Cuando Alexander decidió sacrificarse los menores de 26 años no habían nacido. Puede ser una pista para entender estas nuevas generaciones, que además han recibido una educación bastante simpática. Así, son muy escasos los menores de 26 años que sepan qué es una ofrenda y prácticamente ninguno que sepa quién es Alexander. El hecho de que sea un personaje no lo hace menos relevante en lo que respecta a la cuestión de la ejemplaridad. Tarkovski otorgó calidad de sujeto real a un personaje ficticio como pocas veces ha sucedido en el cine. Aun con su esporádico histrionismo y su desmesura puntual Alexander es, no un sujeto, sino el sujeto que con su sacrificio nos ha salvado de la hecatombe. No es un actor porque es un ex –actor. Eso es exactamente lo que es Alexander en la película Sacrificio, un ex –actor, alguien que habiendo actuado durante casi toda su vida decidió en un momento dado no hacerlo más. Sacrificio es, pues, una película sin actor protagonista: lo que hace Alexander lo hace desde su condición de sujeto libre.
Cuando Alexander se entera de la debacle en la que de repente se encuentra sumida la humanidad toma la inmediata decisión de sacrificarse; la irreversible decisión de ofrendarse para salvar a esa humanidad de una hecatombe monstruosa. Que sea Dios a quien se ofrenda es lo de menos, lo importante reside en el acto en sí. A Alexander no le preocupa analizar la cuestión, no reflexiona acerca de los motivos que han provocado la cruel y previsiblemente devastadora guerra, no se para un instante a determinar responsables o culpables. Sólo quiere evitar el sufrimiento de TODOS. No hay prepotencia mesiánica en su cometido, no se trata de una misión. Se trata, “sólo”, de encontrar la manera de evitar el dolor que a la humanidad le espera por su incompetencia. Alexander no es ningún elegido. Su fe en el sacrificio se encuentra por encima de cualquier sobrenaturalidad. Su fe radica en lo que debe hacer según una especie de intuición irracional; de generosidad inconsciente. No hay posibilidad de pensamiento, sólo de acción. Alexander intuye que ante la magnitud de la tragedia sólo cabe la potencia del acto, un acto que desde luego debe ser individual y ajeno al resto de seres humanos. Su fe es intuitiva y extraordinariamente generosa pues requiere la pérdida de todo aquello que ama. Sabe, en definitiva, que no hay solución sin sacrificio. Y, desde luego, en ningún momento tiene en cuenta lo que el resto de la humanidad haga o no haga.
Post Scriptum. En uno de esos libros nauseabundos con que el academicismo universitario nos ha estado inundando durante más de 30 años hay unos datos derivados de unas encuestas realizadas con el fin de analizar la relación de la juventud con el cine. El estudio se hizo a partir de la selección de películas que llevaron a cabo universitarios de entre 20 y 24 años. Con independencia de los pretendidos fines del libro, siempre al servicio del pensamiento único, los datos que ofrece no dejan de ser extraordinariamente significativos. El fundamental es el que nos proporciona la misma lista de películas seleccionadas por ellos como las preferidas de todos los tiempos: de las 34 películas seleccionadas como las favoritas de los universitarios sólo 5 son anteriores a los años noventa. Cuatro de esas películas elegidas son de los ochenta y la más antigua es de 1978. De estas 5 películas “antiguas” una es Grease, otra E.T. y otra Dirty dancing.
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