Ahí están ellos tecleando sus aparatitos con sus veloces y
asquerosos deditos. Sentados todos ellos en el banco del parque, concretamente en el situado más cerca de la salida, tecleando sus aparatitos con una compulsión poco propia de seres de
su edad. Así, sentados en el banco de forma desordenada pero nada casual,
teclean todos ellos sus respectivos aparatitos cogidos con firmeza, con ambas
manos diría, y moviendo los dedos a la velocidad de la luz, como si les fuera
la vida en ellos, que les va, como puede observarse por la velocidad a la que
mueven sus veloces y asquerosos deditos. No se hablan entre sí esos niños que
se encuentran en el banco del parque sentados con sus aparatitos, esos
aparatitos que miran fijamente como si les fuera la vida en ello, que les va.
No hablan, no se hablan, sólo miran hacia sus brillantes aparatitos moviendo
sobre ellos sus veloces y asquerosos deditos mientras llega un grupo de
adolescentes que decide sentarse en el banco de enfrente. Tras unos instantes
de risas los adolescentes toman posición definitiva del banco. Sentados de
forma desordenada y sin que a ninguno de ellos se le hubiera ocurrido dar una orden de salida se ponen todos a teclear
sus aparatitos con sus dedos asquerosos, dedos que no son ni de niño ni de
adulto; dedos que no son como los dedos de esos niños que se encuentran en el
banco de enfrente tecleando de forma asquerosamente compulsiva sus aparatitos
brillantes; dedos que no son como esos gruesos dedos de adultos que tienen su
padres. Resulta francamente repugnante ver a esos niños olvidarse de su
infancia mientras se concentran en la luz que despiden sus respectivos
cacharros, diría yo. Niños que se han olvidado de sí mismos debido a esos
aparatitos que toquetean con sus asquerosos deditos veloces, aparatitos que
pronto serán cacharros con bordes descascarillados que irán a parar a la basura
después de una vida intensa si es que pudiera hablarse de vida cuando se habla
de aparatitos. Resulta francamente repugnante ver a esos adolescentes actuando
exactamente igual que los niños que tienen sentados en el banco de enfrente,
ese banco que se encuentra junto al Frankfurt que se encuentra a la salida del
parque. Adolescentes que se han olvidado de ser adolescentes después de haberse
olvidado de haber sido niños mientras toqueteaban unos aparatitos brillantes
que manejaban con ambas manos simultáneamente. Repugnante por desolador
resulta ver a esos adolescentes toqueteando enfermizamente unos cacharritos
mientras se le va la vida en ellos, por ellos a través de ellos, que se les va. Como desolador por
repugnante resulta ver a esos niños que hacen lo mismo que esos adolescentes a
quienes se les va la vida toqueteando compulsivamente sus cacharritos. No
hablan entre ellos, sólo manosean de forma enfermiza por compulsiva esos
aparatitos que pronto serán cacharros, diría. Así, mientras no hacen otra cosa,
lo que hacen esos adolescentes es mover sus asquerosos dedos a toda velocidad
sobre esos aparatitos brillantes que les fascinan. Así, mientras esos
adolescentes no hacen otra cosa que mover a toda velocidad sus asquerosos dedos
mientras se les va la vida en ello, que se les va, los niños del banco de
enfrente no hacen otra cosa que mover sus asquerosos y veloces deditos sobre
esos aparatitos brillantes por los que se les va la vida, que se les va. Allí
están, junto a la salida del parque, sentados de forma desordenada y nada
casual, un puñado de adolescentes que no hacen otra cosa que lo que les
apetece, que es precisamente lo mismo que hacen esos niños que se encuentran
sentados en el banco de enfrente que se encuentra situado a la salida del
parque junto al Frankfurt. Niños que no hacen otra cosa que lo que les apetece:
mover sus asquerosos deditos compulsivamente sobre unos aparatitos brillantes
sumamente parecidos, si no iguales, a los que poseen sus padres, quienes habitualmente
mueven sus dedos veloces, pero no tanto, pero sí más gruesos y por ello más asquerosos,
sobre unos aparatitos brillantes, diría, que recargan todas las noches junto a
la cama, en la mesita de noche. Así, esos niños que se olvidan de ser niños
mientras hacen lo que hacen sus padres -siendo niños que no hacen otra cosa que
manosear esos cacharritos como lo hacen sus padres, que recargan esos
cacharritos todas las noches junto a su cama-, esos niños, digo, no hacen otra cosa que lo que hacen sus
padres, padres que con sus gruesos y patéticos dedos no hacen otra cosa que
manosear sus aparatitos brillantes cogidos firmemente con las dos manos.
Moviendo sus gruesos y asquerosos dedos a toda velocidad, que es una velocidad
patética, como si les fuera la vida en ello, que les va, mientras se les va
la vida en ello, que se les va. Y así Ad
libitum.
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