sábado, noviembre 28, 2015

Lo que verdaderamente pasa con el Arte 3

Quizá era necesario dejarlo claro con formas y ejemplos más taxativos. Lo voy a intentar.

Cuando digo que ya no hay Arte lo que digo es que ya no hay una Institución que verdaderamente controle y abarque lo que en su nombre se presenta como tal. Y que tal cosa ha sucedido porque el producto que podríamos denominar artísitico se ha fundido en lo social. Es decir, del elitismo aristocrático que ha gobernado el mundo del Arte durante todo su reinado, cerca de 250 años, hemos pasado a un estado donde la tecnología ha democratizado el producto en nombre de las autopistas de la información y de la multioferta. Y recordemos que era ¡exactamente esto! lo que la Institución Arte ha perseguido con ahínco, sobre todo desde las Vanguardias Históricas: democratizar el Arte. No podemos olvidarnos del híper famoso grito de Guerra del gurú por antonomasia del Arte finisecular Beuys, “Todos somos artistas”. Así pues, un éxito del propio Arte (de la Institución Arte en su desarrollo histórico) el hecho de que ya no haya Arte. Es lo que se llama “morir de éxito”.

De nuevo un frase de Tomás LLoréns nos muestra lo reacios que son los representantes de una era periclitada a aceptar un cambio de paradigma. En la entrevista citada en el anterior post Lloréns venía a decir que a pesar de todo ese caos que vive el arte en la actualidad hay muchos buenos artistas pero que en estas condiciones son muy difíciles de encontrar.

Pues bien, es exactamente TODO LO CONTRARIO. Es precisamente ahora donde todo es fácil de encontrar. Lo que seguro seguirá siendo difícil es determinar quienes son o no son buenos artistas. Y es ahí donde, precisamente, entra el factor de la democratización que tanto ofusca a quienes en el fondo no la quieren -y no la querían- porque no les interesa. No hay duda: cuando no existían ni Internet ni el Big Data lo que decían los expertos era incuestionable entre otras cosas porque no había forma de cuestionarlo. Pero ahora ¿qué usuario (más o menos nativo digital) va aceptar que un supuesto experto le diga qué artistas debe admirar? Prácticamente ninguno. Que un tipo se empeñe, en función de su supuesta condición de sabio, en señalar a ciertos artistas para hablar de su irrefutable superioridad artística respecto a otros es una de las cosas más desfasadas que intelectualmente pueden hacerse hoy en día.

Lo que en absoluto quiere decir que no se pueda elogiar a tal o cual artista a través de textos verbales más o menos literarios. Sólo quiere decir que ya no podrá hacerse amparándose en el plural mayestático que se expresa desde la Institución. O dicho de otra forma, todo elogio verbal de una obra de arte no dejará de ser más que una “simple” crónica del firmante de la misma.

Cuando digo que ya no hay Arte porque el producto arte se ha fundido en lo social, lo que digo es que el artista de antaño ha desaparecido. Y que ha desaparecido, precisamente, por estar en “todas partes”. Así pues, ésta es la paradoja, el precio que el artista del hoy ha tenido que pagar por estar en todas partes es el de haber desaparecido.

domingo, noviembre 22, 2015

Lo que verdaderamente pasa con el Arte 2

Para leer este texto recomendaría primero acceder a estos enlaces:




Resulta fácil entender la afirmación que hace hoy (22-11-15 Levante) Tomás Lloréns en una entrevista a doble página en la que asegura que la gestión del arte debe dirigirse “a los ciudadanos y no a grupos de profesionales que viven de la cultura”. Porque, en efecto, una de las perversiones más habituales que se derivan de las actuales formas de política es sin duda la corrupción. No hay partido político gobernante que no ceda a la tentación de convertir la cultura en aquello que más les interesa y para ello no dudará en usar los mecanismo que se han demostrado eficaces políticamente, cediendo favores a ciertos grupos especializados en vivir del cuento. A veces no son ni siquiera amigos o avenidos, simplemente lo hacen porque a ellos, los gobernantes, les resulta más cómodo dejar la cultura en manos de técnicos mediocres (“profesionales que viven de la cultura”) conocedores de los límites y cómplices del nepotismo tácitamente aceptado, que dejarlo en manos de quien por independencia pudiera generar problemas. Otra cosa sería aceptar que la gestión del arte debiera ir dirigida a los ciudadanos. He aquí, pues, el gran dilema no resuelto: nadie sabe qué significa que la gestión del arte tenga en cuenta a los ciudadanos.

Dilema que no resuelve el gran experto Tomás Lloréns, como demuestra en toda la segunda parte de la entrevista. Más bien al contrario, lo que hace es mostrar la incapacidad que sufre hoy en día la Institución para explicar su caótica existencia actual. Después de una afirmación que sin duda proviene de la indignación (la gestión del arte no debe ir dirigida a grupos de profesionales que viven de la cultura*) el experto, uno de los más reconocidos internacionalmente, se pasa media entrevista pidiendo que la gestión de la cultura se deje en manos de profesionales independientes, es decir de profesionales no vinculados a ningún partido político. Pero, ¿pueden convivir las dos afirmaciones simultáneamente? Sin duda, no. Esta esquizofrenia es típica y comprensible de quien ha vivido la Era del Arte (analógica) y se resiste a las nuevas pautas que marca la Era Digital. Recordemos que la Era del Arte no fue más que el producto del hacer de unos profesionales que jamás pudieron ser cuestionados “desde fuera”, lo que decían y hacían era incuestionable. Y eso por no hablar de la (im)posibilidad actual de desligar los grandes eventos culturales de los presupuestos del Estado, que ese es otro tema

De hecho, resulta muy significativa la contradicción de Lloréns: por una parte niega la autoridad a “grupos de profesionales que viven de la cultura” y por otra exige que la gestión cultural sea llevada a cabo… por profesionales. Significativa por cuanto delata las debilidades -o los miedos o las perversas nostalgias- que afloran en quienes han perdido el monopolio de la opinión y por tanto de la configuración del sistema Arte. Para eso debemos aceptar que el experto -antes crítico/historiador/director/galerista- lleva ya muchos años fuera de servicio y su poder es casi nulo en la configuración del sistema. Aunque no así la del comisario, figura por la que ha sido sustituido y que, como bien sabemos, es una figura meliflua y adaptativa que genera proyectos para los que son necesarias unas muy buenas relaciones con las altas instancias políticas.

Pero es en la explicación que da Lloréns a este desafuero que ya nadie discute donde se encuentra el fatal error, ese error que sólo podrá mantener vivo el propio desafuero. Y todo porque tal explicación nace de un entendimiento del arte absolutamente periclitado, desfasado, es decir justificado con argumentos excesivamente “analógicos” (pertenecientes a la Era del Arte, no a la Digital). Para Lloréns ese desafuero en la gestión del arte se debe a los propios mecanismos utilizados en la misma gestión, que se rigen por lo él que llama “innovación destructiva”. En efecto, para el experto todo este desorden que habita la gestión del arte contemporáneo se debe a la necesidad de actuar como lo hace el mercado tecnológico: proponiendo ciclos destructivos que se fundamentan en la promoción constante de lo novedoso. Para él toda la culpa se encuentra en esta perpetua necesidad de renovación. Así, es cierto,la causa se encontraría en la propia Era Digital, pero el pensamiento con el que se analiza esa causa es puramente analógico y no atiende realmente a las condiciones mismas del presente.

Pero de lo que no se da cuenta Lloréns es que la cuestión podría ser mucho más fácil de entender -y de explicar- a poco que observemos atentamente el actual estado de las cosas:

En la Era Digital coexisten dos tipo de personas: los antiguos amantes del arte (seres más analógicos, antiguos compradores, galeristas, críticos) y los nuevos consumidores de internet. Los primeros YA no compran porque se sienten estafados debido a los precios que tuvieron que pagar por lo que hoy no vale NADA. Y los segundos están directamente en otra onda; no quieren saber nada que ocupe las paredes y almacene polvo. Paredes de casa que no tienen porque su única casa es la nube. Además en esa nube lo tienen todo y su afinidad electiva jamás se verá contaminada por la opinión de alguien (experto) que intente imponer ciertas jerarquías ya sólo justificadas por caprichos personales. Por eso insisto: Damien Hirst y Jeff Koons son los últimos artistas de la Era del Arte, una era periclitada. Todo lo que ha venido después no sé lo que es, pero desde luego que no pertenece a la Era del Arte porque esa era ya no existe más allá de los vestigios testimoniales que haya podido generar una inercia sentimental y especulativa.

*Frase que viene precedida de un titular que corrobora el enfado que envuelve la entrevista del experto: “La situación del San Pío V es una total vergüenza”.

Post posterior y complementario
http://albertoadsuara.blogspot.com.es/2015/11/lo-que-verdaderamente-pasa-con-el-arte-3.html

viernes, noviembre 20, 2015

Conocimiento de juguete

Cuando digo que la Guerra está perdida… quiero decir, sólo, esto.

En la cola de embarque del viaje de vuelta se coloca justo detrás de mí un hombre adherido a su teléfono. Tendrá entre 35 y 40 años, viste informal pero atildado, su tono de voz es suave tirando a bondadoso y mantiene una seria pero pausada conversación con uno de sus empleados:

“Es que la cosa está pasando de castaño oscuro. No puedes llegar tarde a la oficina todos los día, las cosas no son así. Si en la empresa marcamos un horario no es por capricho y lo que no puede ser es que alguien se tome ese horario a cachondeo, en este caso tú. Además, estás dando mal ejemplo a otros técnicos que puede generarnos problemas. Sé que eres un buen técnico pero eso no te da derecho a hacer lo que te dé la gana, de hecho sabemos de tu capacidad y por eso te hemos puesto un sueldo superior al habitual [...] No deberías enfadarte. Lo único que estoy haciendo es prevenir males mayores. Todos entramos a la misma hora y no sé por qué tú tienes que ser distinto, no creo que haya mucho más que discutir. Estás bien pagado y si piensas que este trabajo se queda corto para tus espectativas yo lo entenderé, la puerta de salida está igual de abierta que la de entrada. Si tienes algún problema no tienes más que decírmelo y lo hablamos. Nosotros te queremos con nosotros, sólo depende de ti el que continúes y lo único que queremos es que cumplas con nuestras normas”.

Esto es, de forma resumida, lo que le viene a decir a su empleado ese desconocido que ha coincidido conmigo en la cola de acceso al avión. Y digo de forma resumida porque, en efecto, su discurso ha sido todo lo repetitivo que al parecer le exigía un empleado díscolo y con demasiado amor propio. En cualquier caso su discurso se ha desarrollado  con muy buenos modos, muy buenas palabras y mucha paciencia.

Toca subir al avión. Nos hemos repartido de forma aleatoria en el autobús de embarque, así que enseguida pierdo de vista al joven y correcto empresario. Subo de los primeros por la puerta delantera y me sitúo en el asiento que marca mi billete. Con el avión medio lleno lo veo venir de lejos y me digo a mí mismo “sería mucha casualidad que este tipo fuera mi compañero de asiento”. E inmediatamente yo mismo me contesto “no, no puede ser, sería demasiada casualidad que de entre 150 viajeros posibles me tocara, justo, ese personaje con el que he compartido la cola de embarque”. Pues sí, sí puede ser. Como de hecho ha sido. Y en efecto, su asiento es el contiguo al mío. 

Después de estar hora y media fijando su mirada en la bandeja del asiento delantero el empresario bonachón saca su teléfono y se pone a jugar el resto del viaje a Assassin’s Creed, un juego que exige rapidez en los pulgares. Qué destreza a la hora de torpedear barcos. 

lunes, noviembre 16, 2015

La Guerra está perdida

Hay que estar al menos dos horas antes por lo que pueda pasar, dicen, así que con ese margen de tiempo llego yo al aeropuerto. Aunque he tenido que salir de casa hora y media antes porque no sé muy bien cómo funciona el metro de mi ciudad y no he querido jugármela. Así, tres horas y media antes de la hora de partida prevista.

Cuando llego a ese mal llamado -por los intelectuales cursis- “no lugar” ya desespero un poco en la cola donde suministran la tarjeta de embarque, pero nada que ver con la desesperación que me produce la inmensa cola que tengo que padecer antes de pasar semidesnudo (sin reloj, ni teléfono, ni cartera, ni cinturón, ni zapatos, ni dignidad) por el arco de triunfo, ese arco que separa el mundo terrenal del mundo celeste.

Subo al avión en donde supuestamente tengo que pasar tres horas y media. Me siento en una especie de silla donde quedo encajado por las lumbares y las rodillas, que quedan ipso-facto inmovilizadas. Haciendo una pequeña contorsión logro desplegar una revista que me veo obligado a leer en perspectiva pues no consigo de otra forma la distancia focal necesaria para hacerlo correctamente. Afortunadamente llevo conmigo un libro de pequeñas dimensiones que sí puedo leer de forma más o menos confortable, pero sin poder variar la posición de mi cuerpo durante las tres horas y media que dura el vuelo -salvo la leve distensión muscular que me proporciona una visita al excusado.

El pasajero de mi izquierda se toma con calma un zumo de tomate que bebe a ruidosos pequeños tragos. El de mi derecha no para de dar saltos en una moto virtual que lleva en su teléfono, y su novia se pasa todo el viaje recibiendo y mandando mensajes moviendo compulsivamente sus veloces pulgares. Lo llamarán casualidad, pero tanto de detrás de mí como delante tengo dos bebés de 8 y 9 meses. ¿Que cómo lo sé? Porque se lo han preguntado a ambas madres 5 o 6 veces durante el trayecto. El de atrás me cose todo el viaje a patadas y el de alante sólo duerme si le accionas una especie de carraca. Dos filas más allá hay otro al que nada parece consolarle. Nadie en todo el avión lee un libro, me lo han permitido comprobar mis necesidades biológicas.

Sé que me lo voy a pasar muy bien en destino, pero también sé que la Guerra está perdida.

Addenda. Una vez más no voy a recomendar el libro que me ha dado tiempo de leer íntegramente durante el trayecto, entre otras cosas porque me exigiría dar muchas explicaciones. Lo que sí me gustaría es transcribir un estupendo párrafo entre los muchos que contiene: “La felicidad radica en sentir que lo que se hace tiene un significado eterno, pero, incapaz de traspasar el ámbito de lo instantáneo, la mentalidad moderna lo degrada en diversión o placer, adulteración especiosa de la alegría que, pasada por el rodillo de la inmediatez, se convierte en valor social y objetivo vital”. También el libro contiene una maravillosa cita que viene firmada por Frithjof Schuon: “Entre la mujer y el hombre existe, en el aspecto espiritual, superioridad recíproca. En el amor cada uno asume respecto del otro una función divina”.

jueves, noviembre 12, 2015

Sin Arte

Sin Arte
(Avisé que llegaría un texto más teórico sobre el estado actual del (no) Arte. Helo aquí)

Comencemos por el final asumiendo, como no podía ser de otra forma, que también la Estética tuvo su papel en la era del Arte, esa era declinada según la tesis que vengo defendiendo en mis textos desde hace muchos años, concretamente desde que pude situar con precisión el declive mismo, que no fue otro que la caída de de Lehmann Brothers.

A. Danto, que en 1964 dejó claro el papel de la estética en el Arte mucho antes de que lo hiciera de forma reiterada en su ulterior best seller Después del fin del arte. Es el mismo Danto quien en conversación mantenida con Ana María Guasch y recogida  La crítica dialogada (Cendeac) dice: “…en mi artículo de 1964 The Arte World afirmé que la estética ya no desempeñaba ningún papel y que el nuevo arte señalaba una nueva era en la filosofía del arte”. La pregunta ahora podría ser, ¿qué pasó entonces con la estética? ¿Hasta dónde llegó la estética en el Arte si es que llegó a algún sitio? ¿Desempeña ahora algún papel en la era extinta del Arte?

Algo de razón debía llevar Danto en aquel artículo, pues 45 años después de su afirmación dice Ana García Varas en su interesante libro Lógicas de la imagen: “Sobre el eje central que define la relación entre la historia del arte y la filosofía […] se apoya la contribución de numerosas disciplinas que intervienen así mismo en la configuración de los estudios actuales de la imagen; la psicología, la neurobiología, las ciencias cognitivas, la teoría de los medio, la matemática y la lógica, la retórica, la teoría de la comunicación, la arqueología, la etnología, la historia, la teología, la sociología, las ciencias políticas, el derecho, la cartografía, la publicidad o las ciencias de la educación”.

Como puede verse, resulta tan elocuente como significativo que de entre todas las contribuciones al estudio de la imagen no haga aparición la estética. Incluso la arqueología aparece con más derecho a contribuir en el análisis de las imágenes contemporáneas que la vieja disciplina que en realidad originó la historia del arte moderno. O la lógica, cuya presencia parece tener que ver más con una forma de definitiva humillación a la estética que con una verdadera disciplina sirviente del análisis de la imagen.

Quizá esta desautorización hacia la misma fundadora del Arte (tal y como se ha desarrollado más de dos siglos) se encuentre en su propia historia. O aún mejor, en su misma génesis. La estética nace como la disciplina que toma conciencia de la misma experiencia artística, alegando que ésta no se agota con la percepción y la sensación. Así: “me represento lo que veo y tomo consciencia de lo sentido”. Y reflexionando sobre las obras se forja el espectador un universo conceptual constitutivo de un saber. La estética, pues, como una “nueva” forma de conocimiento.

Pero Baumgarten, el “inventor”, tuvo sus predecesores y contemporáneos, que si bien no llegaron tan lejos, no dejaron de señalar todo aquello de lo que Baumgarten no pudo escapar. Descartes comienza su reflexión sobre la estética separando el placer otorgado por los sentidos de lo que le gusta al alma, y así separa, la percepción del juicio, el cuerpo del alma y las res extensa de la res cogitans. Para Felibien lo bello no es suficiente como categoría definitoria si después de todo el gusto no da su beneplácito, y así introduce un factor que debe ir estrechamente ligada a lo bello para que la categoría sea eficaz y creíble: “la gracia”. De la alianza entre la belleza y la gracia resulta un “esplendor todo divino”, un “no sé qué” indecible, inefable. Nace, de esta forma, las bases del concepto de genio por oposición al de pintor excelente. El Padre Bonhours insiste en la importancia de ese “no sé qué” señalando su dependencia hacia las conveniencias del momento y combina el “esplendor divino” con la “fuerza que eleva el alma” del singular inventor de lo sublime, Longino. De todas formas fue Baumgarten quien afirmó que reflexionando sobre las obras de arte el espectador se forja un universo conceptual constitutivo de un saber. Y sitúa la estética a un nivel similar al de la lógica, la metafísica y la moral: “ciencia de lo bello”, “bellas ciencias”, “bello pensamiento”.

¡Pero!:

-Kant dice que lo importante no es lo bello, sino saber determinar en qué condiciones se expresa el criterio del gusto en relación a lo agradable, lo bello y lo sublime. Así, no le interesa tanto la estética como el gusto, el criterio del gusto, el juicio de apreciación. Y afirma, “cualquier interés corrompe el juicio del gusto”.

-Hegel contempla lo bello como una anécdota infantil y puntual que sólo adquiere importancia en su historicidad, y afirma que sólo la historia tiene una significación tan precisa como incuestionable: la del progreso del Espíritu que alcanza el conocimiento de sí mismo, de lo que es realmente, en su calidad de Espíritu.
-Con las teorías de Diderot se acaba con el Idealismo y se instala definitivamente el criterio de juicio fundamentado en el relativismo que nace de sustituir la perfección por el carácter del genio, introduciendo como categoría estética la categoría propia de la era moderna: lo interesante. Así, no lo bello, sino lo interesante.
-Lukáks nos retrotrae a otros tiempos y proclama como única estética aquella que se encuentre supeditada a la verdad. Así, no lo bello, sino lo verdadero.
-Adorno le da la vuelta al asunto y se encarama a la negatividad. El placer está absolutamente desbancado de la esfera estética y asegura que se trata de un elemento de juicio que enseña más sobre uno mismo que sobre la obra en sí.
-Jauss se enfrenta a Adorno, pero en realidad ninguno de ambos hace referencia a la pintura cuando hablan de estética. En cualquier caso Jauss reivindica lo bello, mientras que Adorno hace lo propio con lo difícil.
-A Goodman, en tanto que analista medular, le parece que “los síntomas de estética no son señales de mérito” y pone el ejemplo de un concierto mal interpretado.
-Danto y Goodman consideran superfluos los juicios de gusto. Además, Danto no cree en la belleza, se dice esencialista y defiende el acceso al conocimiento del arte exclusivamente a través de la filosofía. Mientras que Goodman dice que la pregunta bien formulada es ¿cuándo hay arte? (y no ¿qué es arte?).

-Y luego se acerca George Dickie y nos dice que arte es lo que la institución Arte señala como arte, y punto.
-Barthes nos introduce en una estética despersonalizada (grado cero del autor) donde todo es sólo texto, pero después se pasa el final de su vida buscando una imagen que represente la esencia de su madre, haciéndolo, además, a partir del análisis de fotografías tomadas por los fotógrafos más prestigiosos, La cámara lúcida.
-Krauss no puede contemplar la estética del producto artístico sin saber cómo transcurrió la infancia de los artistas en su relación con el deseo latente hacia el padre o la madre. Vale...
-Y por fin llega Frank Stella y ante la demanda de explicaciones acerca de su obra contesta: “Lo que ves es lo que
ves”.

Cerrando así el círculo de la única manera que se podía cerrar lo que ya nació con el germen de su propia destrucción.
“¿Bello?, ¡eso lo dirás tú!” En efecto, así es como inició su andadura la Estética gracias a la misma Teoría (a finales del XVIII). Su evolución natural nos ha llevó al posmoderno “¿Bello?, ¡eso lo dirás tú!, y además lo que ves es lo que ves... idiota”.

Ahora las cosas han cambiado. Y la situación que nos queda tiene su aspecto positivo: la figura del experto en Arte, en tanto que ser extremadamente culto (?) y sensible (?) que se permitía insultar al espectador cada vez que se cruzaba con él, ha desaparecido. Si ustedes se fijan ya apenas existen los críticos de Arte. Lógico: muerto el perro se acabó la rabia. Sin embargo, y éste sería el aspecto negativo, los expertos han sido sustituidos, en la era digital, por los llamados comisarios, esos seres puramente políticos que, si quieren y les dejan, pueden llegar a ser mucho más nocivos y malvados. Porque ya no trabajan desde la supuesta sensibilidad de una élite, sino bajo los inflexibles y reduccionistas parámetros de la Corrección Política.

domingo, noviembre 08, 2015

Gran Hermano y Forges



Gran Hermano y Forges



Mientras les llenan la cabeza de slogans y de ideología barata los jóvenes siguen con fruición Gran Hermano y Hombres y Mujeres y Viceversa, dos de sus programas favoritos de la parrilla televisiva. Y lo hacen dejando claro cómo son y de qué van todos ellos, personajes y espectadores. Así, mientras los políticos, los periodistas y los profesores inculcan al mundo civilizado la idea de que los varones son sospechosos por naturaleza (?), los jóvenes van a la suya, la que les resulta inevitable. Tanto si son hembras como si son machos. O por decirlo de otra forma: los jóvenes son como son con independencia de lo que se diga de ellos e incluso de lo que ellos crean ser. ¿Y qué conclusión podría extraerse de las 16 ediciones de Gran Hermano, y más concretamente de esta última, tan instructiva? Pues que definitivamente hay muchas mujeres con carácter y que además todas ellas están educadas (desde los poderes fácticos, desde la trama social y lo que resulta más importante, desde su más tierna infancia) en la absoluta independencia de su sexo y su autonomía respecto al opuesto. ¿Qué otras conclusiones cabrían? Pues que los varones más chulos y proactivos son los que más éxito obtienen con esas mujeres tan independientes y liberadas. Y como es sabido (y quien no lo sepa peor para “él”) los más chulos son, casi siempre, los que además llevan ciertas cualidades asociadas, como agresividad, orangutanismo, egoísmo, crueldad, despotismo, vanidad, insensibilidad… Pero ahí están ellas, las jóvenes, tan liberadas, tan independientes, con tanto carácter, con tantos slogans feministas marcados a fuego en su mente… perdiendo la dignidad ante los más chulos de la pandilla. Como siempre. Humillándose ante quienes admiten su escasa capacidad para amar y la mucha que tienen para follar…



Veamos ahora una de las últimas viñetas de Forges para El País




Si yo tuviera que describir la viñeta lo haría de la siguiente forma:  Una anciana enlutada corre con una pancarta en las manos que contiene un texto y una imagen; el texto dice “Pacto de Estado ¡ya! Contra el machismo” y la imagen es la cabeza de un hombre tachada con una cruz roja. Una lágrima enorme discurre por la mejilla de la anciana.



¿Alguna objeción? De lo que no cabe duda es de lo que la cruz, con todo su rojo, significa en su superposición sobre la cabeza del hombre: que es él quien sobra. O que hay que acabar con él y por eso lo tachamos. O que el problema es el hombre con independencia de que para acabar con él tengan que hacerse unas cosas u otras: pactos, Institutos, Ministerios, leyes, lobbies… El que se encuentre representada la imagen de un hombre en la pancarta no puede responder a ninguna ingenuidad, de otra forma habría bastado con el slogan.



¿Es eso lo que vemos o no? ¿O quizá deberíamos hablar de interpretaciones en base a algún matiz? ¿Podrían las posibles interpretaciones no ser en realidad más que proyecciones de significación derivadas de un discurso previsible por oficial? ¿Qué nos haría pensar que lo que sobra son sólo algunos tipos de hombres? Bajo mi punto de vista poca cosa, pues no hay motivo para pensar que los hombres de aspecto rudo o adusto son machistas. ¿Entonces? ¿Por qué entonces debemos suponer que son sólo unos cuantos hombres los que deben ser tachados? ¿Qué nos obliga a deducir de la esa imagen que sólo sobran algunos hombres y no todos? Nada. La imagen que se tacha es la de un hombre que tiene acentuadas las características específicas de su sexo: mandíbulas anchas, barba de 4 días (esa que tanto gusta ahora) y cejas pobladas. Es más, si quitamos el rictus de la boca podríamos incluso hablar de lo que siempre se ha asociado a un hombre noble, con sus gafas incluídas. Hagan la prueba y lo verán. En cualquier caso los rasgos que indican seriedad o mal humor tampoco son sintomáticos de machismo. Más bien al revés, como hemos comprobado en los dos programas citados.



La conclusión es que a la imagen no le ha hecho falta ser más objetiva para ser eficaz. A Forges no le ha hecho falta ser más explícito a la hora de describir la maldad del hombre que hay que tachar para conseguir que que todo el mundo acepte la viñeta sin restricciones. O por decirlo de otra forma: no ha hecho falta que el hombre tuviera un cuchillo en la mano para que todo el mundo supiera que el varón es la causa del problema con el que hay que acabar. No hay que acabar con los tipos duros ni con los chulos, de hecho hemos visto que siguen siendo ellos quienes más favores obtienen de las liberadas hembras, hay que acabar con el mismo varón, ese varón que más bien podría ser el marido de esa anciana que llora al tiempo que viste de luto en un país que estadísticamente se encuentra a la cola de los que padecen violencia derivada de cuestiones pasionales. Tampoco importa demasiado saber en qué puede consistir ese Pacto de Estado, precisamente porque lo importante ya haya quedado claro y la misión cumplida con la misma viñeta.


Coda. Hay dos tipos de personas, aquellas a las que les gusta generalizar y aquellas que reniegan ferozmente de toda posible generalización. Pero dentro de cada grupo existen además dos tipos de personas, aquellas a los que no les gusta generalizar y aquellas que no pueden evitar el hacerlo.

miércoles, noviembre 04, 2015

Tecnología y Ética

Iba diciendo que la actualidad tiene su punto, por supuesto, pero si tuviera que vivir sólo de ella no encontraría muchos motivos para soportarla.

Habrá mucha gente a la que no le diga nada el nombre de Colt Thornton, y aunque me apena lo entiendo. No son tiempos buenos para predicar nobleza. Y sin embargo para mí nada hay cualidad mejor a la que aspirar. Entre otras cosas porque viene inevitablemente asociada a otras.

Como cada año lo he vuelto a hacer. Se trata de una práctica habitual en mí la de sentarme tranquilamente a ver dos películas: Río Bravo y El Dorado. Y es aquí donde sale a relucir el nombre de Colt Thornton, el pistolero insobornable cuyos principios atienden a esa cualidad tan inusualmente propiciada por una educación más bien enfocada al “sálvese quien pueda”. Colt Thornton del El Dorado o Chance de Río Bravo, que tanto monta (John Wayne, en cualquier caso). Porque con sus diferencias configuran un tipo de héroe tan distinto a los héroes del hoy, que es fundamentalmente un ESTRATEGA.

De lo que se trata es de pensar que la nobleza no es cualidad que nos venga dada en tanto que seres humanos, sino más bien algo que uno se propone y que se trabaja. Pero tampoco es noble aquel que quiere sino aquel que lo consigue. En cualquier caso la nobleza exige atención porque a la que nos descuidemos encontramos excusas para escamotearnos a nosotros mismos.

Visionar tranquilamente, decía. Única forma de que la esencia del film -de cualquier buen film- penetre en las entrañas del espectador.

Así, podemos decir que recomendar el visionado de estas películas ya contiene dos handicaps (sobre todo para la gente joven, que son los que no saben nada de este tipo de héroes), los que imprimen las exigencias: la de querer ver las películas y las de dedicarles el tiempo necesario. ¿A qué parece una perogrullada? Pues no lo es. Querer significa tener voluntad y es posible que muy poca gente la tenga para ver algo tan “antiguo”. Y después está lo del tiempo, tan íntimamente ligado a lo del espacio. Sabemos que nadie -absolutamente nadie- tiene tiempo para hacer algo que le viene sugerido o aconsejado si su voluntad es ajena a ello. O por decirlo de forma directa: sentar a unos adolescentes ante Río Bravo puede llegar a resultar una empresa suicida. Sobre todo si les quitas el teléfono. Y mi conclusión no sería que ellos se lo pierden sino que nos lo perdemos todos. En unos tiempos donde se proclama que ya “no necesitamos héroes” (como decía el slogan de aquella imbécil artista posmoderna) resulta fácil introducir confusión en la enseñanza de valores éticos.

Si después de todo existen aún buenas personas desde luego que será a pesar de ese todo.

Coda. Es ciertamente triste ver el tiempo que los niños y adolescentes dedican a sus teléfonos móviles, sobre todo y fundamentalmente porque no extraen de ello nada positivo. Pero lo que resulta patético además de desolador es ver a adultos dedicados en cuerpo y alma a estos dispositivos -o a las redes sociales.

domingo, noviembre 01, 2015

Tecnología

Es lo que hay

Hace ya cerca de 3 meses se me ocurrió comentar en familia mi intención de cambiar de teléfono móvil. Especifiqué que no se trataba de un capricho sino de una necesidad que se debía a su pura disfuncionalidad del dispositivo. La respuesta no se hizo esperar, tanto por parte de mi hermano como por parte de mis sobrinos, dos mellizos de 15 años, todos ellos grandes usuarios de estos apabullantes artefactos tecnológicos. Cuando vi hacia dónde se dirigían sus consejos no tuve más remedio que interrumpirles para señalar, con toda precisión, cuáles eran mis verdaderas necesidades de uso. Más bien mínimas.

Pues bien, su forma de ignorar mis precisiones fue tan sorprendente como significativa. Yo había dejado claras mis bajas pretensiones respecto al uso, pero ellos discutían sobre modelos que, por lo que contaban, superaban innecesariamente mis necesidades. Tras un periodo de escucha en el que ellos se intercambiaban marcas y siglas como si fueran trabajadores de la NASA me vi obligado a tomar la palabra para insistir en mis intenciones, pero esta vez desde otro ańgulo: “no quiero gastarme más de 100 euros y si el modelo es pequeño mejor que mejor”.

Al unísono los tres: “¡Pero eso es imposible! Además un teléfono pequeño no sirve para nada. Es más, ya no hay teléfonos pequeños, pero si alguno quedara por ahí desde luego que a ti no te serviría para nada”. ¿Lo ven ustedes? De nada había servido que describiera con precisión y con cierto laconismo que yo sólo quería un teléfono para llamar y mandar mensajes. No dejaban de hablar de capacidad, de almacenaje, de velocidad, de multifuncionalidad y sobre todo de núcleos. He de reconocer que lo de los núcleos me dejó fuera de combate, pero disimulé como mejor pude y dejé que mi voz se expresara por intuición: “es que a mí lo de los núcleos no me afecta demasiado, lo único que me interesa es que mi teléfono se comporte, lo mejor que pueda, como un teléfono”.

Por la complicidad de su miradas comprendía que había hecho el ridículo, pero me recompuse: “No es que no me importe la velocidad, lo que pasa es que tanto núcleo no creo que yo que…”. Mi sobrino me interrumpió: “Sí Alberto, no se trata de lo que necesitas sino lo que las novedades tecnológicas ponen en el mercado, novedades que anulan todo lo anterior. Así que si no quieres volver a tener problemas de aquí a unos meses no deberías comprar algo que está ya casi obsoleto”.

Esto, como digo, sucedió hace unos tres meses. Hace un par de semanas tuvimos la oportunidad de retomar el tema en un paseo por la ciudad de Alicante, ahora ya sólo con mi hermano y mi sobrino, quien sin duda muestra un interés especial por ayudarme a sustituir mi disfuncional teléfono. Su bondadoso carácter imprime al problema un halo de tragedia y por eso pone mucho interés en solucionarlo; no entiende cómo puedo ir por la vida con un teléfono tan birrioso. O por decirlo de otra forma, sufre verdaderamente por verme con esa antigualla que tiene una vida tan propia que ignora la mía. Y por eso no ceja en la búsqueda del modelo apropiado. Nos metimos en una tienda de telefonía y me señaló los más apropiados para mí, pero no sin poder evitar el señalarme sus discrepancias respecto a todos ellos. Me leía sus especificaciones -dispuestas en las cartelas-, con el aire de un catedrático cansado e inmediatamente me decía: “Éste te podría ir bien, desde luego, pero por un poco más yo me llevaría ese otro que…”

“He encontrado el teléfono que buscas”, me dijo ayer con toda la buena voluntad que cabe en el mundo. Cuando me especificó sus características me vi obligado a preguntarle si recordaba cuáles eran mis necesidades. Sí las recordaba y además perfectamente, pero en su elección había pesado mucho más algo que a cualquier nativo digital le resulta imposible ignorar: las novedades del mercado en materia tecnológica. “Es demasiado para mí”, le dije después de agradecer su interés, “yo preferiría algo más sencillo”. Pero él seguía sufriendo por una posible decisión errónea por mi parte: “Es que lo que tú quieres ya no sirve para nada, no podrás hacer nada con él, además ya no hay teléfonos pequeños”. Yo le interrumpí, “es que no lo quiero para nada; sólo lo quiero para llamar y mandar mensajes”. “Vale -me contestó-, ¡pero es que ni siquiera podrás jugar a tu propio videojuego!”. Y llevaba razón en esto, porque mi última creación “artística” es un videojuego que saldrá al mercado por Navidades. Y es absolutamente cierto que no podré jugar a Vulcano si no tengo un teléfono con la suficiente capacidad. Algo que por supuesto me importa una higa. Aunque adore a mi sobrino.

La verdad es que tiene toda la razón Félix de Azúa cuando se “descojona” de todas esas disquisiciones acerca de si la religión debe estar o no presente en la educación escolar. Sobre todo si tenemos en cuenta que nadie tiene en cuenta los efectos de la verdadera religión de los nativos digitales.  

Previo. La actualidad tiene su punto, por supuesto, pero si tuviera que vivir sólo de ella no encontraría muchos motivos para soportarla.