lunes, septiembre 03, 2007

Expertos

Premisa 1 (que viene del post anterior): Lisa Dennison, directora del Guggenheim de Nueva York, defiende la tesis de que los directores de museos sean especialistas en la materia (de arte, se entiende) y no meros gestores de recursos socioculturales. Y la defiende, como veíamos, reivindicando la Teoría... y concluyendo, a renglón seguido, a través de una pregunta que ella misma se hacía y contestaba: “Creo que la pregunta es, ¿deben los museos hoy pensar como un tipo de empresa? Sí, porque son instituciones muy caras, el mantenimiento y los programas también lo son”.

Premisa 2: Desde que la Cultura ha demostrado ser sumamente rentable tanto para quien administra el dinero blanco del contribuyente como para quien se desprende del negro que le compromete, el Arte ha pasado a ser Necesario. No hay provincia que no ceje en su empeño de tener su propio Museo de Arte Contemporáneo ni gran empresario que no coleccione, subvencione, financie o done. Desgravando. O blanqueando.

Premisa 3: el tema de quien debe dirigir los museos es un tema recurrente. Y por ello no tiene nada de nuevo. El 20 de febrero de 1998 en el ABC: opinaban Martín Chirino, Miguel Angel Cortés, Miquel Molins, Juan Manuel Bonet, José Antonio Chacón y Antonio Franco. Unos pocos meses más tarde y también en el ABC aparecía otro análisis del problema con el título “¿Qué es ser conservador de arte?” Y el texto introductorio comenzaba así: “las opciones políticas no suelen coincidir con los gustos estéticos...” y acababa con una declaración de Estrella de Diego: “Se ha abierto la veda de lo ‘moderno’ y todos opinan como si fueran conservadores –de museo, claro”. Los expertos invitados a analizar eran Juan Manuel Bonet, Estrella de Diego, Francisco Jarauta, Rafael Argullol, Tomás Lloréns, Miguel Fernández Cid, José Jiménez, Pablo, Jiménez y Gloria Moure.

Por su parte, en Diciembre de 2001, El Cultural de El Mundo reunía ante la pregunta “¿Quién debe dirigir los museos?” A Kosme de Barañano, José Jiménez, Delfín Rodríguez, Fenando Marías, Victoria Combalía, Guillermo Solana y Javier Arnaldo. Y en octubre de 2002 bajo el título “El perfecto director de museo” y con el subtítulo “Siete expertos analizan cómo debería elegirse al responsable de un centro público” se reunió a Juan Antonio Ramírez, Delfín Rodríguez, Valeriano Bozal (presentados como catedráticos), María Corral, Kevin Power y Rosa Olivares (presentados como expertos).

Pues bien, aun con las pequeñas posibles diferencias de opinión entre unos y otros, lo que se desprende del análisis de todos estos textos es: primero, que los expertos dicen, de sí mismos, ser los mejor cualificados para dirigir los museos. Las decisiones del Arte las debe tomar el propio Arte y por tanto los centros deben ser entes autónomos que no dependan de la Administración. Y segundo y fundamental: el motivo por el que se dice que no puede ser de otra forma es el motivo por el que los expertos son expertos y no políticos; a saber: porque sólo los expertos entienden de Arte lo suficiente para saber dónde se encuentra lo bueno, lo genuino, lo auténtico, dónde se encuentra en definitiva la calidad, es decir, el Arte. Ante la crisis desatada por posibles intrusismos en la conformación del patronato del Reina Sofía Elena Vozmediano, situándose claramente del lado de los expertos y en contra de los intrusos dice, “un patronato fuerte y profesional garantiza la continuidad y la calidad de un proyecto museístico y expositivo” (El Cultural, 12-12-99).

Premisa 4: el mundo del arte ahora no tiene nada que ver con el mundo del arte de, digamos hace 20 años. Perogrullada que parecen ignorar tantos. El Arte ha pasado en pocos años, de ser el residuo de una cultura elitista a ser aquello que se sabe como un gran negocio por explotar para cualquiera que sepa aprovecharlo. Pero el cambio, aunque brutal, ha sido paulatino. Fue no hace muchos años cuando se comenzaron a sentar las bases de un periodo que sería muy distinto del precedente. Las nuevas exigencias provenían, claro, del capital y de la clase dirigente, en común unión; por fin ambos se fundían y confundían. Era el principio de los noventa y las galerías de arte pasaban por una crisis originada por cambios que se estaban produciendo a escala mundial (guerras, globalización, emigración masiva, nuevas tecnologías). El Arte hasta esos momentos se producía muy lentamente: los artistas exponían en galerías y cuando su currículum no daba lugar a dudas, es decir, después de muchos años, se le hacía una retrospectiva y se le editaba un libro. Pocos libros pues sobre artistas contemporáneos. La clave de entendimiento de esa época ya periclitada se encuentra en el concepto de lentitud, que se encuentra estrechamente vinculado al de cantidad. Cuanto más lento es el proceso de legitimación del artista es menor la cantidad de artistas que se legitiman. Por el contrario, a mayor velocidad en la legitimación del artista, más son los artistas que se necesita legitimar. Y eso fue exactamente lo que sucedió: allá por principios de los noventa, un galerista amigo que llevaba ya entonces 22 años en la divulgación del Arte Contemporáneo me lo dijo: “No puedo competir con la Institución. Yo no puedo más que ofrecerles una exposición y a duras penas, mientras que la Consejería de Cultura no sólo se la ofrece itinerante sino que además le publica un catálogo a todo color”. Llevaba razón el galerista. Hacía no mucho tener una publicación sobre la propia obra era el privilegio de unos pocos que habían tenido que luchar durante años, ahora, sin embargo, raro era el alumno de Bellas Artes que no acaba su carrera con una o varias publicaciones sobre su Obra. Publicaciones, eso sí, con textos protocolarios a manta y con logotipos en contracubierta de todo pelaje.

Así fue como el Arte pasó a ser algo puramente administrativo: aprovechando la crisis del Arte al Estado se le ocurrió la brillante idea de utilizarlo como Imagen (la importancia de la imagen como eso por lo que los demás nos reconocen es un concepto plenamente posmoderno). Y por otra parte, a las multinacionales, siempre tan bien avenidas con la clase dirigente, se les ocurrió, ¡también y simultáneamente!, que el Arte podía ser una buen forma de lavar... la Imagen (lavar la imagen así como otras cosas más comprometidas). De esta forma, ya se habían dado las premisas suficientes para que el mundo del Arte no fuera lo que hasta entonces había sido. Sobre todo si tenemos en cuenta que quien podía no estar muy de acuerdo (dados todos los precedentes históricos) con el cambio, el artista, se subió al ten antes de que se pusiera en marcha. Y sin manos, agarrando la manecilla de la puerta con los dientes.

Así, y pasado ese primer momento de desconcierto que llega después de un cambio de paradigma, las Consejerías de Cultura fueron afianzándose como puntales desde donde todas las iniciativas partían. Y mientras las Consejería de Cultura comprobaban lo fácil, barato y rentable que les salía comprar a los artistas más comprometidos (comprometidos con su tiempo, claro), las más importantes galerías privadas se vieron obligadas a buscar nuevos clientes. Con el tiempo, y en un proceso digno de ser estudiado en monográfico, los mejores clientes de las pocas galerías que subsistieron acabaron siendo, precisamente, las Instituciones políticas así como las mejores macroempresas y multinacionales (que tan bien se llevan con los dirigentes políticos).

Premisa 5. Borja-Villel dijo ayer Sábado en El País: Los museos deben dirigirlos intelectuales, no gestores” y después hacía una declaración de principios muy combativa en la que decía cosas como “Es fundamental crear estructuras autónomas que no estén basadas en valores mercantiles”, o “queremos impulsar la redacción de un código ético que impulse el papel del museo al servicio del público, y la construcción de una memoria no colonialista”. O, cómo no, “la cuestión es cómo educamos, cómo evitamos la espectacularización del museo y su sumisión al turismo y al urbanismo”.

Coclusión: Menos mal que el mundo no se encuentra en manos de bárbaros que sólo pretenden formar parte del Guiness y menos mal que contamos con la Cultura. La Cultura entendida de forma seria, la Cultura que, a decir de muchos, es una de las pocas cosas por las que merece la pena vivir: la música, el arte, la literatura, la arquitectura, etc. Menos mal que los gestores y representantes de esa Cultura se dedican a pensar su profesión para poder hacer un uso adecuado de sus conocimientos, si no con consecuencias benefactoras en la práctica de su quehacer (a lo mejor sería mucho pedir), sí al menos consecuencias interesantes desde el punto de vista del Pensamiento. Menos mal, pues. Porque si hay algo que debemos presuponer de los gestores culturales de altas instancias o la los creadores con elevadas dosis de responsabilidad es, por lo menos, que saben de lo que hablan. Y todo es, al parecer, una cuestión de educación, como hemos visto. Y como son ellos, los expertos, los que saben de lo que hablan, pues eso, nadie mejor que ellos para educar a la sociedad. Dirigiendo museos o lo que sea.

La pregunta entonces podría ser: ¿cómo puede exigirse (desde un museo) independencia en la toma de decisiones cuando la imposibilidad de esa independencia ha sido provocada (por previamente suplicada) por parte de quien ahora la exige? O dicho de forma más directa, ¿cómo se le puede pedir al Estado o a Coca-Cola que no intervengan en las decisiones o en la dirección del Museo si ese Museo es lo que es gracias al Estado y a Coca-Cola?
nota: pido disculpas de nuevo por las incorrecciones gramaticales y las faltas de concordancia de posts anteriores. Las prisas y la poca paciencia.