Una de mis ocupaciones en internet ha sido siempre la de preocuparme por no recibir correos electrónicos indeseados. Así, recibo muy pocos mails de esos que se reenvía la gente de forma frenética y compulsiva. Por decirlo con precisión: sólo son tres las fuentes que me mandan ese tipo de mails (Fv:rewind) que se envían masivamente. A veces he recibido un mismo mensaje enviado por dos interlocutores distintos, así es la originalidad de los remitentes, cuya comprometida generosidad les induce a darle con fuerza al “reenviar”; esa especie de recorte y pega que les prohibimos a los estudiantes cuando les exigimos que piensen. Ahora he recibido, en un margen de dos días, el mismo mensaje enviado por mis tres incontinentes informadores. Y los tres, ¡como no podía ser de otra forma!, con introducciones del tipo: “no te lo pierdas, estoy absolutamente de acuerdo”, “es increíble la razón que tiene”, “vale la pena leerse, es impresionante”. Se ve que, efectivamente, el mensajito en cuestión ha calado como pocos. A todos mis interlocutores les ha sorprendido que haya sido escrito por Forges, el maestro del humor. ¡Un texto tan serio… y tan comprometido!
El texto en sí, por qué no, tiene su cosa. Viene a decir que en España triunfa la mediocridad y que esa peculiaridad es la que precisamente vuelve la crisis mostrenca. Todo, según él, está gobernado por la mediocridad, en base a la mediocridad y favoreciendo la mediocridad. Y claro, los amantes del reenvío se han sentido entusiasmados con las unas reflexiones de las que al parecer “ya” nadie duda. España, esa palabra que Zapatero evitó pronunciar durante toda su primera legislatura, es un país caracterizado por el desmesurado nivel de mediocridad, una mediocridad que resulta tan horizontal como vertical. España, es cierto, lleva amando y acogiendo la mediocridad desde que descubrió que una “movida” era la mejor alternativa a una dictadura. Y poco después tomándose la Corrección Política más en serio que los propios inventores anglosajones. Lo que le llevó a practicarla con muchísima más vehemencia.
Pero aún estando de acuerdo con las tesis se trata de un texto que me produce cierto rechazo. No sé, me da la sensación de que escribir esto ahora carece de todo mérito. Aún más: me parece casi inmoral que un viñetista humorístico, del que se conoce poco sentido crítico más allá de su implicación con un cierto grupo mediático, se haya visto impelido a publicitar un texto “serio” y “comprometido”. Y dados mis niveles de susceptibilidad respecto a los colectivos y a las multitudes tampoco me ha hecho gracia que gustara a “todo el mundo”. Nadie se ha sentido ofendido.
¿Dónde estaban esos intelectuales, hoy tan reflexivos e inevitablemente locuaces, cuando se iba implantando esa mediocridad que ahora todo el mundo ve? La mediocridad, es cierto, gobierna nuestro folclórico país, un país en el que sus ciudadanos no renunciarían a sus fiestas patronales así los mataran. La mediocridad comenzó a inocularse en el Sistema Académico al final de los ochenta y ha ido construyendo algunas de las peores Universidades del mundo, con un corporativismo mafioso y un sistema de promoción endogámico monstruoso. La mediocridad fue la “máxima” con la que los políticos decidieron que debían gobernarse los Museos y Centros Arte, que se reprodujeron como hongos a principio de los noventa; así, los gestores culturales, los técnicos, debían ser culturalmente ineptos so pena de perder sus privilegios gestores. La mediocridad ha sido, precisamente, lo que inducía a los políticos a buscar la mediocridad en sus funcionarios, gestores, técnicos, asesores y chupópteros de toda calaña. La mediocridad es, en definitiva, la causa de este Estado mostrenco, que abonó y apoyó los sentimientos nacionalistas a través de unos plíticos cobardes e hipócritas. La mediocridad es aplicar la censura por el supuesto bien de la humanidad (fundamento de la Corrección Política) que sólo ha sido un bien para la clase política. La mediocridad es una flor de plástico. No regarla es insuficiente para acabar con ella.
¿Dónde estaban los forges cuando los Departamentos Universitarios se conformaban por los más ineptos y trepas de los ex estudiantes? ¿Dónde estaban cuando crecía el número de Museos pero no mejoraba la educación cultural? ¿Dónde estaban cuando en la época de vacas gordas las Autonomías colocaban embajadas en las calles mas caras de todas las ciudades del mundo? ¿Dónde estaban cuando el Presidente del Gobierno repartía Ministerios a personajillos que se intercambiaban carteras como cromos y cuyo único mérito había sido militar en las bases del partido? ¿Dónde? El mismo Forges se queja por la falta de excelencia como criterio de juicio. Pero, curiosamente, no hace sino unas horas que eran calificados de fachas todos aquellos que rechazando la aplicación indiscriminada del relativismo hablaban de una necesidad de volver a los criterios de excelencia. ¡Habría que ver cómo se implanta un sistema que atienda a la excelencia sin eliminar la Corrección Política!
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