Lucifer
Estaba sentado en la barra como de costumbre, tomándome un
vino como de costumbre y a la hora de siempre si es que pudiera haber algo
parecido a un siempre más allá del
sentimiento puro, que lo dudo. Pero, sí, allí estaba yo en el mismo lugar de
siempre, que no siempre es el mismo, aunque sí, y a la misma hora de siempre
tomándome un vino, en la barra y sentado en esa parte de la barra que me
permite ver bien prácticamente todo el en derredor.
Estaba yo sentado en la barra donde suelo hacerlo
habitualmente, esto es, donde suelo hacerlo siempre, cuando se acercó un tipo
que se sentó a mi derecha. No sé, hubo un
algo que me dijo que no se había sentado junto a mí casualmente. Se le veía
algo inquieto y sin saber dónde mirar. ¿Cómo puede no saberse dónde mirar? me
dije a mí mismo, a quién si no. Se situó en paralelo a mí, mirando hacia afuera
y en perfil tres cuartos respecto a la barra que quedaba detrás. Así, en
principio, los dos debíamos ver lo mismo, otra cosa era lo que pudiéramos
mirar. De vez en cuando rectificaba su posición y se giraba hacia mi lado, en
principio sin mirarme pero con la clara intención de dejarse ver por mí pues en
ese lado apenas había nada que ver, bueno sí, las camareras; detrás de mí se
encontraba el lugar donde las camareras recogían las comandas de los clientes;
y también una televisión de gran formato retransmitiendo deporte
ininterrumpidamente, fuere cual fuere, en ese mismo momento, cricket. Hubo un
momento en que me miró de reojo, lo que me hizo girar la cabeza en dirección
opuesta y alzar la vista hacia un punto absurdo.
Al momento me llamaron por teléfono; se trataba un amigo que
solicitaba conversación acerca de nuestra empresa común, un negocio que
estábamos comenzando juntos. Me di la vuelta e hinqué los codos sobre la barra,
de forma que pudiera aislarme de la gente lo máximo posible. Estoy seguro de
que mi vecino no podía escuchar lo que yo decía debido a mi posición y al ruido
de fondo. En cualquier caso nada más colgué ese tipo se dirigió a mí con estas
palabras, “hay que ver cómo es la gente”. Yo no sabía qué responder, de hecho
no lo hice, había en sus palabras algo siniestro. Hay que ver cómo es la gente, no sé, no le entendí muy bien pero sé
que algo quería decirme y que además no se trataba de nada bueno. Lo había
dicho mirándome de soslayo y esperando cierta complicidad por mi parte. Yo lo
ignoré con un levantamiento de hombros pero no podía evitar sentir la presencia
de quien, seguro, se había puesto a mi lado porque quería algo de mí. Que así
era.
“Antes me fiaría del camarero –se detuvo unos instantes y
continuó- y espero que nadie se ofenda por lo que digo”, dijo en uno de esos
momentos en los que la casualidad, provocada por la necesidad de moverse en una
banqueta no demasiado cómoda, hizo que nuestras miradas se cruzaran siquiera
levemente. No lo pude evitar, ¿nadie?,
pensé en voz alta. “Sí, nadie”, contestó con seguridad pero con una sonrisa
ladeada.
Yo estaba incómodo por muchas razones pero se trataba de mi
vino de siempre en el sitio de siempre y en la banqueta de siempre, así que lo
único que tenía que hacer era, simplemente, ignorarlo. Nadie me iba a aguar la
fiesta, nadie. Pensé entonces que había escuchado la conversación telefónica
con mi amigo y por eso me había dicho aquello, si bien es cierto que no dejaban
de rondarme por la cabeza esas frases… Hay
que ver cómo es la gente; hay que ver,
¿ver?, ¿ver del verbo ver?, ¿qué gente, mi amigo? ¿de quién se fiaría tan poco
hasta preferir fiarse antes del camarero?, ¿de mi amigo o de algo que él había
visto y a mí se me había escapado? Me miró sonriente, estiró la mano y me dijo “me
llamo Fernando, te he visto otros días por aquí”. Sin embargo a mí no me sonaba
de nada, y eso que en ese bar de
siempre lo único que hago, además de beber, es observar, diría que con cierto
nivel obsesivo.
Aturdido por las dudas no la vi venir hasta que la tuve
encima, una rubia de siluetas generosas que se sentó en la banqueta de mi
izquierda. Yo estaba en paralelo a ella así que pude verla de reojo con
bastante claridad. Llamó al camarero con el brazo y le pidió un Trending Topic.
Era la primera vez que oía ese nombre en un bar, así que esperé a ver la reacción
del camarero, que no la hubo, más bien le dijo con toda naturalidad “en seguida”
mientras le levantaba el pulgar.
“Es sólo una forma de hablar”, me dijo el tal Fernando mientras
yo pretendía no perder ojo a las acciones del camarero, necesitaba saber lo que
era un Trending Topic, pero hubo un momento en que me perdí, demasiados
ingredientes en la coctelera que desconocía. Además Fernando presionando por mi
derecha y la rubia con toda su presencia por mi derecha. Demasiado.
El camarero vierte entonces el contenido de la coctelera en
una copa pequeña, que la rubia coge con sutileza pero con cierta ansia, acerca
sus carnosos labios y realiza una pequeña absorción ruidosa. Con una mirada
entre natural y libidionosa, si es que esa combinación pudiera existir, me dice
“hay que ver lo bueno que está esto”. Miro al camarero que a dos metros de mí
se encuentra secando vasos y me lanza lo que sin duda es una sonrisa cómplice. Hay que ver, ¡de nuevo! ¿Qué es lo que hay que ver?, me digo a mí
mismo, a quién si no. Sé que podría tratarse de una frase hecha, pero no en
este caso. Y tampoco creo en las casualidades.
Me encuentro como en una encrucijada, ahora el que no sabe a
dónde mirar soy yo. No tengo ganas de darle conversación al tal Fernando y la
rubia me tiene mosqueado, hay algo en ella que, no sé, no veo claro. El tal
Fernando la mira, pero atravesándome, no hay otra porque me interpongo entre
ella y él. Noto que tiene ganas de decir algo. Así él en unos segundos: “tempus fugit, amigo, tempus fugit”. ¡Vaya, esto sí que no me
lo esperaba! Un desconocido, con una pinta algo más que discutible ¡estaba
sentenciado en latín! Yo ya no me hacía preguntas respecto a lo que pretendía
el tal Fernando, que en realidad no me importaba tanto, sólo me hacía preguntas
respecto a lo que yo tenía que hacer con todo aquello.
La cosa es que de forma espontánea me sale contestarle: “la
verdad es que ciertamente no puedes fiarte de tus percepciones inmediatas y que
hay que dejarse llevar por la intuición… y yo, pues prefiero fiarme de la gente”.
El tal Fernando me miró durante unos segundos en silencio, ladeó ligeramente la
cabeza y me dijo “nada es lo que parece pero todo es lo que ves”. Caramba, me
dije a mí mismo para mis adentros, a quién si no, este tipo no es un
cualquiera, seguro que con dos frases más se destapa y me intenta vender algo,
lo que sea, una colonia, un dolor, una duda o un discurso. Pero antes de que me
diera tiempo a reaccionar la rubia se dirige a nosotros sin mirarnos a los ojos
y con la copa en la mano dice, “algo de eso hay”. Esto sí que ya era demasiado
para mí. Los dos personajes me tenían acorralado y se había establecido entre
los tres una conversación de lo más críptica. Sugerente, sin duda, pero
inquietante.
Algo de eso hay…
se repetía en el interior de mi cabeza acordándome de mi tía Josefina, que
también ella repetía esa frase sin cesar, viniera o no viniera a cuento, sin
bien ella lo hacía hacia el exterior de la suya, de su cabeza. ¿Ago de eso hay…
de qué? ¿De que nada es lo que parece? ¿De que todo es lo que vemos? ¿De que lo
que vemos es siempre el todo? ¿De que el tiempo pasa volando? ¿De que por eso
hay que aprovechar el momento? ¿Cómo podría aprovechar yo el momento, ese
momento? Así me encontraba yo aturdido ante tanta duda cuando la rubia dijo “Fer,
creo que esta vez nos hemos equivocado, este tipo no es de los nuestros…”. ¡Hostia!,
me dije a mi mismo, a quién si no, ¡estos tipos ya se conocen! Y antes de que
pudiera seguir elucubrando posibles reacciones ante tan extraña situación ella
remató su sentencia “…no va a hacer nada con nosotros, ya te digo, no es de los
nuestros”. “Tienes toda la razón Luciana, por esta vez nos hemos equivocado, la
lástima es que tú habías puesto mucho interés en él, lo siento por ti” contesto
el tal Fer como si yo no estuviera. Sin mediar más palabra la tal Luciana pidió
la cuenta al camarero, éste le devolvió el cambio con una sonrisa pícara
mientras le decía “siempre es un placer volverte a ver Luci”. Había pagado su
Trending Topic y el vino del tal Fer, que por cierto había desaparecido sin más.
Mientras se alejaba, la tal Luci murmuró, “hay que ver cómo están cambiando las
cosas… o es que últimamente estamos teniendo mala suerte, no sé, un desastre”.
Yo me quedé pensativo, dejé de mirar a mí alrededor porque en esos momentos no
existía alrededor alguno, me encontraba realmente desconcertado… Fernando y
Luciana, Fer y Luci… o lo que es lo mismo Luci… y Fer.
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