miércoles, noviembre 29, 2006

Bellas Artes “Marciales”

Es la segunda vez que me pasa: me veo en la obligación de atender a la hija de unos amigos porque al parecer tiene problemas con sus”estudios” de Bellas Artes. Cuando la recibo no tarda ni diez minutos en sumiquear y lagrimear. Está ofuscada ante el cariz que van tomando sus estudios y confusa ante el camino a seguir. No le faltan motivos a la chiquilla, pues en la sociedad aún persiste la idea de que el Arte se encuentra vinculado más o menos a la Estética. Así, a la edad en la que la juventud elige su futuro, se crea un profundo mal entendido respecto a lo que puede esperarse de los estudios artísticos. Algo que no puede decirse de otros estudios; no es lo mismo desconocer profundamente aquello que se va a estudiar que acabar estudiando algo que no tiene nada que ver con lo esperable o previsible.
Por decirlo claramente: ella, como la práctica mayoría de los que deciden abordar esta “carrera”, lo hace creyendo que va a fabricar productos artísticos más o menos decorativos (de hecho todos los padres que tienen hijos que se muestran creativos me consultan acerca de la idea de encauzarlos hacia el Arte a través de los estudios propios) y se encuentra, con embargo, teniendo que hacer exactamente lo contrario de eso. Sería como si un estudiante de Medicina llegara a su tercer curso conociendo las derivas de la medicina legal y todas las cuestiones éticas y filosóficas que provienen del juramento hipocrático y no supiera lo que es un leucocito.
Me cuenta que lleva leídos no sabe cuántos libros de filosofía y teoría y que apenas le obligan a hacer nada... que no pueda justificar a partir de argumentos razonados (la famosa “memoria”) y después de unas lecturas obligadas. Se encuentra bloqueada, pues nunca se sintió capacitada para la lectura en general y menos aún para la filosófica en particular. Y llorando me dice que fue precisamente ese el motivo por el que no quiso estudiar Filosofía como su padre hubiera querido. Por lo que me cuenta sé que lleva razón la muchacha. Así las cosas:

1.Una adolescente decide, muy probablemente guiada por su deseo, dedicarse al arte para fabricar “objetos” más o menos bellos (repito que es legítima su confusión dada la idea que aún impera en la sociedad, en la mayoría de los padres de esos muchachos) y se encuentra con que: todos y cada uno de los profesores tiene sus filias respecto al pensamiento más o menos filosófico;
2. Durante el primer curso un profesor les hizo leer las tesis de Baudrillard sobre simulaciones y estrategias fatales, otro les obligó a familiarizarse con las ideas de Agustín García Calvo y otro se mostraba obsesionado con el personalismo de Mounier.
3. En segundo curso: uno les hizo leer a Focault, otro a Sade (como suena) así como varios libros sobre Queer Theory y otro se empeñó en que se supieran a Deleuze a pies juntillas.
4. En tercero se encuentra con que para su “memoria” debe compaginar las teorías sobre el incosciente de Krauss y Kuspit, otro le induce a leer a Foster para que aprenda algo sobre “lo abyecto” en su relación con “lo real” y otro le pide que asocie su proyecto, dadas las premisas, a cierto tipo de deconstrucción y le recomienda leer a Derrida. La muchacha llora, claro. Y yo no sé qué decirle. Si acaso balbuceo cosas que no solucionan su problema. La cuestión no es tanto que tenga que estudiar tantos libros de “filosofía” cuanto que esa “filosofía” la ¿imparten? gente no profesional que se mueve a capricho de sus gustos circunstanciales y pasajeros. Se trata de profesores sin ninguna formación respecto al Pensamiento que no tiene ningún rubor en ¿impartir? las doctrinas de un filósofo que coincide (coyunturalmente) con sus particulares gustos u obsesiones.

Así pues: la muchacha, que quería aproximarse a las Bellas Artes, se encuentra a merced de unos caprichosos que adiario le aconsejan "be water my friend". Y la muchacha llora, claro.

martes, noviembre 28, 2006

Crisis de pareja

La comunicación es constante entre ellos. No necesariamente verbal, pero constante. La comunicación es constante con independencia de lo que hablen, aunque no de lo que hagan. Y la comunicación es constante a pesar de sus voluntades comunicacionales. Hay comunicación en el mero convivir, en el mero seguir conviviendo. En el seguir haciendo lo que en su momento fue producto de una ilusión. Con sus actos diarios se comunican. Ambos se conocen, pues, en la medida en la que se conocen. Aunque se hablen poco. O incluso aunque casi no se hablen. Y se comunican incluso cuando no son sinceros. Se conocen, claro, con independencia de la sinceridad con la que se han comunicado en el devenir de su relación. Y se comunican aun cuando no se conozcan. Se conocen, pues, desde que se conocen y en la medida en que les ha sido posible conocerse. Todo con independencia de que todos seamos un mundo y por tanto podamos ser de muy diferente manera y con independencia de que nos sea imposible Conocer. Se conocen en la medida en la que cada uno espera del otro aquello que puede esperar. Y no otra cosa. Se conocen en la medida en que la comunicación les ha permitido conocerse. Aunque lo conocido no sea mas que el producto de una ilusión. Hablar, desde luego, no garantiza más Conocimiento porque muchas veces el hablar conduce a cierto desentendimiento. El lenguaje no es siempre una manera óptima de entendimiento, sobre todo cuando se espera de él lo contrario de lo que la inevitable comunicación cotidiana nos dicta.
Así que cuando se sigue acudiendo al sobrevalorado concepto de diálogo para salvar lo que al parecer se encuentra en estado crítico me entran náuseas. Como si quien en su inevitable comunicación no hubiera mostrado sus cartas. Otra cosa a analizar sería la coherencia habida entre lo comunicado de forma constante y lo dicho verbalmente. Y otra cosa sería confundir los conceptos de deseo y diálogo. Pero entonces es precisamente ahí, en el diálogo, donde se encuentra el mal que con el mismo diálogo se pretende erradicar. Un absurdo pues. Trasládese la cuestión, si se quiere, a la política. Y si de lo que se trata al final de las cuentas es que uno de los dos interlocutores miente (o cuarta la libertad del otro, o amenaza, o mata), pues eso, mejor romper el diálogo definitivamente.

lunes, noviembre 27, 2006

Violencia Terrible

No vienen al caso los motivos, pero tenía que hacer unas fotos a una niña que rondara los diez años. Corrí la voz en conocidos y amigos hasta que me llamó la amiga de una amiga ofreciéndose para que se las hiciera a su hija. Después de llegar a un acuerdo con ella concerté la cita. Llaman al timbre de mi puerta el día señalado y a la hora en punto, abro la puerta y aparece la madre con dos niños que, en un visto y no visto, desaparen a mis espaldas. Ella me saluda al tiempo que se disculpa, primero por haber venido con otro niño no previsto para la sesión y después por el uso del mando a distancia de la televisión que el susodicho hijo ya estaba haciendo sin permiso alguno (lo había buscado, encontrado y usado en el tiempo que su madre me daba los dos besos del saludo). Le lanza un aviso verbal pero el niño la ignora con una elegancia pavorosa. La niña, por su parte, se encontraba desaparecida. Al oir su nombre de modo reiterado aparece de entre la penumbra del final de la casa. Supongo que ya se la conocía entera.
Mi perplejidad, he de confesarlo, era total. Jamás había visto una actitud tan salvajemente irrespetuosa en una visita social de estas caraterísticas. La madre era exactamente lo contrario de los niños: dulce, educada y sumamente agradable (y todos, “ de buena familia”, como se decía antes). Les estuvo llamando la atención mientras ellos usaban mi casa como si fuera un salón de recreo. En menos de dos o tres minutos la niña descubrió la pequeña escalera por donde se accede al altillo donde yo trabajo y sin preludios de ningún tipo se dispuso para la subida. Los reflejos de una madre prevenida consiguieron atajar la escalada sujetando a su hija por los tobillos. Yo aproveché para ponerme serio por primera vez y dije que a hí no se podía subir, entre otras cosas, porque era peligrosa la escalera y no quería disgustos. Caso omiso de la pequeña. Estampa: la madre sujetando a su hija por los tobillos y suplicándole que renunciara a su intención, la hija pidiendo ser soltada para conseguir su objetivo. Duración: dos o tres minutos en la misma posición. Eternos y desconcertantes minutos.
Voy a saltarme la narración de lo sucedido durante la sesión fotográfica pero he de reconocer que lo pasé mal porque no hubo forma de tener al niño presente. Así, mientras intentaba controlar a la rebelde niña para la foto, yo imaginaba al niño abriéndome todos los cajones de la casa. Por supuesto: oídos sordos a las reiteradas llamadas de la madre. Acaba, pues, la sesión. El niño se había colocado un canal de dibujos animados (del que yo no era siquiera conocedor) y se encontraba absolutamente absorto. Al ver a su hermanito plácidamente sentado la niña se lanza a su vera apartando los cojines del sofá. La madre comienza a pedirles que se levanten y que se pongan los abrigos para poderse ir a cenar a casa. Los niños ni la miran. Tal y como se habían desarrollado los acontecimientos comienzo a temerme lo peor. Pero me quedo corto. La madre, con el abrigo puesto y suplicándoles que se levantaran, parecía casi casi un payaso.
Cuando con la voz un poquito más firme dijo “me estáis haciendo quedar mal ante Alberto, así que haced el favor de levantaros que nos vamos”, la ñiña respondió, “yo me quiero quedar y tengo hambre”. Salí yo en ayuda de la madre diciendo, “no me parece bien esto que les estáis haciendo a vuestra madre; está pasándolo mal y no sois nada comprensivos con ella” (como no tengo experiencia con niños no se me ocurrió nada mejor). A mí sí me miraba la niña pero con una mueca de adulta.
La madre coge entonces a la niña por las muñecas con algo más de energía y ésta se tira al suelo gritando su hambre. Así la madre: “pues vamos a cenar a casa”. Así la niña: “yo quiero cenar aquí”. En vista del éxito obtenido se dirige al absorto hermano, para quien ninguno de nosotros parecía existir. Intenta la misma estrategia con él: le coge de las muñecas y estira. Entonces el niño hace un gesto de dolor (grandilocuente y exagerado, pero medido sin duda), la madre lo suelta e, imediatamente, le pide disculpas. Así la madre dos veces consecutivas: “No te he querido hacer daño cariño, perdona”. Pero él ya está absorto de nuevo con los dibujos animados. Yo no sé qué hacer y ya no sé qué decir. El tiempo pasa y allí estamos la madre y yo de pie... esperando. Y allí están los dos niños sentados en el sofá, ignorándonos... en pariencia. Parecemos los dos casi casi unos payasos. En fín, violencia extrema. Soterrada si se quiere, pero extrema, sobrecogedora.
Esto sucedió no hace más de una semana y el motivo que me ha incitado a contarlo es lo leído en prensa en el día de hoy, Día Mundial Contra la Violencia de Género: de una parte el editorial sobre el tema en cuestión y de otra una entrevista a Pilar Elías. En el editorial (que además expresa lo que vox populi piensa) se dice, “...sería un error no empezar a mirar con preocupación cómo la viloencia acampa allá donde más debería estar proscrita: la familia y la escuela”. No sé exactamente qué quiere decirnos el periodista, lo que sí sé es que, muy probablemente, los niños de mi experiencia no sufran ninguna violencia en la familia y que también es muy probable que no la sufran en la escuela. Pero también es muy probable que esos niños sí vivan alguna violencia en la escuela porque lo que es seguro es que la viven en su familia. La que ellos practican. Y los que la practican son los que más saben de ella.
En la entrevista, Pilar Elías, viuda a la que “le ha tocado convivir” con el asesino de su marido dice “...cada vez es peor el odio con el que me miran muchos jóvenes por la calle. ¡No sé cómo se puede mirar con tanta rabia!”

viernes, noviembre 24, 2006

Progre

En honor a la verdad he de decir que después de publicar el post Ciutadans no me quedé del todo tranquilo. Barruntaba yo acerca de la posibilidad de haberme dejado llevar demasiado rápido por una sola opinión. Al fin y al cabo, Concha Buika podía no ser la imbécil que mi amiga decía. Se trataba, desde luego, de una posibilidad no carente de sentido, pero no por ello tenía su aserto que ser incuestionable. Era sin duda verosímil su categórica afirmación, pero yo no tenía pruebas que indicara que fuera verídico. Además, todos somos imbéciles para alguien. Y durante un tiempo me pregunté a mi mismo, a quién si no, si no sería yo el verdadero imbécil.

Casualidad a medias: haciendo zapping me encuentro con una nueva entrevista a la ínclita cantante. Tres conocidas profesionales del medio entrevistan simultáneamente a Concha Buika. Parecen estar encantadas, si no entusiasmadas, ante las respuestas que ellas mismas parecen provocar y se turnan para dejar paso a lo que es ya un puro lucimiento de quien se sabe más que solícita y admirada. La diferencia con las entrevistas comentadas en el post citado son abrumadoras. Tan abrumadoras que me parece estar viendo a otra persona.

La serenidad de entonces se ha tornado crispación, el sosiego y la voz baja han derivado hacia la reivindicación comprometida, el gesto grandilocuente y ese elevado volumen de la voz tan necesario para mantener la atención. La reflexiva respuesta ha dado paso a la afirmación categórica y previsible, etc. Eso sí, todo abrigado con un discurso buenista y buenrrollista. Porque eso es exactamente lo que se espera de ella. Transigencia, comprensión, generosidad, etc., todo a raudales.

La pobre Buika ha caído en la trampa y lo peor de todo es que ignora que sus respuestas están dadas desde la fosa. No es consciente la pobre Buika de que la televisión se rige por un share que se fundamenta en dos parámetros: velocidad –rápida- y volumen –alto. Cuando ante una inesperada pregunta no encuentra la respuesta ágil y lúcida (que tanto el público como ella misma esperan) se ofusca y recurre al infantilismo más burdo. Y comienza a hablar de libertad. Las entrevistadoras entonces reconducen la entrevista y sacan a la luz el tema de... su bisexualidad. Entonces ella se recompone y dice algo así como “bisexual no (que pobre sería eso), yo soy trisexual, trifásica y tridimensional”. Y las entrevistadoras ya no caben de gozo y estallan.

La pobre Buika, que ya no es pobre, dice no importarle ni el dinero, ni las ventas, ella sólo quiere cantar cuando el cuerpo se lo pida. La pobre Buika, que a lo mejor no es una imbécil, sólo quiere reivindicar la libertad. Y lo hace desde los estudios de televisión, que se pegan (y pagan) todos por contratarla. Para que diga lo que se espera que diga una mujer libre que dice lo que piensa cuando la contratan desde la televisión para decir lo que se espera que diga. Verla en televisión haciendo zapping: casualidad a medias, pues.

Llegado al clímax de la entrevista una de las periodistas le pregunta acerca de su hijo, concretamente una de ellas le pregunta a qué colegio lleva a su hijo, privado o publico. “A uno privado”, contesta la pobre de Buika. Se hace el silencio, se apagan las risas. Todas disimulan. Entonces, sólo entonces, un segundo se hace eterno.

domingo, noviembre 12, 2006

El artista adolescente

Si por algo se caracteriza una moda, cualquier moda, es por lo difícil que resulta renunciar a ella; sustraerse de ella.

De este modo, ir a la moda es, para muchos, la única forma de ser visible, la única forma de Ser verdaderamente. Motivo por el que la Moda, las modas, entendidas como forma de cohesión social, se hacen necesarias con independencia de que surjan de una necesidad real. Si por algo se caracteriza una moda es, pues, por la uniformidad de sus adeptos, unos adeptos que inevitablemente conforman una pandilla. Sin embargo, si por algo se caracteriza esa pandilla es, paradójicamente, por el sentimiento individualista de todos y cada uno de sus componentes. No hay adolescente que no se crea distinto y único a la hora de hacer algo que hacen todos sus colegas. Si se trata de un tatuaje, su condición inmadura le hará creerse único debido sólo a la elección del motivo. Tampoco hay artista que no se crea único al hacer Arte con los procedimientos que marca la última tendencia.
Toda moda existe con independencia de la necesidad consciente de cohesión (o de sentimiento de grupo) de los que la conforman. Quizá por ello, la práctica totalidad de los que a la moda van crean, fundamentalmente, en su original individualismo. O en su extremada particularidad.
Nota. Pido disculpas por las incorrecciones de concordancia del anterior post.

sábado, noviembre 11, 2006

Vanidad

Como en tantas otras cosas, el Arte ha sufrido cambios más que sustanciales de 15 años a esta parte. (Lo que sigue es un fragmento del libro inédito Lo patético del Arte).

El cambio (resumen muy pequeño). El Arte ha pasado en pocos años, de ser el residuo de una cultura elitista a ser aquello que se sabe como un gran negocio por explotar (no sólo desde el punto de vista crematístico).

Pero el cambio, aunque ahora lo sintamos como brutal, fue siendo paulatino mientras se realizaba en breve espacio de tiempo. Fue a mediados de los ochenta cuando se comenzaron a sentar las bases de un periodo que sería muy distinto del precedente. Las nuevas exigencias provenían, claro, del capital y de la clase dirigente, más en común unión que nunca; por fin ambos se fundían y confundían. A principios de los noventa (anteayer) las galerías de Arte pasaban por una crisis cuyo origen se encontraba en los cambios que se estaban produciendo a escala mundial (guerras, globalización, emigración masiva, nuevas tecnologías). El Arte hasta esos momentos se producía muy lentamente: los artistas exponían en galerías y cuando su currículum no daba lugar a dudas, es decir, después de muchos años, se le hacía una retrospectiva y se le editaba un libro. Pocos libros pues sobre artistas contemporáneos. La clave de entendimiento de esa época ya periclitada se encuentra en el concepto de lentitud, que se encuentra estrechamente vinculado al de cantidad. Cuanto más lento es el proceso de legitimación del artista es menor la cantidad de artistas que se legitiman. Por el contrario, a mayor velocidad en la legitimación del artista, más son los artistas que se necesita legitimar. Y eso fue exactamente lo que sucedió: allá por principios de los noventa, un galerista conocido que llevaba ya entonces 22 años en la divulgación del Arte Contemporáneo me lo dijo: “No puedo competir con la Institución. Yo no puedo más que ofrecerles una exposición y a duras penas, mientras que la Consellería de Cultura no sólo se la ofrece itinerante sino que además le publica un catálogo a todo color”. Llevaba razón el galerista. Hacía no mucho tener una publicación sobre la propia obra era el privilegio de unos pocos que habían tenido que luchar durante años, ahora, sin embargo, raro era el alumno de Bellas Artes que no acaba su carrera con una o varias publicaciones sobre su Obra. Publicaciones, eso sí, con textos protocolarios a manta y con logotipos en contracubierta de todo pelaje.

Así fue como el Arte pasó a ser algo puramente administrativo: aprovechando la crisis del Arte entendido como algo elitista y casi privativo, a la clase dirigente (fuere cual fuere y fuera donde fuera, cosas de la globalización)) se le ocurrió la brillante idea de utilizarlo como Imagen (la importancia de la imagen, entendida como aquello por lo que los demás nos reconocen, es un concepto plenamente posmoderno). Y por otra parte, a las multinacionales, siempre tan bien avenidas con la clase dirigente, se les ocurrió, ¡también y simultáneamente!, que el Arte podía ser una buen forma de lavar... su Imagen. De esta forma, ya se habían dado las premisas suficientes para que el mundo del Arte no fuera lo que hasta entonces había sido. Sobre todo si tenemos en cuenta que quien podía no estar muy de acuerdo con el cambio, el Artista, lo asumió con auténtico regocijo y satisfacción. Siempre tan comprometido Él... consigo mismo.

Así, y pasado ese primer momento de desconcierto que llega después de un cambio de paradigma, las Consejerías de Cultura fueron afianzándose como productoras principales de casi todas las iniciativas relacionadas con el Arte. Y mientras las Consejerías de Cultura comprobaban lo fácil, barato y rentable que les salía comprar a los artistas más comprometidos (comprometidos con su tiempo, según ellos mismos), las más importantes galerías privadas se vieron obligadas a buscar nuevos clientes. Con el tiempo, y en un proceso digno de ser estudiado en monográfico, los mejores clientes de las pocas galerías que subsistieron acabaron siendo, precisamente, las Instituciones políticas así como las mejores macroempresas y multinacionales (que tan bien se llevan con los dirigentes políticos cuando quieren lavar su imagen mientras proporcionan beneficios a dichos dirigente con tanta higiene).

Post Scriptum. Vengo de ver una exposición en una de las más conspicuas salas dependientes de la Diputación valenciana. Una de esas exposiciones espectaculares que tan discretamente pagamos todos los valencianos. La conversación que al respecto de dicha exposición mantengo con un amigo es una conversación que llevamos repitiendo ad nauseam desde hace varios años y se puede resumir de la siguiente forma:

¡Cuántos profesionales buenos hay que cobran por hacer más o menos bien su trabajo y con qué pocas pretensiones viven más o menos bien de su profesión!
El laboratorio que ha hecho las impresiones fotográficas a gran tamaño ha cobrado por hacer su trabajo.
El diseñador del catálogo ha cobrado por hacer su trabajo.
El impresor del catálogo ha cobrado por hacer su trabajo.
El técnico del macrovídeo que se proyecta ha cobrado por hacer su trabajo.
Los que han alquilado la tecnología necesaria para llevar a cabo la macroproyección han cobrado por su servicio.
El jefe de mantenimiento de la sala ha cobrado por hacer su trabajo.
El transportista que ha llevado las obras a su lugar de exhibición ha cobrado por hacer su trabajo.
El comisario ha cobrado por hacer su ¿trabajo?
La empresa de catering ha cobrado por su servicio, es decir, por hacer su trabajo.
Las azafatas han cobrado por estar allí, es decir, por hacer su trabajo.
La directora de la sala lleva cobrando por hacer su trabajo desde que es directora de la sala.

Así: no sé si ser artista es ser un trabajador, pero el ÚNICO que ha hecho todo por vanidad es el propio artista.

jueves, noviembre 09, 2006

Diccionario y sexo III

Afrodisíaco. Sustancia que consumida en dosis importantes puede causar la muerte real del que sólo pretendía una pequeña y aparente (véanse orgasmo y anafrodisíaco). (No olvidar que la mayoría de los afrodisíacos químicos están compuestos de pequeñas dosis de estricnina).

Anafrodisíaco. Sustancia que se utiliza (sirve) para disminuir en la medida de sus posibilidades la excitación sexual, y por tanto el deseo de la misma. Debido precisamente a esta facultad, se trata de una sustancia cuyo uso en aplicación masiva se encuentra más ligado a la estrategia y a la táctica que al tratamiento de alguna patología o de algún postoperatorio. Motivo por el cual ha sido apreciada siempre en cualquiera de sus variantes por algún que otro generalísimo.

La ingestión de NADA podría considerarse el anafrodisíaco por excelencia (véase anorexia).

Anorexia. Enfermedad posmoderna creada desde las más importantes agencias de publicidad con el consentimiento tácito de las sociedades más civilizadas, desarrolladas y democráticas de todas las posibles. Afecta fundamentalmente a las mujeres y consiste en dejar de comer con el fin de alcanzar la máxima belleza pensable... ¿La cósmica?

Comunicación no verbal. Como su propio nombre indica, lo que no se expresa a través del verbo. En el sexo hay un importante componente de comunicación no verbal que se desarrolla explícitamente en la propia actividad sexual. Es más, es sólo en el sexo donde puede afirmarse sin temor a los equívocos que el “verbo se hace carne”. O más aún, todo lo que es comunicación verbal en el sexo no es más que pecata minuta al lado de la comunicación no verbal. De hecho y como ya hemos visto, el exceso está considerado como una “patología” con independencia del contenido del discurso (véase Coitolalia). También puede entenderse como comunicación no verbal y sexual todo el cúmulo de prolegómenos y acercamientos que, de forma más o menos ritual, tienen cabida entre dos personas que aún no se conocen. Comunicación ésta que se da masivamente ante la alevosía que, al parecer, suele procurar la nocturnidad (véase comida).

De todas formas, un dato respecto a la comunicación (verbal y no) y la coitolalia: Para un estudio que se hizo público en 1.987 Shere Hite preguntó a un grupo de mujeres, en su mayoría lectoras de revistas femeninas y componentes de algún colectivo feminista, cuál era la mayor contrariedad que experimentaban en las relaciones sexuales. La conclusión fue que casi todas las mujeres consideraban que su principal problema era la falta de comunicación verbal. Casi ninguna se quejaba de no disfrutar lo suficiente con el sexo y si lo hacía era dándole una prioridad menor en la lista de preocupaciones. Esa misma encuesta se le hizo a los hombres y la conclusión fue que la máxima contrariedad generalizada y manifestada provenía de la poca frecuencia con la que se podían comunicar no verbalmente con sus mujeres.

Coitolalia. Incontinencia verbal durante el coito en la que el contenido y la sintáxis del discurso pasan, lógicamente, a un discreto segundo plano.

Comida (Cena). Independientemente de la relación que mantienen ciertos alimentos con el sexo (véanse Afrodisíacos y Anafrodisíacos), la comida cumple una función fundamental en el proceso que llevan dos personas para intentar hacer, más tarde o más temprano, uso de sus genitales de forma simultánea y más o menos concertada. Fase, pues, de un proceso inscrito en el mecanismo de la seducción.

Seducción. Proceso de cuestionable dificultad que pretende fines sexuales. Puede entenderse de variadas maneras en función de la forma de entender los fines: mientras que para algunos puede ser el proceso que ha sido necesario hasta la consecución de un beso, para otros, quizá más obcecados y en todo caso más primitivos, podrá ser el proceso que ha sido necesario para la consecución de un coito (véase). En cualquier caso no es más que un conjunto de artimañas o de martingalas más o menos sofisticadas que se sistematizan en función de los resultados particulares de cada uno. Como en todo, existen grados de excelencia en el arte de la seducción tanto en hombres como en mujeres (véase Don Juan).

Como todo proceso, conlleva unas más o menos predeterminadas fases que se reparten en el tiempo con un orden y una velocidad que varían en función de cada caso concreto, algo que, aunque lógico, pasa generalmente desapercibido en los análisis cotidianos y populares. Conviene recordarlo porque siguen siendo frecuentes los casos de malos entendidos (fracasos) provocados por haber supuesto de forma ciega que sólo hay una realidad: la interpersonal. Es decir, por haber pasado por alto que cada persona tiene una realidad interpersonal conformada por su propio “orden”. El buen seductor es por tanto el que sabe ajustarse a un “orden” que no es el suyo, el que sabe que “orden” puede serlo también aquello que aparentemente está desordenado (para él, se entiende). (véase Secreto)

Secreto. Aquello que se le oculta al amante o aquello que se comparte sólo con él. Desvelar un secreto conforma siempre un acto siniestro (véase) porque siniestro es todo aquello que debiendo permanecer oculto ha sido desvelado; o sea, porque el “estado natural” del secreto es aquel en el que permanece oculto. No confundir con misterio. Secreto sería el vestido azul que Mónica (“Clinton”) guardó celosamente hasta que desveló su existencia y lo fue precisamente hasta que lo desveló; misterio sería el cómo llegó el semen a un sitio tan inapropiado. Un secreto sería la causa real por la que Casanova conseguía seducir a tantas mujeres y un misterio el cómo todas esas mujeres eran incapaces de rechazarlo.

Don Juan. Libertino, vividor y mujeriego por antonomasia de la literatura clásica española. También y por derivación, todo aquel que emula o se parece al conspicuo personaje -donjuan-. No tanto el originario como su emulador, el donjuan es un personaje no demasiado “bien visto” por la opinión pública debido a sus “cualidades” inherentes; sabido es que el donjuan debe ser egoísta, megalómano, bravucón y pendenciero, entre otras cualidades posibles todas ellas del similar calibre. Aunque después, curiosa y paradójicamente, es el personaje que ostenta un mayor número de experiencias sexuales de las que, además, se podrá vanagloriar -porque ésta es otra de las características que define a todo donjuan-. El donjuan, pues, para serlo, debe estar mal visto por la opinión que es pública, pero no tanto por la que es privada. De hecho, es gracias a esta pequeña contradicción por la que existe el personaje y su existencia la promueven todo el cúmulo de actitudes siniestras que conforman las mujeres que hacen posible dicha existencia. Actitudes que son siniestras precisamente porque a pesar de todo son el producto de algo que sigue siendo impronunciable. La diferencia entre el personaje literario y el que de él se deriva es que el primero queda definido tanto por sus actos como por lo que el propio personaje piensa de ellos al final de su vida, mientras que del segundo sólo conocemos la parte que lo define parcialmente, esa parte que tendrá que ser considerada vulgar para todos pero que, misteriosamente, después atraerá a tantas. (véase Morbo).

Morbo. Estado en el que el emocional queda alterado por la intromisión de algo que debiendo permanecer oculto, ha sido desvelado. Por tanto, aquello que nos lo produce es lo que inevitablemente nos inclina a nuestro lado más oscuro, más siniestro. De ahí que digamos “inclina”: para conferir al término la connotación de desviación. Como en todo hay diversos grados de morbosidad y los reconoceremos en función de su pronunciabilidad. O mejor: de su impronunciabilidad (véase siniestro).

Siniestro (lo). En sexualidad, todo aquello que hace que las estadísticas (véase) sean tan increíbles como previsibles y aburridas. Y no por ello menos falsas.

domingo, noviembre 05, 2006

Ciutadans

¡Cuidado Albert Rivera, que las altas instancias son difíciles de lidiar y juegan malas pasadas a poco que parpadees un poquito más de la cuenta!

A. La conocí a partir de dos entrevistas televisivas casi consecutivas. La presentaban, en ambas, como la última revelación de voz femenina cantando una suerte de flamenco intimista. Antes de escuchar su arte ya me llamó la atención la inteligencia y la serenidad que desprendían sus casi siempre poéticas respuestas. Concha Buika, que así se llama, iba contestando todas y cada unas de las preguntas que le hacía el loco de la colina con la misma especular parsimonia del ínclito entrevistador. En definitiva, daba gusto escuchar a esa mujer, desprendiendo sensibilidad con gestos tímidos pero seguros. Buen rollo, que diría un jovenzuelo. El buen rollo de que desprende quien antes que nada demuestra transigencia a raudales proponiendo como válida cualquier respuesta mientras sea sincera. Después cantó y me convertí en un fan suyo. Y todo al tiempo que incrementaba el número de ventas y se hacía famosa. Ahora, los negros de la costa valenciana proponen sus pirateados CDs como la joyas de la corona de su arsenal.

Ceno ayer con una amiga coordinadora de eventos musicales, le comento mi devoción por Concha y ella tuerce el gesto. No tarda en comentarme los motivos por los que a ella Concha le parece despreciable. “Concha Buika es una imbécil -me dice para empezar. Yo ya he tenido dos problemas con ella en lo relativo a dos de sus conciertos. Cuando no ha maltratado al público en uno, ha tomado en otro decisiones que perjudicaban a todos lo que precisamente había acudido a escucharla. Su sensibilidad es realmente tan enorme que no quiere renunciar al lujo de cantar sólo cuando las musas hacen acto de presencia”. Así, según mi amiga, que no interpreta los hechos (sólo los narra y lo hace además con la inestimable ayuda de las declaraciones de la propia cantante), Concha se negó a cantar a partir de cierto momento porque su sensibilidad no se encontraba lo suficientemente expandida dentro de su ser creativo.

Conclusión. La cantante más enrollada de todas las cantantes había actuado EXACTAMENTE como todas las divas que son por definición la antítesis del buen rollo progresillo. Y seguro que estará convencida que el buen arte, y más concretamente el suyo, sólo puede darse en condiciones de libertad y sinceridad. Por eso, paradójicamente, le ha dejado de importar el público.

¡Cuidado Albert Rivera, que cuando uno menos se los espera, uno mismo es quien le da la vuelta al ciclo!

A. Me lo contaba con la ingenuidad que le caracteriza. Esa ingenuidad que le hace expresarse con extraños giros verbales y con un creativo uso del lenguaje. Le había preguntado por un amigo común al que hacía tiempo no veía. Sin ser plenamente consciente de sus palabras y con la espontaneidad que caracteriza a los ingenuos, me dijo: “Está bien, pero se siente raro. Se acuesta tan tan tarde que se acuesta todos los días a las diez y media de la noche. Ha ido estirando tanto la hora de retirarse a dormir que se está acostando incluso demasiado tarde. ¿Sabes?: le ha dado la vuelta al ciclo”. Yo me reí, pero él no pareció entender la risa.

Facha

Lleva tiempo pasándome lo mismo, si bien últimamente se ha incrementado. Supongo que se debe al deje ideológico de algunos de mis más allegados amigos. El caso es que, cada vez con más frecuencia, me dicen a bocajarro: “si no fuera porque te conozco diría que eres un facha”. No sé.

De un tiempo a esta parte, la frecuencia en el uso del descalificativo ha aumentado considerablemente debido a un único motivo: mi opinión acerca de los nacionalismos en general y del catalán en particular. Casi son incontables las veces que he tenido que enumerar las bondades nada sospechosas de los integrantes de Ciutadans. Nada: “...facha”

Para mis amigos, esos bravucones de Ciutadans son, en el mejor de los casos y puestos a creer los datos biográficos que yo les he proporcionado (y de los que nada sabían), unos apóstatas. En el peor de los casos... “unos fachas”.
Me queda un consuelo: para ellos, mis buenos amigos (aquellos que decían que lo de Rubianes era libertad de expresión), son también fachas Boadella, Espada, Azúa, Escohotado y Savater. Con lo que todo queda aclarado. No sé.

miércoles, noviembre 01, 2006

Maestro Azúa

Como apuntaba en otro post de este blog escribir no es ni duro ni requiere dosis de exigencia sacrífica. Otra cosa bien distinta es aceptar la dificultad que entraña configurar, a través del verbo escrito, el Verdadero Mundo (y no “otros mundos”, por mucho que estén en éste). Y otra cosa, también, es que debido a esa dificultad haya pocos escribientes dedicados a la verdadera escritura.

Muchos son los que lo intentan, pero pocos son los elegidos. Muchos lo hacen con sabiduría, otros con cierto talento, otros con genio, y otros con ingenio, pero casi nadie con maestría, la maestría que conjuga excelencia y todo lo anteriormente apuntado. Hay veces que leyendo a Azúa me pasa lo que sólo me pasa en tan raras como infrecuentes ocasiones: que lloro. Lo expresé de otra forma hace tiempo en una reseña que hice de un libro suyo para la revista Archipiélago. Dije: “con Azúa uno no dice me muero de risa; dice más bien, me muero, qué risa”. Te ríes, pues. Llorando. Te aproximas a la muerte (Nada) riendo y llorando (puro esplendor).

No es este el momento de revisar su excelsa producción (soy lector compulsivo, no crítico), sólo es momento de analizar una minúscula parte de la misma (como forma de aprendizaje de la decepción). Una cualquiera. Sin ir más lejos: la última, la que me ha hecho tomar la decisión de hablar de Azúa. “Te voy a dar una lección”, extraño título para venir de quien viene, pero perfecto para los efectos.

Una vez más no es de Hegel de lo que nos habla Azúa, ni de los hegelianos, ni de sus intérpretes, ni de sus traductores, ni de filosofía, ni de traducción, ni de historia, ni de la muerte, ni del pensamiento, ni de literatura. “Simplemente” nos incita a pasar dignamente por este valle de lágrimas. Con elegancia soberana; es decir, con sentido del humor.

Para remitirnos a la “normativa” romántica, la que consistía en descreer de la tangible dimensión humana dice Azúa:

La obra maestra, como Ícaro, ha de terminar hundiéndose en el mar tras haber divisado la orla del sol.

LA comparación (Ícaro), con su hundimiento, pero con avistamiento previo. Perfecto

Para transmitirnos las sensaciones que le producen la fragmentariedad de sus lecturas dice Azúa:

La impresión del lector es similar a la del turista que pasea por el foro romano y va sorteando columnas verdaderas, trozos de escultura, reconstrucciones, imitaciones, sin acabar de distinguir the "real thing".

Turistas de Hegel. En cualquiera de los casos. Perfecto.

Para explicar lo excesivo de quien además es fragmentario dice Azúa:

Como tantas obras excesivas, la Estética de Hegel es un campo de ruinas, un sendero de fragmentos. Eso sí, con cada uno de esos fragmentos podemos edificar palacios.

Campo de ruinas, sí, pero con advertencia: como no todo el mundo ve lo mismo en una ruina, lo que podamos hacer con ella es cosa de cada uno. “Podemos” edificar palacios, pero también “podemos” tropezar con los deshechos de la herencia.

Para hablar de fidelidad al origen, nos remite Azúa a la Música y nos conculca la sobriedad. Minimalismo hermenéutico pues.

Así como los musicólogos de 1960 limpiaron a Bach de sus adherencias burguesas y le libraron de aquella grasa wagneriana que lo había convertido en un elefante trompetero, así también los actuales investigadores están reconstruyendo la Estética de Hegel a partir de manuscritos más discretos y fiables que el de Hotho.

Adherencias burguesas; grasa wagneriana; elefante trompetero (sin citar a Gould). En fin, discreción y fiabilidad ante la aventura de interpretar

Allí aparece de un modo más inmediato la lejana voz de Hegel, aunque con acento francés, lo que siempre le añade un fondo de acordeón.

Lo del acordeón no tiene precio. Pero, insisto, lo del acordeón se repite en todos sus textos.

Elegancia, sabiduría, precisión y sutileza frente a magalomanía, culturalismo, concreción e ironía, características todas estas últimas, comunes a la práctica totalidad de opinadores mediáticos.

Juraría que una vez, seguramente por despiste, me pasé al blog de unos de sus compañeros de boomeran. Uno de los comentaristas le decía a otro algo así como “déjate de opinar en este blog, que donde se cuece todo es en el de Azúa”. Y es cierto:
Cada vez más reaccionario Azúa no es de los que hipoteca el presente ante un futuro siempre incierto. Como buen reaccionario (no sé si a él le gustaría este calificativo) no es optimista. Ser optimista sería algo parecido a ser idiota, algo por cierto de lo que Azúa sabe mucho.

Me parece estar oyendo a Azúa en su última conferencia: “Reíd, reíd, pero cuando yo me muera todos desapareceréis”.

Addenda a los pocos lectores de mi blog. Si ustedes tienen verdaderamente poco tiempo para dedicar lecturas a través de una pantalla, no se lo piensen: dejen de leer este y lean a Azúa.