O Filosofía y Futuro, primera parte
¿Qué papel tendrá la Filosofía en el futuro?
Veamos si analizando a uno de los pocos filósofos manifiestamente preocupados por el asunto logramos extraer alguna conclusión.
Rorty es un filósofo educado en esa extraña variante de la filosofía eminentemente anglófona: la filosofía analítica. Pero que nadie se lleve a engaños, Rorty rápidamente encontró motivos para apostatar del cientificismo obcecado que le enseñaron en Princeton y se dedicó a reivindicar, de forma más o menos perseverante, esa otra filosofía a la que tanto gusta la literatura comparada: la filosofía continental.
Para Rorty, por decirlo sin rodeos, la profundidad del entendimiento de algo no nos aleja de la apariencia -de ese algo- y mucho menos nos acerca a la realidad -de ese algo. Por eso, como heredero de Gadamer que se siente, Rorty prefiere las metáforas de la amplitud a las metáforas de la profundidad. O por decirlo en otros términos: para Rorty el mayor o menor entendimiento de algo no no radica en la distinción clásica entre apariencia y realidad porque eso nos conduciría irremediablemente -una vez más- a un sistema filosófico metafísico o pseudometafísico. A Rorty no le gustan los sistemas filosóficos que él mismo define como abarcadores en el sentido que pretenden encontrar respuestas inmutables, o en todo caso, respuestas que puedan ser cada vez más verdaderas. Para Rorty esto es inadmisible.
Así, por una parte se enfrenta a los filósofos de “su sangre”, tan científicos ellos, aun cuando acepte que más allá del lenguaje no hay nada. La física cuántica le interesa mucho menos que Milton, por decir algo, pero tampoco le interesa demasiado Platón, por producir una teoría pretendidamente abarcadora. Por otra parte Rorty gusta del axioma hegeliano cuando no se cansa de repetir que la filosofía no puede ser más que “su tiempo captado en el pensamiento”. Y por tanto “el sentimiento de la obligación moral depende menos de la comprensión que del condicionamiento”. Ya ven, de nuevo la preferencia por lo inestable -que es inevitable- antes que la del supuesto conocimiento. Lo inevitable es para Rorty la pura contingencia.
Todo lo que aspire a verdad alguna es despreciado por el filósofo. Tal es su rechazo por lo que entendemos como conocimiento que llega a afirmar que “en el centro de la filosofía hay un esfuerzo por encontrar un orden entre las cosas que ya nos son familiares, mientras que la literatura intenta romper con lo familiar y darnos algo sorprendente y nuevo”. Y después asocia el término conocido a la filosofía y el de desconocido a la literatura, que sin duda ve como superior. Y de ahí que haya acabado siendo profesor de literatura comparada… en el viejo continente. E insiste: “la filosofía es conservadora y sobria, mientras que la poesía es radical y exploradora”.
Resulta curioso comprobar el grado de autosatisfacción que contienen los pensadores que se autodenominan relativistas. Cuando lo que hace un relativista es, siempre e ineluctablemente, y casi diría que exclusivamente, expresar perogrulladas. Así, expresar cosas que son ciertas pero que sabe cualquiera. En cualquier caso lo suficientemente ciertas como para pensar que, después de todo, sí existen ciertas certezas, ciertos contenidos verdaderos, o más verdaderos que otros, cierta sensatez...
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