Valencia acaba de salir de sus fiestas patronales, la Gran Fiesta. Se calcula que ha tenido más de un millón de visitantes ebrios de entretenimiento. Así son las fiestas patronales de todas las ciudades, de todos los municipios por pequeños que parezcan: una magnificación del entretenimiento. Cada municipio a su manera y en su proporción. Da igual el carácter que originariamente tuvieran las fiestas patronales, la cuestión es que ahora son siempre la excusa para salirse del propio cuerpo y vivir ajeno a uno mismo y a su circunstancia. Toda fiesta es, ahora, un carnaval. Digámoslo sin ambages: dos millones de personas paseando por Valencia en fallas y divirtiéndose son un exponente; un exponente de la verdadera Realidad; una muestra y una explicación de la peculiaridad de la crisis española. La que nos sitúa en la cola de la cola europea.
Mutatis mutandi. Tan solo hace 20 días –es decir cinco días antes del comienzo de sus fiestas patronales- Valencia era la pura representación de la insatisfacción juvenil. Valencia era un hervidero de manifestaciones que se sucedían con la voluptuosidad y la frecuencia que exigen ciertas circunstancias insoportables. La insatisfacción de los jóvenes valencianos se hacía evidente, precisamente, ante la necesidad de que sus muestras de malestar fueran frecuentes.
Por circunstancias que no vienen al caso me adherí a una de esas multitudinarias y reiterativas manifestaciones que casi a diario se producían hace ahora 20 días. Por supuesto que no pude evitar fijarme en los manifestantes (y no necesariamente en su calzado; ver post anterior). Mi conclusión no fue muy esperanzadora respecto a los logros que con ella se pretendían. Con independencia de sus intenciones, siempre nobles, yo no veía en ellos ninguna posibilidad real de éxito; el éxito que espera obtener todo manifestante cuando necesita expresar pública y pertinazmente sus quejas ante el Poder que le humilla. Observando sus actos y escuchando sus consignas yo veía a unos sujetos que no querían realmente obtener ningún éxito, quizá por no saber en qué consiste verdaderamente el éxito. Cosas del relativismo del que tan bien se nutren cuando les interesa, dicho sea de paso. O de la ignorancia. O quizá por tenerle pánico al éxito, después de todo. Porque, es cierto, existen ciertas personas con “aparentemente reales” ganas de tener éxito que son, en el fondo, unos amantes encubiertos del fracaso, de ese fracaso que “necesitan”. Y quien dice personas dice colectivos. Me acuerdo, sin ir más lejos, del extraordinario diálogo que mantienen George C. Scott y Paul Newman en El buscavidas. En ese diálogo queda perfectamente explicada la posibilidad que en un sujeto coexistan las potencialidades reales del éxito (debido a la posesión de una excelencia y un poder real en potencia) y por otro la extraña y perversa atracción hacia el fracaso. Todo, claro, con un “aparentemente real” deseo de éxito. Veamos: la conversación tiene lugar después de que el Gordo de Minnesota desplumara a Eddie Felson (Newman) en una partida de billar de 48 horas en la que Felson comenzó ganando.
Bert Gordon: […]Lo que tú no necesitas es un pretexto para perder. […] No hay un mejor jugador de billar que tú si juegas como la otra noche. Tienes talento.
Eddie Felson: Pues si tengo talento, ¿qué me hizo perder?
Bert Gordon: Tu carácter
Eddie Felson: ¡Qué tontería!
Bert Gordon: Sabes que digo la verdad, todos tenemos talento ¿Crees que el Gordo de Minnesota tiene fama de ser el mejor por su talento? El Gordo de Minnesota tiene más temperamento en un dedo que tú en todo tu cuerpo. ¿Puedo hacerte una observación personal?
Eddie Felson: ¿Más de las que me ha hecho?
Bert Gordon: Eddy, has nacido para perder.
Eddie Felson: ¿Qué he nacido para perder?
Bert Gordon: Por primera vez en 10 años vi al Gordo de Minnesota hundido, acorralado… pero le dejaste escapar. Tenías el mejor pretexto del mundo para perder. No importa perder con una buena excusa, pero ganar… resulta a veces como una carga, pesa mucho, Perder es un fardo del que puedes deshacerte con una excusa; lo único que tienes que hacer es compadecerte a ti mismo. Es uno de los mejores deportes, sentir compasión de uno mismo, es un deporte que gusta a todos, especialmente a los fracasados.
En cualquier caso la cuestión es que fijando mi atención en los manifestantes yo sabía que llegadas las fiestas patronales todos ellos se iban a abandonar a su propia carne e iban a olvidarse del gravísimo problema que, además de acuciarles, les inducía a manifestarse con frecuencia lógicamente desaforada. Sabía, por tanto, que se iban a integrar perfectamente en la fiesta: que iban a tirar petardos por la calle, que iban a visitar las fallas de la sección especial, que iban a tomar buñuelos con el típico blusón valenciano, que iban a acudir puntualmente a la mascletà diaria, que iban a tomar el chocolate del consabido resopón de madrugada, que iban a bailar Paquito el Chocolatero; en definiva, sabía que iban a olvidarse de la presión monstruosa que verdaderamente nos inflige este deplorable e incompetente Estado Español. Mucha gente los disculpa por considerarlos sólo víctimas. Mi teoría es que, como Paul Newman en esa primera instancia en la que le inculpan de ser responsable de su propio fracaso, nadie de la manifestación aceptaría que su inconsciente le estaba traicionando justo allá donde precisamente se situaba su primer objetivo.
Como en todas las manifestaciones, gritaban consignas sobre aquello que no querían, pero sin saber qué es aquello a lo que deberían renunciar si quisieran de verdad hacer efectivas ciertas aboliciones. Porque si algo ha quedado claro en los últimos tiempos es que los jóvenes no quieren renunciar a todos aquellos beneficios que les ha proporcionado un Sistema que en el fondo les ha condenado. En este sentido, sólo serán eficaces las respuestas novedosas y no las respuestas que se caractericen por ser iguales a las de otros tiempos ya periclitados; los presupuestos de la era digital nada tienen que ver con los presupuestos de la era analógica. Ahora ya no sirve pasearse en grupo por la calle con pancartas y cantando consignas, ni siquiera sirve de nada quemar contenedores. Hoy sólo servirá a los jóvenes producir acciones que les exculpen de complicidad y connivencia con el mal, y eso sólo será posible haciendo renuncias, grandes y costosas renuncias (lo siento). Si en vez de protestar a la (ya) vieja usanza hicieran por ejemplo una hoguera con sus teléfonos móviles en la Plaza Mayor otro gallo cantaría. Con sólo dos millones de jóvenes que quemaran en público los teléfonos móviles (que pagan sus padres) bastaría para abrir una vía de esperanza. No hay que gritar, sólo hay que acometer actos que necesariamente incluyan una esforzada pero significativa renuncia. Actos, entonces, que dejarían KAO a quienes verdaderamente siguen infligiéndonos humillaciones mientras de ello se benefician.
Pero el sujeto del hoy es un sujeto distraído en la doble acepción del término (sabemos que cuando se ha producido un robo se habla muchas veces de distracción: “se han distraído 5 kilos de marihuana en…”) Así, el sujeto del hoy vive despistado además de distraído de sí mismo en la práctica del entretenimiento. Y después quiere arreglarlo todo con pancartas. La verdad es que la Cultura de la Queja ha hecho estragos.
Post Scriptum. Han sido éstas las fiestas más exitosas de la historia de Valencia. Más gente que nunca y más gasto que nunca. Viendo Valencia en fallas este año nada habría hecho pensar en la crisis. El exceso ha sido total y se ha tomado la calle como nunca. Jamás había yo visto tantas carpas, tanteas calles cortadas, tantos puestos ambulantes de comida, tantos mercaditos de artesanía organizados, tanto bullicio, tanto movimiento, tanta grasa en el ambiente. Tal ha sido el éxito que los comerciantes han pedido a la Administración que en el futuro las fiestas duren un mes en vez de una semana (Titular de portada de periódico). Me temo que con independencia de decisiones políticas muchos se mostrarán de acuerdo ante la petición de los comerciantes. Los estudiantes (¿jóvenes?) los primeros. Esta semana, sin ir más lejos, han aparecido por mi clase la mitad de los alumnos. La resaca, supongo. Es cierto que durante la semana previa a las fiestas ya hubo alumnos que faltaron con la excusa de la semana partida. Y en estas dos siguientes semanas faltarán de nuevo porque están encima las fiestas de Pascua, que también empiezan en una semana partida. Una especie de gran puente, supongo. Después vendrá la primavera, que la sangre altera y después los exámenes (y el calor, la playa, los bañadores) que les impedirán acudir con normalidad a las clases. Mientras tanto es probable que se manifiesten las veces que haga falta entre recorte y recorte. En fin: NADA. Y después 3 a 4 meses de vacaciones. Y twitter a manta.
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