jueves, diciembre 25, 2014

Locke (film de Steven Knight, 2013)



Segunda parte

Podría ser un género ese que proviene de titular una película o una novela con el nombre propio del protagonista. Pero no lo es; nadie, que yo sepa, ha establecido las pautas por las que entender Laura o Gilda como películas de género por el mero hecho de nombrar la película con el nombre propio de la protagonista. Lo que no impide que estas obras dirijan al espectador hacia un terreno tan poco abstracto como reductivo.

Así, Locke, contiene, desde luego, unas premisas reductivas por cuanto le hace saber al espectador que va a ver una película cuyo tema central es el personaje mismo, Locke. En este caso se trataría de Ivan Locke, un ingeniero que en el mismo inicio de la película decide dar sentido a la palabra. A la palabra en su doble acepción; la palabra en tanto que signo lingüístico a través del cual nos comunicamos -todo es palabra en una película que sucede dentro de un coche- y a la palabra en tanto que promesa. Locke es pues un personaje que no saldrá de campo en toda la película y que se servirá de su palabra para validar sus actos, esos de los que sabremos, precisamente, a través de sus propias palabras. Locke es la película de un hombre, Locke, que se ve impelido a realizar un trayecto nocturno para ajustar cuentas consigo mismo. Hay otros personajes, desde luego, pero aparecen sólo en forma de voz, o mejor, en forma de palabras pronunciadas fuera de campo.

O dicho de otra forma: Ivan Locke es un tipo que a mitad de su jornada laboral decide hacer un largo viaje nocturno para resolver un asunto del que se siente responsable y será su "manos libres" lo que le permita dar las necesarias explicaciones a quienes de él algo demandan. Explicaciones en un caso e instrucciones en otro, porque el cometido del viaje es, precisamente y en contra de toda apariencia, no abandonar su deber; no eludir el cumplimiento de su deber. Su mujer y su hijo se han quedado esperándolo para cenar y ver el partido en televisión, y además abandona el trabajo justo cuando en su empresa están acometiendo un proyecto que requiere de sus especializados conocimientos de ingeniero. Sin embargo, insistimos, el único cometido de Locke abandonando momentáneamente a su mujer, su hijo y su trabajo es, paradójicamente, su decisión irrevocable de cumplir con su deber.

Pero ¿cuál es su deber? Pues es aquí cuando el asunto se complica; sobre todo en un tiempo donde el concepto de verdad ha perdido todo sentido debido a una suerte de corrección que le confiere sesgos reaccionarios. En cualquier caso el deber sería, desde el punto de vista kantiano, la obediencia a una ley moral universal que nosotros mismos construimos. ¿Y quién si no?, me pregunto yo, ¿quién, sino nosotros mismos, podría construir una ley moral que pudiera ser universal? ¿Quiénes, sino nosotros mismos, somos quienes debemos obedecer a una ley moral universal? Así surge en Ivan Locke la decisión de abordar su deber. La decisión en tanto que fase última de una deliberación que contiene su propia conclusión. El deber, pues, vinculado a otro concepto que se encuentra en franca decadencia, la moral, ese relativo al ideal y a las reglas éticas que se aplican a la conducta. ¿Reglas dices?, ¿reglas? ¿Reglas, moral, deber, verdad? ¿A quien le interesan estos conceptos en la época de la corrección política? Moral: conjunto de reglas de conducta que se consideran universal e incondicionalmente válidas.

Locke inicia su viaje con el fin de cumplir con su deber, que no es otro que decir la verdad. Así, cumplir su deber en tanto que ser moral. Y "La mayor violación del deber del hombre para consigo mismo, considerado únicamente como ser moral (la humanidad en su persona), es lo contrario de la veracidad: la mentira." (Kant en Metafísica de las costumbres). La verdad, pues, en tanto que adecuación o concordancia entre la realidad (los hechos) y la palabra que configura la individualidad del sujeto.

Y si es la palabra quien configura la individualidad del sujeto sólo sabremos de la verdad y de la mentira a través de ella. Locke no quiere vivir en una mentira y por eso ha tomado la para él necesaria decisión de decir la verdad con independencia del alto precio que tenga que pagar por ello. Que en el peor de los casos asumirá con la conciencia tranquila (¿Conciencia?, ¿Conciencia has dicho?). Y lo hace a través de la palabra en su doble acepción: la palabra en tanto que signo lingüístico que le sirve para comunicarse con su colega, con su jefe, con su mujer, con su ex-compañera y con su hijo, y la palabra en tanto que promesa ("te doy mi palabra") que inexorablemente vincula el momento presente de la misma promesa -que en este caso es pasado: cuando se comprometió con su mujer- con el futuro -que en la película es presente- donde esa promesa debe cumplirse. Locke siente que con la mentira falta a la promesa que en su momento le hizo a su mujer y ello le obliga a decir la verdad aun cuando esa verdad pase por aceptar el incumplimiento de la promesa. Habrá que ver la película para entenderlo plenamente.

En cualquier caso toda promesa se encuentra inexorablemente ligada al plano de la enunciación y la enunciación no es más que el conjunto de palabras que comprometen al sujeto que promete. La verdad de Ivan Locke no es, desde luego, universal, pero no deja de ser la única verdad que conoce: aquella por la que se comprometió a través de la palabra. "Las palabras -dice Jesús González Requena- se dan y se reciben. Es decir, si el régimen de registro semiótico es el del intercambio, el del simbólico es el de la donación. El plano, por eso mismo, en el que tiene lugar la fundación simbólica del sujeto". El sujeto es, pues, en tanto que ser de palabra -dada-.

Locke dio su palabra y faltó a ella. Ahora sólo le queda recuperar la dignidad que supone haber faltado a la palabra; algo que sólo puede hacerse a través de la palabra misma. Cito de nuevo a González Requena, ahora in-extenso:

"Ser: fiel a su promesa
Pues el ser no es lo que es.
El ser es, por el contrario, la palabra encarnada que resiste en -y a- lo real.
¿Existe entonces la verdad?
Existe, desde luego, pero sólo en la medida en que el que la enuncia la desee con suficiente intensidad. Quiero decir: con la intensidad suficiente para ser fiel a su promesa.
Pues en ello le va el ser. Es decir: en ello reside el ser: en la palabra que es verdadera porque resiste y hace frente al caos de lo real"

Así es como Ivan Locke se convierte, con un simple gesto formalizado a través de la palabra, en un héroe; un héroe que lo es, también, debido a la resignación con la que es capaz de aceptar las tremendas pérdidas que le suponen ser un hombre de palabra. En definitiva, Locke, una de las películas más bellas de los últimos tiempos. Una película en la que el texto principal se ve complementado con un texto secundario que funciona como perfecta metáfora de la complejidad que funda toda relación amorosa. Una bella película de amor. Locke: una bella película de amor que probablemente aburrirá a los amantes de la acción y del pensamiento académico.