¿Qué cosa es el público? ¿El
público de qué? O mejor, ¿dónde está cuando no está donde debe?
Llevaba años esperando esperando -sin Godot- que algún espectáculo dramatúrgico me sacara de su estado
letárgico. Y mientras esperaba me aburría o me indignaba
precisamente por no cejar en esa esperanza. Esperanza en la espera
activa, pues. Casi casi basura ha sido todo lo que a uno se le ha
venido encima en los teatros a los que he ido acudiendo estos
últimos años. No exagero. Basura aplaudida con ímpetu sin duda por un público
ignorante por ideologizado o infantilizado. Años acudiendo al
teatro, casi cada semana, con la esperanza de que, como en antaño,
alguna obra me conmoviera. Alguna. De vez en cuando siquiera. No por
una cuestión de innecesaria nostalgia, sino de pragmática
necesidad. Cada vez más necesito creer en algo.
Ayer se cambió la dinámica. Tuve la
suerte y el privilegio de ver un montaje teatral de primer orden.
Como era de esperar, de prever y de suponer no éramos más de 30
personas las que en un domingo por la tarde tuvimos esa suerte y ese
privilegio. La obra: 1789, en un universo paralelo, de Hadi
Kurich.
Pero ¿por qué cree uno que había tan
poca gente? Pues por varios motivos, los mismos motivos por los que,
ya de entrada, se me hace difícil comprender la existencia de esta
obra en los teatros valencianos: NO es una comedia, NO se trata de
una compañía valenciana (subvencionada) y por último se trata de una obra exigente
en la medida en que pudiendo ser entendida por la universalidad del texto, la verdad es que sólo una persona medianamente culta
puede disfrutarla en plenitud. Así, pues, obra condenada al
fracaso, el fracaso por el que hoy en día se mide todo. Sin embargo
su indudable éxito se encuentra en la obra en sí misma, un prodigio
de montaje para un texto milimétricamente preciso. El éxito de esta
obra no era probable, pero ya se sabe: hoy en día, en estos tiempos
de corrección política y de ideología agresiva, el éxito,
cualquier éxito no puede ser otra cosa más que una forma de
sofisticado fracaso. Y viceversa: muchos fracasos no pueden ser más que un signo de éxito. Así pues, 1789 un éxito (30 espectadores en domingo). Las cosas excelentes
necesitan fracasar en alguna medida para poder ser excelentes. En
alguna medida, repito, en alguna medida.
El título ya avisa para que nadie se
lleve a engaños. Un título disuasorio -y por tanto valiente- para
todos aquellos que no le pongan cara a esa fecha, que son tantos...
De hecho mi acompañante no sabía nada acerca de la fecha, ni
reconocía los nombres de los personajes ni de lo que supusieron en
la historia real. De tal forma que se tuvo que conformar con dejarse
llevar por unos diálogos que no le referenciaban ni remitían a
hechos concretos del pasado -del que salía este texto ficcional-, pero no por ello dejó de disfrutar por el sentido
de universalidad que se desprende de la elaboración de un texto
bello y preciso al que se añade la sobriedad de las
interpretaciones. ¡Qué raro ya es encontrarse en el teatro algo de
inteligente sobriedad!
Un espectáculo... ¡sobrio!, qué
extraña paradoja y ¡qué bienvenida!: un espectáculo que utiliza
la creatividad escenográfica para generar las sutiles metáforas que le permitirán
evitar esa espectacularidad digital que tanto necesitan los
ignorantes (al menos cuando no hay risas). Ignorantes, sí, los ignorantes que ha ido generando una
Opinión Publicada absolutamente alineada, alienada y cobarde, que
dejó de hacer verdadera Crítica de Teatro para que toda obra
pudiera tener el mismo éxito merecido. Igualdad: todo es
maravilloso y nadie es menos que nadie en el producto artístico. En la era de la corrección política no cabe ya la verdadera Crítica; ya no cabe el derecho al pataleo debido a una suerte del relativismo cultural que se nos ha impuesto por la vía de un buenismo populista; un buenismo cuya principal función es velar por la salud mental de los
mediocres. No está hecha la miel para la boca des asno. ¿Éramos 30 personas en el teatro? Pues eso.
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