 27, 2006

Sobre la belleza

Lo bello fue la categoría sobre la que se fundó la Estética. Lo bello como la categoría estética a través de la cual se entenderían todas las demás categorías estéticas. Lo bello como la categoría estética directamente vinculada a las categorías fundamentales de la ciencia y la ética. Lo bello, pues, como representación de unos valores directamente relacionados con lo verdadero y lo bueno. Todo en positivo.

La pregunta, en la actualidad, sería: ¿qué tiene que ver ahora lo bello con lo agradable, lo bonito, lo armonioso y con el placer (¿desinteresado?); es decir, con lo positivo? Respuesta: la mayoría de la gente piensa, AÚN y a pesar de todo, que lo bello sólo puede asociarse a aquello que produce un placer agradable debido a condiciones como la serenidad, el equilibrio, la simetría etc. Esto es; respuesta: que independientemente de lo que la Estética haya ido queriendo corregir o variar en su transcurrir como disciplina filosófica, para la mayoría de la gente lo bello sólo puede ser aquello que le produce una especie de placer vinculado, de alguna manera, con la bondad y la verdad (serenidad, sobriedad, equilibrio, etc.: todo en positivo). Lo que demostraría, una vez más y entre otras cosas, que en la Filosofía del Arte sólo hay Filosofía cuando el Arte apenas existe. Por decirlo de forma más directa: para la mayoría de la gente la belleza sigue teniendo más que ver con algo bello que con algo feo por mucho que la representación de esto último pueda gustar y por mucho que alguien se empeñe en decir que las cosas son relativas. Porque no estamos hablando de los gustos de la mayoría sino de lo que la belleza sería para esa mayoría; esto es, de cómo definiría esa mayoría el concepto de belleza.

Si en una primera instancia (a principios del XVIII) lo feo fue la antítesis de lo bello, su lado negativo, su lado oscuro, pasados unos días acabaron traspasándose poderes. Así las brujas de Machbeth poco después del nacimiento de la Estética: “lo bello es feo, lo feo es bello”. En un breve lapsus de tiempo, pues, esas categorías pasaron de ser antitéticas (y por tanto complementarias) a ser suplementarias. Tan breve que casi no dio tiempo a saber qué era exactamente “lo bello”. Cosas de la Filosofía.

Comienzo de la Modernidad, tan democrática ella: la trasgresión como negadora de todo principio: “¿quién eres TÚ para decirme lo que es bello y lo que no?, ¿bello, desde qué punto de vista?, ¿bello, hasta qué punto?”, “ESO LO DIRÁS TÚ”.
Negación de todo principio estético (norma) = principio de la exaltación del gusto (siempre subjetivo). “Que más da que sea o no bello si a mí me gusta” dice el ingenuo que cree defenderse ante el insulto de ignorante. Nace la democracia estética. Aunque sea a costa de que el Arte pierda toda credibilidad: si todo es YA una simple cuestión de gusto, ¿qué sentido tiene la existencia de algo que YA no es superior en función de su condición? Todo puede valer. Y todo puede valer, entre otras cosas, porque todo puede ser bello, y quien dice bello dice trágico, es decir, cómico; todo puede valer desde que el momento en que cualquier cosa es equivalente a su propio contrario (y por extensión, a cualquier otra cosa). Cosas de la Filosofía, siempre tan atenta con las atormentadas mentes de los artistas que necesitan expresarse para ser incomprendidos pero adorados. “¿Bello, para qué –se pregunta el filósofo-, si es posible la positividad de lo negativo y es más que factible la negatividad de lo positivo?”. Y todos los artistas aplauden. Y lloran de emoción.

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