Entendidas
en términos generales (no religiosos o económicos) ni la ortodoxia
ni la heterodoxia son en sí mismas actitudes encomiables o
positivas, y por tanto no existe superioridad de una sobre la otra.
Tales actitudes son, pues, las que coexisten y conviven en cualquier
estado o momento
histórico. Y dadas
las respectivas definiciones de ambos términos, el quid
del asunto se encuentra, siempre y sólo, en las proporciones que
definen la antinomia, de forma tal que la heterodoxia sólo pueda
corresponderse con una parte pequeña de la totalidad. Así, todo
momento
histórico
quedará ineluctablemente configurado por un número
extraordinariamente elevado de ortodoxos y por un número casi
despreciable de heterodoxos
No
existe superioridad de una actitud sobre la otra, decimos, pero sí
existen grandes diferencias entre la actitud de quienes pertenecen a
un grupo o a otro. Hay algo en los representantes que conforman el
siempre más reducido grupo de los heterodoxos que los define: el
valor. Los heterodoxos son, por definición, individuos que se
encuentran enfrentados a la mayoría, lo que siempre y en cualquiera
de los casos conlleva un alto coste. El coste real que supone nadar
contracorriente, valga la metáfora. Y digo enfrentados, y digo bien,
y hablo de coste, y de coste real, porque nadie duda de las
dificultades que entraña el hecho de no pertenecer a tu tiempo.
Descartada la superioridad de una actitud frente a la otra sólo
cabría analizar el sentido último que pueda tener nadar en contra
de la corriente. Pero esto sería otro tema.
En
cualquier caso, lo que fundamentalmente diferencia a un heterodoxo de
un ortodoxo es la mayor y más intensa consciencia de la propia
vitalidad del primero, pues sufrirá en sus carnes y de forma
continuada ese coste que entraña el ir con la lengua fuera. Mientras
que el segundo podrá ir de aquí para allá con su cinturón de
seguridad y sin despeinarse. O por decirlo de otra forma: si un
heterodoxo no posee una buena complexión y una buena genética muy
probablemente viva 5 años menos que un ortodoxo (más allá de la
complejidad de parámetros que rige la longevidad de los individuos).
Y
es que si tuviéramos que hablar de libertad asociada a la antinomia,
la conclusión no albergaría ninguna duda: sólo pueden saborear
verdaderamente las mieles de la libertad aquellos cuya actitud no
genera fácil reconocimiento social. El heterodoxo es más libre que el
ortodoxo porque siendo consciente de los perjuicios que le genera su
actitud no acepta complacencias tentadoras y con ello demuestra que
verdaderamente hace lo que le da la gana. Nada que ver, por cierto,
ni con la obstinación ni con el masoquismo, más bien al contrario
lo que hace el heterodoxo con el ejercicio de su libertad es mostrar
la alienación de los ortodoxos. Habrá muchos ortodoxos que se
empeñen en decir que ellos también hacen lo que les da la gana
pero eso sólo podrán decirlo a la defensiva y desde el río que les
lleva.
Desde
que Winkelmann y Baumgarten inventaran el “Inventario Sagrado” se instaló la creencia de que los artistas son los personajes que
mejor representan a lo
heterodoxo.
Pero esto sería más que discutible, sobre todo en la actualidad de
el
hoy,
donde el arte es entendido mayoritariamente como una herramienta de
comunicación -y no poética-, tal y como demuestra la cada vez más
alta injerencia del Estado en los procesos productivos artísticos de
todo tipo. Por eso resulta preocupante -a la vez que desternillante,
valga la paradoja- que mucha gente siga creyendo que los artistas
(plásticos, teatrales, cinematográficos) son los adalides de la
libertad, pues no hay mayor Gremio que mejor le coma la polla a Papá
Estado (que pronto será Mamá y habrá que comerle otra cosa) y
además con tanta naturalidad.
Pedro
Almodóvar lo dejó claro ayer en los Premios Goya pidiendo al Estado
mucho más dinero, es decir, mucha más injerencia, para la industria
cinematográfica española, gastando ese gentilicio tan desasosegante
cuando se habla de otras industrias, el de lo
español.
En un alarde de intelectualidad que Almodóvar sólo puede desarrollar
cuando son los suyos quienes gobiernan distinguió entre Gobierno y
Estado para poder clarificar que es el Estado quien debe poner pasta
gansa en la industria cinematográfica española.
Pero
si hablamos de industria todo el mundo sabe es que quien paga manda,
como también sabe que existen mil y un trucos para
aparentar lo contrario. Y es aquí donde los artistas, esos seres
puros y libres (sic), aprenden a hacer sus misteriosos requiebros,
los que consisten en adecuar sus proyectos a lo que el Estado DESEA,
que no puede ser otra cosa que afianzar y agrandar sus fauces para
zampar feligreses adocenados. Requiebros: ajustes que permitan
conseguir la subvención; requiebros y ajustes que nunca sobrepasarán
lo que sus sensibles almas libres estarían dispuestos a soportar sin
contravenir esa su esencia pura y libre (sic). Así, los requiebros
justos para no “ver” su pacto con Mefistófeles, ese personaje en
el que dicen no creer. Resulta curioso ver la facilidad que tienen
los creadores, en teoría tan puros como libres, para hacer,
casualmente, los ajustes que les permitirán aprovechar las prebendas
necesarias para expresar tanta sinceridad.
Que
los artistas de el hoy son la pura heterodoxia quedó demostrado
-también- en Radio Clásica el día anterior a la entrega de los
Premios cuando en el programa Sinfonía de la Mañana Martín Llade
entrevistó a los 3 directores (Garaño, Goenaga y Arregi) de la
película En
la trinchera,
con 16 nominaciones. Pues bien, con la complacencia de quien como Almodóvar
elabora análisis adolescentes el presentador del programa les dice a
los directores respecto al haber rodado en Euskera, “Habéis roto
un tabú [haciendo] algo que resulta más complicado” y concluye su
elogio asociando esa decisión con el quijotismo, o sea con la
ingenuidad más tierna e inocente. Y eso se lo dice a unos
autores/directores cuya película tiene ¡16 nominaciones a los
Premios Goya! “Quijotismo”, qué bueno.
Queda
claro que tanto el presentador como los artistas pertenecen a su
época, ésta, la de la Corrección Política; pertenecen a nuestro
tiempo, el que se encuentra trufado de quejicas, víctimas y
ofendidos. Los cuatro pertenecen a éste nuestro tiempo, tiempo donde
los nacionalismos medran y no sólo a costa de la la izquierda tribal
-no internacionalista-, no podemos olvidar que la derecha lleva años
poniendo puentes de plata a todas esas comunidades con lengua propia.
Los cuatro pertenecen a nuestro tiempo, ese en el que los lacayos del
Poder se sienten revolucionarios haciendo, exactamente, lo que el
Poder les reclama. Por eso, uno de esos directores, también ebrio de
autocomplacencia, dice respecto al asunto de la lengua, “vamos
camino hacia la normalización... se está volviendo cada vez más
heterodoxo”.
¿Heterodoxo
rodar en Euskera en nuestro tiempo? ¿Es la normalización propia de
la heterodoxia? ¿Puede la heterodoxia considerarse normativa? ¿Qué
hay de quijotismo en hacer lo que todas las Altas Instancias
Políticas promueven? ¿O acaso ninguno de los cuatro sabe que lo que
toca hoy es hacer cine el “lengua comunitaria”? ¿Ninguno sabe
que lo que más cachondas pone a las Altas Instancias Políticas es
hacerlo todo en “lengua comunitaria”? ¿Que donde más dinero
ponen las Altas Instancias Políticas Comunitarias es es todo aquello
que se haga en “lengua comunitaria”?
Para
un verdadero heterodoxo pertenecer a su tiempo es una de las mayores
humillaciones que puede infligirle la existencia.