sábado, mayo 26, 2018

El Barómetro Juvenil II

(Leer por orden I, II y III)
Pero, ¿son reales los datos que nos ofrece ese Barómetro Juvenil cuando dice que “el 21,6 por ciento de los jóvenes sufre depresión moderada o grave” y el 19, 3 por ciento padece ansiedad y tiene sentimiento de fracaso? Yo diría que reales no, que se quedan cortos. Ayer mismo estuve con una mujer que mostraba preocupación por el presente de su hijo porque había acabado el bachillerato y tenía que tomar decisiones respecto a sus estudios, esto es, respecto a su futuro. Me contaba que su hijo de 17 años quería ser diseñador de zapatillas deportivas. Tratándose de un campo muy cercano al mío por doble partida (profesional y pedagójico) me interesé por ello y le hice algunas preguntas que me parecían pertinentes para conocer más a fondo las inquietudes de su hijo y así poderla ayudar. Le pregunté por ejemplo, “¿por qué zapatillas?”, a lo que me contestó: “ah, porque le gustan”. “Pero ¿acaso le gusta el diseño?, le dije. Contestación: “no, lo que le gustan son las zapatillas deportivas. Así yo, “entonces quiere estudiar diseño? Así ella: “no, lo que quieres es diseñar zapatillas deportivas”. “Bueno, pero para diseñar zapatillas deportivas tendrá que empezar por aprender diseño, ya sea en general o industrial en particular”. A lo que la madre preocupada por el presente de su hijo contestó: “lo que quiere mi hijo es crear una empresa de zapatillas en la que él sea el propio diseñador”. Así que ya hemos llegado al núcleo de la verdad: lo que quiere su hijo es ser emprendedor primero y acto seguido, pero muy seguido, un diseñador de éxito.

Ante tal cúmulo de despropósitos, y dado el cariño que tengo por esa mujer-madre, le hablo de las escuelas en las que se imparten los estudios de diseño y le doy información de primera mano y privilegiada dada mi condición de profesor de una de las más prestigiosas de la actualidad (e incluso le informo de las jornadas de puertas abiertas en las que puede recibir información sobre el terreno de la mismas carreras). También le hablo de documentales con los que el chaval puede disfrutar a demás de hacerse una idea cabal de lo que cuesta triunfar en cualquier terreno, ya sea creativo o no. No toma nota de nada.

Mutatis mutandi. Me encuentro escribiendo este texto en el tren camino de Barcelona; es aquí precisamente donde he leído la noticia de lo del Barómetro Juvenil (26 de mayo). Llevo cerca de una hora y media larga en él, que es el mismo tiempo que llevamos todos los que hemos salido desde Valencia. La chica que se encuentra junto a mí al otro lado del pasillo se ha hecho unos cuantos selfies nada más tomar asiento, desde entonces no ha hecho otra cosa que repasar una y otra vez todos ellos con el fin de determinar, supongo, en cuál de ellos aparecía más mona. No exagero, la necesidad de volver a ellos una y otra vez, y de ampliarlos y repasarlos con el fin de determinar en cuál salía más favorecida le habrá llevado más de una hora. Lo que ha venido después, es decir, lo que ha hecho hasta cubrir esta media hora larga que llevamos en el tren, ha consistido en elegir a quién le mandaba es selfie vencedor para indicarle que ya estaba en el tren camino de Barcelona.


Así que volvemos a la pregunta: ¿son reales los datos que nos ofrece ese Barómetro Juvenil cuando dice que “el 21,6 por ciento de los jóvenes sufre depresión moderada o grave” y el 19, 3 por ciento padece ansiedad y tiene sentimiento de fracaso? Desde luego que no. Lo hemos visto: a la madre le preocupa el presente de su hijo por el futuro que pueda esperarle, pero no está dispuesta a torcer nada. Y al hijo le preocupa su presente en función de unas expectativas que tienen más que ver con la imaginación y la fantasía que con la realidad más cruda. Y es que precisamente, si por algo se definen los milleniums es por eso, por querer vivir no tanto con ilusión sino en la ilusión misma. Son unos ilusos porque viven más cerca del mundo virtual, que es tanto el de sus videojuegos como el que proyectan los media, que del real. Lo que quieren no es tanto hacer algo bien, porque saben de sobra que eso exige mucho tiempo de dedicación, cuanto el triunfar y tener éxito. Quizá descubrieron demasiado pronto que el éxito no se encuentra claramente vinculado a la excelencia. Y por eso, lo que quiere el hijo de mi amiga es ser emprendedor primero y acto seguido, pero muy seguido, un diseñador de éxito. ¿Ansiedad? ¿Sentimiento de fracaso?

Los padres del hoy, lo decíamos hace un momento, pueden hacer cualquier cosa menos todo aquello que, al pensar de sus hijos, a los que temen, les convierta en entrometidos. Olvidando de esta forma que ellos mismos son, precisamente y por definición, los preceptores que por amor y madurez, están obligados a preservar a sus hijos de errores fatales. La madre considera que argumentar a la contra de la disparatada idea de su hijo es alejarlo de su ilusión, sin apercibirse de que no es más que la ilusión de un iluso, un iluso que entre cosas lo es por encontrarse, aún, en estado crudo. En cualquier caso la madre no quiere intervenir demasiado. Y por eso ha incorporado un mantra a su discurso: “el caso es que mi hijo es tan buen chico...”. Mantra que en realidad sólo le sirve para justificar su indolencia y su inoperancia.  

Así que en realidad el porcentaje del que habla el Barómetro Juvenil tiene muchas posibilidades de ser falso porque seguro que no contempla casos como el descrito.¿De qué es entonces carne de cañón este chaval? ¿De ansiedad? ¿De sentimiento de fracaso?

Lo que en cualquier caso está más que claro es que este chaval, como todos los chavales de 17 años tiene, desde los 12, un teléfono de altas prestaciones que le ha permitido ver imágenes que harían vomitar a un adulto. Algo que por lo que veo nadie incluye en los diagnósticos cuando el llamado Barómetro digital se hace cargo de unas estadísticas desoladoras. Y por cierto: no hay padre "en el mundo" que se haga cargo de la desestabilización que provoca el ver ciertas cosas a edades impropias, aún sabiendo todos ellos que una de las funciones de los padres amorosos ha sido SIEMPRE la de preservar a su hijitos de todo aquello que pudiera afectarles y traumatizarles. ¿Que por qué? Por que todos ellos, "todos los padres del mundo" que ponen ese arma nuclear en manos de sus hijitas de 12 años, o hacen la vista gorda o mantienen la firme convicción de que sus hijitas no hacen ese perverso uso del teléfono (porque son buenas chicas). Y es aquí, justo aquí, donde a mí me da el ataque de risa. 

Mutatis mutandi II. Continúo en el viaje. Entra un chaval que rondará los 20 años y se sitúa en mi diagonal cruzando el pasillo, así que puedo ver sus movimientos perfectamente aún queriéndolo evitar. Mide cerca de 2 metros, viste pantalones cortos deportivos y camiseta de algodón estampada. Nada más llegar se atusa un poco el pelo saca el móvil y se hace un selfie, acto seguido le veo usar el móvil con el fin de mandar su imagen a alguien. Todo muy rápido, parece que tiene necesidad de descansar, así que estira el asiento y se dispone a dormir cerrando los ojos. No han pasado ni dos minutos cuando le veo sacar el móvil para revisar su actualidad, lo mira y lo devuelve al bolsillo. No han pasado ni 3 minutos que el chaval vuelve a sacar el móvil de su bolsillo para conocer el estado de sus comunicaciones. Lo dejo, parece que le va a ser imposible descansar, de hecho ahora está con él tecleando a la velocidad del rayo. Juro que todo acaba de suceder tal y como lo he descrito: el chaval parecía querer descansar pero al mismo tiempo no quería dejar de estar conectado. Lo que no sé es si sacaba el teléfono del bolsillo por necesidad compulsiva de saber (?) o porque le vibraba en la entrepierna.


Nota. Este texto está siendo publicado sobre la marcha. Desde el tren. Escribiendo y publicando, pero se acaba el viaje, así que lo terminaré en destino, en el hotel de Barcelona.

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