(O a quien pueda no
interesar II)
Ayer recibí una llamada
verdaderamente extraña justo después de cenar. La de la ex-mujer
del que en su tiempo fue un buen amigo. Una mujer que no veía desde
hace aproximadamente 8 o 9 años, de hecho tengo su rostro
desdibujado. Me llamó, ya digo, ayer, para mantener un extensísimo
y desconcertante monólogo que me mantuvo mudo y colgado a mi
auricular cerca de media hora.
Su incontinencia verbal se
encontraba focalizada, de forma exclusiva, a explicarme el poco
tiempo que quedaba a ella para serle infiel a su actual marido, “un
aburrido, Alberto, un aburrido”. Mi perplejidad me impedía
articular palabra porque no entendía en absoluto esa llamada, “lo
quiero mucho, de verdad, pero es que estoy tan cansada...”. En todo
caso yo articulaba monosílabos que pudiera aparentar un cierto
interés, “ya”, “caray”, “joder” y cosas así. “Estoy
harta de verlo tumbado en el sofá y ya sabes Alberto que yo soy de
otra pasta”... Así yo: “ya”. “Está claro que es un buen
amante, y tiene un cuerpo impresionante, la verdad; es un buen
amante, pero eso ya no es suficiente, yo necesito otra cosa”...
“Fíjate”. “Y yo, la verdad, es que me siento guapa, ¡estoy
guapa! Y tú ya sabes que cuando quiero soy muy canalla”... “Sí,
eso es verdad”. “Voy a hacer una fiesta con mucha gente en la que
me gustaría que estuvieras, me voy a poner fantástica y va a haber
un antes y un después de esta fiesta”... “Caramba”. “Así
que sí, que ya toca, Paco es un buen amante pero me tiene cansada,
ahí siempre en el sofá”... “Pues sí”. “Yo necesito volver
al mundo Alberto, me voy a comprar ropa nueva y voy a volver al
mundo”.
Así, la ex-mujer del que
fue un buen amigo mío a la que no veía hace cerca de 9 años me
llamó ayer para contarme que quiere volver al mundo y que en
breve va a cuernear a su actual marido (que no conozco de nada) al
que muy probablemente, aunque algo más adelante, va a mandar a freír
espárragos, porque también eso lo dejó claro en su incontinente
discurso, “no tengo ganas de estirar esta relación, Alberto, es un
buen amante, porque eso es así, es bueno, y tiene un cuerpazo, pero
es que está ahí siempre, en el sofá”... “Ya”.
También ayer, pero por la
mañana, tuve la ocasión de charlar con una amiga que conservo de
mis estudios universitarios. Me cuenta que su profesora de yoga y
estiramientos padece con ella una cierta incontinencia verbal que le
impulsa a hablarle de su vida personal. La experta en estiramientos
vive con un hombre que es 10 años menor que ella y que tiene, según
ella misma cuenta, un cuerpazo. El problema de esta experta en
estiramientos es que está algo confusa, o mejor, bastante confusa.
Al parecer ese hombre 10 años menor que ella, además de ser joven y
estar plagado de abdominales, es una buena persona.
“¡Vaya! -le digo-
¿Entonces, cuál es el problema?”. “Pues que tiene un amante
sevillano hace años por el que está obsesionada y que no puede
quitarse de la cabeza, por eso siempre encuentra una excusa para ir a
verlo”, dice mi amiga, y poco después añade que la clave de esa
obsesiva relación que convierte en infeliz (confusión, obsesión,
depresión...) a su experta en estiramientos se encuentra en lo que
la misma experta en estiramientos piensa de su amante sevillano: que
“es un auténtico canalla”. Y matiza reduciendo los motivos de su
enganche a dos: “el sexo con él es apoteósico, me hace cosas que
a Carlos jamás se le ocurriría hacerme, es bestial, y por otra
parte después pasa de mí olímpicamente; cuando nos distanciamos no
muestra ningún interés por mí. No entiendo muy bien por qué estoy
tan enganchada pero la verdad es que convierte mi relación estable
en anodina”.
También ayer (vaya día...
¡que parecido a tantos otros!) tuve una comida familiar en la que
coincidí con mi hermano, el único soltero empedernido que
conozco que es, además, buena persona. Me cuenta lo que a su vez le
ha contado la mujer con la que ha compartido una pequeña relación
llamémosla sentimental. Así esa mujer: “La verdad es que ya todas
las relaciones sexuales que tengo, más allá de ser satisfactorias
en mayor o menor medida, se me quedan cortas al lado de la única que
verdaderamente ha sido importante y determinante en mi vida. De hecho
contigo lo he pasado muy bien -le asegura a mi hermano-, de verdad,
pero es que aquella relación que mantuve durante casi un año
condicionó definitivamente mi existencia, desde entonces noto que me
resulta difícil si no inviable enamorarme porque nadie está a la
altura de aquellas circunstancias y nadie me proporciona el placer
que obtenía yo de aquellos encuentros hoteleros, porque siempre nos
veíamos en hoteles, él estaba casado y yo también”. “¿Y en
qué consistían esos encuentros si puede saberse”, preguntó mi
lacónico hermano. “Pues me maltrataba de forma maravillosa, me
ataba, me humillaba, me pegaba cuando sabía que podía hacerlo y
donde sabía que debía hacerlo, incluso se meaba encima de mí; en
fin, maravilloso, insuperable”.
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