Sigue siendo un asunto interesante ese discurso que debate en torno a los conceptos de ficción y realidad. Pero yo empiezo ya a estar cansado de lo interesante. Sobre todo cuando la categoría se impone al juicio. Puede aceptarse que la realidad tiene de constructo (casi) tanto como la ficción, pero sólo dentro de las aulas, que está muy bien que los estudiantes del hoy se enteren de cómo se las traen los periodistas.
Hace unas pocas semanas vimos todos en televisión unas imágenes que contenían un alto grado de realidad. Porque la realidad tiene grados que se encuentran estrechamente vinculados al tema de la retórica. Así, ver en la pantalla a un tipo gordo bien vestido fumando un puro que levanta con una mano ensortijada puede ser síntoma de exuberancia y, si queremos, un signo que “habla” del capital. Pero ver paquetes y paquetes de billetes apretados por gomas elásticas fue una realidad que muchas ficciones no se pueden permitir por falta de presupuesto. Cuando desmantelaron la banda de Gao Pin las televisiones se pasearon con sus cámaras filmando cientos de paquetes que se amontonaban a pelo, sin cajas, sin bolsas. Como ladrillos. Nadie pudo escapar a esa visión delirante. Todos los telediarios mostraron las imágenes como un triunfo de las fuerzas del bien y todas las tertulias mostraron su indignación hacia los malhechores, que siempre son los otros, como todos saben. Las altas responsabilidades políticas añadían a las imágenes unas declaraciones que caldeaban los ánimos de unos espectadores que ya no entienden nada que no se encuentre espectacularizado. Así, las declaraciones acerca del desmantelamiento contenían, además, promesas sorpresivas en cuanto a los involucrados en la trama. Y por último, lo que convertía la noticia en un filón para los guionistas del Club de la comedia: que el ínclito Nacho Vidal, héroe nacional, se encontraba vinculado a la trama.
Así pues, expectación máxima ante una noticia que contenía todos los ingredientes que convierten a este país un país de mierda. Una noticia que había combinado la obscenidad irresponsable con el cotilleo. Todos esos miles de billetes amontonados como ladrillos no pueden ser sino la más viva representación de la obscenidad en un momento en el que España duerme debajo de un puente. Una obscenidad que, desgraciadamente, “vale menos” que cualquier obscenidad de pacotilla.
La realidad era una nave industrial repleta de fajos de dinero amontonado ordenadamente y cubriendo varios metros cuadrados de superficie. Y unos cuantos coches deportivos de lujo. Y unas cuantas obras de arte cuyo valor residía en lo que eran capaces de encubrir. Todas las televisiones ofreciéndonos la ¿cruda? realidad: imágenes de cientos de fajos de dinero robados al Estado, esto es, a los españoles, y recuperados por los defensores del ¿bien? Y la ficción, que fue toda la misma noticia en sí. Algo que no da la razón a los que afirman que la realidad es otro tipo de ficción, aunque tampoco se la quita. Los billetes eran una realidad incuestionable (la obscenidad de su visión lo atestiguaba) y la noticia un relato dirigido a una masa alienada.
Nacho Vidal salió a los pocos días en televisión (cómo no) diciendo lo mucho que se había divertido en la cárcel con unos policías disfuncionales y unos interrogatorios siempre a punto de convertirse en orgías. Los tertulianos hablaban ahora de la corrupción que abandonó a cuatro niñas a una suerte de muerte segura (¿). Los políticos se debatían en torno a una España Constitucional ante unas elecciones tufadas por lo que la falsa ideología encubre, que no es otra cosa que dinero, muchísimo dinero. Los telespectadores haciendo zapping y combinando frenéticamente La voz y Gandía shore. Los jueces abandonándose al defecto de forma. Cientos de familias hundidas en la miseria por no poder contar con sólo un fajo de aquellos que salieron en televisión a montañas, todos robados y decomisados. Y Gao Pin sonriendo, saliéndose de rositas.
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