martes, septiembre 04, 2012

La educación: Savater, Arteta y Spengler


Tengo un amigo que se autoexilió hace 3 años y no le he vuelto a ver desde entonces. Se fue, pues, antes de que comenzaran a hacerlo los jóvenes más sensatos. Para señalar la incompetencia de España y su incapacidad de salir del bache utilizaba una frase entre retórica y críptica: “nada se puede esperar de un país –decía- en el que los camareros no saben que son camareros”. Él lo decía así, pero su ulterior explicación despejaba las dudas: para mi amigo, España no saldría adelante mientras sus ciudadanos creyeran que la única forma de ser alguien es no siendo menos que nadie; no saldría adelante mientras todos confiaran su futuro al pelotazo; no levantaría cabeza mientras se siguieran considerando denigrantes (poco sociales) ciertos trabajos en un país donde sólo cabía la posibilidad de vivir como los ricos; mientras nadie quisiera aceptar su destino de “sirviente”, de “súbdito”. “Allá donde voy los camareros saben que son camareros –decía-, y por eso son profesionales del servicio; se esmeran en hacer bien su trabajo y lo hacen bien porque lo hacen sin complejos. Allí los camareros non creen necesariamente que su trabajo sea circunstancial, pero si lo creen no por ello dejan de realizarlo con esmero; porque son gente que en absoluto desprecia a sus clientes debido a ciertos complejos devenidos de algún tipo de frustración”. Así, mi amigo se cambiaba de país porque necesitaba habitar una sociedad en la que teniendo que haber de todo, como en todas, hubiera gente para todo. Entre otras cosas porque no puede ser de otra forma. Y como sabrán ustedes, hasta hace bien poco nadie quería ser camarero (por ejemplo) aquí en España, fundamentalmente por las falsas expectativas que iba generando por una parte, un entendimiento de lo laboral basado en el pelotazo y, por otra, la conculcación en el educando de un mal entendido sentimiento de autoestima. Nadie quería ser camarero porque no cuadraba con las expectativas generadas por una educación individualista de tintes agresivos. Educación, por cierto, potenciada por un Sistema Bolonia que en España ha sido colado con la vaselina de las metodologías universitarias autóctonas, discretas pero eficazmente destructivas.

Lo decía en un post reciente, la peculiaridad de la crisis española consiste en haber sido más papista que el Papa, en haber aplicado la corrección política de forma más fanática que sus propios inventores anglosajones. Todo lo que no tuviera tintes políticamente correctos ha ido siendo rechazado plenamente, y durante más de 30 años, por todas las instituciones estatales (los media, las universidades, los colegios, los políticos, las familias, los centros culturales, el pensamiento oficial…). Y así se ha eliminado el principal factor de compensación contra la estulticia que poco a poco, pero mayoritariamente, fue siendo aceptada como forma de vida (en la medida en que parecía eliminar fronteras, categorías, niveles… y parecía imponer la igualdad): la sensatez. Así, en efecto, nadie quería ser camarero porque no confería la imagen apropiada ante una sociedad que sólo veía bien a los consumidores. Nadie ha querido servir en un mundo, el nuestro, en el que alguien para ser no podía ser menos que nadie. Y obsérvese que mi amigo decía “mientras los camareros no sepan que son camareros…”, ¡se trata de una cuestión de “saber”!, no de aceptar, porque en absoluto se trata de tener que asumir cierto servilismo sino, más bien, de asimilar los datos que permitan situarse en el mundo con dignidad y sin rencor. Es decir, no se trata de aceptar sino de conocer.

De hecho la afirmación de mi amigo es una afirmación políticamente incorrecta de la que casi nadie gustaría. Y la verdad es que nunca gustaron este tipo de afirmaciones que acreditan una desigualdad que más que justa e injusta resulta inevitable. El gran experto en decadencias Oswald Spengler, pensador casi siempre incomprendido en sus controvertidas tesis, decía “la empresa dirigida por el lenguaje da de sí la distinción entre las actividades del pensamiento y las de la mano. En toda empresa cabe distinguir entre el pensamiento y la ejecución, y a partir de este momento la actividad del pensamiento práctico es la primera y más importante. Hay un trabajo de dirección y un trabajo de ejecución: y para todos los tiempos venideros constituye ésta la forma técnica fundamental de toda la vida humana”. Para Spengler la existencia de dos tipos de técnicas implica la existencia de dos tipos de hombres, lo que él llama una diferencia de rango: “En toda empresa existe una técnica de la dirección y otra de la ejecución […], los dirigentes y los dirigidos”.

Las Universidades españolas llevan 30 años conculcando a los jóvenes la ingeniosa (pero alienadora) idea de que no hay Saber Verdadero y que la Verdad es un constructo político elaborado para humillar a los desfavorecidos. Así las cosas, se fue imponiendo una educación que para el estudiante consistía en tener que aprobar estudiando cosas que NO contenían Saber alguno, por lo que el fin último no podía encontrarse en el Conocimiento sino en cosas más pragmáticas, como el medre o el lucro. Las humanidades fueron barridas con el aliento connivente del alumnado, que ya sólo se debía preocupar de buscarse la vida en un mundo sin amor por la excelencia y con pasión por los cuchillos afilados.

Una forma de afrontar este desaguisado sólo podría provenir de la renovada y reciclada implantación de las humanidades. Algo a todas luces poco previsible. El bueno de Fernando Savater lo sigue intentando con sus indagaciones y sus publicaciones sobre la ética y la juventud. Ahora: Ética de urgencia. Estas intentonas son siempre de agradecer pero me gustaría conocer la influencia que verdaderamente puede tener el filósofo más popular de España sobre unas juventudes, las actuales, que son muy pero que muy distintas a las de “su Amador” de antaño. Me he leído el libro debido a múltiples factores y mi conclusión es que, una vez más, Savater da muestras de una mesura y una sensatez poco propias en los divulgadores de opinión. El libro es suave y de una transparencia poco frecuente, por lo que entra con eficaz inmediatez. Supongo que tanta suavidad se justifica con la edad de los chavales a quienes va dirigido, de otra forma la suavidad y la “cortedad” deberían ser entendidas como cualidades más bien negativas. De hecho ha sido en este punto de donde ha surgido un pensamiento que me resulta tan desconcertante como turbador. Tengo motivos para creer que Savater ha escrito un libro para chavales de 15 años, los que tenía su hijo cuando escribió su pretérito y merecido éxito de ventas. Si es así, el texto me parece más que oportuno y su eficacia se encuentra, bajo mi punto de vista, asegurada. Eso es lo que creo después de una lectura en la que me he hecho pasar por un adolescente. Ahora bien, y he aquí el motivo de desconcierto y turbación: si en vez de hacerme pasar por adolescente me hacía pasar por joven las chispas saltaban en todas las conexiones de mi cerebro. Pero no tanto porque me pareciera inadecuado por cuanto me pareciera inoperante. La pregunta que me provocaba esa lectura esquizofrénica era ¿debe un libro, y más concretamente un libro sobre ética, “servir” de igual forma al público al que va dirigido (el de los 15 años) que a un público más genérico? Puede que no, pero me desconcierta ese desajuste.

Si me ponía en la piel de los quinceañeros veía el texto muy instructivo, aleccionador e incluso emocionante, pero si me ponía en la piel de los jóvenes de 19 años (a los que conozco bastante bien) lo veía desfasado y aburrido. Savater, que hace un tremendo esfuerzo por estar actualizado, cae en las mismas trampas que denuncia mostrando una forma de pensar excesivamente analógica (y hace demasiado esfuerzo por “caer bien”). El momento de Ética para Amador era esencialmente distinto al de ahora: era un momento en el que para informarse y culturizarse había que o comprar libros o ir a una biblioteca. No es mi intención desprestigiar su libro, más bien al contrario pienso que lo deberían leer todos los quinceañeros. Así que no se me malinterprete, lo que creo es que el joven se aburriría súbito ante ese texto debido, precisamente, a su experiencia vital  vivida en esos 3 o 4 años de margen. Es cierto que me resulta monstruoso, pero no por ello dejo de pensar que un joven educado “desde” internet rechazaría frontalmente todo ejercicio mental que no se encontrara directamente vinculado a un beneficio inmediato. Descarto el placer de la lectura en ellos (los libros se les resbalan), así que sólo cabría esperar ese beneficio en forma de placer intelectual derivado de esas ideas transcritas, cosa poco probable en unos sujetos que durante esos tres años han disfrutado viendo en su ordenador la saga completa de Saw, las palizas de unos niños a otros grabadas en móvil, las excéntricas  torturas de animales con fines de divertimento, la pornografía más salvaje (sólo antes destinada a los más viciosos) y, sobre todo, después de haber asimilado la cultura del pelotazo y los cuchillos afilados. Así, más que pensar que el libro no serviría para los jóvenes lo que pienso es que sería rechazado frontalmente por ellos; por aburrido. Es algo difícil de entender si se piensa con mente analógica, pero creo que desgraciadamente no hay otra.

La pregunta es ahora: ¿hay algún libro que pueda ser efectivo en los jóvenes en la misma medida en la que Ética de emergencia puede serlo en los adolescentes? Y habría que decir que sí, pero con un matiz condicionante  añadido; a saber: que sólo podría ser eficaz si su lectura se impusiera, esto es, si su lectura se hiciera obligatoria. No creo que Ética de emergencia funcionara por obligación (debido al público al que se encuentra dirigido), sin embargo pienso que Tantos tontos tópicos de Aurelio Arteta sólo funcionaría en su intento de educar si su lectura fuera obligada en TODOS los centros educativos. Y con examen, por supuesto. Desde luego que hay muchos libros que podrían ser adecuados en el intento de formar ciudadanos, pero el de Arteta es además el que mejor serviría actualmente a unos intereses forjados en la necesidad de formar sujetos sociales. No sólo trata sólo de analizar en profundidad todos los tópicos del lenguaje pseudofilosófico y moral sino que además los sitúa en una inoperante sociedad apalancada en el más estúpido de los buenismos. Porque, más que sólo tontos los tópicos son en realidad un arma mortífera en manos de los ignorantes, de los estúpidos, gente extremadamente peligrosa por cuanto no han superado su etapa infantil. Yo recomendaría, en cualquier caso, complementar el estudio con otro libro, esta vez un libro sin ninguna cualidad literaria o filosófica, pero con una información necesaria respecto a lo sucedido en España durante estos últimos 30 años: La casta autonómica. La lectura de ambos libros y la obligación de aprendérselos nos acercaría a esa luz que estando al final del túnel todavía no se vislumbra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Disculpe, muy interesante la última entrada pero la cita de Oswald Spangler parece mal "picada" y no se acaba de entender. Si fuese tan amable de corregirla para acabar de comprender el mensaje sería perfecto. Gracias y simplemente darle las gracias por su blog el cual sigo desde que Azúa recomendae su lectura hace ya algún tiempo.

alberto adsuara dijo...

Estimado anónimo, he consultado rápidamente la cita y, curiosamente, es textual. Tengos dos versiones del libro, pero ambos, aunque de fecha distinta, son el trabajo del mismo traductor. Tengo el de Espasa-Calpe de 1932 y el de Espasa-Calpe, tercera edición de 1967, ambos del traductor Manuel G. Morente. Pero he de decirle que es cierto que la traducción es un tanto extraña y utiliza giros ahora olvidados, además de contener equívocos sintácticos. Gracias por su interés.
Alberto Adsuara

Anónimo dijo...

Gracias por la aclaración.
Saludos