Cada uno elige cómo
cuidarse. Y no siempre la elección de uno es coincidente con placer
alguno. El ejercicio físico es para mí como un dolor de muelas,
algo absolutamente innecesario. Pero el caso es que uno debe hacerlo
por prescripción facultativa, para no morirse ya, según los
médicos, tal es la tesitura. Así que no hay elección. Lo hago por
obligación y a desgana, pero lo hago. El único aspecto positivo que
puedo encontrarle, haciendo un esfuerzo, es el horario al que le dedico
ese ejercicio, un horario que de alguna manera lo oniriza, si es que
tal término existe.
Hace un año.
Hace un año salí, como
de costumbre, a hacer ejercicio a primera hora de la mañana. Como la
idea es hacerlo siempre de noche, la hora elegida para salir es la
hora que me permite acabarlo antes del amanecer (si esa hora es las
6,30, pues las 6,30, pero si es la 5,15, pues la 5,15, depende de la
estación). Así, una de las características que definen mi
experiencia del ejercicio es la del vacío humano, ya sea en la
ciudad durante todo el año, ya sea, sobre todo, en los derredores
más campestres del apartamento playero. Me cruzo con muy poca gente.
Muy poca. Aquí en Jávea puedo cruzarme durante todo mi trayecto con
una media de entre uno y tres coches, y desde luego con ningún
viandante. Bueno, algún insomne paseando el perro, algún día...
A lo que iba: hace un año
salí, como de costumbre, a recorrer mi trayecto habitual de una
hora. Tardo aproximadamente 6 minutos en salir de la pequeña urbe
para adentrarme en lo que es el grueso del trayecto, una carretera de
periferia que comunica chalets aislados. Una carretera oscura y
silenciosa. E intransitada, como digo, a esas horas. Hay un tramo en
ese trayecto, de unos 150 metros de longitud, que contiene una
peculiaridad, y es que carece de vías de escape por encontrarse
encajada la carretera en entre un muro de piedra natural y un no
arcén, o mejor, un mini-arcén de 30 cm. Pasar por ahí a esas horas
no debería entrañar ningún peligro debido, precisamente a la
carencia de tráfico. Al parecer y en pricipio. Aunque, debo
reconocerlo, cuando he tenido que compartir espacio con algún
vehículo en ese tramo siempre me ha sobrevenido una cierta
inquietud, lógica por otra parte, pues además de ser estrecho y
oscuro, hay que contar con otro factor: en un sitio de veraneo y a
esas horas de la noche/mañana la mayoría de conductores van ebrios
de vuelta a casa. Con todo lo dicho ya puedo afirmar que era del
todo imprevisible, por improbable, que pasara lo que me pasó: y es que coincidiéramos
¡en el mismo momento y alineados! dos coches y yo, lo que me obligó
a situarme en ese pequeño arcén de 30 cm y aún así verme rozado
por uno de los coches (coches por cierto que apenas disminuyeron la velocidad). Cualquier mínimo despiste de cualquiera de
los 3 habría ocasionado un desastre.
Hoy mismo
Debido a ciertas
nocturnidades hoy no he podido evitar retrasarme respecto a mis
hábitos horarios; he preferido salir a hacer ejercicio algo más
tarde de lo habitual que no salir. Por tanto, ha comenzado a amanecer
cuando llevaba dos tercios del recorrido ya hecho, nadie es perfecto.
La cosa es que en un momento dado diviso a gente que viene en sentido
contrario. No distingo bien de lejos pero conforme se van acercando
comienzo a matizar. Viene una mujer por mi lado de la carretera
-izquierdo- que es el sentido por donde vienen los coches
frontalmente, y a su misma altura vienen otras dos mujeres que además
llevan con correa a un perrito que juguetea por la línea continua de
la misma carretera. Su paso es lento pero continuado. En una de las
múltiples curvas aparece un coche pero debido a la poca luz no
distingo bien las distancias (y yo voy sin gafas para estos menesteres),
todo sucede en unos instantes: el coche viene de cara, yo me ajusto a
la mujer que viene de frente porque veo que el coche no se abre. Las
otras dos mujeres con perrito no hacen ni el más mínimo amago de
recogerse hacia su lado y el perrito es un inconsciente (?) que
permanece ajeno a todo, el pobre no sabe ni que está en una
carretera. El caso es que el coche, en contra de toda previsión, no
se aparta lo suficiente y pasa a un palmo de mí proporcionándome un
mal momento. Un factor imprevisible se ha sumado a la circunstancia.
Así, el coche no se ha abierto más porque en ese mismo punto y en
ese mismo instante, se ha alineado con todos nosotros un ciclista que
yo no había visto ni oído. De tal forma que el coche ha tenido que
pasar entre el hueco que le hemos dejado el perrito y yo, rozándonos
a los dos. Éramos 6 vidas (y repito, llevo años haciendo este
recorrido y apenas me he cruzado con viandantes) alineadas en una
carretera donde seguramente tardará una hora en pasar alguien,
alguien aislado y solo. A mí aún me resuena el zumbido del coche en
la oreja. Y todo por no morirse ya.
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