En
efecto esto es una misiva, no un panfleto, está dirigida
exclusivamente a ustedes, padres de esos seres que, precisamente por
edad y por definición se encuentran conformando; padres de seres
crudos. De ahí que siempre le hayamos dado la importancia que se
merece a todo aquello que le sucede a un niño; a todo aquello, lo
sabemos, que por sucederle en estado crudo condicionará su ser de
forma determinante, para lo bueno y para lo malo. No por otro motivo,
lo sabemos también, los (buenos) padres son aquellos a los que le
preocupa soberanamente las experiencias que pueden tener sus hijos
cuando son niños, esto es, cuando son seres crudos a los que les
afectará toda experiencia, para bien o para mal. Y por ello unos
buenos padres son, entre otras pocas cosas, los que preservan a sus
hijos de experiencias nocivas, es decir, de experiencias nada propias
ni adecuadas para unos seres a los que podrían afectarle de forma
fatal y muchas veces de forma irreversible. Por otra parte, yo sólo
puedo hablarles a ustedes en nombre propio y sólo puedo hablarles
desde mi condición, no hay otra. Y como no hay otra sólo puedo ser
sincero. Sincero y claro aunque siempre haya tenido dudas acerca de
la eficacia de entender lo primero como un principio inmutable y
recomendable, y lo segundo como una cualidad personal. Pero este es
el momento, el kairos, que diría un griego de hace 2600 años,
el momento oportuno.
Así,
y después de esta necesaria introducción iré al grano: son todos
ustedes unos hijos de puta. Todos; es decir, todos los que lo son.
¡Claro que podría haber usado otro adjetivo!, pero habría sido con
toda seguridad menos eficaz y desde luego menos apropiado. ¿A
quien puede importarle hoy en día que se le llame malvado? O mejor:
cuando digo todos lo que quiero decir es todos aquellos que cierran
los ojos ante la tenencia y uso de un teléfono móvil con datos por
parte de su hijo/niño.
Hoy
mismo me han mandado por teléfono a “modo de gracia” un pequeño
vídeo de contenido sexual que me ha dado nauseas; un vídeo que ha
afectado mi estado de ánimo de forma considerable; un vídeo que se
encuentra en el limbo de la red y al que todo el mundo tiene acceso;
un vídeo, de hecho, que por estar en la red "móvil" está
a la vista de todos; un vídeo que por estar a la vista de todos no
está a la vista de quien voluntariamente pueda decidir verlo, sino
de aquel al que “le llega”. Que le llega tarde o temprano, tenga
la edad que tenga, no lo dude usted. Un vídeo que precisamente
“llega” a más gente debido a la alienada afición de tantos a
compartir su perversa promiscuidad.
Todo
aquel padre que haga la vista gorda a la tenencia de un teléfono
móvil por parte de su hijo/niño porque le resulte más fácil no
hacer gorda esa vista es un hijo de puta. Porque el teléfono móvil
con datos es un portador potencial, esto es, factual, de atrocidades
como la que hoy mismo he visto hasta que me han entrado las arcadas.
Un vídeo tan cruel como innecesario que se ha repetido en mi mente
durante demasiados momentos a lo largo del día de hoy. Yo lo he
abierto porque no sabía lo que iba a ver y porque me lo mandaba un
“amigo”. Un vídeo monstruoso sí, pero no casualmente
monstruoso, porque lo que le confiere la “gracia” que lo hace
compartible
es,
precisamente, su anormalidad, su monstruosidad.
Todos
aquellos padres que se hagan los despistados ante la tenencia de un
teléfono móvil por parte de su hijo/niño buscando excusas para
justificar esa tenencia no es más que un hijo de puta, porque ha
puesto en manos de ese su hijo/niño, es decir ante sus ojos, la
posibilidad de ver toda la barbarie humana, todo lo peor del ser
humano, haciéndolo además cuando su hijo/niño está crudo, cuando
su ser se encuentra conformando, cuando no tiene capacidad de
discriminación ni de discernimiento, cuando, como bien sabemos, es
susceptible de ser afectado por ver aquello para lo que su mente no
está preparada, una afección que podrá determinar, en el mejor de
los casos, un trauma del que posiblemente nunca sea consciente. Y
quien de ustedes crea que exagero… que se vaya freir espárragos.
Porque no existe ninguna casualidad en el hecho de que los vídeos
elegidos para circular masivamente por la red representen la cara más
sádica y perversa de algo tan natural como puede ser la misma
sexualidad. Esos millones de vídeos cruentos, crueles y obscenos que
circulan con perfecta naturalidad al alcance de cualquiera son,
precisamente, la cara opuesta de la naturalidad. Y por ello son los
elegidos para hacer “la gracia” que debe compartirse.
Así
y para acabar: todos aquellos padres que dicen preocuparse por las
compañías de sus hijos; todos aquellos padres que se dicen
preocupados por ese bullying
que
puedan estar sufriendo sus hijos, todos aquellos padres que se
preocupan por los horarios de llegada de sus hijos a casita, y sobre
todo, todos aquellos padres que critican la potencial violencia
machista de tantos hombres, todos aquellos padres, digo, que dicen
querer a sus hijos/niños dándoles abrazos y buena educación pero
que les ponen en sus manos esa arma nuclear que es un teléfono móvil
conectado a todas las imágenes posibles del mundo... son unos hijos
de puta.
Y
si no lo creen piénselo de esta otra forma: darle un teléfono con
datos a una niña es algo parecido a comprarle un bono para que
pudiera ir gratis a un cine en el que podría ver a 5 hombres
ciclados follándose simultáneamente a una jovencita que más goza
cuanta mayor es la violencia a la que la someten con ¡toda la
naturalidad del mundo! (gang bang), o ver a 25 o 30 tipos de toda
condición, tamaño y edad corriéndose encima de una joven a la que
se le empasta el rostro mientras sonríe de felicidad y satisfación
(bukkake), o una mujer que se la chupa a un caballo, etc., etc. Y
después pasa lo que pasa, lo sabemos, que una mujer de 18 año
bebida y de fiesta decide poner en práctica eso que en su teléfono
ha visto tantas veces y que tanto placer parecía darle a la
representante de su sexo...
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