Después de la noticia de la excarcelación de Bolinaga (Superbolinaga,
para los amigos) he visto en la televisión a unos cuantos personajes dándose
abrazos exultantes de felicidad. Estaban realmente contentos, como muchos
habitantes del País Vasco, supongo. No quisiera alargarme demasiado en este
pensamiento escrito, así que iré al grano. La contenturria exultante se estos
personajes sólo puede ser debida a dos factores: o bien no creen en la
existencia de la maldad (o lo que es lo mismo: les importa un carajo lo que la
maldad pueda ser), o bien lo que están es contentos porque la excarcelación les
sirve a sus intereses políticos. La piedad sólo cabe en aquellos que estando en desacuerdo con el sentido de la ética de un torturador no arrepentido aceptan
su excarcelación. A quien se le ilumina la cara con la noticia no sabe en
realidad lo que la piedad significa.
Si la felicidad manifestada se deriva de los intereses políticos es que, en
verdad, les importa un carajo cómo se expresa la maldad. Y menos aún desde
quién. Así, las risas, los abrazos y la felicidad sólo pueden ser, en sí
mismos, la personificación de la maldad, o como diría Kant, “el estado de
corrupción del ser humano”.
Mutatis mutandi. Hoy viene en el periódico una entrevista a toda
página de la ex diputada y concejala del PSOE valenciano y actual consejera del
Cosell Valencià de Cultura Ana Noguera. El titular (que casi ocupa un cuarto de
página reza así: “El desprestigio de la política me quita el sueño”. Es una
buena oportunidad, me digo a mí mismo, a quién si no, de saber qué haría un
político si el Poder estuviera en sus manos. Después del previsible sonsonete
de rigor (esto es un desastre…) la
simpática entrevistadora le pregunta “¿Qué pediría en su última cena?”, y yo, antes
de leer la contestación, me digo a mí mismo, a quién si no, “eso, eso, veamos
cuál es el último deseo de una persona tan desmoralizada ante el desastre que nos consume”. La política Ana Noguera responde, “Los tres sabores que más me gustan:
el queso (cualquiera), unas anchoas y el chocolate negro. Todo regado con un
buen vino”. Obsérvese la exquisitez: los tres sabores son importantes, pero no
suficientes. La última cena es la última cena, tú (que diría un catalán), para
qué vamos a andar con remilgos… o con hipocresías. La sorpresa que pudiera
haberme causado tal respuesta queda rápidamente anulada por la siguiente
pregunta de la periodista, que dice, “¿Y si resultara que Dios es negra y obesa? Y
yo, antes de leer la respuesta, me pregunto a mí mismo, a quién si no, “¿Será
verdaderamente terrícola esta periodista?”. Pero la política no se arredra y
ejerce su papel a la perfección, tan perfectamente, que ya sé que es ella misma la
que se quita el sueño. Contesta: “Si así fuera, tendríamos un mundo más justo,
más sensible y más eficaz”.
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