martes, noviembre 22, 2011

Reaccionario yo

A.Están los integrados, por ahí. Con sus malditas redes sociales. Errando por ese pseudomundo de cursi y elemental denominación. Viviendo pues (en) el instante del ciberespacio. Todos usuarios. Atontados ante la necesidad de de ser reactivos, veloces: oportunos. Porque el don de la ubicuidad alienta al sujeto del hoy a tener que ser ocurrente pero también oportuno. Enganchados, todos. Con sus malditas arrobas, con sus nicks malditos, encubridores. La velocidad y la fugacidad como puesta en escena necesaria. Sin momentos privilegiados. La velocidad y la fugacidad homogeneizando el tiempo acrónico. Sin pasado y sin futuro. O mejor, sin pasado pero sobre todo sin futuro.

B.Los integrados con sus redes, jugando al ingenio. Creyendo. Sintiéndose afortunados por ser protagonistas de las maravillosas consecuencias logradas por el cambio de paradigma: los antiguos medios de comunicación unidireccionales y dictatoriales se han quedado por fin obsoletos gracias a la Revolución informática. Creen. Creen los usuarios de las redes sociales, los integrados. Creyendo pues en la Verdad que para ellos emana de toda interacción comunicativa, creyendo que toda interacción es por tanto un signo de libertad. Los integrados se creen libres ahora porque la comunicación no es ya unidireccional, esto es capitalista, o sea porque pueden comunicarse (sic) directamente con, digamos Rubalcaba o Rajoy (¡ay el twitter!). Y quien dice esos dice Bisbal, o Sánchez Dragó, o Ronaldo. Ilusionados, pues, millones de personas por poderse comunicar con la cúpula (los dioses). Creyendo por ello en su libertad, la que representa a la Libertad. Los integrados están encantados con el “tiempo real”. Con el instante del “tiempo real” y con su trato directo con los dioses. Y por eso son integrados… porque les gusta estar encantados. Enganchados pues ante la necesidad de estar encantados. A perpetuidad. Mientras, todo se ha de decir, los dioses llenan su panza de caviar.

A+B.Están los integrados por ahí, encantados. Quizá indignados, pero encantados. Creyendo que la comunicación es, por aparente, real. Creyendo en la comunicación, pues. Creyendo que el signo de nuestro tiempo es la comunicación y encantados de que la para ellos verdadera comunicación (la que es interactiva) les permita expresarse sin necesidad de formar parte de la cúpula. Y lo que es definitivo: encantados de comunicarse directamente con ella… y a tiempo real. Viviendo pues a tiempo real, esto es, a velocidad vertiginosa. Porque vivir sólo a tiempo real conlleva una forma de vida necesariamente apresurada. Para el interconectado (integrado) no existen la lentitud y la parsimonia porque no existe ni el pasado ni el futuro, sólo existe el movimiento. El presente continuo ya no se estira "hacia atrás" para recordar porque nada hay que recordar ya; y no se prolonga "hacia delante" porque no hay nada en lo que confiar ni nada que temer ni nada que esperar. El espacio ha sido devorado por el tiempo. Y un tiempo sin espacio, que además es necesariamente veloz, es un tiempo sin ética.

A-B + B-A.En 1971 el nada sospechoso Hans Magnus Enzensberger escribió un librito al que llamó Elementos para una teoría de los medios de comunicación. Cuando aún se hablaba de computadoras y no de ordenadores Magnus Enzensberger decía que la “libertad de opción de las masas ha sido siempre una ficción, dado que desde un principio se las alejaba sistemáticamente de los medios de producción y en consecuencia de la opinión pública liberal”. Y Bertolt Brecht decía 40 años antes que “la radiodifusión han de ser transformada de aparato de distribución en un aparato de comunicación”. Pues bien, hasta aquí hemos llegado. El voluntarismo de los antaño pensadores más sagaces y lúcidos se ha hecho realidad. Las redes sociales han servido, claro, para que las masas (que diría aquel) puedan expresar su sentir libremente y puedan comunicárselo al mundo entero. A tiempo real. Pero también se equivocaron porque sirven, sobre todo, para eliminar la pausa y el recreo. El Aquiles del hoy ha comprendido que muerto el perro se acabó la rabia, y por eso se ha cargado a la tortuga. La manipulación ya es, por fin, multidireccional. Y el caos absoluto porque el hipervínculo, puesto en manos de un Aqulies sin tortuga, es devastador.

A=B.1971 es el pleistoceno para un nativo informático. Y en 2011 unos cuantos millones de nicks se creen libres porque pueden comunicarse (sic) con unos avatares. Cuánta ingenuidad. O cuánta idiotez. Y a las pruebas me remito: así nos va.

domingo, noviembre 13, 2011

Indefensión y desamparo (o elecciones V)

Si hay alguna cualidad –virtud- que debiera ser prioritaria para determinar la pertinencia de un prójimo a nuestro personal círculo de afines ésa sería, probablemente, la sensatez. Digo yo. Pero si hay alguna cualidad que deberíamos exigir a nuestros gobernantes, a todos, esa sería, sin duda, la SENSATEZ. Lástima entonces que la sensatez pueda definirse como aquello que todas las personas creen poseer. Algo que todo se ha de decir nos ha conculcado, como decíamos hace unos días, la cultura de la queja y el victimismo impuesto por la fatídica corrección política basada en un relativismo melifluo e irresponsabilizador. Es cierto que resulta despreciable el número de personas que serían capaces de desaconsejarse a sí mismas debido a su autoconsciente y admitida insensatez. Así, el hecho de que prácticamente nadie se considere un insensato es, precisamente, unos de los hechos más peligrosos y aterradores a los que se encuentra abocado el ser social. O dicho de otra forma, si el sujeto está condenado a alguna amenaza permanente y sumamente peligrosa ésa es sin duda la insensatez de un “cercano”. Si el “cercano” tiene cierto poder la cosa puede complicarse. Si la insensatez llega a formar parte del carácter de toda una clase al completo la cosa se agrava, pero si la clase es la clase política la cosa puede ser devastadora. Era poco probable que toda una clase fuera abducida por la insensatez, pero España ha demostrado una vez más que es different. Y lo ha demostrado a lo grande: con los mismos gobernantes (los que han conseguido que España se incluya en lo que los internautas europeos llaman países “pig”).

En el post anterior hacía referencia al desamparo hacia el que nos abocaban los poderes fácticos cuando permitían la total indefensión del ciudadano. Sobre todo porque la proporción de perjudicados/beneficiados con esa táctica mencionada es metafísicamente incomprensible; por incomprensiblemente maléfica. No puede caber más maldad que la de aquel (la compañía telefónica y el político que consiente) que mancilla, humilla y abandona a millones de ciudadanos a costa de la fortuna de unos pocos. Y un Estado que deja al ciudadano abandonado, no a su suerte, sino a la malograda suerte por el mismo Estado programada en connivencia con los magnates sin escrúpulos, es un Estado putrefacto; un Estado agusanado. Y su poder se sustenta, más que en la contrapartida económica que recibe a cambio (por los entes empresariales monstruosamente abstractos para el ciudadano y perfectamente concretos para el político: Moviestar, Vodafone, Orange, etc.), en el ejercicio de esa misma autoridad capaz de humillar a tantos millones de personas sin que esto no produzca graves consecuencias. O sea, se sustenta en la misma pura maldad.

Esta vez han sido las compañías de telefonía y de telecomunicaciones las que nos han señalado la vejación que a diario sufrimos los ciudadanos con pleno consentimiento de todo el Estado. Pero hay muchas otras vejaciones que vienen de otros sitios y que son el resultado de esta misma indignante forma de actuar carente de toda ética. El post anterior comenzaba con lo que parecía un caso personal, que después no lo era en la medida en que era extensible a la casi totalidad de usuarios. La putrefacción del Estado consiste en hacer que todos esos casos parezcan, sólo, personales. Sin ir más lejos, y por volver al terreno personal (extensible), en este año me he visto envuelto en dos casos en los que debía intervenir el seguro que en teoría me debía proteger de ciertos daños causados sobre mis pertenencias. En los dos se hizo el requerido peritaje y en los dos el seguro se desentendió del pago que por ley le correspondía asumir. En los dos casos tuve que acudir a los servicios de un abogado. La sola presencia de un abogado en la contienda hizo que las compañías abonaran inmediatamente el pago que se me había estado negando en innumerables y costosas llamadas telefónicas. Es decir, pagaron cuando les salió de las narices que es, después de todo, cuando la retribución que me correspondía por los daños causados se evaporaba en los costes del mismo abogado. Tan claro estaba el informe pericial que ante la carta de mi abogado me hicieron el ingreso en dos días. Pero lo peor del caso viene siempre cuando comento estos infortunios a mis allegados. Todos me dicen lo mismo, “claro, ¿qué no sabes lo que se ahorran las compañías aseguradores por todas aquellos afectados que renuncian a la contratación de un abogado?”. Así, con esta estrategia maléfica, son perjudicados los usuarios afectados que no llegan a contratar un abogado pero también perjudicados los usuarios que sí lo hacen. En fin, todos. Desamparados e indefensos todos y siempre, mientras los políticos cruzan la calle en un Audi de ventanillas ahumadas y comen a diario en estrellas michelín. Porque como ya he dicho en otras ocasiones les importamos una higa. Allá donde la insensatez de los gestores de este país no llega, llega la maldad. Si votamos a los menos malos tendremos lo que nos merezcamos.

domingo, noviembre 06, 2011

Carta a los indignados (o elecciones IV)

No es que quiera hacer extensivos mis problemas, pero me he acordado de aquellos artículos que con cíclica frecuencia solía escribir el insobornable y estupendo Javier Marías contra Telefónica. Me identificaba y solidarizaba con sus argumentos y quejas de forma absoluta. Eran épocas de monopolios y Marías esperaba el fin del monopolio de Telefónica como agua de Mayo. Como yo. Y por eso me faltó tiempo para cambiarme de compañía cuando tuve la primera oportunidad. ¿Qué pasó después? Pues que me tuve que cambiar de la nueva compañía debido a irregularidades evidentes con las que trataba a sus clientes. […] Y después a otra… Y después a otra…

¿Y ahora? Ahora estoy en trámites de abandonar la que me ha estado engañando durante estos últimos tiempos. Y cada vez resulta más difícil darse de baja. No existe un contacto directo con bajas, debes hablar primero con unas cuantas incompetentes máquinas que no entienden la voz humana, debes teclear números que tampoco entiende nunca el burdo sensor de la compañía, debes hablar con varios sudamericanos (lo siento) que te hablan de tú y dicen (algunos) entender tu problema, el que dicen que no pueden solucionar, debes escuchar musiquillas infames durante los interminables minutos de espera, debes resignarte a que nadie pueda solucionarte el problema y, lo peor, debes sosegar tus instintos asesinos cuando después de 20 minutos en esas circunstancias se corta la conversación de manera tan sospechosa como indefectible. Y vuelta a empezar.

Todos conocemos casos de usuarios que han sido víctimas de alguna compañía telefónica. Y si somos todos los que conocemos casos particulares de estafa en nuestro pequeño entorno es porque el modus operandi de las compañías es con toda probabilidad absolutamente fraudulento y con toda seguridad ajeno a toda posible ética empresarial. El viernes pasado me dio por preguntar a mis alumnos. Todos habían tenido problemas, y serios, con las compañías a las que habían pertenecido, o con aquellas a las que seguían perteneciendo. Una alumna en concreto se encuentra a la espera de juicio y dos más han tenido que recurrir a abogados. A mí me toca pagar por un servicio que no se me ha dado durante dos meses y he de pagarlo so pena de complicar muchísimo más las cosas. Y saben que si quisiera recuperar lo pagado por mi no servicio durante esos dos meses tendría que contratar a un abogado que me costaría diez veces más de lo que vale mi deuda.

¿Se trata todo esto de una desviación digamos que previsible del sistema capitalista o de una política liberal? En absoluto. Se trata de una circunstancia que nos habla, y con claridad, del tipo de gobernantes que tenemos en esta España de mis huevos. Habrá quien no quiera elevar a categoría lo que parecen simples anécdotas de los casos particulares. Pero es de ahí, de la pusilanimidad del individuo, de donde las compañías beben la sangre que refresca sus gigantescas arterias. Decía en otros posts que los políticos españoles son malvados (sin paliativos y si excepciones) porque no saben nada acerca del ciudadano de la calle. Y en efecto, son malvados porque el Estado que consiente estas aberraciones es el Estado de un país irremediablemente putrefacto. Mientras la clase política deje que estas cosas vayan pasando el país que representa jamás podrá levantar la cabeza. Un país donde el ciudadano se encuentra vendido es un país sin libertad y sin justicia. Y un país sin libertad y justicia es un país asqueroso.

jueves, noviembre 03, 2011

No habrá paz para los malvados

La parsimonia es una cualidad cinematográfica que, después de todo, no es apropiada para ser aplicada a cualquier idea. Recrearse en los puntos muertos con secuencias aparentemente innecesarias o lentas requiere de una genialidad para la que no todos los directores están preparados. La parsimonia requiere oficio, sensibilidad y sobre todo inteligencia. Hay mucho cine bienintencionado al que sólo le sobra un poco de parsimonia. Mucho cine (auto)considerado independiente o alternativo (en América indie) necesitaría revisar el concepto para no confundir la falta de ideas con la supuesta pureza que parece emanar de cierto entendimiento ensimismado de la parsimonia. Y desde luego no se trata de una cuestión de géneros, no hay por qué asociar la parsimonia al cine intimista. Puede haber cine de gansters o incluso westerns realizados con estilo parsimonioso. Y hay películas pretendidamente intimistas (o comprometidas) que habrían ganado con cierta agilidad narrativa o con algún matiz deslumbrante. Cuando la parsimonia se da en su justa medida el cine crece como forma de conocimiento.

La parsimonia en el cine no consiste en decir poco, sino en saber exactamente qué es lo que no hay que decir. Pero sobre todo, cuándo y cómo no hay que decirlo. Es decir, la parsimonia no puede ser un estilo sino una forma de abordar determinadas secuencias narrativas. La parsimonia funciona cuando los silencios, las pausas y los recreos extáticos se encuentran milimétricamente calculados y cuando la contención es la adecuada para cada secuencia. No se trata de dejar que el espectador complete la información no dada en el juego del silencio y la elipsis, sino de dar la información precisa de la forma más adecuada respecto a la trama. Tanto si se trata de la descripción de un personaje como si se trata de una escena dialogada. Toda escena tiene un tempo adecuado, por lo que diremos que una película es buena cuando su ritmo interno responde a tempos adecuados, con independencia de si estos son lánguidos o vivaces. Es en este sentido que la lentitud deja de considerarse un defecto. Hay de todas formas muchos farsantes entre los influenciados por Antonioni y Angelopoulos.

No habrá paz para los malvados es una de las mejores películas españolas de los últimos tiempos, pero no resulta fácil recomendarla. Para los amantes de la acción resultará decepcionante y para los amantes de los sentimientos resultará frustrante. Así, no resulta fácil recomendarla porque se trata de una película contenida y sombría. En cualquier caso es una película necesaria porque, además de todo, representa a nuestra querida España, esta España nuestra del hoy. O por decirlo de otra forma, si el cine de Víctor Erice tuvo su momento y ese fue sin duda el mejor cine posible de ese momento, ahora le toca al cine de nuestro presente, el gansteril. Porque eso es exactamente lo que necesita este país que ha vuelto a la charanga y la pandereta (así nos ven desde fuera), pero con altas dosis de corrupción. Necesitamos sobriedad a capazos.

Sobriedad, contención y austeridad narrativa en una trama sin solución de continuidad es lo que hay en No habrá paz para los malvados. De alguna forma se tenía que compensar al ciudadano español hastiado de los shares televisivos y de los rancios panes oscuros y las sofisticadas pieles deshabitadas. Urbizu lo hace con esta película y nos salva de la quema mostrándonos nuestro propio infierno.

En No habrá paz para los malvados sólo tienen cabida los malvados, que son los que hacen y deshacen España. Todo(s) lo(s) demás es(son) puro relleno, puro ornamento, puro cartón piedra. Sólo prima la maldad y son los malvados los únicos protagonistas. Todo lo demás es secundario, subsidiario: grotesco. Es en todos los demás personajes donde habitan las buenas intenciones, pero son los malvados los que tienen siempre la última palabra. Estamos en manos de los malvados, para los que nunca habrá paz, los demás somos, como mucho, simples espectadores desconcertados, atontados.

Post Scriptum. No hace mucho mi amigo Juan me dijo que buscara en Internet el blog de Carlos Carnicero y que leyera todos los artículos que salieran poniendo en “búsqueda” las palabras clave, Zapatero, Pedrojota y Barroso. Supongo que los conocerán ustedes. El ejercicio requiere de un tiempo, pero les aseguro que vale la pena leer todos los artículos que aparecen en esa búsqueda. La trama gansteril española que Carnicero describe con precisión (de periodista independiente) deja a las historias de Vito Corleone en un cuento de Disney. Pero como decía Bardem, aquí nunca pasa nada.