miércoles, noviembre 22, 2017

Micromundo fractal

(O a quien pueda no interesar II)

Ayer recibí una llamada verdaderamente extraña justo después de cenar. La de la ex-mujer del que en su tiempo fue un buen amigo. Una mujer que no veía desde hace aproximadamente 8 o 9 años, de hecho tengo su rostro desdibujado. Me llamó, ya digo, ayer, para mantener un extensísimo y desconcertante monólogo que me mantuvo mudo y colgado a mi auricular cerca de media hora.

Su incontinencia verbal se encontraba focalizada, de forma exclusiva, a explicarme el poco tiempo que quedaba a ella para serle infiel a su actual marido, “un aburrido, Alberto, un aburrido”. Mi perplejidad me impedía articular palabra porque no entendía en absoluto esa llamada, “lo quiero mucho, de verdad, pero es que estoy tan cansada...”. En todo caso yo articulaba monosílabos que pudiera aparentar un cierto interés, “ya”, “caray”, “joder” y cosas así. “Estoy harta de verlo tumbado en el sofá y ya sabes Alberto que yo soy de otra pasta”... Así yo: “ya”. “Está claro que es un buen amante, y tiene un cuerpo impresionante, la verdad; es un buen amante, pero eso ya no es suficiente, yo necesito otra cosa”... “Fíjate”. “Y yo, la verdad, es que me siento guapa, ¡estoy guapa! Y tú ya sabes que cuando quiero soy muy canalla”... “Sí, eso es verdad”. “Voy a hacer una fiesta con mucha gente en la que me gustaría que estuvieras, me voy a poner fantástica y va a haber un antes y un después de esta fiesta”... “Caramba”. “Así que sí, que ya toca, Paco es un buen amante pero me tiene cansada, ahí siempre en el sofá”... “Pues sí”. “Yo necesito volver al mundo Alberto, me voy a comprar ropa nueva y voy a volver al mundo”.

Así, la ex-mujer del que fue un buen amigo mío a la que no veía hace cerca de 9 años me llamó ayer para contarme que quiere volver al mundo y que en breve va a cuernear a su actual marido (que no conozco de nada) al que muy probablemente, aunque algo más adelante, va a mandar a freír espárragos, porque también eso lo dejó claro en su incontinente discurso, “no tengo ganas de estirar esta relación, Alberto, es un buen amante, porque eso es así, es bueno, y tiene un cuerpazo, pero es que está ahí siempre, en el sofá”... “Ya”.

También ayer, pero por la mañana, tuve la ocasión de charlar con una amiga que conservo de mis estudios universitarios. Me cuenta que su profesora de yoga y estiramientos padece con ella una cierta incontinencia verbal que le impulsa a hablarle de su vida personal. La experta en estiramientos vive con un hombre que es 10 años menor que ella y que tiene, según ella misma cuenta, un cuerpazo. El problema de esta experta en estiramientos es que está algo confusa, o mejor, bastante confusa. Al parecer ese hombre 10 años menor que ella, además de ser joven y estar plagado de abdominales, es una buena persona.

¡Vaya! -le digo- ¿Entonces, cuál es el problema?”. “Pues que tiene un amante sevillano hace años por el que está obsesionada y que no puede quitarse de la cabeza, por eso siempre encuentra una excusa para ir a verlo”, dice mi amiga, y poco después añade que la clave de esa obsesiva relación que convierte en infeliz (confusión, obsesión, depresión...) a su experta en estiramientos se encuentra en lo que la misma experta en estiramientos piensa de su amante sevillano: que “es un auténtico canalla”. Y matiza reduciendo los motivos de su enganche a dos: “el sexo con él es apoteósico, me hace cosas que a Carlos jamás se le ocurriría hacerme, es bestial, y por otra parte después pasa de mí olímpicamente; cuando nos distanciamos no muestra ningún interés por mí. No entiendo muy bien por qué estoy tan enganchada pero la verdad es que convierte mi relación estable en anodina”.


También ayer (vaya día... ¡que parecido a tantos otros!) tuve una comida familiar en la que coincidí con mi hermano, el único soltero empedernido que conozco que es, además, buena persona. Me cuenta lo que a su vez le ha contado la mujer con la que ha compartido una pequeña relación llamémosla sentimental. Así esa mujer: “La verdad es que ya todas las relaciones sexuales que tengo, más allá de ser satisfactorias en mayor o menor medida, se me quedan cortas al lado de la única que verdaderamente ha sido importante y determinante en mi vida. De hecho contigo lo he pasado muy bien -le asegura a mi hermano-, de verdad, pero es que aquella relación que mantuve durante casi un año condicionó definitivamente mi existencia, desde entonces noto que me resulta difícil si no inviable enamorarme porque nadie está a la altura de aquellas circunstancias y nadie me proporciona el placer que obtenía yo de aquellos encuentros hoteleros, porque siempre nos veíamos en hoteles, él estaba casado y yo también”. “¿Y en qué consistían esos encuentros si puede saberse”, preguntó mi lacónico hermano. “Pues me maltrataba de forma maravillosa, me ataba, me humillaba, me pegaba cuando sabía que podía hacerlo y donde sabía que debía hacerlo, incluso se meaba encima de mí; en fin, maravilloso, insuperable”.

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