domingo, marzo 11, 2012

Poderes

Las cosas suceden con independencia del nivel de escepticismo que pueda contener la humanidad entera.

Jamás pensé que pudiera sucederme a mí, pero una realidad ajena a mis deseos y a mi voluntad se impuso; o mejor dicho, se me impuso. Seré claro y directo: no sé muy bien por qué pero la cuestión es que de un día para otro he adquirido, digamos que ciertos poderes. Y lo digo yo que siempre me consideré un escéptico radical. En efecto, como si de una venganza se tratara la cuestión es que mi ya pretérito alto grado de escepticismo se ha visto pisoteado por la cruda realidad, en este caso la realidad experimentada en mis propias carnes. Y debió ser de alguna forma previsible, pues como apuntaba el infalible Hegel en su Fenomenología, no se puede ser siempre escéptico en todo y a toda hora.

Así, y por ir al grano: de un día para otro he adquirido ciertos poderes; o por decirlo de forma más concreta: desde hace unas semanas me he convertido en vidente. Me arroba decirlo así, pero la afirmación se corresponde con una verdad tan categórica que tengo claro que se trata de la forma más honesta de decirlo. Soy vidente; es decir, tengo la facultad paranormal de ver el futuro. Al principio no fue más que una sensación de preclaridad, pero con el tiempo fui viendo que se trataba de algo más. De hecho intenté no contarlo a nadie, pero al final emergía de tal forma mi videncia que no pude evitar hacer uso de ella en mi entorno.

No sé cuál es la causa de todo esto, pero la verdad es que soy capaz de prever ciertas “cosas” que todavía se encuentran por acaecer. Soy capaz de ver más allá, eso es todo. Tal es la capacidad que ya recibo peticiones de amigos de amigos que pretenden una cita conmigo. Bueno, para ser sincero, debo decir que se trata, más bien, de amigas de amigos, ya que las peticiones de citas vienen del lado femenino de forma abrumadora (sólo dos hombres me han solicitado cita). La cuestión es que me ha pillado todo por sorpresa, así que, aunque sólo sea por lo novedoso del asunto y sobre todo por lo increíble del mismo, he cedido a la tentación de confirmar mis poderes. Y he accedido a verme con ellas habiendo primero aclarado mi anti-profesionalidad. Lo curioso del asunto es que cuando, quizá por pudor, me he visto obligado a dudar de mí mismo debido a mi pasado escéptico, el interés ha siempre aumentado.

Mi metodología es, lógicamente (¿) intuitiva, pero la hay. Es extraña y heterodoxa pero no por ello deja de ser metodología. Todavía no se la he contado a nadie, pero me atrevo a contarla aquí porque he comprobado, a lo largo de los 4 años que llevo escribiendo este blog, que la gente de mi entorno (entre ellos mis propios amigos) no me lee. Que yo sepa sólo me lee uno, “Chiqui” Peiró (con el que me he cruzado 3 o 4 veces en la vida), y sé que me lee porque me lo cuenta su hermano, que es verdaderamente mi amigo y no me lee. Así pues, puedo contarlo sin que ello me cree un perjuicio de over-booking. Allá va: para “conocer” el futuro de la persona que sale a mi encuentro sólo tengo que fijarme en su calzado. Sí, en su calzado. Resulta sorprendente, pero no por ello menos cierto: basta una simple mirada de soslayo al calzado de alguien para entrever las grandes líneas maestras de su futuro. Veo el calzado de alguien y “veo” su futuro. Veo calzados y me advienen unas imágenes que, al menos en principio, no tienen una conexión clara con el lenguaje verbal. Así, creo que con independencia del poder que sin duda poseo, hace falta cierta cualificación para traducir al lenguaje lo que no son más que inconexas imágenes oníricas. Quizá ese sea el verdadero poder: el de saber traducir lo que todo el mundo “ve” sin verlo.

Hasta ahora no he fallado con ninguno de los que me han solicitado audiencia para mi videncia. Pero no se vaya a creer el lector que esta facultad la poseo sólo con los allegados. ¡En absoluto! La poseo respecto a todos los seres humanos con los que me cruzo, estén donde estén; es decir, estemos donde estemos. De ahí que pueda conocer, no ya sólo el futuro de ciertas personas, sino también, y por extensión, el de ciudades y el de países. Es decir, si me dedico a pasear por Valencia, mi ciudad, soy capaz, a poco que me lo tome en serio, de saber qué destino le espera a esta ciudad. Si el paseo lo extendiera por varias ciudades españolas podría conocer el futuro que le espera a España. Y así sucesivamente. ¡Y sólo con observar el calzado de la gente! El margen de error que pudiera darse en mis predicciones se debería, sólo, al hecho de no haber paseado lo suficiente, pero ya se sabe: hoy en día no existe la clase media. Lo que facilita las cosas enormemente.

Coda. Como le sucede a todo converso yo también he sido alcanzado por un estigma. El proceso en el que fui descubriendo mis poderes se desarrolló paralelamente a una transformación peculiar de mi voz. Así, hubo un signo exterior que iba ratificando la transformación. Mi tono de voz, mi modulación, la entonación y la cadencia de las frases estaba cambiando de forma ostensible. O por decirlo para que Ustedes me entiendan: he acabado hablando como James Stewart, como el James Stewart español, se entiende. Ya no sé hablar como antes, ahora ya sólo puedo hablar como Scottie. ¡Qué bello es vivir!

1 comentario:

Vista cansada dijo...

El otro día estuve como loco buscando un "zapato de señor" por los mandriles. Algo a todas luces "respetable" por las convenciones sociales y las circunstancias laborales (siempre he ido de sport). Aunque por otra parte me encantaría emigrar a un lugar/país en el que el único calzado necesario fuesen una chanclas. ¿Qué hacer oráculo?