Quizá tenga una explicación ese sibilino y perverso miedo al éxito.
Nos encontramos en un gran anfiteatro desde el que vemos la función estupendamente, pero además, y precisamente por encontrarnos todos “reunidos” en el mismo “espacio”, estamos perfectamente observados por quien detrás de bambalinas nos vigila, atendiendo a todos y cada uno de nuestros movimientos. De hecho, la función (obra representada) es siempre el producto de las conclusiones extraídas del análisis de nuestros gestos, los de los espectadores. Tal es su nivel di vigilancia y análisis que las funciones terminan siempre por ser modelos de lo que se espera de los espectadores. Pero nosotros, los espectadores, parecemos encantados con la función. Es más, parece gustarnos tanto la función -que nos entretiene- que no estamos dispuestos a que surjan aguafiestas. Y por eso nos convertimos en vigilantes de nuestros compañeros de anfiteatro. Algo que hacemos, sólo, porque nos libra de mosquearnos con quienes nos vigilan, que es más engorroso y sobre todo más comprometedor. Mientras la función continúa.
Debord maridado con Focault: el espectáculo aliado con la vigilancia. La perversión en estado puro. La risa entremezclada con el miedo. El Club de la comedia visto desde la cárcel.
viernes, marzo 23, 2012
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