sábado, enero 11, 2025

Las cosas como son (las mujeres y los perros)

 Es una mujer, como tantas otras, resuelta. Siempre lo ha sido pero tuvo que serlo más después de su separación, la que se produjo por voluntad propia. Hasta entonces fue la mujer resuelta de un matrimonio en el que era él, el hombre, quien aportaba la seguridad de la empresa. Ella buscaba sus particulares formas de independencia, claro, fundamentalmente buscadas a través de lo laboral, pero lo que sin duda no podía faltar para que el proyecto familiar avanzara sin penurias era la seguridad que él proveía con su trabajo.

Sus innegables formas resolutivas de ahora tienen más que ver con la necesidad que le sobrevino después de la separación, la que se produjo por voluntad propia y que la condujo, como a tantas otras, a introducirse en la más previsible maraña de odio dirigido a su ex-marido en particular y los hombres todos en general. Con absoluta independencia de que esa maraña de odio pudiera ser compatible con la existencia de un amante que hubiera podido o no haber desatado la separación.

Ese odio, como el de tantas otras mujeres, se ha ido manifestando desde entonces hasta hoy de forma pertinaz en prácticamente todas las conversaciones pandilleras mantenidas con regularidad espasmódica por mujeres igual de… separadas. Todas unidas por una extraña amistad coyuntural, o mejor todas unidas por ese lazo que coyunturalmente, pero con frecuencia casi inaudita, las convocaba: el lazo que contenía la maraña del odio. Una amistad, pues, hilvanada. Una maraña de odio que contaba con el incondicional apoyo de una ideología que lleva imponiéndose al mundo civilizado, de forma especialmente intensa, desde hace 40 años.

Así, sus innegables formas resolutivas de ahora se encuentran caracterizadas, como sucede en tantas mujeres, por una suerte de simbiosis que alterna el empoderamiento y el desprecio. Sí, desprecio porque el empoderamiento contiene inevitablemente un cierto componente de superioridad, una superioridad que lleva más de 40 años siendo inoculada en todas las mujeres a través de libros, colegios, universidades, políticas y medios de comunicación. Un desprecio que sienten, tanto por los machos egoístas que se parecen a quienes les infligieron tanto daño, como a los machos blandos que se encuentran por debajo de su empoderamiento. O sea, un desprecio que no tiene otro posible final que un nihilismo autodestructivo.

Ese desprecio hacia los hombres que ejercen tantas mujeres no sólo se expresa ahora en conversaciones pandilleras, sino que también se expresa y se ejerce, aunque parezca mentira, hacia –contra- los nuevos compañeros sentimentales de esas tantas mujeres separadas, ya surgieran los amantes inmediatamente después de la separación o tardaran en irrumpir.

En cualquier caso su odio, ese odio entendido como una fuerza poderosa que enmaraña la mente de forma inevitable, el odio de esa mujer resuelta, resolutiva, asertiva e independiente, digo, lleva muchos años siendo compensado, como les sucede a tantas mujeres, con el amor incondicional a su perro. Al amante lo pueden querer, acaso coyunturalmente, pero al que quieren de verdad es a su perro. Siempre al margen de hijos y familiares, porque aquí nos ocupa ese otro amor, ese que resulta necesario para que no se extinga la humanidad.

Esa mujer resuelta, como tantas otras, encontró en su perro la forma de proyectar el maravilloso don del amor. Un amor perseverante y, ahora sí, incondicional. Tanto que, como en tantas mujeres con perro, sería ese amor, ese irrefrenable amor, el que mostraría al mundo lo que puede hacer por “otro” una mujer amorosa. Un amor, el de esa mujer resuelta que, como el de tantas otras, le haría, ahora sí, hacer cosas que no habría hecho antes por nadie. Un amor que debido a su incondicionalidad, claro, acabaría condicionando incluso esa libertad por la que tanto luchó cuando consideró que estaba subyugada por quien nunca la entendió.  

Así, ahora, ella, y debido al amor, no tiene ni la posibilidad de tomar decisiones –en nombre de la ansiada libertad hasta ahora no conocida- que no tenga en cuenta las necesidades de ese su verdadero amor, el perro. Hasta el hecho de llegar tarde un día normal a casa le atormenta a esa mujer resuelta porque sabe que su perro tienen unos hábitos que ella no quiere cambiar, pobrecito. Los fines de semana los tiene que planificar con antelación para saber a qué incauto le puede colocar a su amor. Y si el fin de semana romántico con su pareja sentimental –amante circunstancial- acaba el domingo lo mejor será que acabe pronto para que su amor pueda regresar cuanto antes a su verdadero hogar. Y las vacaciones… uy, las vacaciones hay que programarlas con tiempo.

Es tan profundo el amor que siente esa mujer resuelta por su perro que, en efecto, no la hace consciente –como en todas las personas enamoradas- de las cosas que hace por él, cosas que no hizo nunca por aquel –maldito- hombre que le arrebató todas las posibilidades de libertad.  Condiciona su estar o no en su vivienda ante el hecho de que su amor mee y cague oportunamente por los alrededores urbanos de su hábitat dómestico, ese hábitat compartido sólo con él, su perro. Es decir, dejará de hacer ciertas cosas que le apetecen si a ella, la mujer resuelta, le resulta necesario pasear a su amor, su perro, mientras éste se para cada vez que olisquea algo, obligando a ella a las mismas pausas. Cada vez. Durante todo el recorrido.

Como toda mujer resuelta no habría permitido que un hombre ensuciara su cuarto de baño con unas gotitas de orín, qué asco, pero esa misma mujer resuelta recoge con amor la mierda de su perro con una bolsita que tiene que transportar hasta el contenedor más cercano. Mierda compacta, blanda, olorosa, Como mujer resuelta que es no permitiría jamás que un hombre ensuciara su sofá pero permite que ese perro recién meado y cagado que ha olfateado todos los desperdicios y pisado todas las inmundicias suba al sofá e incluso se restriegue por toda su extensión. Que ya llegarán después las lamidas de manos y a veces incluso los lengüetazos en la cara. Y lo que no hizo nunca con su pareja sentimental lo hace ahora con la naturalidad propia del amor profundo, que por eso es capaz, esa mujer resuelta de ver una película entera sin dejar de acariciar a su amor, su perro, ese amor al que la misma mujer resuelta llama cariño. O incluso mi amor.

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