domingo, octubre 29, 2006

Novela(s) muerta(s)

Respecto a la última novela de un prestigiosísimo escritor español (escritor que se encontraría dentro del grupo de los considerados por “consenso intelectual” escritor de altura) decía un crítico en el cultural de su habitual periódico: “En ella se plantean y debaten asuntos nada baladíes: la identidad, la vivencia del tiempo, el miedo, la delación, la violencia, la posibilidad del conocimiento, los mecanismos de la comunicación, las relaciones personales, las propiedades del relato, las fronteras de la realidad, la muerte, y, por encima de todo, la ética y los valores”.

Por las mismas fechas en las que se publicó la reseña anteriormente citada, se publicó la novela ganadora del premio Planeta (de una escritora que se encontraría por “consenso” en el grupo de escritores populares); novela que no dudaron en acribillar algunos de los más importantes críticos nacionales, los mismos que no dudaban en ensalzar la anteriormente comentada. Pues bien, con independencia de lo que piensen los críticos, es más que probable que la escritora ganadora del Premio Planeta crea fervientemente que en su novela “se plantean y debaten asuntos nada baladíes: la identidad, la vivencia del tiempo, el miedo, la delación, la violencia, la posibilidad del conocimiento, los mecanismos de la comunicación, las relaciones personales, las propiedades del relato, las fronteras de la realidad, la muerte, y, por encima de todo, la ética y los valores”.

Por decirlo de otra forma: es más que probable que cualquier escritor aceptara de buen grado tan hiperbólico elogio, sobre todo, porque es más que probable que cualquier escritor se identificara con tales apreciaciones respecto a su novela, fuera la que fuera. Y lo haría, seguramente, por poderlas considerar afines y concordantes con las intenciones que justificarían su particular novela. Cualquier escritor se vería reflejado en tal elogio por muy intrascendente que pudiera “parecer” su trama.

Dejando aparte (y para otro momento) el eterno problema que se colige de este texto introductorio, que no es otro que el del criterio de excelencia, la conclusión es la siguiente: tanto un escritor (de altura) como el otro (popular) forman parte de lo mismo: de los que, en mundo de las letras, se dedican a la fantasía. Ya pretendan elaborar productos para ser leídos, ya pretendan formar parte de la Historia, ambos hacen lo mismo: exponer al público lector (que busca entretenimiento en aplastante mayoría) sus instintos necrófilos.

La pregunta podría ser: ¿por qué aún se usa el género de la historieta para intentar transmitir pensamientos profundos? O mejor: ¿por qué quienes creen escribir literatura de altura escriben historietas en vez de, por ejemplo, tratados, crónicas o ensayos? Si lo que pretenden con el texto es alcanzar (o proporcionar al lector) una suerte de profundidad de pensamiento, ¿por qué utilizar el género de la ficción? ¿por qué necesitan abordar los grandes problemas universales de la humanidad a través de personajes que encienden cigarrillos y miran melancólicamente a través de la ventana? Posible respuesta: lo que les hace elegir el género narrativo a todos los que eligen la narración (queriendo ser profundos) es la intención (o la necesidad) de ser leídos masivamente. Algo que entra en perfecta contradicción con la premisa que presupone que lo exitoso popular se encuentra inextricablemente ligado al entretenimiento y por tanto a la falta de calidad.

O por decirlo de otra forma: si alguien quisiera escribir sobre, por ejemplo, aquellos escritores que en un momento dado de sus vidas decidieron convertirse en seres ágrafos (tipo Bartleby), sólo novelando los datos investigados se tendría la posibilidad de vender 100 veces más ejemplares de los que se venderían organizando el material en forma de ensayo.

miércoles, octubre 25, 2006

Misantropía

Yo suelo decir que no me gustan las verduras por mucho que me entusiasmen las alcachofas. Y lo hago porque la eficacia de decirlo se ha demostrado mayor que la de decir que me gustan. Quizá, digo yo, por responder a una Verdad, la siguiente: cuando me ponen para comer un plato de verduras a la plancha sólo me como las alcachofas.

viernes, octubre 20, 2006

Pásalo

Es francamente difícil adquirir una vivienda sin hipotecar tu vida hasta tu última enfermedad mortal. Pásalo.
Todos los días se hacen millones de horas extras no remuneradas y no podemos quejarnos a quien nos permite sobrevivir aun a costa de malvivir. Pásalo.
La última canonización que hizo el Papa en Madrid congregó a más de un millón de personas, la misma cantidad que acudió a la manifestación del no a la guerra. Pásalo.
Y la vivienda sigue siendo inaccesible. Si no es dejando hasta la última gota de tu sangre en una hipoteca que te absorve la mitad de un sueldo ridículo. Pásalo.
La televisión la programa el share, por eso tenemos la televisión que tenemos. Pásalo.
Dicen que la boda real costó más de cuatro mil millones de pesetas. Pásalo.
Es sumamente difícil conseguir tener una vivienda propia si no es dejándote en ella más de lo que podría dejarte vivir dignamente. Pásalo.
Hay quien se queja de la televisión pero nunca se manifiesta por ello. Pásalo.
Telefónica sigue actuando como si nada y nadie se manifiesta con ello. Pásalo.
Mucha gente sufre por la degradación del planeta, pero ya sólo los desesperados carecen de aire acondicionado. Pásalo.
Las buenas intenciones sirven, generalmente, para hacer gordo a quien sabe que con las intenciones no hay acción y sin acción todo sigue igual. Pásalo.
Me dicen, por e-mail, que van a apedrear a una africana y que no lo permita y que mande el e-mail a más gente para que se solidarice con la africana. Pásalo.
Millones de personas malviven con los denigrantes sueldos que les paga quien se va de putas todos los días que puede. Pásalo.
Que van a apedrear a la mujer africana. Pásalo.

jueves, octubre 19, 2006

Relativismo

Me dispongo para ver uno de esos inagotables programas dedicados al corazón. Uno de entre todos esos otros programas rosas que son vistos por millones de personas que podrían ver otras muchas cosas, cosas que prefieren ignorar. Concretamente me dispongo a ver uno de los más vistos en estos últimos meses.

Son muchos los millones de personas que, simultáneamente, deciden ver programas relacionados con las vísceras de ciertos personajillos, en vez de ver, por ejemplo, cualquier película, sea o no de acción; aplastante mayoría la de los televidentes que ven este programa o algún sucedáneo respecto a los que ven otras cosas, un documental sobre las murallas de Ávila, por ejemplo. Aunque ven fútbol, que viene a ser lo mismo pero en pantalón corto.

Pues bien, durante un muy representativo momento del programa, uno de esos momentos en los que todos gritan al mismo tiempo, la invitada famosilla que pretende comunicarse en plena algarabía dice “si no me dejáis hablar no podré contar la verdad”. La respuesta de unos de los periodista habituales de la emisión es inmediata y no puede ser más esclarecedora: “no te preocupes demasiado por ello cariño; lo que aquí nos interesa no es la verdad, sino la mentira”. Por supuesto, todos ignoran el comentario, pero no por ello deja de ser una verdad verdadera, exacta. Tan exacta que posiblemente la ignoran porque ya nadie puede suponer, a estas alturas, que a alguien le interese la búsqueda de verdad alguna. Al menos no durante más tiempo de lo que dura un solsticio.

En efecto, tanto para el equipo de realización como para los mismos espectadores, sería tan estúpido como perturbador preocuparse por algo que, de poder existir, acabaría con la misma ansiedad que justifica el programa. Ya lo decía Galdós: “Nada de lo que existe se resigna a morir, pero la mentira es lo que con más bravura se defiende de la muerte”.

Cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. No hace mucho el extraordinario Félix de Azúa se mostraba desconcertado ante las consecuencias de tanto relativismo. Como filósofo que es sabe mejor que muchos que lo del relativismo es una causa antigua. El relativismo en sí, como casi cualquier cosa, no merece un juicio moral. Otra cosa es lo que con él se haga desde los poderes fácticos. Y... cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. No es de extrañar, pues, que el pueblo, como suma de individualidades con intereses propios, se haya afiliado al “eso lo dirás tú”.

Así, instigado por esa ideología transmitida perfectamente a través de la Corrección Política, el pueblo ha llevado por fin a la práctica su propia y verdadera revolución democratizadora: nadie es más que otro. Al no existir verdad alguna, la razón no existe y la opinión de cualquiera vale lo mismo que la de cualquier otro.

El desconocimiento es por tanto un valor, el valor, se diría, pues es el unificador por excelencia; el unificador en grado sumo. Por fin todos somos verdaderamente iguales. Ver Dónde estás corazón no comporta ningún tipo de inferioridad, siquiera intelectual. Es más, puede llegar a argumentarse que quien ve Dónde estás corazón se encuentra más preparado para los tiempos que corren que quien ve un documental sobre la historia del papel.

Eso es lo que cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo: que eso de la Verdad es una... gran mentira. Que la cultura popular forma parte del Gran Zeitgeist, ese Espíritu en donde todo vale lo mismo. Los apocalípticos perdieron definitivamente la batalla cuando convencieron a todos los profesores universitarios que Falcon Crest valía lo mismo que El silencio de Bergman; cuando por tanto confundieron lo interesante con lo excelente y dieron entrada a la ponzoñosa Corrección política. Es decir, los integrados vencieron la guerra cuando ya en la primera batalla eligieron las denominaciones de origen y decidieron llamar apocalípticos y agoreros a “los otros”.

Cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. Nadie tiene razón si no hay verdad que valga un duro. Es cuestión, sólo, de dejar que se manifieste el Zeitgeist; o mejor: es cuestión de otorgar dignidad al pueblo escuchando sus gustos. Y el pueblo “se lo ha creído”, lógicamente.

miércoles, octubre 18, 2006

Ser escritor o no

Ya se me hace pesado, muy pesado. Siempre la misma cantinela. Esta vez a cargo del nuevo y flamante Premio Planeta. Dice el ganador, minutos después de conseguir la distinción, que el trabajo de escritor es “duro, exigente y solitario”. De acuerdo en lo de solitario; que si lo es, lo es en la medida en la que lo son la mayoría de las masturbaciones. Con lo de exigente ya tengo más problemas; porque lo es, siempre y dependiendo de cada cual, en la medida en que cada cual lo desee (o no). Pero con lo que ya no puedo, porque se me hace pesado, muy pesado escuchar, es con lo de duro. Se acabó.

Addenda. Tengo un vecino que lleva años intentando ser escritor. Digo intentando porque excepto tres o cuatro (o cinco) personas nadie más sabe que escribe obras de ficción (concretamente lleva ya seis novelas y dos obras de teatro). Trabaja de profesor en una academia pero su máxima ilusión, que coincide con ser al mismo tiempo su máxima obsesión, es que haya más de tres personas que sepan que escribe novelas. Es decir, su máxima ilusión, una ilusión tan obsesiva como lo son todas las ilusiones, es la de ser escritor. Él sabe, como cualquiera, que mientras no publique algo no dejará de ser lo parece, que por otra parte es lo que todos a su alrededor sabemos que es: una persona que tiene afición por la escritura.

Mi vecino no es escritor de la misma manera que no es barrendero quien barre su casa todos los días; no es escritor de la misma manera que no es médico quien se autodiagnostica un constipado, ni quien se automedica para curárselo. Si él se considerara escritor no le obsesionaría la necesidad de publicar. Es decir, no es escritor porque no lo es ni siquiera para él mismo. No es escritor porque eso es exactamente lo querría ser. Y nadie puede ser lo que le gustaría ser; es una cuestión de tiempo. O de tiempos, si se prefiere.

Muchos escritores dicen que el trabajo de escribir es duro. Yo sinceramente no lo creo, o por lo menos no creo que lo sea más que cualquier otro trabajo, y desde luego no creo que lo sea en comparación al trabajo de un carnicero, o al de un funcionario, o al de casi cualquier trabajador. Debe ser duro, si acaso, escribir deseando ser escritor. O bajar a las minas.

De vez en cuando mi vecino sube a mi casa y hablamos de lo que haga falta. El otro día hablamos de su última novela, la sexta, que hacía unas semanas me había dejado en el buzón. Fantástica. Su tema era el mismo de tantas otras novelas y su asunto tan universal como lo son todos, pero su desarrollo era excelente.

Álvaro Pombo, reciente ganador del Premio Planeta dice, a instancia de una pregunta nada ingenua, que se presentó al Premio “por dinero y por diversión”. Bueno, pues primero, decir que precisamente Don Álvaro es uno de los pocos escritores de historietas que me merece respeto. Dicho esto, decir que me parece una soberana tontería decir que se presentó por diversión. No sé exactamente qué puede tener de divertido presentarte a un premio tantas veces concedido a escritores nefastos... y no ganarlo (dice además "no me hecía falta, pero me vendrá bien"). Para acabar la entrevista Don Álvaro dice, a partir de una pregunta nada ingenua, que los hombres como protagonistas de historietas no le interesan porque son simples y que las mujeres le parecen mucho más complejas e interesantes. En fin, TODO tan perfecto como previsible. Tengo mucho miedo. Lo juro.

Palabras Clave

Títulos hasta ahora publicados en el blog, con sus palabras clave:

Del tópico a lo atípico
(Günther Grass, Maldad)

Sinsentido
(sentido común)

Guerra al “sexo”
(Guerra de sexos, Mujer)

Destino Badajoz
(Experiencia, Expectación)

Badajoz-Valencia (viaje de vuelta)
(Arte)

Conclusión: premisa
(Enseñanza, Juventud)

Libertad de expresión
(Pepe Rubianes)

De mentir, mentiroso
(animalidad)

El arte de ser o no ser artista
(Arte, Artista, Criterio de calidad)

Sobre la belleza
(Relativismo, Consenso)

J.A.M. Montoya: fotógrafo
(Fotografía, Escatología)

J.A.M. Montoya: fotógrafo. Flash Back
(Escatología, Experiencia, Interpretación)

Generalización
(Sentido común)

Prepotente
(Turismo, Cultura)

Diccionario y Sexo

Asco
(Hombres)

Necrofilia
(Muerte de la novela, Conocimiento, Entretenimiento)

Diccionario y Sexo II

Malditos hegelianos
(Música, Historia, Zeitgeist)

De la Realidad a la Historia Ficción
(Guerra de sexos)

Ser escritor o no
(Muerte de la novela, Premio Planeta, Álvaro Pombo, Tontería)

Relativismo

Pásalo

Misantropía

Novela(s) muerta(s)

Maestro Azúa

Facha

Ciutadans

Diccionario y sexo III

Vanidad

El artista adolescente

Progre

Violencia terrible

Crisis de pareja

Bellas Artes "Marciales"

Sistema Universitario

Matriarcalismo (Memoria Simpática)

Pensamientos

El gusto, grosso modo

Normalidad y sentido común

Adolescencia (Memoria antipática)

Diccionario y Sexo IV

Maniqueismo... bueno

T-4

Posible pregunta: ¿Qué opinión le merece ...

Crucigrama

Sin perdón

Ataque de risa

Gusto Vs. Conocimiento

lunes, octubre 16, 2006

De la Realidad a la Historia Ficción

Como en una coreografía ensayada y aprendida. Por repetición. Y cada cual en su papel, seguramante sin consciencia alguna de representación. Dos parejas comiendo en un restaurante. Dos parejas en sus respectivas mesas haciendo (¿casualmente?) lo mismo: comer sin apenas dirigirse la palabra.

Cada pareja es un calco de la otra. Así, ellas, las mujeres, con las mismas formas: moviendo el tenedor y jugueteando con el cuchillo a modo de apoyo; pequeñas porciones y muchos movimientos sobre el plato. Ellos, yendo al grano; porciones más grandes y austeridad en los movimientos sobre el plato. Ellas masticando más veces y mirando vagamente al tendido; ellos masticando menos y alternando miradas vagas con algunas más concretas. Ellas, simultaneando discretas atenciones (a la comida y al partenaire); ellos, definitivamente más pendientes de sus propios quehaceres biológicos. Para ellas, el plato debe ser una unidad y por ello hay que armarlo mientras se aborda -aunque se acaben dejando parte de la guarnición; para ellos, cada plato no es más que un un conjunto de unidades y hay que desarmarlo en la misma ingestión.

Ambas parejas, en cualquier caso, abandonadas a una suerte de ensimismamiento, digamos que adquirido. El ensimismamiento de cada pareja, eso sí, como producto del ensimismamiento de cada individuo. Cualquiera podría decir, en ambos casos, que se conocen hace muchos muchos años y que no tienen ya nada que decirse.

Flash Back. Hace muchos muchos años me vi envuelto en varias enardecidas discusiones con personas del sexo contrario. En todas ellas, quizá debido a la coyuntura de entonces, se me negaba con feroz vehemencia cierta tesis, la que yo defendía; a saber: que los hombres y las mujeres no somos iguales debido, precisamente, a los condicionantes que nos imponía nuestro respectivo sexo. O dicho de otra forma: que la fisiología de nuestros respectivos y diferentes cuerpos condicionaba unas particularidades que constaban la diferencia (así de elemental era la tesis). “Somos muy diferentes y la diferencia responde a una lógica”, decía yo. “Los hombres y las mujeres somos exactamente igual. En todo. Y eres un machista”, me repetían todas. Pero esto sucedía, como digo, hace muchos muchos años; cuando la edad sólo me permitía hablar desde la intuición.

Yo les decía que cofundían la necesaria reivindicación de la igualdad ante la Ley con la reivindicación de otra igualdad innecesaria por inocua para los efectos que pretendían. La confusión era precisamente la causa de la discusión; de no haberla habido no habría habido tal discusión, puesto que nadie habría discutido que existía una evidente discriminación social, laboral y además histórica hacia la mujer. Lo único que por mi parte se negaba es que fuéramos iguales, nunca que no tuviéramos los mismos derechos. Ellas, sin embargo, decían que tenían los mismos derechos precisamente porque somos iguales. Nada que ver lo uno con lo otro.

Así que, dadas las respuestas obtenidas ante el esfuerzo dialéctico, hace muchos muchos años aprendí la lección: todo argumento (entendido como recurso dialéctico necesario para alcanzar conclusiones) carecerá de valor real mientras se crea que tal argumento puede suponer un perjuicio a quien previamente se ha señalado como víctima. El argumento no será atendido en un debate si, con independencia de su relación con lo constatable, no sirve a una ideología que ha definido la forma de alcanzar sus objetivos. Es decir, yendo al caso que nos ocupa: la tesis de la diferencia se rechazaba, sólo, por el hecho de creer que no favorecería a la liberación de la mujer. ¡Ay las modas!, ¡qué traicioneras!

¿Y cuál era, hace muchos muchos años, el modo en el que se contestaba a quien hablaba de diferencia? Respuesta: con el insulto: “machista”, el insulto más elocuente de los posibles cuando el tema era, precisamente, el de la guerra de sexos, esa guerra que es permanente a pesar de los pesares. Así que, hace muchos muchos años aprendí que la argumentación (entendida como el recurso dialéctico por excelencia) carecería de valor alguno si no coincidía con la moda del momento. Hace muchos muchos años, pues eso: el feminismo de la igualdad. Indiscutible.

Pasaron unos cuantos días y la sociobiología, la psicología evolutiva y los estudios neuronales promovieron la idea, de hecho constatable y verificable, de que efectivamente... somos muy distintos. Consecuencia: el feminismo de la diferencia. Así fue como muchas muchas mujeres se olvidaron perfectamente de lo que, hasta hacía unos días, habían estado defendiendo con uñas y dintes. Con el tiempo y la inestimable ayuda de la corrección política promovida por la Cultura de la Queja el discurso de la diferencia se mostraría, lógicamente, como lo que no podía dejar de ser: una cuartada para hablar de... la superioridad de la mujer. Y digo hablar y digo bien. No sabremos muy bien qué piensan realmente las mujeres al respecto, pero lo que sí sabemos es lo que dicen. Y de lo que hablan tanto en privado como en público es de eso: de superioridad (y esto es, desde luego, constatable).

Da capo. Dos parejas agónicas. Dos parejas, pues, en los estertores de una relación sentimental.

La mujer de una de ellas, llamémosla Rosa, se encuentra cansada, más bien decepcionada. No era eso lo que en su momento, hace muchos muchos años, esperaba de una relación sentimental.

Su marido, ahora, no es lo que a ella le gustaría que fuera. Es, por decirlo de alguna manera, demasiado hombre en el peor de los sentidos. No se ha amoldado a los nuevos tiempos, quizá porque desde el principio no lo tuvo fácil: fue él quien tuvo que ampliar su jornada laboral para poder acarrear con los indispensables gastos que ocasionaba una familia inesperada. En cualquier caso, esos tiempos pasaron y, ahora, son una pareja representativa de los tiempos que corren: los dos trabajan en condiciones similares. Pero él, no colabora en casa lo suficiente; definitivamente no ha entendido que, en los tiempos que corren, nada debe haber que discrimine a un sexo respecto al otro. Pero él, sin ninguna mala intención, hace oídos sordos a los nuevos requerimientos sociales requeridos por la nueva situación social. Pero él, se sigue considerando una especie de protector de la familia y además cree que ese es el rol que le toca cumplir mientras su pareja cumple con... el suyo (¿). No ha entendido nada. Ella reconoce que la agresividad que mostraba en un principio le gustaba, porque además era indicador de la condición necesaria para asegurar la protección necesaria. Pero, como ahora corren otros tiempos, pues eso: su agresividad le molesta mucho; más bien le irrita. Por innecesaria, por anacrónica. En definitiva, no le soporta: es demasiado hombre en el peor de los sentidos.

La mujer de la otra pareja, llamémosla Pilar, se encuentra cansada, más bien decepcionada. No era eso lo que en su momento, hace muchos muchos años, esperaba de una relación sentimental.

Sus expectativas no se han cumplido. Su marido se ha amoldado, quizá en exceso, a los nuevos tiempos que corren. Quizá porque él nunca tuvo que hacer ningún esfuerzo extraordinario que clarificara un determinado rol en concreto. Y no lo hizo: nunca marcó el territorio como hombre. En cualquier caso, han pasado muchos muchos años desde aquel momento en que se las prometían felices. Él es, para ella y por decirlo de alguna manera, poco hombre en el único de los sentidos posibles. Se ha amoldado quizá demasiado a los tiempos que corren. Nunca fue una persona de gran autoridad, pero ahora ella no soporta su pusilanimidad. Él ha hecho lo que tocaba al reclamo de la nueva sociedad, la de los tiempos que corren, y ha destapado su lado femenino. Y ella no soporta tener que tomar ciertas decisiones que le correpondería tomar a él, según ella. De vez en cuando incluso llora cuando le vienen las cosas torcidas. Es decir, de vez en cuando actúa sin los complejos que la sociedad machista de antaño inculcaba a los hombres. En definitiva, no le soporta: es demasiado poco hombre en el peor de los sentidos.

Dos parejas agónicas. Dos parejas, pues, en los estertores de una relación sentimental.

Ambas parejas están a punto de separarse. Cuando lo hagan, ellas, las mujeres, se quedarán con los hijos aun cuando ambos deseen hacerlo en la misma medida. Ellas recibirán una manutención de ellos. Ellas seguirán dejándose seducir por quien ellas hayan previamente elegido para tales efectos. Ellas conseguirán, llegado el caso, sustituir (laboralmente) a un hombre con superiores cualidades específicas verificables y lo harán gracias a la paridad (las cuotas). Ellas culpabilizarán al hombre de todos sus males. Y sobre todo, ellas se podrán permitir el lujo de alardear de la superioridad de su género. En fin, nada que no sepa cualquiera.

sábado, octubre 14, 2006

Malditos hegelianos

Serían las 11:30 de la noche y me encontraba, por casualidad, en las inmediaciones de una carpa que circunstancialmente había sido dispuesta en medio de la calle para inaugurar un restaurante. De dentro provenía el sonido de una música que parecía ser interpretada en directo. Conforme me acercaba la perplejidad crecía; resulta difícil escuchar una voz tan limpia, un timbre tan peculiar como apropiado y un sentido del ritmo y del tono tan personal, entre quienes coquetean con los acordes del jazz-blues, esos acordes tan desprestigiados por quienes piensan que la sencillez técnica de su esencia equivale inevitablemente a simpleza y repetición.

Ya llegado al interior constaté lo que, en contra de las apariencias, rara vez puede constatarse; a saber: que la experiencia personal ante un acontecimiento supuestamente trivial emerge como Experiencia Verdadera (significativa) sólo cuando queda enfrentada a la vulgaridad del resto de experiencias. Suele pasar, lógicamente, ante lo imprevisible, si bien no únicamente. Nada que no sepa cualquiera.

Las sensaciones recibidas ante aquella ejecución vocal eran, en cualquier caso, similares en intensidad y forma a las “por mí vividas”, por ejemplo, en Burgos ante aquel Ionesco representado por una compañía de teatro aficionada, o ante aquel espectáculo callejero vivido en Niza a altas horas de la madrugada, o ante aquel encuentro fortuito que me congregó junto al paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disección.

La mujer, que cantaba como un extraordinario querubín cirrótico y que tanto me alteraba el ánimo a partir de la emoción, tenía un aspecto exageradamente anodino. Casi vulgar -y dicho así sólo para entendernos: entradita en carnes y mostrando una evidente despreocupación por la vestimenta nada propia para este tipo de eventos. En fin, que así podría describirse a quien a pesar de todo me pareció, en aquel momento, la Princesa del Punjab. Y me enamoré.

Cuando acabó el tema en cuestión me acerqué automáticamente a ella y le di la enhorabuena. Le comenté que estaba agitado porque venía de dos calles más allá al reclamo de su voz y que además venía corriendo por miedo a perderme algo. Todo a partir de entonces en rápido: me abrazó y me dio las gracias, le pregunté si se dedicaba a ello y si podía saber más de ella, pero desapareció de allí con tres personas diciéndome que se trataba de una pasión que al parecer sólo interesaba a ella. Pregunté después acerca de ella y me contaron que se trataba de una espontánea que había subido a cantar después de que acabara la verdadera actuación de un trío.

Flash Back. Alcancé la carpa poco antes de que acabara los últimos compases. Allí estaba la cantante, acompañada de una guitarra y un contrabajo, siendo realmente escuchada por... tres personas. Las otras 100 allí presentes se encontraban para lo que se encontraban: para tropezar con las bandejas de los camareros ambulantes. Parecían conocer –todos- las teorías de Glenn Gould respecto a la música en directo.

Corolario. Sólo los prepotentes rehazamos frontalmente toda forma de historiar que deposite su fe, de forma unívoca y exclusiva, en el Zeitgeist. La filosofía alemana surgida hace dos siglos e implantada como patrón en la más generalizada forma de entender la Historia, está bien siempre y cuando asumamos que no se trata más que de una astilla en el ojo, un ojo que no podemos frotar so pena de empeorar las circunstancias. La cantante no tendría (y de hecho no tiene) posibilidad alguna de triunfar en un mundo que se nutre mucho más de las modas que de lo excelente. Pero ya se sabe, las modas son masivas y por ello populares (¿o es viceversa?) y la excelencia no es más que un espejismo para quienes programan el gusto popular a través de las modas.

miércoles, octubre 11, 2006

Diccionario y Sexo II

Actor porno. Persona de género masculino dedicada a interpretar películas del género pornográfico. En contra de lo que sucede en otros géneros cinematográficos, sus méritos no se miden a partir de sus dotes interpretativas, sino de otras que pueden llegar incluso a negarlas (véase Ron Jeremy). En cualquier caso, no cualquiera serviría para ser un buen actor porno aún suponiéndole dedicación y buena voluntad, porque, aunque no todo el mundo haya reparado en ello, hay cualidades más que suficientes para determinar la calidad de un actor porno, generalmente más ligada a la eficacia que a la estética; a saber: carecer de vergüenza para hacerlo en público, facilidad para lograr una erección, facilidad para mantenerla, capacidad de contención, buena recuperación, estar bien dotado, tener una eyaculación espectacular, ser ingenioso y creativo en las posturas teniendo en cuenta la situación de la cámara y, sobre todo, parecer feliz permanentemente a pesar de todo ello.

Actriz porno. Persona del género femenino dedicada a interpretar películas del género pornográfico. Por influencia del cine porno americano y a diferencia de épocas anteriores, en la actualidad se valora tanto la habilidad como la belleza de la mujer/actriz, así como lo que ella esté dispuesta a llegar hacer... o dejarse hacer. Así, lo que hace tan sólo quince años era considerado una perversión de grado superior a la norma y que, por ello, contadísimas actrices estaban dispuestas a hacer, ahora forma parte de esa norma. Y lo que ahora se encuentra relegado a la sección especializada pronto formará parte de la iconografía popular y masiva. El límite de este inquietante pero lógico crescendo se encuentra en los snuffs (véase), es decir en lo prohibido. Límite que, entre otras cosas, verifica la ingenuidad de la pornografía en sí misma.

La gran diferencia entre una actriz porno y un actor del mismo género es que la primera no necesita ni siquiera excitarse para poder rodar las tomas, mientras que en el segundo, la capacidad de excitarse en un tiempo record (en cada cambio de plano o secuencia) resulta de suma importancia. Sobre todo para las productoras. (véase Boy). Por último, un dato: no se trata de desencantar a los pornófilos pero no está de más saber que la práctica totalidad de las actrices porno fingen cuando actúan. Por eso, ésta, la del fingimiento, es una de las principales cualidades “técnicas” por las que se valora la eficacia de su profesionalidad.

Jeremy Ron. Uno de los actores más casposos, grasientos y desagradables, pero con más prestigio, dentro del mundo de la pornografía. Uno de los seres seguramente más incomprendidos y al mismo tiempo envidiados por todos los “beach boys” de la Costa Oeste. En fin, un actor fecundo cuya existencia en el mundo del porno carecerá de toda posible explicación racional. Uno de los actores, pues, más (re)conocidos (y reconocibles) en el mundo entero a pesar de medir prácticamente lo mismo a lo largo que a lo ancho –nunca mejor dicho. Ron Jeremy es, para terminar y aún a riesgo de parecer excesivo, uno de los motivos por el que puede dudarse de la supuesta nocividad intrínseca de la pornografía (véase).

Snuff. Película en la que se tortura y mata a la persona que de forma obligada se encuentra siendo protagonista de la misma. La huella que inevitablemente dejará en la retina del espectador el último plano-secuencia de un snuff es aquello que no debería ser asociado a un concepto como el de pornografía (véase).

Boy. Modo con el que se denomina al muchacho que profesionalmente se dedica a desnudarse al ritmo de la música ante mujeres enloquecidas, histéricas y sólo Dios sabe si excitadas. Existen diferencias fundamentales entre el boy actual y la mujer que practicaba (o practica) el clásico strip-tease (con barra o sin ella). La fundamental es que boy debe mostrar evidentes signos de excitación en su actuación (si no quiere perder el trabajo), mientras que la mujer podía (puede) desnudarse y bailar al ritmo que le marca, por ejemplo, un recuerdo cinematográfico, o al compás de las dudas que tiene sobre el destino de sus próximas vacaciones.

Pornografía. No hace mucho, un tal Knox fue condenado en Estados Unidos a una importante pena de cárcel por poseer fotografías de niños en bañador, ya que se demostró que eran usadas para satisfacer sus propias necesidades sexuales. El material tuvo que ser calificado de pornográfico para poder inculparlo. (Así fue dada la noticia, sin más). Y es que la definición anglosajona de lo que después nadie sabe definir personalmente reza que, pornografía es todo aquello que pudiera excitar a los miembros más normales de la sociedad.

¿Cuál es la relación que debe tener la desviación (véase) con la pornografía para que ésta exista? ¿Por parte de quién? ¿Qué es lo pornográfico de la pornografía infantil? ¿La propia pornografía, el productor de esa pornografía, o el cliente de esa pornografía que es quien de alguna forma la promueve? ¿Lo será (pornografía) por el hecho de haber promovido satisfacciones, o alivios, o erecciones, o placer a determinadas personas con independencia de cuáles sean las imágenes que han causado esas satisfacciones? ¿Es pornografía el conjunto de imágenes que muestran a niños en bañador en la playa? ¿Lo es si con ellas se masturba un espectador de esas fotografías? ¿Lo son los catálogos de ropa interior que tanto gustan a un gran sector de la población? ¿No es cierto que si consideramos pornografía a las fotos de los niños en bañador por el uso que se hace de ellas debemos considerar también de la misma manera los catálogos de ropa interior y de zapatos que tanto excita a algunos, o la colección de estilográficas que tanto excita a otros (véanse Pornoscopia y Cosmopolitan)?

Pornoscopia. Tendencia a excitarse con un determinado estímulo. Es decir, tendencia a excitarse por lo que podía ser, dependiendo de cada sujeto, cualquier cosa. A partir de la contemplación de un florero, por ejemplo. O a partir de la lectura de textos de autoayuda.

Cosmopolitan (entre otras). También llamada la cosmo por el propio equipo de redacción de la revista, se trata de una publicación mensual cuyo principal objetivo aparente es el de “crear” una mujer acorde a los tiempos que corren, pero cuyo objetivo real es el de vender la máxima cantidad de ejemplares posibles. Su fin, inteligentemente encubierto es, en contra de las apariencias (véase), el de promover y mantener la inseguridad de la mujer, esa mujer que por ser insegura necesitará comprar la cosmo. Promueven la liberación de la mujer mientras anuncian todo tipo de cosméticos (véase y consúltense, además, todas las últimas declaraciones de Doris Lessing). Sexo en estado puro. Sexo duro.

Cosméticos. Productos utilizados para corregir o disimular defectos, retardar los síntomas de envejecimiento y embellecer el aspecto. Es decir, son el principal recurso para retocar las apariencias (véase), unas apariencias que por no poder ser más que eso, son, ya de por sí, poco fiables. El maquillaje es la máxima expresión de la cosmética. Por lo menos en lo que respecta a las apariencias... más aparentes. Así, al di-simular una realidad que es de por sí aparente, su uso nos conforma otra realidad no menos aparente aunque sí algo más sofisticada. Su utilización, de este modo, no haría sino mostrarnos la apariencia de una apariencia; la única realidad re-conocible. Lógicamente, los filósofos posmodernos, siempre tan interesados en la dismulación y el simulacro, han prestado mucha atención al maquillaje. Baudrillard, por ejemplo, lo califica de autoengaño y lo define como “la pretensión de una pretensión”.

martes, octubre 10, 2006

Necrofilia

Infantilismo es la palabra. Sirviéndonos de las pruebas aportadas hace ya unos años por Pascal Brukner (La tentación de la inocencia) puede afirmarse que infantilismo es la palabra que mejor define nuestra sociedad actual. Otra cosa sería que se quisiera, aprovechando el crédito ofrecido por los feligreses de la corrección, relativizar el concepto propio de infantilismo. Entonces llegaríamos a ningún sitio: que es donde intelectualmente estamos desde que el victimismo de las minorías se ha impuesto salvajemente auspiciado por la defensa (¿) de unos derechos ¿históricos? o la subvención de una Cultura de la Queja.

Así, cuando la Defunción estira la media de edad entre sus clientes, la Madurez hace lo propio con los suyos. Con lo que la adolescencia se ha convertido en el estadio ideal para los individuos de la sociedad actual desarrollada. Acudes a un Parque Temático o a un Centro Comercial y todos los allí congregados se han leído El código Da Vinci. Y apenas queda nada que no sea un Parque o un Centro.

Los lectores de nuestra sociedad actual se encuentran ad-hoc con los tiempos que corren. No hay más que echar un vistazo a las estadísticas para saber que la gente es cada vez más Infantil (cretina). Pero no tanto por leer cosas buenas o malas como por leer fundamentalmente novelas. Leer historietas tuvo sentido: el sentido de aprehender a través del género en cuestión lo que éste pudo aportar durante su desarrollo evolutivo. Tuvo sentido cuando las historietas (la Novela) constituían un reducto alternativo y complementario (y después necesario) de comprensión epocal. Leer historietas tuvo sentido, pues, cuando las historietas podían “ser” formas de conocimiento. Es decir, tuvo sentido en ese momento en el que los hacedores de la Historia decidieron que el Arte (la literatura de ficción) daba cuenta de la sociedad en donde se inscribía su producción.

Algo que carece de sentido con la novela actual dadas las características del mundo actual, un mundo que queda prescrito en la Red y sus autopistas de Información y en una televisión multicanal. Muerto el género por saturación de sí mismo y por asfixia externa, sólo debería tener un sentido académico. Más que nunca tiene sentido aquel aserto del ampurdanés cascarrabias que afirmaba que quien a partir de los 30 años sigue leyendo novelas es un cretino.

La cosa se complica, efectivamente, cuando los expertos insisten en imponer un criterio de calidad -utilizándolo de forma tan ingenua como anacrónica- y asocian dicha calidad a la profundidad de pensamiento, afirmando además que ésta no puede encontrarse en la literatura llamada de entretenimiento. Para los expertos, para TODOS los expertos, el entretenimiento sería EXACTAMENTE lo que difícilmente podría asociarse a la literatura de calidad, pues el entretenimiento es efímero e intrascendente por definición. Y aquí habría que dar al concepto entretenimiento las connotaciones que se desprenden de los últimos estudios realizados sobre los hábitos de lectura, publicados el El País (21-5-05). En ellos se atestigua que el motivo que induce a leer al 91 % de los lectores es el entretenimiento. Que por eso leen novelas. Y no podemos olvidar que quienes leen a Coetzee y Sebald son, en su casi totalidad, los que además leen ensayos; y son una pandilla cada vez más escuálida.

Así, con independencia de las diferencias reales que puedan existir entre novelistas de altura y novelistas populares (que las habrá seguro), la cuestión es que tanto los unos como los otros forman parte, después de todo y les guste o no, de lo mismo: de los que en mundo de las letras se dedican a la fantasía. Ya elaboren productos con la pretensión de formar parte de la Historia, ya los elaboren con la intención de ser leídos masivamente, todos hacen lo mismo: exponer al público lector (que mayoritariamente busca entretenimiento) sus instintos necrófilos. Y lo hacen produciendo entretenimiento. Más o menos sofisticado, pero entretenimiento al fin y al cabo, que es lo que busca el 91 % de los lectores.

lunes, octubre 09, 2006

Asco

El hombre viene de frente por la acera y absorto con sus pensamientos. No le conozco. De repente gira levemente la cabeza hacia un lado, abre la boca con leve mueca y al momento de cerrarla inclina sutilmente la cabeza hacia delante y... escupe sobre la misma acera. Sin dejar la marcha. Naturalmente. Es uno de tantos. Uno de tantos que escupen sobre la marcha naturalmente. Es uno de los miles de hombres que se pasan el día escupiendo sobre las aceras. No sé de dónde sale esa costumbre, pero de todos los animales que pasean por la calle el hombre es el único que se pasa el día escupiendo. Asqueroso.

Cada vez que la cámara toma un primer plano del jugador podemos observar cómo... escupe. Lo hacen todos los jugadores de fútbol y lo hacen constantemente. De forma natural; como si formara parte del juego. Y no debemos olvidar que mientras vemos a ese hombre escupir en primer plano, todo el resto de jugadores se encuentran escupiendo fuera de campo. En el campo. Fuera de plano. Cada vez que para el juego, escupen. Asqueroso. Si los partidos duraran un poco más los jugadores acabarían jugando en un mar de babas. Asqueroso. Y seguirían escupiendo.

Es un espectáculo asqueroso ver escupir a los hombres, a tantos hombres. Vas por la calle y tienes que contar con la suerte para no encontrarte con un hombre escupiendo. Yo, cuando veo escupir a uno de ellos, a cualquiera de ellos, entonces... entonces me dais asco, hombres. La suerte que tenéis, hombres, es que a muchas mujeres les gusta que escupáis. Lo sé porque la mayoría de vosotros estáis casados o tenéis novia. Naturalmente. La suerte que tenéis, hombres, es que a muchas mujeres les gusta que os paséis el día mostrando esa incontinencia, entre otras. No hay más que encontrarse, en un bar de copas, con uno de esos famosos jugadores de fútbol que son férreamente castigados con dinero. Con toda seguridad pululará a su alrededor una corte de féminas que venderían su alma al diablo por sacar un poco de algo del escupidor de oro.

miércoles, octubre 04, 2006

Diccionario y Sexo

Adulterio. En la Guía de la Sexualidad editada por Espasa (en cuya portada se lee: “Toda la información para enriquecer tu vida sexual”) viene definido textualmente como “coito de una persona con otra distinta de su cónyuge”. Curiosamente, por tanto y según este experto punto de vista, quedan eliminadas ciertas otras prácticas sexuales en la conformación del adulterio. Y así, por ejemplo, toda felación (véase) efectuada con una persona distinta del cónyuge podría entenderse como... un signo de solidaridad... o de amabilidad... o de pusilanimidad... o de generosidad... o de despiste...

Felación. Variante sexual que, para muchos, se trata efectivamente de una variante, pero no necesariamente sexual. O no lo suficientemente sexual como para ser causa de adulterio.
El hecho de que éste se corresponda con el sentir de una mayoría creciente no es más que un síntoma: el de un infantilismo aterrador. Como demuestra Pascal Bruckner en La Tentación de la Inocencia, la característica más sobresaliente de la sociedad que estamos conformando es su progresiva e imparable infantilización. Véanse Norma, y Sexo oral

Norma (normalidad). En lo relativo a la sexualidad el término puede asociarse de igual forma a dos términos que se superponen y complementan: costumbre y mayoría. Si lo asociamos al primero obtendremos que norma es aquello que es habitual y por tanto no sospechoso. En principio. Pero lo que puede ser un hábito que haga felices a dos personas puede ser considerado una perversión si son muchos los que así lo estipulan. La barrera, en cualquier caso, está menos borrosa de cuanto muchos quisieran y como era de suponer se trata de una simple cuestión de grado y límites. El grado, a su vez, se establece mediante un mecanismo tan sencillo como el sentido común, eso que creen tener todos los seres humanos. Así, nos podemos encontrar fácilmente con personas que tienen muy claro que el coito anal es una práctica antinatural (y pecaminosa) y que al mismo tiempo son fanáticas seguidoras de Dónde estás corazón. O con gente que “ve” como repugnante y propio de degenerados el pissing (véase) y sin embargo “ve” sin problemas Impacto TV.

Sexo oral. Sexo que engloba un número indefinido de prácticas que, paradójicamente, no son sexuales para muchos, a pesar de ser sexo (véase Hay que joderse), como su propio nombre indica. Todas esas prácticas (o técnicas) coinciden en utilizar la boca o la lengua para dar placer al contrario ya se trate de un individuo/a o de un colectivo (véase Sexo oval).

Sexo oval. Sexo que demuestra que el “efecto mariposa” existe.
Sexo que trasciende antes o después.
Sexo jodido.

Pissing. Técnica sexual que consiste en incluir la micción en la actividad sexual. Ha de suponerse que la practica quien gusta de ella en alguna de sus múltiples variantes. Suele ser asociada al sadomasoquismo de forma exclusiva, lo cual no es más que un error que denota una cierta ignorancia al respecto de estos temas, ya que si bien es cierto que se trata de una técnica frecuente en dichas prácticas, no es menos cierto que puede practicarse con otras intenciones y por otras causas. A diferencia de la lluvia dorada, el pissing no es necesariamente interactivo y el placer que produce puede provenir de la simple observación. Algunos de los grabados de Rembrandt, dan cuenta perfecta de lo que puede ser el pissing entendido como lo que al fin y al cabo es. Algo más relacionado con los ojos que con la piel.

Hay que joderse. Frase con la que se hace referencia a algo que además de inevitable parece insoportable. De ahí que se generalice en forma reflexiva. Frase que da sentido a la frecuencia masturbatoria de cada uno.

Desviación. Concepto directamente relacionado con la idea que podamos tener de anomalía o anormalidad; o sea: con la idea que podamos tener de normalidad. A diferencia del similar término depravación, que da por hecha la negatividad de lo que engloba (con independencia del consenso que tal o cual afirmación pudiera suscitar), la desviación se emparenta con la norma haciendo referencia a una forma de salirse de ella. Las estadísticas (véase) son tan poco fiables como engañosas. Y sin embargo es por ellas por lo que sabemos todo lo que creemos saber. (véase Apariencias).

Apariencias. Por definición poco fiables. Son respecto al sexo lo que las estadísticas respecto a la verdad.

Estadísticas (sexuales). Aquellas por las que creeremos conocer la sexualidad de los demás. O mejor todavía: aquellas por las que creemos saber algo de la sexualidad. Aún hay sexólogos que se las toman en serio y trabajan a partir de los datos obtenidos en ellas. El resultado de sus estudios, por tanto, se aproxima más a la ficción masturbatoria que a una ciencia sexológica.

Normopatía. Modo con el que los psicólogos definen un estado angustioso provocado por la asunción inconsciente de ciertas prescripciones morales que provocan una “normalidad” forzada. (Véase Celibato y Moral... y por qué no, Continencia).


Moral. En 1.973 la actriz porno Linda Lovelace, famosa entonces por haber rodado Garganta profunda, dijo en una entrevista: “He sido atacada por críticos que me han calificado de monstruo inmoral. He de reconocer que me gusta mucho que me llamen de ese modo. No me avergüenzo de haber protagonizado Deep Throat. Al contrario, me siento muy orgullosa. Recientemente, Frank Sinatra me comentó que se había comprado una cinta de la película y que solía proyectarla con frecuencia en su avión privado cuando estaba de gira. También me dijo que cuando acabase con mi novio, fuese a verle”. Ocho años después, ya militante de la ultraconservadora Morality in the Media la simpática Linda decía: “Me pareció muy decepcionante que todas esas estrellas viniesen a decirme lo maravillosa que me encontraban en la pantalla. Me pregunto si no se habrían vuelto locos los artistas que yo admiraba cuando era una niña. Aún hoy, no consigo entender por qué la gente sigue interesada por aquella película”.
Lógicamente: moral es, según la Academia, “Aquello que no puede ser apreciado por los sentidos, sino por la conciencia” (véase Moraleja y Doble moral)

(Doble moral). La enérgica defensora de las foquitas (y ex sexsimbol erótico) Brigitte Bardot es una de las más entusiastas votantes de Le Pen.

Moraleja. La moral no es más que una decisión que se toma en cada décima de segundo (si tomamos a éste como unidad de medida). Y puede variar en función de las veces que cada uno estime oportuno y con independencia de que seamos incapaces de racionalizar constantemente esas decisiones. Posiblemente Linda Lovelace fuera más inmoral en su época moralista que cuando engullía penes con el consentimiento de un novio al que quería y respetaba. Es una conjetura, pero no por ello deja de tener un cierto sentido.

Celibato. Estado en el que viven algunos miembros del clero y que puede entenderse de muchas y de muy diversas maneras. Algo que muchos miembros de ese clero y alguna que otra feligresa agradecen.

Continencia. En la educación cristiana, cuando se hacía referencia a la continencia en términos generales, ésta era considerada como signo de virtud: sobriedad y templanza. En esa misma educación cristiana, cuando hablando de continencia se hacía referencia a cuestiones sexuales, se estaba hablando de recatamiento y abstinencia. Como es sabido, la moral religiosa emparentaba de “forma natural” la sexualidad con la castidad. Ahora, cuando se habla de continencia se está haciendo referencia simplemente a la capacidad de contención. Esto es, a la capacidad que tiene cada individuo de saber dosificar sus relaciones sexuales pudiéndolas controlar, tanto en lo que respecta a su frecuencia como en lo que respecta a la duración del propio acto sexual. Por regla general, están mal vistos los hombres que carecen de continencia, es decir, los incontinentes. Tanto los que lo son atendiendo a la frecuencia de sus relaciones (promiscuos) como los que lo son atendiendo al poco control que ejercen sobre su cuerpo (orgasmadores precoces). Cuando el término es aplicado a la mujer sólo sucede lo mismo cuando se hace referencia al primero de los casos; es decir: sólo están mal vistas las incontinentes que lo son por tener poco control con su generosidad sexual (véase Orgasmo).

Orgasmo. Pequeña muerte cómoda y amablemente aceptada. Puede darse en soledad o en compañía; en cualquier caso será muerte.

Muerte. Coito con el cosmos.