Rito sin mito
Allí estaban ellos todos, correteando
por la calle peatonal pintarrajeados de forma grotesca. Gritando de
forma desaforada y blandiendo en su manitas, la mayor parte de ellos,
extrañas armas. Así es, todos los niños del barrio estaban en esa
calle, mi calle, que va y resulta que es peatonal. Todos los niños
del barrio todos. Todos los niños del barrio y sus amiguitos, quizá
de otros barrios, quizás, gritando disfrazados de algo y
pintarrajeados de forma grotesca en mi calle peatonal que contiene 5
terrazas gigantes que se corresponden con los 5 bares que las
regentan. Todos los niños gritando enloquecidos con sus caritas
pintarrajeadas de forma grotesca mientras sus padres cenaban en las
terrazas también disfrazados y pintarrajeados de forma grotesca. No
todos pero si casi todos. De todas formas allí estaban todos,
correteando o cenando en mi calle peatonal disfrazados de forma
grotesca; lo que aún no sé es quién gritaba más, si los niños
excitados con sus espadas láser o los padres, crecidos, con sus
maquillajes de zombie. Todos gritando y enloquecidos -crecidos- sobremanera
debido a la facultad que les proporcionaban, precisamente, los disfraces y
maquillajes. Todos los niños correteando y gritando excitados, esos
niños y esos no tan niños que disfrutaban de una fiesta que sólo
es fiesta. Sólo eso,:puro rito, además en este caso importado. Y todos esos
padres atiborrándose de patatas bravas entre gracia y gracia, las
que gritaban supongo que con el fin de hacerse entender. O de hacerse querer.
Todos, niños y padres, celebrando una fiesta que les exige, como
cualquier fiesta, divertirse, gritar. Los niños correteando
pintarrajeados y gritando frases verdaderamente grotescas si no
inverosímiles. Todos los niños todos acercándose a los viandantes
y otros padres diciendo “¿truco o trato?”. Mientras todos los
padres todos gritaban con estruendosas carcajadas las gracias de todos, las gracias de sus niños y las de los niños
de otros y las de los otros padres y las de ellos mismos. Así todos excitados, disfrazados
y pintarrajeados de forma grotesca, gritando chistes y preguntas
inverosímiles. Ocupando la calle, toda la calle, estaban los niños,
todos los niños de mi barrio, haciendo extrañas preguntas con sus
caritas pintarrajeadas de payaso asesino. Ocupando toda la calle
estaban todos los niños de mi barrio, así como los padres de esos niños que enseñaban a esos niños, sus hijos, cómo
comportarse, perdón divertirse, en público en la noche de difuntos,
esa noche en las que los muertos no llaman a la puerta sino que se
filtran por las paredes. Gritando desaforados se encontraban en mi calle todos los padres de
aquellos niños que ocupaban toda la calle peatonal corriendo por
ella como si les fuera la vida en ello que les iba a tenor de sus
gritos y de sus armas. Mientras sus padres gritaban sentados para
darle sentido a la noche, la noche divertida, la noche de difuntos,
la noche de Halloween, la noche que exige el rito sin mito. Menos mal que tenemos cerca el Black Fridey, ¿no?
Pos Scriptum. O dicho sin tanta
literatura. Los mismos padres que no saben qué hacer con sus niñitos
ante una fiesta que celebra todo el mundo aun sin saber por qué, son
los mismos padres que le ponen a sus niñitos un teléfono en las
manos sin saber por qué a los 10 años. Y todo por un miedo que no
saben controlar en toda su adultez: miedo a que sus niñitos les
desprecien en tanto que padres frikis, que lo serían por no hacer lo
de “todo el mundo” (aunque ese miedo suponga convertir a esos
padres en seres impersonales y sin verdadera preceptividad sobre sus
hijos), y miedo a que sus niñitos puedan convertirse en los frikis
-para sus amiguitos canallas y encanallados por el consumismo- si no
les OBLIGAN a tener lo que “todo el mundo tiene”, un teléfono con internet: así, pintarrajearse
como un payaso asesino el día de difuntos y tener un móvil con
internet a los 10 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario