domingo, junio 29, 2008

Demagogia

Con todo el miedo metido en el cuerpo, con todo el miedo metido hasta las gónadas, dice el político de derechas ante los medios que le instan a una definición de su nuevo partido: “centro, diálogo, mujeres y futuro”. Y el político pone cara de haber cumplido una misión.

Centro. El centro es un punto, un punto que no es necesariamente de encuentro. Desde el punto de vista geométrico sería el lugar del cual equidistan todos los de la circunferencia correspondiente. Así, para entender la metáfora, cuando un partido político se autodefine como de centro, y con independencia de que eso sea creíble e incluso posible, lo que hace es ubicarse en un lugar en donde todos equidistan de él en la misma medida, de tal forma que una ideología socialdemócrata (por un decir) sería equiparable a una ideología (es un decir) nacionalista. O lo que es lo mismo, la actitud de un partido de centro equidistaría igual de todos aquellos que se encuentren dentro de la misma línea de la circunferencia. “Siempre y cuando –se apresurarán a decir quienes se autodeclaren de centro- permanezca dentro de la Ley y su actitud se atenga a la constitucionalidad”.

Desde el punto de vista del álgebra abstracta el centro serviría para denotar al conjunto de todos los elementos que conmutan con todos los demás. Así, cuando un partido se autodenominara de centro sabríamos, todos, que se trata de un partido perfectamente cristiano en el que todos, por fin, seríamos hermanos. Hermanos y residentes en un país que podría llamarse de cualquier manera. Disneylandia, por ejemplo.

Diálogo. Los tópicos siempre han funcionado bien ante una mayoría, ante cualquier mayoría. De hecho, los tópicos tienen el mismo predicamento y funcionan exactamente igual en Kenia que en Valladolid. Uno de los más difundidos es el de que hablando se entiende la gente. Algo que se dice, como en tantas y tantas ocasiones, cuando se pretende ignorar el lado animal del ser humano. No hay más que ver un programa de televisión (y es igual que se trate de un debate político que de un programa rosa), para darse cuenta que, fundamentalmente, hablando se desentiende la gente. Cada Uno se desentiende del Otro, claro.

Además, el diálogo tiene buena fama porque suscita idea de movimiento. Algo que resulta esencial para el ciudadano ya anclado en la Nueva Era, la Era de la Informática. Si hay algo que reclama esa nueva sociedad que se mueve por autopistas de información es, precisamente, movimiento. Lo único que confiere credibilidad a la existencia a este nuevo tipo de ciudadano es la idea de movimiento, el movimiento que genera la información obtenida a través de un clic. Y la idea de haberse (in)formado desde una efímera superficie luminiscente. Por otra parte, existe algo en la idea de movimiento continuo que sirve perfectamente a los intereses de esos nuevos ciudadanos amantes de la second life: que reniega de las conclusiones. En efecto, en un mundo donde el movimiento es necesariamente entendido como continuo ya no caben las conclusiones, pues al no existir la pausa no hay posibilidad de pensamiento. Los silogismos se quedan sin la parte que daba sentido al pensar. Las premisas adquieren un valor todopoderoso y reniegan de esa parte del silogismo que ancla el pensamiento en un punto. El punto es una pausa y la pausa un estorbo. Las conclusiones serían, para mis alumnos, por ejemplo, la perfecta representación de la muerte. Ya no hay pues silogismos, pues no hay conclusiones, hay sólo movimiento, es decir, diálogo. Sin entendimiento, se entiende.

Mujeres. Aquí, sin embargo, me pierdo. No tanto por el término en cuestión cuanto por no saber exactamente lo que representa para el político enunciador de las características que deben definir a su partido... de centro. ¿Se trata de potenciar y ayudar a la Mujer en esos términos políticamente correctos que la consideran víctima en sí misma y en general de todos los hombres que conforman una unidad machista? ¿O simplemente se trata de decir que su partido va a predicar con el ejemplo haciendo un uso desproporcionado (¿) de la paridad a la que están obligados por ley?

Fuere cual fuere la interpretación de sus palabras, la cuestión (el problema) tiene fácil solución: el diálogo (supongo que es por eso que han puesto tantos teléfonos de ayuda), el diálogo desde ¿el centro? En otras ocasiones lo hemos apuntado: la única forma de no resolver un problema es creando las pautas que lo vayan haciendo irresoluble. Entre otras cosas porque la persistencia de problemas es lo que crea la ilusión de necesitar a los políticos y porque la existencia del problema puede ser rentabilizada por quien dice querer acabar con él.

Por otra parte el centro fue para la doctrina moral de Aristóteles -en tanto que justo medio-, una posición entre dos opciones de conducta que se consideran viciadas. Así cuando el político nos junta centro, diálogo y mujeres viene a decirnos que serán ellas, las mujeres, las que nos desquitarán del vicio. No sé si serán las mujeres de su partido las que conseguirán una sociedad mejor a través del diálogo o si será su partido dialogador el que conseguirá una sociedad en la que las mujeres vivan en igualdad de condiciones. En cualquier caso, lo que se infiere de sus palabras es claro: la Mujer es un objeto codiciado para todo político que quiera medrar. Y a la mujer no parece importarle nada. Supongo que mientras vaya beneficiándose a corto plazo de lo que se va empeorando al largo.

Futuro. Existe una forma perversa de entender el presente, la de desentenderse de él aduciendo que es irremediablemente incomprensible debido a la falta de perspectiva histórica. Es probable que dicho así pueda parecer chistoso, pero lo de la falta de perspectiva histórica es exactamente la base sobre la que se ha fundado lo que conocemos por Cultura Moderna, la que a su vez se ha fundamentado y justificado a partir del concepto de progreso. (Quien quiera puede acudir a la siempre edificante Historia del Arte y comprobará como todos y cada uno de los movimientos modernos se basaban en la incomprensión que suscitaba y por tanto en su valor de futuro, el que se preveía desde la ignorancia).

Marc Bloch ya apuntó como más productiva que otras esa forma de historiar que trataría de ir entendiendo el pasado desde el presente yendo cada vez más hacia atrás. Es decir: trabajar desde lo más conocido hacia lo menos conocido en una especie de método regresivo. Tiene su lógica, de hecho y como dice Peter Burke “con independencia de dónde se comience una historia, siempre puede argumentarse que debería haber empezado antes”. Por supuesto se trata de algo que imposibilita a los que alegan incapacidad de conocer el presente por falta de perspectiva histórica. Y por eso sólo hablan de futuro.

Conclusiones. No las hay. No puede haberlas.

jueves, junio 26, 2008

El roquefort y los toros

“¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”, repetía mi amigo todos los viernes.

Hará de eso unos 22 años pero lo recuerdo por las veces que me regresa como recuerdo. Tres amigos nos reuníamos los viernes para cenar. Vivíamos en Ibiza y habíamos localizado un restaurante en San Antonio donde servían una ensalada por la que valía la pena desplazarse a San Antonio, que como es sabido es una ciudad que estaba acondicionada, sólo, para las vacaciones de los mineros de Yorksire. La ensalada en cuestión estaba compuesta por unos ingredientes cuya combinación hacía las delicias de dos de nosotros, que no del tercero. Una ensalada tibia por uno de sus ingredientes, el beicon, servido en tiras muy finas y crujientes. El resto de los ingredientes: lechuga, pasas, manzana, tostas rebañadas con ajo en los laterales y, claro, queso roquefort. Y cada viernes, y aproximadamente a la misma hora, mi amigo repetía como un autómata “¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”, mirándonos con una cara que mezclaba envidia y rabia. Y nosotros, mientras disfrutábamos del único motivo que nos hacía llegar a San Antonio, observábamos de cerca la desgracia que se traslucía del lamento de nuestro amigo. Nos envidiaba por el placer que obteníamos degustando esa combinación de materias y se retorcía en su asiento mientras comía algo que verdaderamente le gustaba. Era tal su obsesión por nuestro manifiesto placer que seguro que no disfrutaba de lo que “verdaderamente” le gustaba y por eso repetía todos los viernes “¡Cómo me gustaría que me gustara el roquefort!”.

Cada vez que veo una de esas imágenes de José Tomás que están dando la vuelta al mundo de forma persistente me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Pero nada, se me resiste. Hay veces en que me gustan cosas que no entiendo, pero no es este el caso. No entiendo eso de los toros, pero cuando oigo a algún intelectual al que admiro haciendo su particular panegírico me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Menos aún entiendo que lo asocien al concepto de arte, pues la muerte sólo cabe en el arte a modo de alegoría, de símbolo, de metáfora. Todo lo demás es tradición ancestral, esto es, barbarie. Pero cada vez que veo una de esas imágenes de José Tomás, enhiesto, con una cornada de 20 cm. en su pierna y apartando a sus colegas me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros! Pero nada, se me resiste, no soy capaz de ver el valor como una forma de arte. Los movimientos del torero que se juega la vida ante la bestia sí me parecen dignos de la estética, de cierto concepto de la estética. Si bien es cierto que cualquier positividad ante los toros se me evapora cuando compruebo que la verdadera bestia se encuentra encima de un caballo que le clava una estaca a un ser noble (según dicen los amantes de los toros), y en ese otro que le clava arpones en la espalda a un ser noble al que van debilitando para conducirlo a su fin último, y en ese otro que con la cara ensangrentada como signo de su valor le incrusta a un ser noble y debilitado una espada buscando su corazón para que el ser noble debilitado se derrumbe a los pies del valiente. Veo la imagen de José Tomás saludando al tendido con toda la cara ensangrentada y me digo a mí mismo, a quién si no, ¡cómo me gustaría que me gustaran los toros!

lunes, junio 23, 2008

Perversión

En el anterior post hemos visto cómo a Loretta le cambia la vida una experiencia, la de conocer a un hombre que es capaz de levantarla en brazos mientras le dice “te voy a follar hija de puta”. En cualquier caso, lo anormal no se inscribe en el hecho de que una experiencia pueda cambiar la vida de una persona, sino en el hecho de que la experiencia sea provocada por la propia persona actuando a la inversa de lo que se encontraba preestablecido por y desde ella misma. Es decir, el cambio no viene producido por una experiencia ajena a ella e impuesta desde fuera, sino por una experiencia que además de ser provocada por ella resulta contraria a su manera de ser. Sin olvidarnos que esta expresión, “manera de ser”, no hace referencia más que al conjunto de signos y síntomas por los que la personalidad emerge para confrontarnos socialmente a los otros. La personalidad nos distingue de los otros en la medida en la que nos identifica ante los otros.

Loretta cambia de hombre de un día para otro. Y cambia a un hombre que se arrodilla ante ella, por otro hombre que es capaz de levantarla por el aire (y por tanto de separarla de la tierra); el primero cede ante su deseo (y por eso se arrodilla) y el segundo manifiesta enérgicamente el suyo (y por eso la levanta). Tal es el cambio; pasa de elegir ser “madre” de su amante (de Johny) a elegir ser “objeto” de un amante también deseado (Ronny), de elegir el dominio de la situación y una seguridad más o menos incierta (como la que vive su madre) a elegir una especie de sumisión y una cierta inseguridad (de la que nada sabe). Un cambio asentado en el riesgo, pues la claudicación inmediata ante Ronny se fundamenta en la irracionalidad, en aquello que escapa a las leyes sociales y culturales. El mito, una vez más, ha prevalecido sobre lo mundano; se ha impuesto el proteccionismo, la fuerza, la acción, la asertividad y por tanto la incerteza y el riesgo, porque es precisamente todo eso lo que puede acercar a Loretta a un contacto con lo Real, porque es donde Loretta puede encontrar su verdadero goce. De hecho, poco después de consumar el acto se reconocen mutuamente haber estado muertos antes del encuentro carnal.

Mutatis mutandi. Como es sabido, acaba de implantarse un nuevo Ministerio, el de la Igualdad. No sé si lo que pretende es reivindicarla o imponerla, pero en cualquier caso su flamante Ministra se encuentra concediendo entrevistas a los medios con el fin de explicarlo. La penúltima la concedió al El País hace unos días (18 de Junio). Ante la pregunta basada en aquel dislate léxico (“miembros y miembras”) que le hacían los periodistas, “¿Quería un debate sobre el sexismo en el lenguaje o una broma se fue de las manos?” Bibiana Aído contesta, “no voy a añadir nada más sobre esta cuestión”. Con lo queda demostrado el carácter juvenil y prepotente de la Ministra, que manifiesta muy poco respeto hacia el interlocutor, pues presupone que el lector (en este caso de El País) ya sabe todo lo que hay que saber a través de (se supone) comentarios por ella misma vertidos no se sabe dónde. Su negación a contestar es pues, en este caso, un signo de perfecta incompetencia política y un síntoma de incapacidad intelectual. O por decirlo de otra forma: su renuncia de explicación es un tipo de respuesta/explicación que sin duda ha sido aprendida viendo programas del corazón y no leyendo ensayos, por lo que es una respuesta propia y previsible de Isabel Pantoja o de Ana Obregón, pero no de una Ministra.

Si se da por hecho la igualdad no sabría cuál es exactamente su cometido, más allá de exigir su aplicación, lo que demostraría, entre otras cosas, la incompetencia del Ministerio de Trabajo y cuestionaría la eficacia de la Justicia en su totalidad. Y si lo que trata es de imponerla no entiendo muy bien cómo puede imponerse algo que pretende englobar a dos entidades que son consideradas distintas, distintas en la medida en que es eso exactamente lo que al parecer hace necesario hablar de igualdad y crear un Ministerio. La cuestión es que incluso para abordar el problema de la igualdad (¿o debería decir desigualdad?) el Ministerio ha creado dos teléfonos de asistencia dependiendo de si son hombres o mujeres los/las que llaman. Ante la observación de los periodistas al respecto Bibiana responde, “la única forma de avanzar en la igualdad es incorporando a hombres y mujeres. La sociedad ha cambiado mucho y es muy importante que avancemos en el cambio de roles”.

Respecto a la primera de las afirmaciones sólo me queda que expresar mi incomprensión, pues no entiendo por qué, de repente, parece estar dando una receta de cocina. Y respecto a la segunda sólo cabe expresar mi admiración y perplejidad: admiración por la primera parte, la que nos abre los ojos diciéndonos que la sociedad ha cambiado mucho y perplejidad por la segunda, pues una cosa es reconducir un rol y otra es (inter)cambiarlo. Lo que se deduce en cualquier caso de esta respuesta es que la necesidad de corrección política es tan grande que induce a decir tonterías que careciendo de sentido dejen clara la buena voluntad. (Y todo se ha de decir, la gente cada vez más vota a quienes muestran buena voluntad en los medios y menos a quienes persisten en aplicar soluciones desde un enfoque ideológico sea del cariz que sea. Incluso a pesar de que se encuentre mal expresada esa voluntad, como es el caso).

Y por último el motivo que ha dado lugar a este post, el titular de la entrevista, en negrita y con casi un centímetro en la fuente: “Vamos a trabajar sobre una nueva masculinidad”. Con lo que, de nuevo, la única causa del problema, la causa de tanta desgracia, es el hombre; el hombre, pues, como ÚNICO culpable. Presupongo que este sentir se correspondería con aquel tópico que en mi adolescencia ya se difundía por doquier: deberíais los hombres sacar vuestro lado femenino sin avergonzaros de él y olvidaros de ese compromiso adquirido con vuestro género que no se corresponde con una demanda real nuestra. Como si el lado femenino redimiera a quien es sólo malo debido a un lado masculino, criminalizando no tanto al canalla como al género.

Los periodistas, que parecen saber mejor de qué hablan que la propia experta, preguntan, “Cuando se habla de una nueva masculinidad podría alguien entender que se criminaliza lo masculino en bloque”, a lo que Bibiana responde, “Una forma de trabajar contra la violencia de género es trabajar en la igualdad, porque se sustenta en la desigualdad, en una masculinidad que descansa en un sistema patriarcal, así que trabajando por una sociedad más igualitaria combatimos la violencia”. Así, la nueva Ministra vuelve a dar pistas acerca de su peligrosa ignorancia, ya que la mal llamada violencia de género poco tiene que ver con un problema de igualdad. Loretta actúa como actúa, no tanto por vivir en una sociedad patriarcal como por ser mujer. Ronny ha mostrado, ya en la primera secuencia, importantes dosis de agresividad y no sólo no resulta disuasorio para ella sino que se convierte en motor. Y Como sabemos que es una película, no le queremos dar mportancia, sobre todo porque intuimos que por ahí nos encaminamos hacia el final feliz, ese en el que nos imaginamos una perfecta vida ulterior de los personajes. Pero Ronny ha mostrado su lado violento y, por decirlo en palabras de Ronny, Loretta se ha puesto cachonda. De hecho se trata de la escena que enciende a Loretta, y es justo la secuencia anterior en la que se produce el salvaje encuentro sexual por ella buscado.

Como vemos, la conclusión de Bibiana choca tanto o más con el modo de actuar de Loretta que con el modo de actuar de Ronny, que al fin y al cabo se ha mostrado como es desde un principio sin pretender nada de ella; es en ella donde emerge el fuego, un fuego que llega a un Ronny y lo abrasa. Un fuego, en definitva, que no es de Ronny en la medida en la que sólo puede ser de ella. El problema, como tantas veces se ha apuntado en este blog, es que la estrategia de la corrección política es la de hacer irresolubles los problemas que denuncia y que dice intentar erradicar. Por resumir: es falso que realmente lo intente, pues es en la existencia del propio problema donde todo gobierno encuentra su máxima rentabilidad. La eliminación del problema no daría ni un euro a las miles de personas que viven de él y lo que es peor, nodaría ni un voto a quienes lo usan para conseguirlos.

Son muchas las Lorettas que hay repartidas por todo el mundo. No son sino mujeres que buscan la experiencia de lo Real, mujeres que no buscan lados femeninos en los hombres sino más bien ese hombre que pueda descubrirles el goce al que sólo ellas tienen acceso (como sabiamente apunta Jesús González Requena en “El Héroe y la Mujer”, Trama y Fondo 16). Lo que sucede es que, una vez más, los mandamases reconducen las pulsiones de la sociedad conculcando algo que en el fondo infantiliza (y por tanto irresponsabiliza) más a los integrantes de esa sociedad. Desde las altas instancias académicas así como desde las altas instancias políticas, tan bien avenidas ellas, se nos lleva conculcando una desmitificación del Mito sin paliativos. Su indiscriminada ansia de relativismo les induce a desmitificar incluso lo que obtiene su único sentido a través del Mito. Así, a Bibiana le pasa lo que a tantos ciudadanos: que ven signos machistas o patriarcales donde sólo hay signos de una construcción simbólica de la diferencia sexual. Algo que genera un problema que se agrava cuando esos mismos ciudadanos que han renunciado al Mito (por cosiderarlo signo machista) siguen haciendo uso del Rito. Cuando Loretta es escéptica con su futuro y no cree en el amor se sirve del Rito para despistar su apatía, su nihilismo, y por eso exige protocolo y resolución formal. Pero la construcción simbólica de la diferencia sexual es algo a lo que estamos atados los seres humanos, por lo que resulta como mínimo inquietante que se haga un esfuerzo tan grande por negar lo que aflora de forma inevitable, el Mito. Ésta es precisamente la causa por la que los problemas no se resuelven e incluso se agravan: porque mientras se conculca la igualdad (desembarazándose del Mito), sin renunciar a los ritos que mantienen los roles tradicionales, llega Ronny y le dice a una mujer inteligente: “te voy a follar hija de puta” y la mujer inteligente le contesta, “no dejes nada de mi (para cuando me case con tu hermano), deja sólo la piel y los huesos”. La perversión consiste, pues, en exigirle al hombre que sea aquello que es contrario a lo que marca el deseo de quien lo exige.

martes, junio 17, 2008

Hechizo de luna

En todo texto artístico (fílmico, literario, etc.) existe la enunciación de una verdad. O mejor, todo texto fílmico, literario, etc., debe contener la posibilidad de una verdad si lo que quiere es ser artístico. De hecho esa es la diferencia que distingue los textos artísticos de los meramente informativos. No se trata de una simple paradoja; es la paradoja sobre la que se constituye el arte. El encuentro con una verdad es lo que otorga sentido a la experiencia estética, a su existencia. Esa verdad, claro, no tiene porqué tener una existencia previa a la misma experiencia. Es decir, no se trata de confrontarse a las intenciones de un determinado autor (de un YO), ya que todo autor se constituye, sin poder evitarlo, de espaldas a la verdad de su deseo. Una cosa es el Yo enunciador y otra el Sujeto de la enunciación, que es también sujeto del inconsciente, del suyo y del colectivo. Por decirlo de otra forma, las bondades artísticas de una película como Providence, por ejemplo, no se infieren de las intenciones del autor, sino de la lectura que hace el espectador. No es Resnais el atormentado, somos nosotros.

Así la experiencia estética nos confronta con una verdad de magnitud variable; puede ponernos en contacto con una verdad o puede, en según qué ocasiones, confrontarnos con algo que no es privativo del arte: LO REAL. Si lo primero se asienta sobre el concepto de Placer, lo segundo se asienta sobre conceptos más movedizos y displacenteros.

Dicho esto me referiré a la excelente película Hechizo de luna haciendo, sólamente, un pequeño comentario de algunas escenas, evitando demasiados juicios analíticos y dejando que el lector saque sus por otra parte particulares conclusiones. Como es sabido se trata de una de esas películas que parecen no tener cabida ni en la filmografía americana ni en la filmografía del propio autor. Podría decirse, si consideráramos la filmografía del autor y aun aceptando algún acierto en ella, que Hechizo de luna le ha salido al bueno de Norman (Superstar) Jewison por casualidad. Si eso fuera posible.

No vale la pena resumirla pues quien la ha visto, la “conoce” y quien no, debería verla. Vale la pena describir las tres primeras secuencias, las que de forma magistral sitúan al espectador ante una trama que se encuentra viciada por el aspecto social en el que se enmarca, el del patriarcalismo. Un patriarcalismo, claro, en el que las mujeres son amas y señoras de sus hogares, es decir, dueñas de la familia.

En la primera secuencia vemos a Loretta en su trabajo: es contable de una funeraria. Es la contable de alguien (su jefe) que, seguramente con razón, se considera y autodeclara un genio a partir de su última intervención mortuoria. Acaba de terminar un trabajo de amortajamiento que al parecer le ha salido tan bien como de costumbre. Ante la vanidosa afirmación del funerario Loretta le replica que su negocio es un auténtico caos desde el punto de vista administrativo y que él es un desastre en el tema de la gestión. Acto seguido a él se le cae la tostada al suelo y Loretta tiene que ayudarle a hacerse el nudo de la corbata. Por si faltara poco (respecto a la información que vamos obteniendo de ella) aparece el repartidor de coronas mortuorias con su producto y Loretta dice no comprender el excesivo gasto que conlleva la compra de algo que nadie aprovecha. Ante la incomprensión del repartidor por el desprecio de las flores Loretta le insta a no equivocarse, “no te equivoques, que las flores le encantan”.

En la segunda secuencia se encuentran Loretta Castorini y Johny Cammareri en un restaurante donde él ha decidido pedirle la mano a ella. Ante la petición ella le cuenta, con cierta sangre fría evidente, que su viudez se debió a no haber seguido el protocolo reglamentario, así se declara supersticiosa y le exige que se arrodille para pedirle la mano formalmente, como mandan los cánones. Él le contesta que el traje es muy caro y se va a estropear si se arrodilla, a lo que ella replica que ya lo sabe porque fue ella la que le acompañó a elegirlo. Antes se ha producido un pequeño incidente en el restaurante que va a resultar sintomático a lo largo del film: un señor discute con una mujer mucho más joven que él y que termina yéndose del restaurante no sin antes haberle arrojado el plato de pasta en la entrepierna. Ante el espectáculo ofrecido Jonhy le dice a Loretta, “un hombre que no puede controlar a su mujer, es gracioso”.

En la tercera secuencia Loretta se despide de Johny en el aeropuerto, que se va a Roma porque su madre está agonizando, de hecho pospone la boda por ello. Cuando se acerca a la ventana para ver despegar el avión una vieja le avisa de que el avión va a estallar porque le ha echado un maleficio. Por lo que cuenta la misma vieja, su hermana viaja en ese avión y fue ella quien le robó a su marido 40 años antes y se casó con él. Una hermana que además le acaba de confesar que en realidad nunca quiso a su marido y que sólo se lo robó para sentirse más fuerte. Loretta le contesta que no cree en los maleficios a lo que la vieja replica, “yo tampoco”. Casi inmediatamente después de las tres secuencia comentadas Loretta le cuenta sus intenciones de casarse a su madre, ésta le pregunta, “¿le amas?” y Loretta contesta “no”, “eso está bien- continúa la madre- si les amas , lo saben y entonces te vuelven loca”.

Como hemos visto, las tres primeras secuencias de la película dejan claro ya los roles de los personajes aparecidos. Ella es una simple trabajadora y trabaja para un hombre que es el dueño de la empresa además de jefe. Roles previsibles de una sociedad antigua por patriarcal, donde los jefes son ellos y ellas súbditas de sus jefes. Él es un genio (como queda expresado a través de una afirmación que no puede comprobarse pero que no tenemos por qué dejar de creer) pero no sería nadie (como queda claro, también por expresado y visto) sin la discreta colaboración de Loretta. Él es un genio, pero es torpe (casi bobo) y no podría hacer nada sin la ayuda “silenciosa” de Loretta, que se nos muestra generosa en su estatus. Por otra parte el extraordinario guión deja claro su taxativo pragmatismo a través de la escena con el repartidor de flores funerarias. Loretta sería capaz de renunciar a un placer (su gusto por las flores) por cuestiones administrativas, ¿racionales? Es la forma en la que ella ha decidido vivir, anteponiendo lo que “debe ser” a lo que sus pasiones le reclaman. No le importa los conflictos que ello genere, pues como hemos visto el deber de no dilapidar en cosas innecesarias (controlar administrativamente) se impone sobre el del placer que le otorgan la contemplación de las flores. Algo que choca con su defensa supersticiosa del protocolo, ya que las coronas de flores no son otra cosa que puro protocolo. La cuestión es que todos sus actos responden (como comprobaremos más tarde) a su decisión de renunciar a lo que su deseo reclama por miedo a averiguar quién es verdaderamente. Con el miedo (manifestado con asertividad) despista sus deseos.

En la segunda secuencia Loretta controla con auténtica seguridad la pedida de mano del que para nosotros es un nuevo personaje: Johny Cammareri, un hombre 15 años mayor que ella, inseguro, dubitativo, repeinado y algo rancio (no sabe ni elegir sus propios trajes). Ante la propuesta de casamiento Loretta decide que sólo aceptará casarse si Johny se arrodilla ante ella y cumple con el protocolo, con lo que deja claro, a través de la exigencia del gesto sumiso por excelencia, quién es quién en la pareja, o mejor, quién será qué. El incidente de la mesa contigua resulta clarificador en la medida en la que provoca la frase de Jonhy, “un hombre que no puede controlar a su mujer, es gracioso”, justo unos minutos antes de que éste estropee su traje arrodillándose ante una mujer que fríamente le exige unas pautas que comienzan con un gesto sumiso.

La tercera secuencia sirve para introducir un nuevo elemento informativo sobre el asunto de la película, el de la imposibilidad comunicacional y por tanto el de incomprensión que genera esa (in)comunicación. El que resulten difíciles de entender ciertas cosas no significa que carezcan de explicación. La anciana, que tuvo que superar en su momento la experiencia de cómo su hermana le robaba “su hombre” acaba de enterarse de que después de todo nunca le amó. Si bien lo que resulta del todo esclarecedor, por poco comprensible que pueda parecer, es la explicación de la hermana: que lo hizo para sentirse fuerte. Así la fortaleza de la mujer proviene de un triunfo animal, el basado en la ley del más fuerte.

Hasta aquí las tres primeras secuencias. Demos un salto y situémonos en la escena en la que Loretta decide ir a convencer a Ronny para que vaya a la boda. Los previos los conocemos: sabemos que Loretta no ama a Johny pero se quiere casar con él, sabemos que ella sabe que nunca será feliz con él pero sin embargo quiere acelerar la boda. Y sabemos, ya, que realmente va a casa de Ronny porque el fuego del deseo ha entrado en ella; o mejor: ha emergido. La extraordinaria conversación que mantiene con él se desarrolla con la ambigüedad propia de quien está sintiéndose poco a poco abrasada; sus manifiestas ansias conciliadoras no son otra cosa que la exaltación de un deseo reprimido. Aquí es cuando se produce una de las escenas más antológicas del cine americano, una escena con la que se mereció (como así quedo reconocido por la Academia) el Oscar al mejor guión. Ronny la levanta en brazos con decisión (dirigiéndose hacia la cámara) y ella le pregunta “¿qué haces?”, a lo que él contesta “te voy a follar hija de puta”. Ella responde descolgando la cabeza en gesto de aceptación y sumisión. Y confirma: “no dejes nada para cuando se case (Jonhy) conmigo, sólo piel y huesos”. De esta forma tan atípica se resuelve lo que en otra película habría sido resuelto de forma estandard y poco relacionada con una verdad: a través de la determinación (la de Ronny) que necesita de firmeza y de un vocabulario que no lleve a engaños (como el que vive Loretta con Johny), ni necesite eufemismos cursis (que serían disuasorios para Loretta), ni perífrasis innecesarias (cuando el fuego requiere ser extinguido sobra el verbo, tan humano él). No es el amor lo que triunfa, es la animalidad que la anciana sólo conoció a través de su hermana, de la experiencia de su hermana. No sólo se conforma Johny con usar el término follar sino que además lo hace apoyado en el insulto agresivo. Loretta merece un castigo y hasta ahora ella era la única que lo sabía, ahora ha encontrado alguien que en unos segundos lo ha averiguado y ha actuado como debía.

Son muchos más los aspectos interesantes que contiene la película, sobre todo si tenemos en cuenta la perfección con los que están trazados los perfiles de los personajes secundarios. Por no hablar del asunto que en paralelo va discurriendo al de la in-comunicación: el de la muerte. Lo dejaremos para otro momento.

lunes, junio 09, 2008

Medios

1. Estamos a 9 de Junio, la gente sale a la calle con chaqueta desde hace días y eso no es noticia. No genera noticia por extraño que sea, que lo es. En otros años el aire acondicionado de casas y empresas llevaría accionado desde mediados de Mayo y sin embargo la gente duerme con colcha, algo que tampoco parece ser noticia, por raro que sea el hecho. Los pantanos se han abastecido bastante y ya no hace falta trasvase de ríos allá donde se hacía inminente por necesario. No hay bronca pues, por lo que no hay noticia, sólo un breve comentario de cafetería. News is bad news, como es sabido. La Expo de Zaragoza va a dar comienzo con el agua al cuello por lo que nadie querrá hablar de sequía, o por lo menos no alzará la voz para hacerlo, no vaya a ser que se ahogue. Este año, en definitiva, nadie habla del cambio climático. Y mientras, a Al Gore se le escapan los dólares de los bolsillos cuando se sienta en su jet privado para ir a la vuelta de la esquina. ¡Qué asco me dais, medios!

2. El problema del entendimiento en la comunicación es, como siempre, el de la interpretación de los términos. Un ínclito analista político decía hoy en su ínclito periódico que le ética del periodista debía regirse por la veracidad y el pluralismo. Apuntaba además, que esto ya lo dijo hace treinta años y que desde hace esos treinta años él viene defendiendo la veracidad y el pluralismo frente al mito de la objetividad (al parecer este analista se pasó por el forro el Nuevo Periodismo con todo lo que supuso respecto al mito de la objetividad). No sé exactamente que quiere decir con veracidad, sobre todo viniendo de un analista que debe llevar más de treinta años cuestionando toda afirmación que se presente como verdadera, a no ser que sea la suya. O sea renegando de toda afirmación que se presente como verdadera siempre y cuando venga de un contrincante ideológico. Así que no entiendo lo que por veracidad él entiende. Y el entendimiento se resiste. Pero lo que no he alcanzado a entender de ninguna de las maneras y aun cuando he leído el artículo tres veces es lo que me ha querido decir con lo de que el periodista debe ser plural. Y el caso es que lo explica. Pero ya digo, se me escapa. Sobre todo viniendo de alguien cuyos artículos no se mueven ni un ápice de lo que de él se espera. Así, un periodista escribe sobre la labor del periodista y de lo que debe ser esa labor. Y lo que yo entiendo es, sólo, que no le entiendo.