El tirano monopolio ideológico de la Corrección Política ha impedido, durante más de
30 años, la posibilidad de disentir del previsible Pensamiento Único. En el
asunto hombre/mujer prácticamente nadie ha podido hacerlo de ese único
pensamiento permitido. Por lo que todo lo publicado en materia de mujer/hombre
se encuentra, desde entonces, innegable e inevitablemente gobernado por el
pensamiento políticamente correcto, o sea por el feminismo. O por decirlo de
forma directa: de entre los miles de títulos publicados sobre el asunto (escritos
casi siempre por mujeres salvo excepciones muy curiosas) resulta imposible
encontrar alguno que no sea, de una forma o de otra, un ataque contra el varón
heterosexual de raza blanca. Da igual de lo que se hable en ellos, de sexo, de
amor, de familia, de literatura, de cine, de trabajo, de deporte, de gramática,
de medios, de publicidad, de enseñanza, de televisión, de identidad, etc., la
cuestión es que en todos ellos la figura del hombre aparecerá como la culpable
del mal al que se hace referencia en cada caso concreto.
No hará
falta más que un solo libro para mostrar las características de todos esos
miles de libros publicados durante más de 30 años. Porque ése es precisamente
el fundamento del Pensamiento Único impuesto por la Corrección Política: que todos
los libros que traten el asunto deban decir lo mismo, so pena de no ser. Y si
por una rendija se colara casualmente un pensamiento disidente, sería el mismo Sistema, inflado de Corrección Política[1], quien se encargaría de desvanecerlo.
Así pues,
un solo libro: Máscaras masculinas de
Enrique Gil Calvo, profesor de sociología y además experto en el asunto. Pudo
haber sido cualquier otro de entre los miles que se sirven del asunto para
criminalizar al varón, pero se ha escogido éste debido a que, como buen académico
que es, el autor ha hecho el trabajo por mí. Sus afirmaciones, o proposiciones,
o como quiera que queramos llamar a sus asertos, son el resultado de una
investigación que se hace cargo, antes que nada, de la ideología propugnada por
los famosos Gender Studies característicos
de la Corrección Política. Dice el propio autor en el segundo capítulo:
“Puesto que este libro
se ocupa de cuestiones relacionadas con la identidad masculina, taxonómicamente
habría que clasificarlo como perteneciente al género académico de la sociología
del género (gender studies), si se me
tolera el redundante juego de palabras. Y dentro de este campo, al subgénero
identificable como estudios masculinos.
Lo cual aconsejaría juzgarlo de acuerdo con las estrictas convenciones que
caracterizan a tales géneros académicos, entre los que destaca un implícito
pacto con el feminismo militante que ha venido dominando estos campos”.
Como
puede verse, se trata de un libro idóneo para nuestro cometido por muchas
razones. Además de confirmar lo por mí dicho más arriba. Incluso lo enfatiza
cuando se permite el lujo de aconsejar la forma en la que su texto debe ser
juzgado, que no es otra que aquella que acepte las mismas convenciones que
caracterizan ese pensamiento dominante al que hace referencia, que a su vez se
ha construido, como él dice, a base de estrictas convenciones: Pensamiento
Único.
Gil Calvo
dice que la “mascarada masculina” es el “proceso biográfico de hacerse hombre
adulto”, porque piensa que “hacerse hombre consiste en enmascararse, pues la
masculinidad es siempre una máscara”. La máscara, pues, como impostura;
impostura, claro, de la que ningún hombre se libra: “la masculinidad es siempre
una máscara”.
Y no hay
que esperar mucho -en la sexta páginas del primer capítulo- para que Gil Calvo
haga la afirmación más previsible de todo el pensamiento gobernado por la
Corrección Política, esa afirmación sobre la que se sustenta, no sólo la tesis
de estas 360 páginas, sino las tesis de los miles de libros publicados en
nombre del feminismo y auspiciados por la Corrección Política:
“La masculinidad es una
construcción social, en la medida en que los hombres no nacen tales sino que se
hacen. Para llegar a ser un hombre, en el sentido masculino del término (no en
el genital, que es cuestión de genética y hormonal), hay que aprender a serlo
[…] Semejante construcción personal de la masculinidad está regulada por
códigos culturales impuestos por la interacción con los demás”.
Resulta
al menos divertido constatar que el pene no es más que un apéndice extraño que en nada condiciona la
ulterior habitual masculinidad del macho, pues la masculinidad es “siempre” y
“sólo” el producto de un constructo social, cultural y seguro que lingüístico.
Así, que el cerebro de un hombre y una mujer sean distintos y manifiesten
grandes diferencias en cuanto a sus formas de abordar incluso las mismas tares,
nada tiene que ver con la genética, sino con la sociedad, que modela a los
hombres de modo maléficamente machista debido a que son los hombres quienes a
su vez modelan a la sociedad. Según Gil Calvo, el hecho de poseer un pene en
nada le sirve a un macho para conformar su masculinidad, pues ésta sólo adviene
a través de lo que le inculcan. Y las diferencias de su cerebro tampoco
provienen de un rol derivado de su diferencia genética, sino de un apresurado
aprendizaje maléfico conculcado por una sociedad encanallada (por los hombres,
claro).
Con estos
previos, por otra parte típicos del pensamiento “académico”, resulta fácil
adivinar cuáles serán las conclusiones, que siempre contendrán un tono
insultante (o recriminatorio, o criminalizador) contra el varón y una
exaltación de la hembra. De hecho Gil Calvo hace una clasificación tripartita
(como él mismo la llama) de los hombres, o mejor, de los roles de los hombres. Algo
que se explicita en el mismo título del libro: Máscaras masculinas. Héroes, patriarcas y monstruos (Anagrama).
Parecería
que hay una posibilidad de salvación, ¿no?; que no todo está perdido. Porque, sabiendo
que los monstruos nos condenan y que los patriarcas han sido precisamente la
diana de todo el pensamiento políticamente correcto, cabría pensar que al menos
nos quedan los héroes. Pero no se haga ilusiones el lector, pues rápidamente
Gil Calvo nos define al héroe como otra posible forma de monstruosidad: “Por
eso me atrevo a proponer la conveniencia de clasificar a los villanos junto con
los héroes para formar el revés de una misma máscara común” y “…buenos y malos,
héroes y villanos: las dos caras positiva y negativa de la máscara heroica”.
Esto es lo que la Opinión Publicada piensa del varón y de su imposibilidad social
de positivación.
Es tan fuerte
el odio que se concentra en el Pensamiento Único (hacia los que ese Pensamiento
ha querido considerar los absolutos culpables de todo, los hombres) que hasta
los más eruditos y prolíficos sociólogos del régimen (de la Corrección
Política) confunden la masculinidad con el machismo. Lo cual no carece de
lógica, al menos de su lógica, pues para ese Pensamiento Único que es el
Pensamiento Feminista, ambos son lo mismo: constructos sociales y culturales. Dice
Gil Calvo:
“La ideología del
masculinismo (el síndrome de la supremacía masculina) se ha visto
significativamente cuestionada. Hoy apenas quedan varones que afirmen sentirse
superiores a las mujeres”.
La verdad
es que resulta difícil encontrar una frase que traicione tanto las buenas (¿)
intenciones y muestre tan claramente un odio que, ante todo, se ha demostrado
rentable durante más de 30 años. Lo que llama síndrome de la supremacía masculina es lo que, precisamente, hemos
denominado siempre machismo. No masculinismo. El uso del concepto masculinismo por parte del autor se
demostraría, de esta forma, como una aviesa forma de asociar el concepto masculino -que en principio nada tendría de negativo-, con las connotaciones negativas que él mismo arbitrariamente
le designa. Pero la masculinidad nada tiene que ver con la creencia en la
supremacía masculina, por lo que la reivindicación de la masculinidad sería tan
legítima como la reivindicación de la feminidad. De hecho, tal es el sentido
del término machismo: el de ser crítico con algo que es ajeno a la masculinidad
y por tanto al posible masculinismo. Así es como toda esa Opinión Publicada
trata al hombre: negándole toda positivación posible.
Por otra parte no se
entendería muy bien tanto odio si verdaderamente fuera cierto que “hoy apenas
quedan varones que afirmen sentirse superiores a las mujeres”. Pero, ¡ay!, se
ha demostrado tan sumamente rentable la explotación del odio…
[1] El principal éxito de la Corrección Política
fue involucrar a todo el mundo en el “juego”, por lo que resulta prácticamente
imposible que alguien se salga de ella en la medida en la que inocula el miedo
e induce al victimismo. El miedo es el fundamento de la autocensura y el
victimismo aquello de lo que todo el mundo querrá sacar provecho.
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