Lo que más cachondo pone a un activista es la lucha
Llevo años definiendo la corrección política como una
perversa estrategia que consiste en hacer eternos los mismos problemas que
denuncia, mientras exige -a través de la opinión pública- un esfuerzo por
resolverlos. Eternos: irresolubles. Porque después de todo, lo único que
garantizará esa necesaria y rentable lucha que impone la corrección política será
la misma existencia de esos problemas. Y en esa perversión maquiavélica se
encuentra la causa misma del fracaso continuado y pertinaz de todas las campañas
mediáticas y políticas que se llevan a cabo en su nombre. En resumidas cuentas,
la perpetuación del problema no viene dada por su imposibilidad de resolución, sino
por la ineficacia que ha inoculado el uso de la estrategia elegida: el problema
no se erradicará mientras la rentabilidad que ofrezca la lucha sea superior a
los beneficios que pudiera proporcionar su verdadera solución.
Son muchas las veces que en este blog se ha señalado que la criminalización del varón no es ni será
nunca la estrategia adecuada para erradicar el problema que sufren algunas
mujeres. Pero la corrección política ahí está, erre que erre. Dando muestras,
ya no tanto de su ineptitud como de su maleficencia. El lapsus de la
corresponsal de El País en Bruselas
Elena G. Sevillano podría ser un perfecto ejemplo que demostrara como, “en el
fondo”, lo que pone cachondos a los activistas no es tanto la resolución del
problema como que haya problema para rato y por tanto haya problema suficiente
como para seguir luchando...
El lapsus se produjo a partir de una noticia que el 5 de
marzo ocupó a todas las cadenas de televisión y a toda la prensa escrita. Por
la monstruosidad que la noticia traslucía. Dice Sevillano en la primera frase
de su artículo “Las organizaciones feministas europeas se felicitaban ayer
porque, al fin, existen datos comparables sobre violencia contra la mujer en
todos los países de la UE”. Así pues, contenturria, euforia y por tanto
felicitaciones. Los datos eran sobrecogedores ya que, entre otros, se destacaba
que (casi) una de cada cuatro mujeres europeas había sufrido violencia física
(¿). ¿Por qué entonces se “felicitaban” las organizaciones feministas? Nada en
las encuestas daba para felicitarse. Ni siquiera el hecho de tenerlas, pues
nada hacía suponer que los resultados de una macroencuesta (como así la
denominan los autores) fueran esencialmente distintos de los datos
proporcionados por encuestas previas menores o más localizadas.
¿Entonces? Pues porque antes que nada y por encima de todo los
datos estadísticos seguían encontrando motivos para la lucha, que es al fin y
al cabo lo que más rentable les resulta a quienes utilizan esa lucha desde la
ideología construida a partir de los mismos parámetros de la corrección; es
decir, desde la ideología fundamentada en la criminalización del varón. Pero
¿quiénes son esos “quienes”? Pues todos los políticos y derivados (de ministerios,
diputaciones, concejalías, ayuntamientos, fundaciones…), todos los medios de
comunicación al completo, todas las universidades con su burocracia
desactivadora de pensamiento, todos los profesores de enseñanza media que
quieran mantener su puesto de trabajo y, cómo no, todos los grupos de presión
más subvencionados.
En cualquier caso, lo que prueba la estadística una vez más
es que la estrategia llevada a cabo hasta el momento (cerca de 40 años de
corrección política) se ha demostrado perfecta y pertinazmente ineficaz. Y por
eso mismo esas “felicitaciones” no pueden ser más que el producto de un lapsus,
un lapsus tan sintomático como significativo.
Quizá valga la pena analizar el artículo para saber algo más
acerca de esa felicidad que ha proporcionado la obtención de “datos
comparables”. El titular dice en letra grande y en negrita, “El 22% de las
europeas ha sufrido violencia machista y la mayoría calla”. ¿Qué podría
entenderse de este elocuente titular?
No resulta demasiado fácil saberlo, desde luego, pues si la mayoría calla ese
22% se convierte en un dato perfectamente prescindible. Por arbitrario o por
inconsistente. De otra parte no se trata de una cifra cualquiera, sobre todo si
tenemos en cuenta que “la mayoría calla”: ¡se trata de una casi cuarta parte
-22%- de las mujeres las que en países civilizados han sufrido violencia
machista! Un 22%... ¡de entre las que hablan!
¿Civilizados? Por supuesto, con sus pequeños matices y sus
diferencias idiosincrásicas es importante situar esa violencia en un genérico
que podemos calificar de civilizado. Sobre todo a tenor de esos mismos
resultados, que sitúan un mayor índice de violencia en los más civilizados de todos, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Holanda,
Francia y Reino Unido, los seis primeros. Así pues: civilizados.
Pero vayamos ahora al subtítulo: “En los países más
igualitarios salen a relucir más agresiones contra mujeres”. Y es aquí donde se
demuestran con meridiana claridad dos cosas sumamente reveladoras: primero que
la estrategia seguida en la erradicación del problema ha sido (y es)
absolutamente ineficaz, pues es en los países “más igualitarios” donde más uso
se hace de la corrección política. Pero ¿cuál sería después de todo ese
problema? Y aquí nos topamos con la segunda de las cosas reveladoras, porque
¿cuál es verdaderamente el problema, la violencia del varón ejercida sobre la
mujer en base a una consciente superioridad conferida por el sexo? No lo creo
pues estamos hablando con determinación de los “países más igualitarios”.
¿No podría ser que la igualdad
no fuera al fin y al cabo la vara adecuada con la que medir una diferencia real?
Porque, en efecto, si hay algo que desde este blog se ha venido señalando con insistencia (precisamente con el
fin de encontrar verdaderas claves que ayuden a acabar con esos brotes de
violencia ejercida contra algunas mujeres en países civilizados) es que lo real emerge entre personas de sexo
opuesto precisamente para mostrar la diferencia. O dicho de otra forma: ante la
inevitable emergencia de lo real –que
en toda pareja acaba por suceder, sobre todo cuando busca descendencia- no cabe
hablar de igualdad sino de diferencia y por tanto lo que necesitamos los seres
humanos no es una conversión, sino un aprendizaje que nos enseñe a gestionar
esa diferencia. De hecho, es tal el error practicado con saña desde la
corrección política que, efectivamente, es “en los países más igualitarios
(donde) salen a relucir más agresiones contra mujeres”.
El caso es que como se puede ver, la satisfacción que
proporciona la lucha en sí misma es tan enorme que los máximos defensores de
ella no son capaces de entender lo que queda claro en el mismo titular; a
saber: que el igualitarismo, la estrategia fundamentada en él, es la verdadera causa
del desastre. Porque, no lo olvidemos, lo que aquí está en cuestión es
fundamentalmente un problema derivado de la gestión sentimental y sexual. Las
estadísticas en cuestión no tratan de los derechos de la mujer por lo que al
trabajo, salarios, dedicación etc. se refiere, ni a posibles discriminaciones
sufridas en el lenguaje, los deportes, etc., ni a humillaciones infligidas por
la publicidad, los medios, etc., sino a la violencia que el varón ejerce sobre
la mujer física o psicológicamente. Pero directamente. Así, el igualitarismo sería
la causa del desastre en la medida en la que, además, se lleva a cabo a partir
de dos tácticas que se superponen y complementan: la criminalización del varón
y la exaltación de la superioridad de la mujer (aún hay quien piensa que si el
mundo estuviera gobernado por mujeres todo iría mejor).
La conclusión genérica que traslucen las encuestas la
expresa la misma portavoz del Parlamento Europeo, Blanca Tapia, “las mujeres no
están seguras ni en casa ni en el trabajo”. O de la propia Sevillano en base a
las palabras dictadas por la Agencia de los Derechos Fundamentales (FRA), “Una
de cada tres mujeres europeas ha experimentado violencia física y/o sexual”. Y éste
es otro dato: “Un 43 % relató algún tipo de violencia psicológica por parte de
su pareja actual o una anterior (humillaciones en público, prohibición de salir
de casa, amenazas físicas)”. ¡Casi la mitad de las mujeres! Y por eso el
artículo acaba con las previsibles palabras de la parlamentaria búlgara Antonya
Parvanova, “Se puede hacer mucho más… Después de los primeros siete años es
demasiado tarde para hablar de igualdad de géneros y educar a los jóvenes en
ella”. Y ya estamos de nuevo hablando de igualdad. Yo, respecto a esto redirijo
al lector a uno de mis últimos posts,
cuando señalaba lo que por boca de las mismas mujeres de hoy en día sale cuando
se les insta a describir al hombre que les gusta. Son ellas y no las
estadísticas las que textualmente dicen gustar de los “malotes”. De hecho son
los “malotes” los que más éxito tienen con las mujeres.
Addenda. Hay otro
asunto digno de relevancia en las conclusiones extraídas de las encuestas.
Todos los españoles sabemos a la perfección lo que es y significa una campaña
pro-feminista en nuestro país, pues hemos contado hasta con un Ministerio de
Igualdad. Y sabemos por tanto cómo se las juegan las Instituciones cuando
entienden el término Igualdad como una excusa para criminalizar al varón. Pues
bien, hete aquí que, curiosamente, ante esas encuestas hechas a las mujeres que
han conformado las propias estadísticas España ha salido en el cuarto país por
la cola en lo que respecta a la “Violencia contra las mujeres”. Es decir, de
entre 24 países y a tenor de lo que las mismas mujeres han contestado, España
está de las muy últimas. ¿Qué podría entenderse de ese dato? Parece fácil,
¿no?: que España es de los países donde, a pesar de todo, menos violencia
contra las mujeres se ejerce. ¿Qué más podría extraerse de ese dato? Pues que
quizá haya sido desproporcionada esa necesidad de las Instituciones por
demonizar a los españoles, a los varones concretamente. Esa necesidad que
practicada desde la Institución (partidos, medios, universidades) tantos
réditos políticos otorga.
Pero como todos sabemos no es posible dejar así las cosas. La
corrección política no lo permitiría jamás. Desde luego que no, como puede
comprobar todo aquel que haya seguido el tema y se haya interesado por la
interpretación de los datos. Todo hacía deducir que las estadísticas sirven al
menos para ser creídas –por eso se encargan y realizan. De hecho es por eso que
se “felicitaban” las organizaciones feministas, por poseerlas. Pero claro, como
cualquier estadística lo que hacía ésta era representar los resultados de forma
gráfica en función de los números. Algo que en el fondo no gusta nada a las
organizaciones activistas, pues inevitablemente se encuentran con un gráfico en
el que sus expectativas se frustran, aunque sea por uno de sus lados. En efecto, por una parte –a la izquierda
según el gráfico publicado por la UE- se encontraban los países en los que se
ejerce mayor violencia contra las mujeres, pero por la otra se situaban los
países en los que esa violencia descendía notoriamente. Entre ellos, como ya
hemos apuntado, España.
Pues bien, como decimos, más allá de los resultados
genéricos lo que no ha gustado nada a las organizaciones feministas que han
interpretado estas estadísticas es, lógicamente, que el problema no fuera igual
de importante en todos los países, no ha gustado que hubiera tantas diferencias
–de violencia ejercida sobre mujeres- entre unos países y otros. Puede parecer
una barbaridad, pero así ha sido. La cuestión responde a una cierta lógica, perversa
si se quiere, pero lógica. Como no hay organización feminista que quiera ver
restringida su necesidad pública o que quiera desparecer, por lo que al parecer no
hay organización feminista local que le resulte agradable ver su país en la
derecha de la tabla. De hecho, la explicación que se ha dado a ese desajuste
“imprevisto” se encuentra teñida de una perversión estremecedora. Como no han
soportado que en ciertos países no hubiera esa “previsible” violencia que sí se
da en otros lo que han hecho es una significativa interpretación de las
estadísticas. Y han decidido que allá donde la tabla estadística no expresa
demasiada violencia lo que pasa es que las mujeres mienten y que lo hacen por
falta de cultura democrática. Así, en Suecia, Finlandia, Francia, Dinamarca y
Holanda hay mucha violencia contra mujeres porque eso dice la tabla, pero en
España, Portugal, Polonia y Austria también hay mucha violencia contra las
mujeres a pesar de lo que diga la tabla, porque debido a su falta de cultura
democrática las mujeres han mentido (?). Por desmemoria o inhibición, pero mentido.
Y porque NO puede haber país que no tenga su tasa de violencia bien alta. Y
menos si no es igualitario. Y punto: hay que justificar todo ese gasto que parte de la
UE y se ramifica hasta las concejalías de de las pequeñas ciudades y pueblos.
Dice Sami Nevala (de la FRA), “Cuanto más igualitario es un
país, más se habla de los incidentes violentos contra las mujeres. A las
mujeres les resulta más fácil hablar de ello”. Éste es el fantástico doble
juego de Nevala: por una parte están los más violentos, los de la izquierda de
la tabla, que resulta que son los países más igualitarios, y por la otra los
menos violentos, que en el fondo y según ella no es que sean menos violentos,
sino que simplemente no reconocen esa violencia por una inhibición producida
por la falta de igualitarismo. Con lo cual: malo el igualitarismo –que da cifras
altas claras- y malo el no igualitarismo –que encubre cifras altas en sus
cifras bajas. En cualquier caso y en resumidas cuentas, no hay país de la UE
que no se encuentre plagado de hombres malos. Ésta es la lectura de los “datos
comparables” por los que se “felicitaban” las organizaciones feministas.
Pero aún hay más, y pido al lector que lea con atención este último párrafo porque la clave se manifiesta de forma sutil. Se trata de otro desliz muy probablemente proporcionado por el deseo inconsciente de una activista muy comprometida con las mujeres europeas y con un alto cargo en la Unión Europea. Karima Zahi, coordinadora del Lobby Europeo de Mujeres dice, “No se trata de que haya menos violencia en un país que en otro. De hecho, es probable que en los lugares donde las mujeres no están familiarizadas con este tipo de encuestas, donde no hablen de esta cuestión, se reporten menos casos”. Así pues, no dice que no se trata de que haya más violencia en un país que en otro porque con esta frase estaría de alguna forma restando importancia a una totalidad que se encontraría más o menos normalizada. Y como hemos visto a las activistas más subvencionadas les gusta que el problema sea total y enorme, y por eso comienza la frase al revés, expresando que la violencia no sólo está donde dicen las encuestas sino en la totalidad: “No se trata de que haya menos violencia en un país que en otro”.
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