domingo, abril 25, 2010

La realidad, el gerundio y la locura

Un personaje relevante de la Historia de España que debido a sus circunstancias padeció, cómo no, el Síndrome de la Moncloa, ha hecho unas declaraciones a medios de comunicación dignas de ser analizadas pues han salido en todas las cadenas de Tv y en todos los periódicos -que para algo le sirve ahora el haber sido presidente de Gobierno muchos años. Y digo que merecen ser escuchadas y leídas porque (con independencia de que haya sido imposible no escucharlas o no leerlas) cuando un personaje de su envergadura histórica, retirado hace años de la vida política, reaparece en los medios de comunicación para decir algo es porque existe en él la imperiosa necesidad de comunicar (explicar) ese algo. Y la imperiosa necesidad de que se le escuche.

Dijo anteayer el ínclito rodeado de micrófonos de todo pelaje: “Lo que está sucediendo es inexplicable y todo lo que no puede explicarse no puede ser justo”. Así pues, presente continuo: a pesar de su inexplicabilidad hay algo que se encuentra sucediendo. La paradoja es brillante: lo que está sucediendo es inexplicable, somos capaces de vivirlo pero no de explicarlo; es decir, somos sólo capaces de sufrirlo ¿Estará hablando de la vida misma? No, pues la segunda frase se encarga de apartarnos de la vía de interpretación metafísica.

La primera frase sería una premisa que consiste en una descripción de los hechos, si bien podría decirse que se trataría de una descripción que pudo haber hecho con más gracia mi sobrino de 10 años, dada la ignorancia del infante. Una premisa que toma por Verdad una perogrullada que sólo adquiere sentido en su extensibilidad a cualquier cosa. Así, y desde un punto de vista sensato y razonable decir que lo que está sucediendo es inexplicable impediría cualquier conclusión. Y tal afirmación pasaría irremediablemente a ser una mera opinión sin ningún valor. Sin embargo, para el incontinente expresidente, esa opinión es tomada como premisa para poder hilar su segunda frase. Su segunda gran frase.

Así, y a través de su conjunción, se nos afirma que los hechos, para ser dignos de serlo, deben se explicables. No deberían, pues, existir hechos que no puedan ser explicados. Lo que le preocupa al expresidente no es la ininteligibilidad del hecho sino su carencia de explicación. Y le preocupa la carencia de explicación porque asegura que esa carencia se encuentra íntimamente ligada a la Justicia desde su lado negativo; esto es, a la Injusticia. Con su doble uso de la negación: “lo que no puede ser explicado no puede ser justo”. O lo que sería lo mismo, sólo puede ser justo aquello que puede ser explicado.

Después de proferir su clarividente afirmación con la soberbia que sólo tienen quienes se encuentran por encima del bien y del mal añade: “seguramente Garzón me va a entender mejor que nadie; pero los otros también me van a entender”. ¿Seré yo uno de los otros?, me pregunto a mí mismo, a quién si no, sumamente intrigado. Puede que Garzón le entienda mejor que nadie pero con mucha probabilidad todos esos “otros” sean ese “nadie”. Una cosa es que algo sea ininteligible y otra cosa es que sea inexplicable. Yo puedo encontrar una explicación incluso a aquello que me resulta ininteligible. Me ha pasado miles de veces con el Arte y a veces incluso con el cine o la literatura.

Pero ¿qué significa para el ínclito el término “inexplicable” cuando lo aplica a la realidad que está sucediendo? ¿Será algo tan simple como que no la entiende? Si así fuera no tendría ningún sentido la segunda afirmación, pues el hecho de que él no la entienda no es premisa suficiente para llegar a una conclusión enormemente dogmática que pretende ser Universal. Quizá por eso NO ha necesitado salir en todos los medios para preguntarse acerca de los casi 5 millones de personas que en breve tendrán que robar para sobrevivir, porque eso sí tiene una explicación y por tanto es justo que esos 5 millones de parados estén desolados. No, lo importante para el ser autoconsciente de su divinidad es aquello que él no puede explicar por mucho que la realidad se lo escupa a la cara todos los días. Sucediendo.

miércoles, abril 14, 2010

La maldad de la ignorancia voluntaria

En un programa de televisión Lucía Etxebarría ha representado una vez más su papel, el papel, todo se ha de decir, que representan todas las mujeres que salen por televisión cuando tocan el tema de la mujer en tanto que género, en tanto que género opuesto al otro, claro; ha representado el papel que representan todas las mujeres que sienten la necesidad, ante el tema en cuestión, de incriminar a ese otro género al que consideran canalla por hegemónico; ha representado, pues, el papel que representan todas las mujeres que salen por televisión o que se expresan a través de cualquier medio de comunicación cuando hablan en nombre de la mujer; ha representado el papel de quien, con independencia de ideología alguna, debe decir, en cualquier medio de comunicación, que las sociedad es machista y que la mujer es víctima de aquel a quien responsabilizan de esa sociedad machista. Da igual el estatus social, económico o cultural de la mujer que se expresa en un medio de formación de masas, la cuestión es que la mujer representa siempre su papel. Ésta es la Pura Opinión Pública del hoy respecto a la mujer en tanto que género (opuesto al hombre); no caben disidencias, no caben actos conciliadores: la mujer es siempre y en cualquier caso víctima del “otro” género, el maligno. Y así como cada mujer es cada mujer (nada más faltaba), no hay hombre que pueda no representar al incriminado conjunto de su género.

Lucía Etxebarría ha representado por tanto el papel de quien, por cuestión de género, se encuentra a la ofensiva por considerarse, antes que nada, una víctima; la víctima de un complot; el complot perfectamente organizado por el conjunto de personas de su género opuesto, el que de forma tácita pero subrepticia se han conjurado contra la mujer para procurarle todo tipo de males. Porque ese es para las mujeres el hombre del hoy. Lo vemos a diario en todas las opiniones que se vierten al respecto en todos los medios, es una cuestión pura de Opinión Pública. Y en esas estamos desde hace ya unos cuantos años.

La tesis de Lucía: que el hombre es culpable de que se publiquen pocos libros escritos por mujeres. Y para argumentar su tesis, esa tesis que nace del odio cuando no del resentimiento, la buena de Lucía usa los números estadísticos. Probablemente confundiendo, por ignorancia voluntaria, los números con los argumentos. Confusión, todo se ha de decir, que demuestra que su fundamento es, efectivamente, el resentimiento.

Los números: Lucía Etxebarría dice que el 56% de la población está compuesto por mujeres, pero que sólo el 18% de lo publicado se encuentra escrito por mujeres. Su conclusión, claro, no prevé nada que no culpabilice a los hombres de esa realidad expresada a través de un dato estadístico. (Por cierto, con “argumentaciones” como ésta es como se consigue adjuntar a un sustantivo su adjetivo más popularmente indisociable. Es así y sólo así que la sociedad es una “sociedad machista”: porque hay menos escritoras que escritores, y supongo que también porque hay menos barrenderas que barrenderos (¿) y menos fontaneras que fontaneros (¿). El adjetivo más popular, esto es, más comercial. El epíteto: cuando se habla de género no hay sociedad, sólo hay “sociedad machista”. La sociedad, para ellas, para las mujeres que expresan públicamente su opinión, no puede no ser machista).

Para Etxebarría los números lo dicen todo y lo que dicen es aquello que ella desea que digan: que los hombres han organizado un complot (tácitamente asimilado por la totalidad del conjunto) que consiste en ningunear, despreciar y humillar a la mujer. Negándole la posibilidad de publicar libros como sin embargo sí lo hacen los hombres (malos). Y quien dice publicar dice vender, soldar, remachar, pilotar, consolidar, componer, arrestar, etc. Y quien dice libros dice ramos de flores, yates, soldaduras de plomo, vinos, sábanas de lino, etc.

Pero, ¿qué hombres son esos que sin haberse intercomunicado ni reunido para marcar los destructivos objetivos (que la mujer no publique), después cumplen sin embargo a la perfección esos objetivos?, ¿qué hombres: los editores, los propios escritores, los lectores, los carpinteros, los ancianos?; ¿por qué querrían todos esos hombres despreciar a la mujer escritora? Pero, sobre todo, insisto, ¿quiénes son esos hombres (de la inevitable sociedad machista) que pueden tener como objetivo el que la mujer no escriba o publique? La pregunta no es baladí, pues no resulta tan importante qué consiguen esos perversos castradores cuanto quiénes son. ¿Qué hombres son: los que leen o los que no leen? Si son los que leen, ¿por qué? No alcanzo a encontrar un porqué verificable. ¿Y quiénes de esos que leen, los que leen las novelas históricas, los que leen a Javier Marías, los que leen a Soledad Puértolas? Si son los que no leen, ¿por qué? ¿Y quiénes de esos que no leen? Y digo que lo importante es saber quiénes son porque sólo conociendo los apellidos de esos canallas podríamos fijar verdaderamente el hecho machista, que en principio sólo a Lucía E. atañe y sólo para ella existe, pues se trata de una afirmación individual no cotejada. Y además sólo así podría la buena de Lucía E. hacer algo para atajar el problema, que es lo que al parecer le gustaría, ¿no?.

Se sabe, además, que el 65% de la gente que lee son mujeres. Así, seguimos: ¿qué hombres son los que hacen ese tremendo esfuerzo consistente en fastidiar a las (potenciales) mujeres literatas?, ¿se trata de fastidiar a las mujeres que quieren ser escritoras negándoles su afición o se trata de fastidiar a las escritoras que quieren publicar y no pueden?, ¿se trata quizá de fastidiar sólo a las mujeres que son buenas escritoras o de fastidiar a las que no tienen espacio en ninguna editorial? La editora de Lumen (que es mujer) dice que cuando llega un manuscrito escrito por una mujer a la editorial cuenta con ventajas añadidas debido al hecho de ser mujer, pero después no se posiciona respecto a lo que eso puede querer decir respecto a las cifras conocidas (56%, 18%). Lo que diga la mujer (en este caso la editora de Lumen) no trasciende en el asunto del problema de género si no sirve para apoyar la causa activista, la que afirma que la sociedad es machista. Es más, aunque los argumentos demuestren contradecir la causa, no se moverán ni un ápice las voces de la Opinión Pública. Las mujeres han hecho de su lucha una forma de vida y ya no pueden renunciar a los beneficios que les proporciona.

Cuando Lucía afirma que esa desproporción en los números tiene como causa la sociedad machista lo que hace es, como digo, representar el papel que representan todas las mujeres cuando hablan de sí mismas en tanto que género. Y poco importará la verdad de sus afirmaciones, porque lo que importa de lo dicho es lo que se trasluce de sus palabras, no el contenido de verdad de las mismas. Por eso, como decía más arriba, nadie fija el hecho de afirmaciones como ésta (que las hay a cientos a diario), porque lo rentable de la afirmación se encuentra en la misma queja.

¿Qué hombres, entonces, son quienes sustentan ese complot asimilado en la sociedad (machista) y qué pueden pretender despreciando a la mujer escritora?, ¿son los editores que saben que las mujeres leen más que los hombres?, ¿o los lectores (que son lectoras mayoritariamente) que se han organizado para ningunear a las escritoras por causas muy misteriosas? ¿Quiénes son esos hombres que logran que en literatura la sociedad sea machista: los editores en general o los editores imbéciles?, ¿los padres que alientan a escribir a los niños pero no a las niñas? ¿Por qué nadie se queja de que desde hace 30 años haya más universitarias que universitarios?

Da lo mismo, mientras haya gente que se dedique a mantener viva la llama del victimismo debido a la rentabilidad que supone, la queja indiscriminada sólo servirá para mantener activo el problema.

Así se fomenta la guerra: “argumentando” con la irracionalidad del (re)sentimiento y conculcando ese (re)sentimiento. Algo que sólo se consigue con el ejercicio de una ignorancia voluntaria, maliciosa.

sábado, abril 10, 2010

Algo personal

La intuición

No contaría yo con más de 10 años. Era un típico día de domingo que congregaba a tres familias en el chalét de una de ellas. Acababan de dar los resultados de todos los partidos de fútbol de primera división y uno de los tres padres de familia se encontraba absolutamente desolado porque se había quedado en trece. Éramos aproximadamente 18 personas sin contar a los perros, pero inexplicablemente se dirigió a mí, sólo a mí, un chaval de 10 años para decirme exactamente: “no somos nadie”. Pudo decírselo a mi padre, por ejemplo, que le habría hecho más caso, pero recuerdo con precisión cómo girando sobre su eje se dio la vuelta y me lo dijo a mí: “no somos nadie”. El motivo de tan metafísica afirmación pudo quizá haber sido otro más apropiado a su dramatismo, pero la desolación es cosa de cada uno. La cuestión es que la frase me dejó algo aturdido aunque no supiera exactamente por qué, pero en cualquier caso no ha dejado de perseguirme y repetírseme desde entonces, sobre todo, como es lógico, en situaciones incomprensiblemente desoladoras. Por decirlo de otra forma, esa frase me puso de alguna forma en contacto con la inmanencia: “no somos nadie”. Ser nadie es no ser, me repetía a mí mismo (a quién si no) con más frecuencia de la que hubiera sido deseable. Y entré de lleno en el conocimiento del sinsentido.

La fijación del carácter

No contaría yo con más de 10 años y me encontraba con mi padre en la parte posterior del chalét de mis abuelos. Mi padre se agachó para coger una piedra que inexplicablemente se encontraba allí, pues no era lugar de piedras sino de pinocha. La parte de atrás del chalét colindaba con un descampado del que nos encontrábamos separados a través de una simple verja. Como digo, mi padre cogió la piedra que allí molestaba, estiró hacia atrás el brazo con el fin de coger impulso y la lanzó en dirección al descampado. En cosa de menos de un segundo la piedra retornó hacia él con la misma fuerza con la que la había lanzado. Le golpeó en la cabeza y le abrió una brecha de considerables dimensiones. A urgencias. Parecía difícil de creer pero la piedra había golpeado en el cordón del tendido de la ropa que cruzaba por la trayectoria de la piedra y la había rebotado hacia la cabeza de mi padre. Resultaba difícil de creer lo ocurrido pues el cordón no mediría más de 2 mm. de grosor y eran muchas las trayectorias posibles del proyectil rebotado.

Lo siniestro

“Das Unheimlich” llamó Freud a su artículo publicado en la revista Imago. Término de difícil traducción que ha pasado al español como lo siniestro, aunque haya gente que prefiera lo inhóspito (Pardo) o lo ominoso (Etcheverry). En cualquier caso se denomina unheimlich a “todo aquello que debía permanecer oculto... pero se ha puesto de manifiesto” (Schelling). Según Freud, se sentirá como siniestro todo aquello que tenga la fuerza necesaria como para sobreponerse al principio del placer. Desde los 10 años soy consciente de no saber qué es lo que (no) seré cuando no sea.

jueves, abril 01, 2010

La felicidad

Me ha sucedido de nuevo: he vuelto a lagrimear viendo una película. Qué le voy a hacer: todo lo que en la realidad me endurece, ante el cine parece ser que me debilita. Es decir, todo lo que en la realidad me deja relativamente impasible, quizá debido a un mecanismo de control y defensa, en el cine me desborda. O por decirlo aún de otra manera: a la realidad me adapto con facilidad sin necesidad de exteriorizar en ella mis afecciones, pero ante el cine me afloran incontroladamente las emociones más elementales. Ahora me han saltado las lágrimas viendo de nuevo Boda real, de Stanley Donen.

Porque eso sí, casi siempre me sucede ante el mismo género cinematográfico: el musical. No sé de dónde me sale esa excentricidad, pero rara vez me sale ante el drama o el melodrama y jamás me sale ante la tragedia. Quizá ante algún wertern, pero fundamentalmente se me activa el lagrimal ante Gene Kelly y Fred Astaire (no ante Max von Sydow). Y ante películas suyas que reveo con medida y dilatada frecuencia. La afición me viene de pequeño y fue conculcada por mi padre, que me enseñó a “ver” música, ya fuera a través de Bing Crosby, de Betty Grable, de Danny Keye, de Carmen Miranda o de Bob Fosse.

Las lágrimas tampoco saltan ante cualquier musical, de hecho, si hago memoria puedo decir que sólo emergen, salvo rara excepción, ante dos de los que fueron mis ídolos de adolescente, Astaire y Kelly. El otro fue, cómo no, Groucho, cuyas películas eran también musicales. Esta vez, como digo, sucedió ante Boda real, una película no tan blandengue e ingenua como cabría espera o como pueda parecer a simple vista; una película que, como la práctica totalidad de películas protagonizadas por estos dos danzarines, transmite una felicidad que rara vez transmiten las comedias más puras, en donde existe una cierta dosis de realismo que enturbia la ensoñación. Porque, en efecto, los musicales llegan tan lejos en su inverosimilitud que se acercan más a Kafka que cualquier drama o que cualquier comedia de enredo.

La sensación de felicidad que me transmiten los musicales no es ni siquiera comunicable. Primero porque la sensación es una noción híbrida (que diría Sartre) que no admite fácil explicación en lo que a la relación del mundo y la conciencia se refiere. Y segundo porque no sé si tiene mucho sentido hablar de sensaciones. De hecho el sentido es, con relación a una palabra, lo que esa palabra nos hace sentir por su significación. Y la palabra sensación carece de significado y obtiene sentido, aquí, en su alianza con ese otro término, el de felicidad. Término éste que en la actualidad se encuentra enfrentado de forma estrictamente antagónica a ese otro término que caracteriza al individuo del fin de la Historia, de la muerte del Arte y de la Novela y de la era del Big Bang, el (de la búsqueda) de placer. Así, sensación de felicidad como algo cuyo sentido se encuentra exclusivamente ligado a mi propia mismidad.

Lo que me hace llorar es la sensación de felicidad que me produce, tan antagónica de la mundana sensación de placer. La sensación de felicidad es una sensación de plenitud que te sumerge en la ensoñación. La sensación de placer es una sensación que emerge para confirmar que la vida es sueño. Por eso la primera es inalcanzable y sólo se “vive” como ensoñación y por eso la segunda es tan corta como descriptible y se vive como una “muerte” . El placer dura sólo el tiempo que somos capaces de soportarlo. En el caso del orgasmo, por ejemplo, 15 segundos. De ahí que, como los franceses, podamos denominar a las sensaciones de placer como “pequeñas muertes”.

Boda real contiene uno de los números musicales más famosos de la historia, esa secuencia en la que Astaire danza en el techo subiendo por las paredes. Sin embargo no es este el momento en el que la debilidad se exteriorizó con mi aludida secreción lacrimal, sino otro mucho menos espectacular pero mucho más característico de las películas de Astaire y Kelly (y no tanto del resto de musicales). Ese momento que es originario de la relación sentimental que se avecina. Esto es, se exteriorizó en el primer número musical que sirve de encuentro entre la pareja protagonista.

En el caso de Boda real, podría decirse que se trata de un número “menor” (tan alejado de lo que caracterizó al estilo Busby Berkeley), pues como hemos dicho se trata de representar ese momento de ensoñación que logra convencernos de la existencia de un estado inalcanzable, el de la misma felicidad. Tanto Astaire como Kelly han protagonizado muchas películas en las que acceden a la mujer de su vida a través de un encuentro musical no premeditado, inesperado. La posibilidad de traspasar esa frontera que media entre la “sucia” realidad y la “bella” ensoñación se produce justo en ese momento en que hombre y mujer abandonan su estado humano (de personas atadas a un deber) y se abandonan a su estado etéreo (de personas desatadas de todo deber). Algo que sucede en la danza, en una danza excéntrica. Ella (Jane Rusell) y él (Astaire) no se conocen de nada, pero de repente danzan en perfecta armonía con independencia de su futuro avatar. Es en ese preciso instante, es justo en ese momento en el que se produce el fenómeno de la felicidad que me es contagiada. Y por eso va y lloro. Algo que se encuentra vinculado, en su relación causa/efecto, con el hecho de haber visto, además, muchos sombreros de copa y muchas novias para siete hermanos. Tempus fugit.