Tengo un amigo que se autoexilió hace 3 años y no le he
vuelto a ver desde entonces. Se fue, pues, antes de que comenzaran a hacerlo
los jóvenes más sensatos. Para señalar la incompetencia de España y su
incapacidad de salir del bache utilizaba una frase entre retórica y críptica: “nada
se puede esperar de un país –decía- en el que los camareros no saben que son
camareros”. Él lo decía así, pero su ulterior explicación despejaba las dudas: para
mi amigo, España no saldría adelante mientras sus ciudadanos creyeran que la
única forma de ser alguien es no siendo menos que nadie; no saldría adelante
mientras todos confiaran su futuro al pelotazo; no levantaría cabeza mientras se
siguieran considerando denigrantes (poco sociales) ciertos trabajos en un país
donde sólo cabía la posibilidad de vivir como los ricos; mientras nadie quisiera
aceptar su destino de “sirviente”, de “súbdito”. “Allá donde voy los camareros
saben que son camareros –decía-, y por eso son profesionales del servicio; se
esmeran en hacer bien su trabajo y lo hacen bien porque lo hacen sin complejos.
Allí los camareros non creen necesariamente que su trabajo sea circunstancial, pero
si lo creen no por ello dejan de realizarlo con esmero; porque son gente que en
absoluto desprecia a sus clientes debido a ciertos complejos devenidos de algún
tipo de frustración”. Así, mi amigo se cambiaba de país porque necesitaba
habitar una sociedad en la que teniendo que haber de todo, como en todas, hubiera
gente para todo. Entre otras cosas porque no puede ser de otra forma. Y como sabrán
ustedes, hasta hace bien poco nadie quería ser camarero (por ejemplo) aquí en
España, fundamentalmente por las falsas expectativas que iba generando por una
parte, un entendimiento de lo laboral basado en el pelotazo y, por otra, la conculcación
en el educando de un mal entendido sentimiento de autoestima. Nadie quería ser
camarero porque no cuadraba con las expectativas generadas por una educación individualista
de tintes agresivos. Educación, por cierto, potenciada por un Sistema Bolonia
que en España ha sido colado con la vaselina de las metodologías universitarias
autóctonas, discretas pero eficazmente destructivas.
Lo decía en un post
reciente, la peculiaridad de la crisis española consiste en haber sido más
papista que el Papa, en haber aplicado la corrección política de forma más
fanática que sus propios inventores anglosajones. Todo lo que no tuviera tintes
políticamente correctos ha ido siendo rechazado plenamente, y durante más de 30
años, por todas las instituciones estatales (los media, las universidades, los
colegios, los políticos, las familias, los centros culturales, el pensamiento
oficial…). Y así se ha eliminado el principal factor de compensación contra la
estulticia que poco a poco, pero mayoritariamente, fue siendo aceptada como
forma de vida (en la medida en que parecía eliminar fronteras, categorías, niveles…
y parecía imponer la igualdad): la sensatez. Así, en efecto, nadie quería ser
camarero porque no confería la imagen apropiada ante una sociedad que sólo veía
bien a los consumidores. Nadie ha querido servir en un mundo, el nuestro, en el
que alguien para ser no podía ser menos que nadie. Y obsérvese que mi amigo
decía “mientras los camareros no sepan que son camareros…”, ¡se trata de una
cuestión de “saber”!, no de aceptar,
porque en absoluto se trata de tener que asumir cierto servilismo sino, más
bien, de asimilar los datos que permitan situarse en el mundo con dignidad y
sin rencor. Es decir, no se trata de aceptar
sino de conocer.
De hecho la afirmación de mi amigo es una afirmación
políticamente incorrecta de la que casi nadie gustaría. Y la verdad es que
nunca gustaron este tipo de afirmaciones que acreditan una desigualdad que más
que justa e injusta resulta inevitable. El gran experto en decadencias Oswald
Spengler, pensador casi siempre incomprendido en sus controvertidas tesis,
decía “la empresa dirigida por el lenguaje da de sí la distinción entre las
actividades del pensamiento y las de
la mano. En toda empresa cabe
distinguir entre el pensamiento y la ejecución, y a partir de este momento la
actividad del pensamiento práctico es la primera y más importante. Hay un trabajo
de dirección y un trabajo de ejecución:
y para todos los tiempos venideros constituye ésta la forma técnica fundamental
de toda la vida humana”. Para Spengler la existencia de dos tipos de técnicas
implica la existencia de dos tipos de hombres, lo que él llama una diferencia
de rango: “En toda empresa existe una
técnica de la dirección y otra de la ejecución […], los dirigentes y los
dirigidos”.
Las Universidades españolas llevan 30 años conculcando a los
jóvenes la ingeniosa (pero alienadora) idea de que no hay Saber Verdadero y que
la Verdad es un constructo político elaborado para humillar a los
desfavorecidos. Así las cosas, se fue imponiendo una educación que para el
estudiante consistía en tener que aprobar estudiando cosas que NO contenían
Saber alguno, por lo que el fin último no podía encontrarse en el Conocimiento
sino en cosas más pragmáticas, como el medre o el lucro. Las humanidades fueron
barridas con el aliento connivente del alumnado, que ya sólo se debía preocupar
de buscarse la vida en un mundo sin amor por la excelencia y con pasión por los
cuchillos afilados.
Una forma de afrontar este desaguisado sólo podría provenir
de la renovada y reciclada implantación de las humanidades. Algo a todas luces
poco previsible. El bueno de Fernando Savater lo sigue intentando con sus
indagaciones y sus publicaciones sobre la ética y la juventud. Ahora: Ética de urgencia. Estas intentonas son
siempre de agradecer pero me gustaría conocer la influencia que verdaderamente puede
tener el filósofo más popular de España sobre unas juventudes, las actuales, que
son muy pero que muy distintas a las de “su Amador” de antaño. Me he leído el
libro debido a múltiples factores y mi conclusión es que, una vez más, Savater
da muestras de una mesura y una sensatez poco propias en los divulgadores de
opinión. El libro es suave y de una transparencia poco frecuente, por lo que
entra con eficaz inmediatez. Supongo que tanta suavidad se justifica con la
edad de los chavales a quienes va dirigido, de otra forma la suavidad y la “cortedad”
deberían ser entendidas como cualidades más bien negativas. De hecho ha sido en
este punto de donde ha surgido un pensamiento que me resulta tan desconcertante
como turbador. Tengo motivos para creer que Savater ha escrito un libro para
chavales de 15 años, los que tenía su hijo cuando escribió su pretérito y merecido
éxito de ventas. Si es así, el texto me parece más que oportuno y su eficacia
se encuentra, bajo mi punto de vista, asegurada. Eso es lo que creo después de
una lectura en la que me he hecho pasar por un adolescente. Ahora bien, y he
aquí el motivo de desconcierto y turbación: si en vez de hacerme pasar por
adolescente me hacía pasar por joven las chispas saltaban en todas las
conexiones de mi cerebro. Pero no tanto porque me pareciera inadecuado por cuanto
me pareciera inoperante. La pregunta que me provocaba esa lectura
esquizofrénica era ¿debe un libro, y más concretamente un libro sobre ética, “servir”
de igual forma al público al que va dirigido (el de los 15 años) que a un
público más genérico? Puede que no, pero me desconcierta ese desajuste.
Si me ponía en la piel de los quinceañeros veía el texto muy
instructivo, aleccionador e incluso emocionante, pero si me ponía en la piel de
los jóvenes de 19 años (a los que conozco bastante bien) lo veía desfasado y
aburrido. Savater, que hace un tremendo esfuerzo por estar actualizado, cae en
las mismas trampas que denuncia mostrando una forma de pensar excesivamente
analógica (y hace demasiado esfuerzo por “caer bien”). El momento de Ética para Amador era esencialmente
distinto al de ahora: era un momento en el que para informarse y culturizarse había
que o comprar libros o ir a una biblioteca. No es mi intención desprestigiar su
libro, más bien al contrario pienso que lo deberían leer todos los quinceañeros.
Así que no se me malinterprete, lo que creo es que el joven se aburriría súbito
ante ese texto debido, precisamente, a su experiencia vital vivida en esos 3 o 4 años de margen. Es cierto
que me resulta monstruoso, pero no por ello dejo de pensar que un joven educado
“desde” internet rechazaría frontalmente todo ejercicio mental que no se
encontrara directamente vinculado a un beneficio inmediato. Descarto el placer
de la lectura en ellos (los libros se les resbalan), así que sólo cabría
esperar ese beneficio en forma de placer intelectual derivado de esas ideas transcritas, cosa poco probable en unos
sujetos que durante esos tres años han disfrutado viendo en su ordenador la
saga completa de Saw, las palizas de
unos niños a otros grabadas en móvil, las excéntricas torturas de animales con fines de
divertimento, la pornografía más salvaje (sólo antes destinada a los más viciosos)
y, sobre todo, después de haber asimilado la cultura del pelotazo y los
cuchillos afilados. Así, más que pensar que el libro no serviría para los
jóvenes lo que pienso es que sería rechazado frontalmente por ellos; por aburrido.
Es algo difícil de entender si se piensa con mente analógica, pero creo que desgraciadamente
no hay otra.
La pregunta es ahora: ¿hay algún libro que pueda ser
efectivo en los jóvenes en la misma medida en la que Ética de emergencia puede serlo en los adolescentes? Y habría que
decir que sí, pero con un matiz condicionante añadido; a saber: que sólo podría ser eficaz
si su lectura se impusiera, esto es, si su lectura se hiciera obligatoria. No
creo que Ética de emergencia
funcionara por obligación (debido al público al que se encuentra dirigido), sin
embargo pienso que Tantos tontos tópicos
de Aurelio Arteta sólo funcionaría en su intento de educar si su lectura fuera obligada
en TODOS los centros educativos. Y con examen, por supuesto. Desde luego que
hay muchos libros que podrían ser adecuados en el intento de formar ciudadanos,
pero el de Arteta es además el que mejor serviría actualmente a unos intereses forjados
en la necesidad de formar sujetos sociales. No sólo trata sólo de analizar en
profundidad todos los tópicos del lenguaje pseudofilosófico y moral sino que
además los sitúa en una inoperante sociedad apalancada en el más estúpido de
los buenismos. Porque, más que sólo tontos los tópicos son en realidad un arma
mortífera en manos de los ignorantes, de los estúpidos, gente extremadamente
peligrosa por cuanto no han superado su etapa infantil. Yo recomendaría, en
cualquier caso, complementar el estudio con otro libro, esta vez un libro sin
ninguna cualidad literaria o filosófica, pero con una información necesaria
respecto a lo sucedido en España durante estos últimos 30 años: La casta autonómica. La lectura de ambos
libros y la obligación de aprendérselos nos acercaría a esa luz que estando al
final del túnel todavía no se vislumbra.
3 comentarios:
Disculpe, muy interesante la última entrada pero la cita de Oswald Spangler parece mal "picada" y no se acaba de entender. Si fuese tan amable de corregirla para acabar de comprender el mensaje sería perfecto. Gracias y simplemente darle las gracias por su blog el cual sigo desde que Azúa recomendae su lectura hace ya algún tiempo.
Estimado anónimo, he consultado rápidamente la cita y, curiosamente, es textual. Tengos dos versiones del libro, pero ambos, aunque de fecha distinta, son el trabajo del mismo traductor. Tengo el de Espasa-Calpe de 1932 y el de Espasa-Calpe, tercera edición de 1967, ambos del traductor Manuel G. Morente. Pero he de decirle que es cierto que la traducción es un tanto extraña y utiliza giros ahora olvidados, además de contener equívocos sintácticos. Gracias por su interés.
Alberto Adsuara
Gracias por la aclaración.
Saludos
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