Progreso y Redes sociales
No sé cómo pude ser tan ingenuo, pero cuando internet se
encontraba aún incipiente pensé que podría ser ésta una forma revolucionaria de
comunicación que la población usaría para evitar los abusivos atropellos que se
cometían en la era analógica. Pensé que las posibilidades informativas que
brindaba al usuario destaparían y orillarían las mentiras a las que ciertos poderes
fácticos nos tenían acostumbrados por un hábito inmoral (tantas veces
justificado desde un paternalismo encanallado), y que las posibilidades
comunicativas entre sus usuarios se convertiría en una fuerza indestructible
que jamás permitiría que el ciudadano quedara indefenso y desamparado ante,
digamos una multinacional insidiosa. Cuando internet se encontraba incipiente
me hacía feliz pensar en el futuro que éste nos brindaba porque por fin íbamos
a estar todos los ciudadanos y todos los usuarios amparados por nosotros mismos
y no por unos falsos poderes, principal e inevitablemente movidos por sus
propios intereses económicos y/o electoralistas. Internet nos iba a permitir
estar informados acerca de lo que verdaderamente pasaba y además nos iba
permitir mantener una unidad entre usuarios que haría imposible cualquier
humillación, como la de, pongamos, una empresa de telecomunicaciones; ese tipo
de humillación al que éramos sometidos en esa época –con internet aún
incipiente- en la que ni teníamos acceso a los datos reales y completos ni
éramos capaces de comunicarnos con el fin de hacer compacto e infranqueable un
grupo de defensa.
Pero no, en realidad todo fueron fantasías nacidas de mi
ingenuidad. Los poderes fácticos que en antaño nos humillaban con sus
arbitrarias injerencias (Hiberdrola, Telefónica, etc., etc.) no siguen
humillando y vejando de forma absolutamente salvaje y pertinaz. El otro día los
telediarios dedicaban 10 segundos de reloj a ofrecer esa noticia que confirmaba
la fusión de Vodafone y Ono, eso sí, después de dedicar varios minutos a un
incendio en no sé dónde, otros minutos a un concierto de rock histórico, otros
a los destrozos de un temporal y otros muchos al cutis de Ronaldo. No sé qué
puede significar esa fusión (que como todas nos conduce al fatídico duopolio),
lo que sí sé es lo que viene pasando con las multinacionales que poseen el
control total de la energía y de las telecomunicaciones -desde que el libre
mercado ofreció a cualquier grupo empresarial la posibilidad de competir con
los grandes monopolios. Y también sé lo que se pensaba de ese reparto “antimonopolista”
cuando comenzó a llevarse a cabo: que se acabaría con la tiranía del único
propietario y que por tanto la existencia de otros grupos generaría una
competencia que abarataría los servicios y cuidaría del usuario. El final de
esta historia plagada de conjeturas ingenuas –ya no sólo personales- lo
conocemos: nunca el usuario se ha encontrado tan humillado como ahora, pues si
antes las vejaciones eran de alguna forma inevitables, ahora son el producto de
un acuerdo tácito y perverso. Que por eso “nunca pasa realmente nada”. Ni siquiera con destrozos urbanos y cabezas abiertas.
Hagan ustedes la prueba e infórmense acerca de la
satisfacción de los usuarios respecto a sus compañías telefónicas. Yo lo hago
todos los años con mis alumnos y después de 5 años indagando he llegado a la
conclusión de que no solo no hay nadie satisfecho sino que absolutamente todos
están de alguna forma cabreados con sus respectivas compañías. Y todos alguna
vez han ido cambiando de ellas en función de unos misteriosos beneficios que después
no lo eran. Algunos de ellos incluso se encuentran en trámite de una denuncia
que no se soluciona y prácticamente todos tienen problemas pendientes por
resolver. Y con los suministradores de banda ancha otro tanto de lo mismo.
España es el segundo país más caro de toda la Unión Europea. Además, y como
todo el mundo sabe, mantienen una política de precios que premia a los “nuevos
clientes” en detrimento de los más “antiguos”, pudiéndose dar una situación en
la que por lo mismo paga más alguien que se acaba de inscribir en la compañía
que alguien que lleve 8 años pagando religiosamente. Premiando así la
infidelidad.
¿Y qué hace la gente ante este desamparo y esta indefensión
de la que curiosamente jamás nos protege el Estado? Pues dos cosas
fundamentalmente: pasarse mensajitos vía digital (pásalo) y acudir a las “mani” de turno, que como es sabido se
multiplican por cientos de miles. Así es como el ciudadano/usuario de la era
digital pretende combatir el mal: mandando soflamas virtuales que alivian su
mal de conciencia personal y acudiendo en persona a actos públicos que alivian
su mal de conciencia social. Soflamas cuya presencia virtual suponen una trillonésima
parte de los estúpidos “je, jes” y los “me gusta” que habitan la nube. Todos,
en fin, muy comprometidos en sus ingeniosos 140 caracteres y sus paseos
pancarteros y chillones, pero todos disfrutando de los beneficios con los que
han sido comprados –en persona- por unos poderes fácticos que saben que nunca
pasa nada; que saben que mientras todos esos quejicas tengan su conexión y su
dispositivo nunca pasará realmente nada.
Nota. (Sólo para lectores
nuevos; no leer si uno ha seguido con regularidad este blog). ¿Significa esto
que los actos virtuales comprometidos y las manifestaciones dicharacheras no
sirven para nada? Por supuesto que no; sólo significa que desde mi humilde
punto de vista no puede haber solución real al desastre sin renuncias
personales y colectivas, renuncias verdaderas, y que por tanto toda posible
salvación pasa inevitablemente por el sacrificio. A ver ahora quién está dispuesto a
cambiar las cosas verdaderamente.
Post Scriptum.
Quien mejor conoce este blog soy yo.
Sé que sólo tengo un puñado de seguidores. Sé que durante los casi 7 años que
lleva en marcha ha entrado en él la misma cantidad de internautas que los que
entra en un blog sobre “maquillaje
para el fin de semana” en un solo día. Y sé que mi obsesión por no vincular el blog a las redes sociales es una suerte
de suicidio. Lo sé, amigos. Un suicidio feliz basado en la pura misantropía.
Por cierto, la ingenuidad es en muchas ocasiones una de las formas con las que
mejor se disfraza la estupidez.
1 comentario:
Parece que es así, sí, que cuanto más escribimos en la red, más solos nos sentimos.
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