Hay quienes afirman que el Conocimiento se adquiere a través
de una democrática fórmula que
consiste en hacerse preguntas permanentemente. Son gente que afirma que toda Verdad lo es de su contexto, y por ello también afirman que la creatividad genuina (filosófica, artística…) consiste en pasarse la vida
formulándose preguntas. Pero curiosamente son esos mismos, y no otros, los que
después nunca se conforman con la duda y resuelven de forma más categórica.
Afirmando, como digo. Su afirmación favorita, la que más cachondos les pone, es
esa que considera la Realidad un constructo. Un constructo lingüístico… “¡y
punto!”. De hecho es esa gente, y no otra, la que de forma casi exclusiva lleva
más de 30 años imponiendo esa (supuesta) democrática fórmula pedagógica, una fórmula que ni ellos mismos cumplen: o
mejor, que fundamentalmente ellos incumplen. Al menos cada vez que examinan a
sus alumnos exigiendo de ellos un Saber adquirido y no intuitivo. En realidad sólo se hacen preguntas cuando sueñan. O sea, en la
Irrealidad.
Sólo aceptaría, pero sin mucha ilusión, que un semiólogo o
un conductista me hablaran de constructo
cuando hiciera referencia a la Realidad, por aquello de otorgarle un voto de
confianza a sus áridas investigaciones. Pero si fueran un médico o un periodista
quienes lo hicieran me tiraría a su yugular. Porque al fin y al cabo, y como
decía Vázquez Montalván, “la realidad es la realidad como el fútbol es el
fútbol”. Y lo decía quien sufrió en sus carnes la angustia que proporcionaba
gustar de unos “lujos” que entraban en contradicción con la Teoría. Que por eso
sabía que “la realidad es la realidad”. La cuestión es que, guste o no, la
Realidad siempre se encuentra, después de todo, más aquí que, por ejemplo, las teorías de Baudrillard, Rorty,
Putnam o Derrida.
La Realidad está entre
nosotros. Lo que sucede es que tantos años negándola (no por los filósofos sino
por los mitómanos profesorcillos universitarios y politicuchos ambiciosos) han
hecho su efecto. Y ahora el sujeto generado por tanto estudio cultural progresistamente descreído anda desconcertado y
desorientado teniendo que situar su deseo en un lugar con aristas de verdad. Y no
en una fantasía. De todas formas, y aunque sólo sea por la inercia, el
pensamiento académico sigue en sus trece, afirmando que lo local es el paraíso (victimismo relativista) y que Shakespeare
era negro (relativismo victimista).
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