Cine y
Corrección
Frente a
lo que les sucede a otras formas de expresión artística el cine vive un buen
momento. En contra de lo que le sucede al Arte que es, tal y como venimos
señalando desde hace ya varios años y valga la paradoja, la forma de expresión
artística más alicaída y precaria de la contemporaneidad. Una contemporaneidad,
para entendernos, en la que leer novelas se ha convertido en el acto infantil
más culto de los posibles. Pero el cine no sólo no está acabado sino que está demostrando
ser la forma de expresión artística más adecuada a nuestros tiempos. Desde que
la caída de Lehmann Brothers introdujera a la humanidad en un agujero negro de
proporciones aún desconocidas, el cine decidió reinventarse imponiendo el
talento y el ingenio sobre el anquilosamiento rancio de las industrias
cinematográficas más conservadoras. El relativo fácil acceso a la tecnología ha
sido, todo se ha de decir, un factor importante ante el resurgimiento de esta
forma artística
A la moda
Pero no
todo iban a ser flores. Porque si hay algo de lo que ni el cine se ha podido
librar es de creer que se encuentra al servicio del espíritu de su tiempo. Aun
con toda la variedad de la que puede hacer gala esta forma de expresión
artística en una actualidad realmente variopinta, la verdad es después de todo
que el cine no ha podido evitar caer demasiadas veces en eso que cuestiona la
misma imaginación libre de la potencialidad creativa; a saber: en elaborar
productos que tienen de trasfondo los mismos principios básicos. O la misma
carga ideológica entendida como elemento motor. Generando así un elevado número
de películas que podrían englobarse dentro de lo que podríamos denominar una moda. Y es una lástima porque ir a la moda es una forma de producir artefactos que suelen ser exactamente
lo contrario de lo que debe esperarse de un verdadero acto creativo. Sobre todo
si descubrimos que esos principios básicos que asociamos a una moda responden a
prejuicios establecidos por la corrección política.
Algo que
resulta paradójico, pero no por ello incomprensible. Paradójico en la medida en
que es el cine “alternativo”, que es casi el único que nos interesa (indie, independiente, low cost, minoritario por asiático o por
indio o por chileno, etc.: el que difícilmente encuentra acogida en las salas
comerciales), el que debería evitar los prejuicios zafios del pensamiento
único. Pero de alguna forma comprensible, ya digo, en la medida en que
precisamente son los sectores supuestamente más (pseudo)intelectualizados los
que más divulgan ese pensamiento único generado desde lo políticamente correcto.
Así es como nos encontramos con que muchas de las películas que más difusión
encuentran en los medios especializados y en los festivales atienden a una
manera de ver el mundo digamos que feminista. Y si no puramente feminista, sí
al menos contaminada por la necesidad de asumir un cambio de paradigma respecto
a la cuestión de la igualdad (de géneros), que no tanto de la diferencia. O mejor:
un cine que entiende el feminismo de la misma manera peculiar que lo entienden
los medios, los políticos, los académicos y claro, los artistas: no tanto
atendiendo a la diversidad de lo femenino como atendiendo a la uniformidad de
lo masculino. Y de ahí que en el cine contemporáneo los varones sean seres cuando
menos “incapaces”, cuando no unos capullos, cuando no unos asesinos, cuando no directamente
innecesarios, como iremos viendo.
Falsas
apariencias
Es como
si empezara a dar sus frutos todo el trabajo legendario de Laura Mulvey y
Teresa de Laurentis, entre otras. Frutos que recogen tanto el cine blockbuster como el cine minoritario,
cada uno a su manera. Y no se trata ni mucho menos de desmerecer ese cine tan a
la moda sino de analizar la ideología que finalmente se desprende de las
apariencias.
Pero
crear en función de la moda en un mundo globalizado puede conllevar algún tipo
de despropósito añadido, más allá del que supone el ya señalado hecho de la
uniformidad, pues ni todos los países tienen la misma idiosincrasia ni viven las
mismas circunstancias sociales. No es lo mismo hablar de la mujer en ciertos
países que hacerlo en otros si lo que se pretende con ello es denunciar un
estado de injusticia respecto a las libertades. Las mujeres de los países
civilizados contraen matrimonio con quienes quieren y eligen su propio destino.
Además de tener sus propias despedidas de solteras y de ser, aún, mayoritariamente
poseedoras de las custodia de sus hijos ante la separación. Y si nos atenemos a
las estadísticas incluso son más infieles que los hombres*.
Pero la
moda cuando se impone es implacable y da igual que se imponga a modo de
pantalón de piquillo que a modo de novela histórica. En Corea, por ejemplo, la
situación de la mujer –y del hombre- es claramente distinta a la de España, por
lo que puede resultar extraño hablar del asunto de la mujer no emancipada con
las mismas “formas” en un sitio y en otro. Sin embargo la moda es la moda y
aunque la situación de muchos países es inmensamente distinta en lo que al
trato de la mujer se refiere, la verdad es que no hay cinematografía que renuncie
a seguir los mismos patrones ideológicos globalizados. De esta forma nos
encontramos ante una gran cantidad de producciones que recurren al asunto –ya
sea tomado como principal o colateral- de la (des)igualdad para tratarlo de
forma políticamente correcta, esto es, para tratarlo de forma absolutamente
previsible. Como si siempre fuera igual y como si fuera igual en todos los
lugares. Y dará igual que sea más o menos pertinente abordar tal “denuncia” (lo
que en unos países puede ser producto de la pura necesidad en otros sólo es el
simple producto de la corrección política), porque lo único que demuestra una
moda ideológica es su incapacidad de escapar a la corrección política. Una moda
generada, de hecho, por la misma corrección política.
Corrección
e incultura
Echemos
un vistazo a los dos últimos números de la siempre interesante Caiman Cuadernos de Cine. En portada la
película Caníbal, en donde un hombre no se conforma con asesinar mujeres, sino
que además se las come; en el interior 12 páginas dedicadas a La vida de Adèle (ganadora además del
último Festival de Cannes), película dedicada a dos mujeres que se bastan y
sobran para amarse con sexo explícito; y en separata un suplemento de 35
páginas dedicadas a Hong Sangsoo. Algún desprevenido podría decir, “¿y bien?”.
Pues antes de contestar sigo, no sin antes afirmar que en absoluto es la
calidad de las películas lo que aquí se cuestiona.
Así, en ese
mismo número aparece la crítica de La
herida de Fernando Franco, película que trata la vida de una mujer con
problemas importantes de trastorno de la personalidad (Síndrome Bordeline). El
reseñista no duda en asociar esos desórdenes psicológicos de la protagonista a
la película No tengas miedo (Montxo
Armendáriz), película donde la protagonista es una niña que sufre abusos
sexuales. La ligazón no es nada ingenua, pues lo que hace el crítico es vincular
la locura de esa mujer de La Herida a la única causa por la que,
desde la corrección política, una mujer puede padecer desórdenes: el hombre. No
hay posibilidad de que una mujer pueda padecer desórdenes psíquicos si no es
porque el hombre los ha favorecido. Para el pensamiento único ni siquiera los
males que padece la protagonista de La
Herida (película autónoma con su propia estructura interna) pueden tener
otra causa que el hombre, y si ese hombre no se encuentra en la propia película
pues se busca en otra y si no se encuentra en otra se les asigna al varón en
tanto que concepto genérico. Da igual en qué país se viva y lo civilizado que
esté, la cuestión es criminalizar el varón por cualquier vía posible –y en el
mundo entero-, ya sea política, mediática o, como en este caso, artística.
Otras
películas toman las páginas importantes dedicadas a los últimos estrenos. Todas las mujeres (Mariano Barroso)
donde el perfil del protagonista es directamente calificado por el crítico de
“inmaduro, ególatra y machista”. Película que narra las relaciones de un hombre
con todas las mujeres que le rodean. El acerado crítico avisa que con esta
película el director “vuelve a establecer un diálogo con la (des)igualdad de
las mujeres” y “pone un acertado énfasis en la absurdidad de un protagonista
que parece vivir anclado en una suerte de dualidad hegemónica victimista del
rol masculino patriarcal”. Para rematar el director dice en una entrevista, “¿Y
qué hombre, sobre todo español, no tiene una parte así?”. “Hay que joderse”, podría
decirme yo como respuesta a la pregunta de una entrevista que nadie me hace.
Dos
páginas más adelante y respecto a su última película dice Álex de la Iglesia en
una entrevista, “los hombres somos muy tontos y no entendemos a las mujeres”. Y
la siguiente página está dedicada a Gloria,
una película chilena que trata, de una “mujer separa y con hijos ya adultos,
que lucha por mantener la vitalidad”, “el retrato agridulce de una heroína
cotidiana”. El hombre protagonista es definido, como no podía ser de otra
forma, como un ser incapaz: “incapaz de ser partícipe de la vida de ella”. En
la página siguiente la crítica de Dos
mujeres (Paul Feig), película que “se centra en lo femenino”. La sección
cuaderno de actualidad se dedica al rodaje de La señora Brackets, la niñera, el nieto bastardo y Emma Suárez,
donde su director Sergio Candel dice que su principal motivación es “indagar en
la transformación del cuerpo femenino”. Habría que ver en estas dos últimas
cuál es el papel del hombre.
En el
último número de Caiman dos películas
ocupan portada y páginas relevantes. Dos películas sobre dos mujeres: Blue Jasmine
(Woody Allen) y Camille Claudel (Bruno
Dumont). Respecto a Jasmine se dice en las primeras páginas, “la idealización
de las apariencias no le deja ver las infidelidades y los negocios turbios de
su marido”. Y respecto a Camille Claudel se dice, “en este universo encontramos
a una mujer prisionera de la sombra de su amante”. Algo que tiene claro su
protagonista, Juliette Binoche, “creo que la locura de Camille tiene que ver
con el hecho de que fuera precisamente Rodin, la persona que ella más amaba,
quien le impidiese desarrollar su arte, quien hizo que desapareciera del mundo
para ser encerrada”. Y unas páginas más adelante encontramos la crítica de La por (El miedo) y la entrevista a su director Jordi Cadena (quien ya
hiciera Elisa K). “La por, el nuevo
largometraje de Jordi Cadena –dice el crítico de turno- no solo es una película
sobre los hombres que pegan a las mujeres y sojuzgan a sus familias” y para
acabar afirma “una máquina infernal que recorre la familia y la escuela, y que
crea una presencia omnipresente aun cuando no se la pueda ver: el Padre, esa
instancia todopoderosa que traspasa el mundo de los afectos para incidir en la
cuestión de la economía y el poder”.
Pero volviendo
al número anterior de Caimán, ¿qué se
desprende de conjunto de las películas de Hong Sangsoo, uno de los directores
más aclamados del mundo en la actualidad?, ¿qué es lo que se desprende para que
la afrancesada revista le dedique un suplemento de 35 páginas? Para quienes
conocen la obra de este curioso director no haría falta explicación alguna, entre
otras cosas porque su cine es sin duda interesante, pero para quienes no lo
conocen sólo decir que sus películas se caracterizan por lo que en ellas
sucede. Y lo que sucede es, tantas veces, que los varones, por lo que sea, se
muestran incapaces de estar a la altura de las mujeres y por ello no dejan de
ser mostrados como estereotipos del típico machista. Algo que al parecer pone
muy cachondos a los cultos críticos cinematográficos europeos que no distinguen
Corea de Madrid, o de Nepal o de San Francisco. Las mujeres de Sangsoo pueden estar desconcertadas o
mostrarse dubitativas, pero los hombres serán casi invariablemente (y a pesar
de todas las variaciones marca del autor) ególatras, sexistas y algo bobos.
Los
críticos occidentales y anglosajones más civilizados, siempre imbuidos por el
inevitable complejo de culpabilidad perenne, parecen disfrutar con estos
asuntos tan políticamente correctos, se den de la forma en que se den y con
independencia de la circunstancia concreta. Pero la peculiaridad que caracteriza
a la inmensa mayoría de los que van a la moda es precisamente la de no darse
cuenta de ello. No hay joven tatuado que no se crea original debido a la forma
de su tatuaje, olvidando en su creencia que lo verdaderamente original es no
llevar ninguno. Es perfectamente legítimo gustar del cine de Sangsoo (o el de Tran
Anh Hung), pero fundamentalmente por su estilo y sus formas de narración serial
en torno a las variaciones. También si se quiere por su contenido, por
supuesto, pero sólo si ese contenido se analiza y exalta en su justa medida. Y
en su contexto. El machismo que sufren las mujeres de Corea (o las de Vietnam) nada
tiene que ver con lo que puedan experimentar aquí unas mujeres que han nacido
con el eslogan feminista clavado a sus orejas. Es de sobra sabido por anunciado
que desde hace más de 25 años hay más universitarias que universitarios. Y
quien es profesor sabe perfectamente que en las chicas no hay ni un atisbo de
despiste más allá del que se quiera permitir cada una en el uso de su propia
libertad. Por ejemplo eligiendo el hombre equivocado, algo por otra parte
demasiado frecuente en la adolescencia y la juventud; los malotes, que dicen ellas (tema sobre el que nadie quiere
reflexionar cuando se le llena la boca de eslóganes anti-machistas)
Así, y
por decir algo que suene… digamos que actual: “El Padre, el hombre, el marido, el amante y el pretendiente:
violento, asesino, incapaz, egoísta y tonto. Y la mujer, el futuro”
Pero ya
lo avisaba: las apariencias son una cosa y la realidad otra. Una cosa es dar la
razón a Laura Mulvey y otra bien distinta creer que el compromiso con la mujer
pasa por exaltarla criminalizando al varón.
*Dice
Cármen Garijo a propósito del éxito de ventas de 50 Sombras de Grey (Glamour,
septiembre de 2012) ”En el Reino Unido la última cifra de ventas de juguetes
sexuales para mujeres es de 4 millones de unidades, y se prevé que en la
siguiente década se multiplique esta cifra por cien; un 49 % de las mujeres ha
sido alguna vez infiel en su vida, frente a un 46 % de los hombres”.
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