Es una mujer, como tantas otras, resuelta. Siempre lo ha sido pero tuvo que serlo más después de su separación, la que se produjo por voluntad propia. Hasta entonces fue la mujer resuelta de un matrimonio en el que era él, el hombre, quien aportaba la seguridad de la empresa. Ella buscaba sus particulares formas de independencia, claro, fundamentalmente buscadas a través de lo laboral, pero lo que sin duda no podía faltar para que el proyecto familiar avanzara sin penurias era la seguridad que él proveía con su trabajo.
Sus innegables formas resolutivas de ahora tienen
más que ver con la necesidad que le sobrevino después de la separación, la que
se produjo por voluntad propia y que la condujo, como a tantas otras, a
introducirse en la más previsible maraña de odio dirigido a su ex-marido en
particular y los hombres todos en general. Con absoluta independencia de que
esa maraña de odio pudiera ser compatible con la existencia de un amante que hubiera
podido o no haber desatado la separación.
Ese odio, como el de tantas otras mujeres, se ha
ido manifestando desde entonces hasta hoy de forma pertinaz en prácticamente
todas las conversaciones pandilleras mantenidas con regularidad espasmódica por
mujeres igual de… separadas. Todas unidas por una extraña amistad coyuntural, o
mejor todas unidas por ese lazo que coyunturalmente, pero con frecuencia casi
inaudita, las convocaba: el lazo que contenía la maraña del odio. Una amistad,
pues, hilvanada. Una maraña de odio que contaba con el incondicional apoyo de
una ideología que lleva imponiéndose al mundo civilizado, de forma
especialmente intensa, desde hace 40 años.
Así, sus innegables formas resolutivas de ahora se
encuentran caracterizadas, como sucede en tantas mujeres, por una suerte de
simbiosis que alterna el empoderamiento y el desprecio. Sí, desprecio porque el
empoderamiento contiene inevitablemente un cierto componente de superioridad,
una superioridad que lleva más de 40 años siendo inoculada en todas las mujeres
a través de libros, colegios, universidades, políticas y medios de comunicación.
Un desprecio que sienten, tanto por los machos egoístas que se parecen a
quienes les infligieron tanto daño, como a los machos blandos que se encuentran
por debajo de su empoderamiento. O sea, un desprecio que no tiene otro posible
final que un nihilismo autodestructivo.
Ese desprecio hacia los hombres que ejercen
tantas mujeres no sólo se expresa ahora en conversaciones pandilleras, sino que
también se expresa y se ejerce, aunque parezca mentira, hacia –contra- los
nuevos compañeros sentimentales de esas tantas mujeres separadas, ya surgieran los
amantes inmediatamente después de la separación o tardaran en irrumpir.
En cualquier caso su odio, ese odio entendido
como una fuerza poderosa que enmaraña la mente de forma inevitable, el odio de esa
mujer resuelta, resolutiva, asertiva e independiente, digo, lleva muchos años
siendo compensado, como les sucede a tantas mujeres, con el amor incondicional a
su perro. Al amante lo pueden querer, acaso coyunturalmente, pero al que
quieren de verdad es a su perro. Siempre al margen de hijos y familiares,
porque aquí nos ocupa ese otro amor, ese que resulta necesario para que no se
extinga la humanidad.
Esa mujer resuelta, como tantas otras, encontró
en su perro la forma de proyectar el maravilloso don del amor. Un amor
perseverante y, ahora sí, incondicional. Tanto que, como en tantas mujeres con
perro, sería ese amor, ese irrefrenable amor, el que mostraría al mundo lo que
puede hacer por “otro” una mujer amorosa. Un amor, el de esa mujer resuelta
que, como el de tantas otras, le haría, ahora sí, hacer cosas que no habría
hecho antes por nadie. Un amor que debido a su incondicionalidad, claro, acabaría
condicionando incluso esa libertad por la que tanto luchó cuando consideró que
estaba subyugada por quien nunca la entendió.
Así, ahora, ella, y debido al amor, no tiene ni
la posibilidad de tomar decisiones –en nombre de la ansiada libertad hasta
ahora no conocida- que no tenga en cuenta las necesidades de ese su verdadero
amor, el perro. Hasta el hecho de llegar tarde un día normal a casa le
atormenta a esa mujer resuelta porque sabe que su perro tienen unos hábitos que
ella no quiere cambiar, pobrecito. Los fines de semana los tiene que planificar
con antelación para saber a qué incauto le puede colocar a su amor. Y si el fin
de semana romántico con su pareja sentimental –amante circunstancial- acaba el
domingo lo mejor será que acabe pronto para que su amor pueda regresar cuanto
antes a su verdadero hogar. Y las vacaciones… uy, las vacaciones hay que
programarlas con tiempo.
Es tan profundo el amor que siente esa mujer
resuelta por su perro que, en efecto, no la hace consciente –como en todas las
personas enamoradas- de las cosas que hace por él, cosas que no hizo nunca por
aquel –maldito- hombre que le arrebató todas las posibilidades de libertad. Condiciona su estar o no en su vivienda ante
el hecho de que su amor mee y cague oportunamente por los alrededores urbanos de
su hábitat dómestico, ese hábitat compartido sólo con él, su perro. Es decir,
dejará de hacer ciertas cosas que le apetecen si a ella, la mujer resuelta, le
resulta necesario pasear a su amor, su perro, mientras éste se para cada vez
que olisquea algo, obligando a ella a las mismas pausas. Cada vez. Durante todo
el recorrido.
Como toda mujer resuelta no habría permitido que
un hombre ensuciara su cuarto de baño con unas gotitas de orín, qué asco, pero
esa misma mujer resuelta recoge con amor la mierda de su perro con una bolsita
que tiene que transportar hasta el contenedor más cercano. Mierda compacta,
blanda, olorosa, Como mujer resuelta que es no permitiría jamás que un hombre
ensuciara su sofá pero permite que ese perro recién meado y cagado que ha
olfateado todos los desperdicios y pisado todas las inmundicias suba al sofá e
incluso se restriegue por toda su extensión. Que ya llegarán después las
lamidas de manos y a veces incluso los lengüetazos en la cara. Y lo que no hizo
nunca con su pareja sentimental lo hace ahora con la naturalidad propia del
amor profundo, que por eso es capaz, esa mujer resuelta de ver una película
entera sin dejar de acariciar a su amor, su perro, ese amor al que la misma
mujer resuelta llama cariño. O
incluso mi amor.