Esperar no en sí mismo un problema, le dije, lo que me
resulta francamente repugnante es esperar a alguien con quien he concertado una
cita. Nada hay más despreciable que la impuntualidad, nada más repugnante que
esperar a alguien con quien se ha concertado una cita -de común acuerdo- en un
lugar concreto a una hora concreta, le dije. Porque esperar es algo normal, de
hecho nos pasamos la vida esperando; así, esperar no es el problema. Lo que resulta
francamente despreciable es la impuntualidad, como bien sabe Reger, le dije. Como
a mí, a Reger le repugnan la impuntualidad. Nada
hay más despreciable que quien no se toma en serio las citas, me dijo Reger
el otro día. Y es que para mí, como para Reger, la impuntualidad es
imperdonable, le dije; la impuntualidad es una absoluta falta de respeto. Si
hay algo que no estoy dispuesto a consentir es la impuntualidad. Los
impuntuales no son sólo eso, impuntuales, no, la impuntualidad lleva consigo
asociadas otras cualidades de calaña parecida pero con repercusiones quizá menos
concretas. Los impuntuales son siempre gente a la que les importa muy poco el
otro, así pues, egoístas, le dije; los impuntuales no pueden no ser egoístas
porque les importa más bien poco el otro, como dejan claro en la misma impuntualidad.
No son capaces de darse cuenta que en la espera –en un lugar concreto a una
hora concreta- los minutos de espera no suceden en progresión aritmética sino
geométrica; no son capaces de darse cuenta que el otro se ha preocupado por ser
puntual con todo lo que eso pueda haberle supuesto; no son capaces de imaginar,
si quiera de lejos, que el otro puede haber movida cielo y tierra por ser
puntual, para ser puntual. Por eso los impuntuales son despreciables, porque
además de ser egoístas infligen un mal a aquel con el que han adquirido un
compromiso. Los impuntuales son malos, son malas personas, y por eso son
despreciables. Sé que hay gente, le dije, que creerá desmesuradas mis
opiniones, pero seguramente se tratará de aquellos a los que les importe, y
mucho, esperar, que por eso son de los que siempre llegan tarde y creen
desmesuradas las opiniones de quienes ven tan despreciable la impuntualidad.
Pero después de todo, y precisamente por todo ello, los impuntuales son unos
desalmados, unos egoístas, unos canallas, le dije. Siempre habrá quien no le
quiera dar tanta importancia a la impuntualidad, pero con toda seguridad se
tratará de alguien a quien le importe, y mucho, tener que esperar, que por eso
no les importa llegar tarde, siendo impuntuales. Que por eso son impuntuales,
es decir, canallas, despreciables.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario