Obituarios
Cuando muere
una persona con cierta relevancia suele ser habitual que surja la necesidad de generar
artículos con los que homenajearle. Se trata de algo comprensible que pretende un
cierto tipo de justicia. Pero habría que distinguir claramente dos tipos de
escritos: los formulados por el profesional de las necrológicas y los
formulados por los amigos del recién fallecido.
Los
primeros suelen ser periodistas desconocidos pero especializados en el buceo de
información pertinente. Su objetivo sería el de recordar al lector todo aquello
por lo que se admiró al ausente y por ello suele dar lugar a textos asépticos y
neutros y por ello, paradójicamente, emocionantes.
Los
segundos suelen ser escribientes que “necesitan” homenajear a su amigo. Según
mi punto de vista no siempre está claro su objetivo. Ni siquiera queda claro
muchas veces si se trataba de un amigo verdadero.
Y es aquí
cuando mi opinión se vuelve definitivamente controvertida. Así, cuando todo hacía
presagiar que de estos segundos nacerían las necrológicas más auténticas,
resulta que nos propinan, la mayoría aplastante de las veces, los peores textos
de los que son capaces. Sobre todo cuando en ellos intentan narrar alguna
anécdota surgida de la supuesta amistad. No se sabe muy bien por qué, en vez de
rememorar la parte profesional del fallecido acaban haciendo vulgares crónicas
de anécdotas ajenas por completo al interés del lector.
No hace mucho
un prestigioso escritor le dedicaba al recientemente fallecido Querejeta un post de estas características. En ese
texto se daban juntas todas particularidades que lo convertían en un encubierto
gesto megalomaníaco. Qué coño me importará a mí si jugaban al futbolín o si les
gustaba la zarzuela vasca, más aún si nadie se cree que fueran realmente
amigos. Ya digo, nada como un periodista aséptico y neutro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario