Tiene sólo 17 años y padece la típica incertidumbre de los chicos de su edad, que en eso no han cambiado mucho las cosas respecto a épocas pretéritas. Se lleva bien con sus padres y relativamente bien con su hermana, que sólo tiene dos años más que él. Estudia en el instituto y no sabe todavía qué es lo que quiere ser de mayor. Bueno, la verdad es que todavía no sabe con exactitud nada de nada. Por cierto, he utilizado la palabra “sólo” para referirme a su edad para recalcar lo que, ahora sí, nos diferencia de épocas anteriores. Carlos (nombre lógicamente falseado) no puede evitar saber que el tiempo ya vivido con sus padres es como mínimo el mismo que le queda de vivir con ellos si su caso sigue el curso de la normalidad. Si tuviera que definir esa familia yo diría que se trata de una familia actual, es decir, una familia que está convencida del cambio de paradigma. Los padres han sido educados por las consignas de la corrección política y por ello han educado a sus hijos con el ejemplo. En fin, que todos y cada uno de los miembros son muy respetuosos con el espacio vital del resto.
Quizá Carlos sea el que de los cuatro esté pasando el peor momento. No sólo vive con la típica incertidumbre de los de su edad, sino que vive el agravio que le produce las frustraciones tremendas que afloran ante su fracaso con las mujeres, a las que desea de forma tan irremediable como abrumadora. ¡Como les sucede a tantos adolescentes varones a cierta comprometida edad, qué le vamos a hacer!, pero la verdad es que no por típica deja de ser desconsoladora esa inactividad sexual que sufren, justo, en el momento de la plenitud sexual. Es más, sólo unos años más allá comenzará su decadencia sexual, que así funciona la sexualidad de los varones. Los chavales, ya se sabe, ven en la televisión a Brad Pitt dándole un beso a Angelina y se les pone dura. Y cuando logran fornicar por primera vez comienza su declive sexual, que así son los tempos que la sexualidad marca en los varones.
Su hermana sólo tiene dos años más que él pero puede decirse que ha vivido, en comparación con Carlos, dos o tres vidas. Ha tenido varios novios y lleva una vida muy independiente gracias, precisamente, a la educación liberal de los padres. Los fines de semana se ausenta de casa sin dar explicaciones y sin que nadie le inquiera acerca de su destino. Carlos no comprende de dónde saca el dinero su hermana para poder llevar esa vida tan independiente y alegre. Sabe de la paga de los padres y las cuentas no le cuadran. Uno de sus novios duplicaba su edad, algo que disturbó a Carlos durante mucho tiempo aunque nunca se atrevió a decir nada. Carlos ha tenido que convivir con alguna que otra depresión de su hermana Carla (nombre lógicamente falseado), la que en su momento le produjo el haberse enamorado justo del hombre que no mostraba interés por ella, o la que en su momento le produjo el haberse enamorado del hombre equivocado. Y mientras, Carlos, con la tienda de campaña puesta, esperando que cualquier mujer viniera a aliviarle el pesar de tanta frustración acumulada, de tanta incomprensible producción de semen. Cualquier mujer.
Lleva razón el Premio Anagrama de 2010 Eloy Fernández Porta cuando dice “Una adolescente de 2012 vive en seis meses más experiencias amorosas, más complejas y más adultas, que las que vivió su madre durante toda su juventud”. Algo que a Carlos no hace falta explicarle y que sólo contribuye a aumentar su confusión, pues sabe que definitivamente no existe igualdad alguna entre él y su hermana; o mejor: sabe que no existe igualdad alguna entre sus amigos y las hermanas de todos sus amigos. Él se embadurna la cara con pomada todas las noches y se agarra fuertemente a su almohada, mientras su hermana se toma un tranquimazín antes de acostarse.
Carlos es perfectamente consciente de las consignas progresistas que ya educaron a sus padres. Es más, las tiene asimiladas con absoluta naturalidad. Por eso no acaba de entender muy bien por qué hay tanta diferencia entre el desconcierto que vive él y el desconcierto que pueda estar viviendo su hermana. El siente un dolor profundo por no poder evacuar sus flujos por la vía del contacto físico a través casi de cualquier mujer, mientras su hermana vive, en todo caso, una cierta aflicción que proviene de poner el deseo en el lugar equivocado. O sea, él usa antiacné y ella toma ansiolíticos. Él obtendrá su plenitud sexual a los 19 años (sin apenas haber practicado sexo) y su hermana la obtendrá a los 35 (cuando probablemente ya haya procreado).
Carlos ya no sabe qué hacer para evitar el desconsuelo que le produce su inactividad sexual. Ha intentado casi de todo para acabar con ella, pero nada, no sabe qué hacer para satisfacer su irrefrenable deseo. Sabedor como es de las consignas de la corrección política ha llegado incluso a probar la táctica de la feminidad, intentando ser más femenino de lo que es habitual en los chicos de su edad, pero el resultado sólo incrementó su pesar: no sólo le siguió persiguiendo el fracaso, sino que además comenzó a ser despreciado por las chicas más sensibles y dulces de las varias pandillas que entonces frecuentó. No tengo ni idea de cómo acabará la cosa, pero es muy probable que este fracaso producido por un irrefrenable deseo no satisfecho le marque de por vida, sobre todo si tenemos en cuenta que después de su primer coito comenzará su declive sexual. Por otra parte sabe que su hermana tendrá muchísimas más posibilidades de liberarse de casa de sus padres que él, pues cabe como posibilidad el que ella se deje llevar (convencer, querer) por un hombre con posibles. Mientras que él deberá demostrar toda su vida aquello de lo que es capaz. Algo que, además, se le exigirá hacer por cojones.
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