No me gusta el fútbol. Algo que nunca me atreví a decir a mi padre, que cuando yo era pequeño me llevaba al campo de fútbol cada 15 días para ver jugar a mi (¿) equipo. Es precisamente el hecho de que fuera “mío” lo que al principio hacía llevadera mi asistencia inapelable, pero con el tiempo esa misma asistencia inapelable fue, sólo, la que truncaba siempre e ineluctablemente mis planes dominicales. Recuerdo que en algún partido llegué a dar cabezazos (me dormía) mientras a mi alrededor todos los hinchas -incluido mi padre- intentaban rematar de cabeza un corner servido por Valdéz. Y sé que nunca me ha gustado el fútbol porque pienso que sólo gustan de verdad aquellos deportes que no requieren partidismos nacionalistas de ningún tipo. Es decir, porque pienso que un deporte gusta de verdad cuando el espectador disfruta de su espectáculo con independencia de que estén implicados participantes de su entorno geográfico. Así, a mí los únicos deportes que me gustan de verdad son el snooker y el rugby, por este orden.
Ayer jugó España y televisaron el partido. Una variedad de contingencias que no vienen al caso hicieron que viera el partido junto a mi anciana y venerable madre, a la que tampoco le gusta el fútbol, como era de prever. Para no andar por las ramas: nos lo pasamos en grande. Y no tanto por que ganara España, que también, cuanto por la forma de juego de nuestro (¿) equipo (las reminiscencias son las reminiscencias: aunque no nos guste a ninguno el fútbol, tanto mi madre como yo fuimos abducidos por instintos atávicos. Y queríamos vencer al “otro”, pero éste es en realidad otro tema distinto del que aquí me ocupa).
La cuestión es que en la experiencia adquirida durante tantas horas en el campo descubrí algo que hace peculiar a este deporte, y es que no hay hincha que no crea saber más que el mismo entrenador de su propio equipo. Pero yo no soy un hincha, de hecho cuando se trata de deportes que me gustan antepongo el buen juego al triunfo de alguien en concreto (aunque siempre tenga preferencias). En cualquier caso ayer disfrutamos ambos, mi madre de una forma más naif, si se quiere, pero con los mismos argumentos respecto al placer obtenido. Así, nuestro disfrute provenía de esa forma de juego que consistía en jugar al primer toque de forma tan precisa como inusitada hasta que, de forma sorpresiva, se producía un pase largo y cruzado que descomponía la estructura defensiva del contrario. Así sucedió todo el partido: jugando con la pelota como si estuvieran realmente “jugando” y rompiendo, inesperadamente, las líneas defensivas con un sistema que dejaba de parecer un entrenamiento para pasar a ser un ataque militar en toda regla. Pero yo no entiendo de fútbol, entre otras cosas porque no me gusta. De todas formas ayer disfruté porque veía en el juego un plan perfectamente definido y además muy bien ejecutado. ¡Viva Del Bosque!
Del Bosque es un tipo español de la vieja escuela, un ser que me merece una indiscutible admiración. Una persona sensata, serena, juiciosa y con un innegable sentido de la prudencia; un ser entrañable y puramente analógico en la mejor de sus vertientes. Su porte resulta tan poco actual que el Real Madrid prefirió perder la liga a dar mala imagen (la que daba un tipo poco mediático). Su aspecto y sus formas son opuestos al aspecto y las formas que reclaman la sociedad del espectáculo. Actúa como si las cosas fueran inevitables, lo que le convierte en el Epicuro de las ruedas de prensa. A mí jamás me molestará un fracaso de esta selección entendido a través de la derrota… si nos ofrece buen juego en líneas generales. Me gustan los tipos que además de tener aspecto anacrónico son prudentes y serenos. Y me cansan terriblemente los pijos que visten con camal de piquillo y los chulos que miran con desdén. Me molestan terriblemente los que fundamentan su vida en el llamado triunfo sin saber que el éxito no es sino una forma de retrasar el fracaso. Que llega, siempre llega.
Post Scriptum. En cualquier caso y aun sin querer, mi madre me acabó dando una lección. LHubo una cierta enseñanza que se desprendió de su modo de reaccionar ante la circunstancia capital del deporte en cuestión. Por decirlo de forma directa: mi madre gritaba goool!!! con cierto entusiasmo, desde luego, peo ligeramente retrasada, es decir, con un cierto desfase de tiempo. Y no se debe en absoluto a una cuestión de falta de reflejos, es más, cogería a un nieto suyo en el aire antes de que rozara el suelo con las rodillas. No, se debe a que disfrutaba tanto con el tiki-taka que lo de menos era para ella que entrara la pelota entre los palos. Es decir, gritaba goool!!!! por compromiso.
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