domingo, diciembre 30, 2007

Megalomanía y construcción social

La Historia de la Arquiectura la conforma lo noticiable, lo sabemos porque miles de edificios, salvo algún tipo de catástrofe, no existen para ella. Al menos esa es en principio la primera condición que se le exige a todo edificio que pretenda pasar a la Historia, la de ser noticiable, la de responder a unos intereses que se sobreponen a los del más o menos simple ciudadano. Por otra parte sabemos que las intenciones de los creadores no sirven para justificar ningún edificio público, pero que las acabamos conociendo cuando el edificio en cuestión pretende ser parte de la Historia de la Arquitectura; es decir, cuando el edificio es noticiado por noticiable. Y puesto que las conocemos podemos juzgarlas.

Rafael Moneo, en una entrevista que concedió a la revista Diseño Interior nº 10 (1991) decía respecto al proyecto Kursaal de San Sebastián que le acababan de adjudicar: “Veo este proyecto como un enfrentamiento directo al paisaje hecho en el momento en el que uno entiende que el modo de construir en ese accidente geográfico no es extendiendo la ciudad, de forma que ésta tome posesión del accidente, sino respetando su condición de tal y haciendo que la forma arquitectónica sea capaz de no cambiar demasiado la condición geográfica del lugar”. Esto es, y traduzco en vista de lo visto (de la memoria y del nombre del proyecto: Rocas Varadas): que puesto que no es necesario extender la ciudad hasta la orilla del Urumea, lo mejor es extender la escollera hacia la ciudad. Por eso y ante la pregunta que a continuación le formulaba el periodista (“Entonces, en Europa no es posible trabajar sin tener en cuenta la constante presencia del contexto”) Moneo se veía obligado a aclarar: “Quizá vaya a dar una respuesta académica, pero no hay que olvidar que muchas veces las pretensiones contextuales vienen de una voluntad de interpretación del texto. Se habla del contexto como de algo que se produce complementariamente al texto, pero hay un momento en que texto y contexto no tienen mucho sentido sin el otro”. Con lo que, efectivamente, quedaba aclarado, no tanto el problema como la forma de no tenerlo. A base de ininteligibilidad académica, por supuesto.

Casi ocho años más tarde y con el proyecto ya prácticamente terminado Moneo “aclaraba” de nuevo la cuestión en la gira publicitaria del Kursaal que ofrecía en varias comunidades. Respecto a una comparación de su edificación con el Guggenheim decía: “el de Bilbao habla de dinámica de futuro y el nuestro habla de respeto a la Naturaleza y el medio... con el vidrio que vive con el agua” (“Rafael Moneo identifica el Kursaal con un nuevo eje urbano de San Sebastián”, El País, 20-11-98).
En cualquier caso, dos prismas casi cúbicos, posiblemente bellos en sí mismos, pueden parecerle también bellos a un experto si estos son levantados a orillas del Urumea: “El Kursaal es una obra excepcional, la mejor de Moneo desde el Museo de Arte Romano de Mérida, y lo es porque ha corrido en ella riesgos emocionantes... es su proyecto más juvenil, más lírico y más ingrávido” (Luis Fernández-Galiano. El País, 9-5-98). Se puede estar de acuerdo con él en lo de juvenil y en lo de los riesgos emocionantes, aunque no tanto en que esos sean motivos suficientes para que una arquitectura pueda ser excepcional. Con lo de lírico no sé qué nos quiere decir, pero con lo que no se puede estar en absoluto de acuerdo es con lo de ingrávido, sobre todo habida cuenta del motivo que suscitó dicho artículo: el derrumbe de una de las partes del edificio en construcción, concretamente el de una escalera. Fernández-Galiano se sintió defensor de causas nobles en un momento en el que coincidió (en el tiempo y en su artículo) el derrumbe citado con el accidente que provocó una escultura de Chillida que quiso vengarse de su autor intentando matar a un transeunte. Pero es precisamente por esto por lo que resulta a todas luces imposible definir el proyecto como ingrávido. A todo este revuelo el perfeccionista de Moneo contestó en un documental hecho para televisión de la siguiente manera: “Me resta energía analizar las causas del derrumbe”. Dejemos, pues, tranquilo al Maestro.

Ese mismo experto, pocos días antes de la gran inauguración (que algunos medios ya comparaban en importacia y significado al edificio del Guggenheim) decía para presentar el proyecto en el mismo periódico con un reportaje a tres páginas: “Dios no juega a los dados, pero Rafael Moneo sí”. Y después, con la elegante prosa que le caracteriza, desplegaba toda la retórica de la que es capaz para completar la frase citada, que es con la que comenzaba su texto y cuyo contenido puede intuirse en base a la misma. Por otra parte, el mismo Moneo, después de que su proyecto concebido para albergar las dependencias municipales en Sevilla fuera paralizado, declaraba: “No entro en las razones que puedan esgrimirse sobre otras prioridades, pero no dudo de lo conveniente que era para Sevilla”. Humildad.
Las razón que el arquitecto no cita es precisamente la que el partido político en el poder adució para la paralización de las obras: la de que la reurbanización de algunas precarias barriadas sevillanas urgía más que la obra de Moneo. Y aunque el asunto parece tener mar de fondo (era un proyecto del partido de la oposición, antes en el Gobierno) no es ese el tema que aquí se pretende analizar. El tema en cuestión es el de la megalomanía de los arquitectos. En este caso, el arquitecto no sólo no duda de lo que le interesa y conviene al ciudadano sevillano sino que se permite, aun con eso, no entrar en las razones por las que hay ciudadanos que viven de forma precaria. Es decir, que aun pudiendo ser cierta la razón por la que se han paralizado las obras, para el arquitecto es mejor no contemplarla ("no entro en las razones... pero no dudo..."). Lo primero es lo primero y lo primero es lo suyo.

jueves, diciembre 27, 2007

Yo dona

Es precisamente la Corrección Política la causante de que los problemas no se solucionen. Claro: ese es, al fin y al cabo, su principal y más siniestro cometido. La queja es lo rentable, y la única forma de garantizarla es evitando las soluciones a los problemas que la originan. La cultura de la queja es, de esta forma, el antídoto creado por un sistema que previamente ha inoculado el virus que lo necesita.

Cada sábado compro tres periódicos. Con ellos tres me vienen dados tres sendos magazines, pero con couche: Yo dona con uno, Mujer hoy con otro y una revista del corazón con el tercero. Ante ello me pregunto, ¿será que los periódicos son para ellos y los magazines para ellas? A lo que rápidamente me contesto. “que va, eso es imposible, ¿no?”. ¿Entonces?, ¿será que las mujeres necesitan más que un simple periódico? Yo, por si acaso, los leo y a veces hasta los guardo.

Sólo quiero analizar el magazine Yo dona, que me parece el más contemporáneo de los tres. Y digo más contemporáneo porque es el más políticamente correcto. Hay quien se quejaría antes de los otros dos porque hablan de viscerillas cardíacas y cosas así, pero en realidad son tan infantiles y primitivos que resultan despreciables. No, el verdaderamente contemporáneo es el verdaderamente inquietante por cuanto representa la Corrección en estado puro. Es Yo dona el magazine que representa todo aquello que “somos” en la actualidad. Es una revista para mujeres, todo va dirigido a ellas, sólo a ellas. Y no cuesta dinero (no como el ELLE, o el Vogue, o el Cosmopolitan, o el Única, o el Marie Claire, o el de Ana Rosa, o el Amiga...), va gratis con el periódico, que a saber quién lo compra.

Su nivel intelectual es, sin duda, el previsible: puede ser leído igual por una madre que por su adolescente hija. Además no hace falta que estén ebrias. No hay brecha por edad, pues, sólo hace falta sentirse mujer para formar parte del target del Yo dona, una revista hecha por 30 mujeres y siete hombres. El editorial de el último número del año da cuenta de eso por los que sus colaboradores están tan orgullosos y contentos. Y explica que haya un público femenino para el ínclito, ya que de otra forma no sería una publicación dirigida sólo a mujeres.

Comienza así el último y por ello más importante editorial del año escrito por la propia directora: “Poco entiendo de vinos, a pesar de que acabo de estar con un hombre que lo hace (el vino) y que lo hace muy bien. Yo le admiro. Roberto Verino, que como dice mi madre es el amigo de muchas españolas que, aunque no le conozcan, les ha salvado la vida en su faceta armario, además de gran diseñador es gran creador de vino. La otra noche probé uno de sus ricos Terra do Gargalo y me sentí vestida por aquel caldo que nada tiene que envidiar a otros con nombre mayor. Y decía que poco entiendo de vinos, pero que este es un buen año de cosecha para YO DONA, que no es un vino, aunque es mimada como si de la uva más sensible se tratara. Y da gusto cuando el cuidado da sus frutos, que en estos 12 meses han sido muchos”. Me permitirán la indiscreción, pero con la trascripción he mojado el teclado. Pero aún no sé si por el contenido o por la forma.

Continua el editorial, con ese estilo grácil y desenfadado, agradeciendo al público el posicionamiento de Yo dona en el mercado editorial (405.000 lectoras, nos dice). Algo que todavía no acabo de entender, pues el magazine se regala, con lo que no se sabe ni el público que lo lee ni mucho menos el público que lo demanda. Después agradece a los que se han publicitado en la revista (este año 1.270 páginas han sido de publicidad, se nos dice). Agradecimiento éste, que sí parece más comprensible. Quizá demasiado.

Después de más agradecimientos (entre otros, al premio FEDEPE, Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias) pone el punto final, deja un renglón en blanco y nos lanza una PD que dice “71 Mujeres (según el Instituto Nacional de la Mujer) y un hombre han muerto en lo que va de año a manos de sus parejas o exparejas. Quien sufra maltrato puede llamar al teléfono gratuito 016”.

Mi opinión respecto a este cambio de paradigma entre texto y posdata es que la Corrección Política es tan rentable que hay que hacerla aflorar aun cuando el escritor mediático no tenga ganas de hacerlo. O sea, que es tan rentable que es irresistible. Algo que nada tiene que ver con el hecho de admitir que hay un problema y que necesita solución. Como decía más arriba la Corrección Política no es, a la postre, más que una encubierta forma de maleficiencia. No hay más que remitirse a las pruebas del horror que se sucede a diario para comprobar el alcance de la ineficaz repetición de las mismas buenas intenciones. Los motivos que dan lugar a las vehementes opiniones se suceden con la frecuencia que imprime la más abyecta y pertinaz de las realidades, la que a su vez da pie a expresar un sinfín de buenas intenciones.

martes, diciembre 25, 2007

De la Corrección Política

En otra ocasión dije, “lo políticamente correcto es aquello de lo que indefectiblemente todo el mundo se desentiende”. Es decir, es aquello de lo que nadie cree participar y de lo que, al menos en público, todos quieren renunciar, precisamente, por lo que en última instancia es: una exquisita forma de censura, la que induce a la autocensura a todo aquel que quiera medrar. Por eso no debe extrañarnos que, después de todo, no haya otra cosa que corrección política en la práctica totalidad de lo publicado. Ni que, por eso mismo, el desaguisado sea terrible: la Opinión Pública (la que representa mediáticamente al pueblo) no coincide con la opinión ciudadana. O por decirlo de otra forma: la opinión real de la sociedad no coincide para nada con la única Opinión Real, la que conforman los medios de masas. Extraña pero comprensible paradoja devenida del uso de dos conceptos manipulados por la retórica hasta la extenuación: opinión y real.

Por eso, en su momento añadí: “Desengañémonos: la hiperasentada corrección política de los medios de comunicación y de los sistemas académicos no es una práctica, ni progre ni reaccionaria [...] es una práctica que se funda en las buenas intenciones, algo tan ambiguo –y tan magnífico- que sirve de igual forma para justificar lo reaccionario y lo progre. E incluso cosas peores. Práctica, pues, en la que la Opinión Pública siempre expresa (opina) lo que debe, con independencia de lo que la sociedad piense.

El pensamiento es, pues, único, en la medida en que no se permite que pueda ser de otra forma. Por lo tanto, la maleficiencia de ese pensamiento único se expone, tanto en lo que se expresa como en lo que no se permite expresar. Cuando por unas circunstancias o por otras (por unos intereses o por otros) ese sistema de funcionamiento basado en la corrección se fractura a partir de una fisura, lo que fundamentalmente queda en evidencia son las pruebas que demuestran la existencia del pensamiento único, un pensamiento que es único aun incluso a pesar de las disonancias que ha provocado la fracturación de un sistema rápidamente reconstruido”.

domingo, diciembre 23, 2007

Nihilismo y felcidad (quiero decir, nihilismo y dinero)

Sólo tres de mis alumnos sacaron papel y boli cuando anuncié que iba a pasarles una bibliografía muy recomendable para el curso. Ante la verbalización de mi perplejidad, y con la tranquilidad que confería la seguridad en sí mismo, uno de ellos se dirigió, no tanto a mí como a sus aplicados compañeros, diciendo: “pero si todo eso está en internet”.

De la pequeña anécdota se deducen dos cosas, dos cosas que para los alumnos se transforman en ley: la primera es que para ellos efectivamente todo lo que puedan querer saber se encuentra en la red, y la segunda que, por eso mismo, no hace falta tomarse molestias, ni grandes ni pequeñas. Las molestias que suponen, por ejemplo, sacar un papel y un boli y escribir los títulos y los nombres de los autores (como demostraron cuantos me escucharon sin mover ni una ceja). Dejemos para otro día la primera ley y centrémonos en la segunda, que trata del modo de aprendizaje.

Sus actitudes responden a sus propias premisas, ya que si todo está en las autopistas de la información, el hecho de comenzar a buscar algo concreto puede parecer dirigista, excluyente, sectario y empobrecedor, y por ello podría viciar el verdadero acceso al conocimiento. Como les han enseñado desde la más sutil corrección política tan presente en toda la educación primaria. Así su metodología sería otra, y por eso casi todos escucharon la bibliografía como quien escucha una canción de Bisbal, balanceándose inquietos en sus sillas y dejándose llevar por la música y no por la letra. Una metodología más democrática: primero pinchan en google palabras claves (las más básicas) y después se navega por ellas sin un rumbo predeterminado y previsible. Lo leen todo en pantalla, no toman notas y si tienen que imprimirse algo pues lo hacen, aunque sea con todo el dolor del corazón y aunque nunca lo lean, después, más de media vez. ¿Qué por que? Pues por eso, primero porque están convencidos de que navegar por internet y picotear información es una auténtica forma de conocimiento y segundo y fundamental porque resulta más divertido.

Si hay algo que no le resulta nada divertido a la muchachada actual es la metodología del ensayo/error, y de ahí que sus investigaciones académicas (por llamarlas de alguna forma) se parezcan tanto a las páginas amarillas o la lista de la compra de un geriátrico. Si comparáramos el sistema de aprendizaje digital con el analógico podríamos decir que aquello que para los chicos de hoy es el acceso al Conocimiento era para los chicos del antes una forma de empezar, una simple primera fase. Estudiar a través de links es el verdadero sustitutivo del estudiar a través de los libros. Los libros les pesan, les huelen, les cuestan, les ocupan y les hacen perder el tiempo, y lo que quieren ellos es divertirse para matar el aburrimiento que llevan a flor de piel. El aburrimiento que les adviene cuando se intuyen NADA.

Nota. Esto se encuentra misteriosamente unido a un alza de publicaciones de libros (más de 70.000 el año pasado) y a una blockbusterización de la prensa (con muchas más páginas basura que en la vida y con suplementos que parecen TBOs).

miércoles, diciembre 19, 2007

Yo acuso


No hace mucho, uno de esos políticos con ínfulas intelectuales decía en una entrevista que deberíamos dejarnos de tanta creencia y empezar a hablar de convicciones. Su propuesta, dicha así, fuera de contexto, podría parecer sensata. Sobre todo a quienes pudieran asociarla a una defensa del laicismo. Y en ese sentido, efectivamente, lo hubiera sido. Pero el personaje era político y lo único que pretendía con su propuesta era parecer sensato, bueno y progresista. Parecerlo, no serlo. Y no serlo por no poder: la tontería es incompatible con la sensatez. Mejor: es su enemigo más peligroso. Yo creo, por tanto, que el citado político es tonto y que siendo tonto no puede ser sensato.
Asociar creencia a religión y convicción a laicidad es, sin duda un truco; un truco que convencerá, sólo, a quienes estén convencidos de que toda forma de creencia es superstición. En este sentido yo creo que quienes defienden tanto las convicciones profundas están equivocados, y además lo están por definición. Lo que pretende este político que se esfuerza por parecer sensato es que interpretemos como religiosa una simple creencia; lo que hace es ver una religión allá donde puede haber una simple dosis de humildad. Así, yo creo que está equivocado; él está convencido de que lo estoy yo. Por creer, claro.
El político que pretende parecer sensato no se da cuenta de que asociar creencia a magia y superstición, y convicción a razón y verdad, es de un anacronismo rancio. En estos momentos de relativismo cachondo, relativismo instigado y promovido por los defensores de las convicciones (Vs. las creencias), es una perfecta majadería pretender parecer sensato a través de convicciones profundas. Yo nunca podría fiarme de quien me dijera que está plena y profundamente convencido de que el problema vasco se soluciona con el diálogo. Sin embargo, me haría concebir ciertas ilusiones que alguien me dijera que cree conocer la solución. Lo siento, si hay algo que asocio al fascismo es la profunda convicción. Kant decía que la creencia es una cosa intermedia entre opinar y saber. Y añadía “La creencia es un suceso de nuestro entendimiento, y puede basarse en fundamentos objetivos, pero requiere también causas subjetivas en el psiquismo del que formula el juicio". Pues eso.

Pues eso, el verdadero problema es que los políticos pierdan el juicio. No hay que atribuir a uno o a otro el desprestigio que sufren ahora los políticos. Se lo han ganado todos a pulso. Para ellos todo lo que sea contravenencia es accidente. No hay que cebarse con Zapatero porque se equivocara a la hora de llamar accidente a un atentado. Para ellos, para todos ellos, toda contravenencia es accidente. Son unos insensatos. Todos.

sábado, diciembre 01, 2007

Sorolla en la Fundación Bancaixa, 2ª parte

Menos mal que me colaron por la puerta falsa. Aun existiendo un estricto control horario de grupos concertados, la cantidad de gente que se agolpaba en la puerta principal me habría hecho desistir con toda seguridad. Gente revoloteando en los derredores de la Fundación: espectadores a la espera, guardias de seguridad, personajes con pinganillo dando y recibiendo información del estado de las cosas, guías culturales, azafatas, despistados que no habían concertado cita, controladores de detección de armas y explosivos... y muchos vendedores de lotería.

Dentro las cosas no mejoraban: grupos de gente guiados por todas partes. Un guía para cada cuadro, un cuadro para cada grupo. Rotación de grupos. Nada de individuos, todo en colectivo, todo guiado, todo con guión. 14 enormes cuadros bajo el título Visiones de España traídos desde Nueva York para ser exhibidos por primera vez en España. 14 enormes cuadros que intentan reflejar la España de la época. 14 enormes cuadros que fueron encargados por un millonario americano amante de España. Me acerco a los guías y compruebo que dicen lo que no pueden dejar de decir y con los adjetivos adecuados por oportunos. Dicen, también, lo que se espera que digan. Algo así como “Viva Sorolla y viva España”.

La prensa que se ha hecho cargo de la noticia también ha circulado por esa misma línea; elogios hipebólicos y agradecimiento infinito a los rescatadores de estas “obras maestras”. Revisionismo enaltecido por todos, pues. Siete páginas en El País son perfectamente representativas de esta recuperación revisionista. Los elogios se muestran tanto de forma explícita como de forma implícita: “El conjunto es un trabajo de primer orden y varios de los paneles son auténticas obras maestras del arte vigésimo secular”. Y no parece haber vuelta atrás por parte de nadie, “viva Sorolla y viva España”. En cualquier caso, lo más sorprendente del evento se encuentra en el fin último de la empresa, que no es tanto reivindicar a Sorolla cuanto reivindicar éstas las llamadas obras maestras de su vida. O por decirlo de otra forma, la reivindicación del artista se produce, no tanto en función de su inmensa producción lúdica-festiva-lumínica cuanto por lo que emana del conjunto de los pretenciosos y ambiciosos murales exhibidos.

Y efectivamente, no debe confundirse el naturalismo pictórico con el tradicionalismo académico, pero por eso mismo es aquí donde mi opinión se vuelve agresiva. Porque son estos de aquí, precisamente, cuadros mucho más cercanos a Alisal, Carbonero y Gisbert que a los producidos por la primera gran vanguardia histórica. Sobre todo si sabemos que los citados pintores produjeron sus obras maestras más o menos en pleno estallido del Impresionismo. Pintar uno de estos murales (que ahora exhibe la Fundación) en los años veinte resulta infinitamente más rancio que pintar unos simples bañistas en los años ochenta del XIX. La temática no debe confundirnos, pues el tradicionalismo académico puede consistir en ordenar y el componer “objetos” de forma naturalista. Así, lo que está haciendo Sorolla con estos murales es, en todo caso, tradicionalismo naturalista: un aburrimiento.

Los guías, eso sí, se traicionaban a sí mismo constantemente cuando intentaban hacer ver a sus espectadores la calidad artística de muchos fragmentos. Se traicionaban a sí mismos, claro, sin darse cuenta. Todos los cuadros expuestos cuentan con extraordinarios fragmentos que dan cuenta de la genialidad del artista, un artista con don. Pero ese afán por reconocer al mejor Sorolla en los fragmentos nunca debió permitir (a estos sus juzgadores de ahora) que se confundieran los términos: una cosa es la técnica (visualizada en fragmentos) y otra lo que uno es capaz de hacer con ella (en la totalidad de una obra). Un cuadro de estas dimensiones y con estos fines debe ser juzgado, antes que nada, por su composición naturalista. Y Sorolla parece en estos murales un aprendiz.

Sorolla acertaba plenamente con la técnica, su técnica, cuando sus cuadros eran de temática intrascendente y LIBRE, pero no acertó en absoluto cuando quiso reconstruir (componer) “objetos” dispuestos con fines predeterminados. Todo resulta forzado y sin gracia, no en todos pero si en la totalidad. Porque los cuadros, y sobre todo si son enormes, ambiciosos y naturalistas, deberían contar con la composición como prioridad absoluta. Y contar, además y en el caso de Sorolla, pintor de la luz, con la gracia de su estilo, contar con aquello por lo que Sorolla es el mejor. Los cuadros, pues, en este sentido adolecen de esa misma impostura que caracteriza a los pintores académicos

Otra de las pruebas que confirman mi teoría de que los “elogiadores” (periodistas, guías y expertos en general) se traicionan a sí mismos cuando se exaltan es que todos ellos coinciden en señalar como el mejor de los cuadros aquel que representa a Huelva. Que es, curiosamente, el que más podría pasar por uno de sus maravillosos cuadros menos pretenciosos y tan denostados por tantos durante tantos años; el que más se parece al Sorolla lúdico y denostado; el que más recuerda al Sorolla Sorolla.

viernes, noviembre 30, 2007

Sorolla en LA FUNDACIÓN Bancaixa, 1ª parte

Premisa I. No resulta fácil hablar de arte cuando se dan cita dos o más personas. Rara vez se produce la comunicación. Por ejemplo, para poder avanzar en una conversación sobre un tema concreto de arte (una exposición, por ejemplo) habría que ponerse de acuerdo sobre qué es el arte y qué es lo que de él se espera. Si no hay acuerdo previo: desastre. No todo el mundo lo entiende de la misma manera ni busca en él lo mismo. Alguien puede acercarse al arte buscando placer estético y otro puede acercarse buscando la expresión de una emoción, o incluso la expresión de un concepto nada emocionante. Ante una misma obra un espectador podrá sentirse inquietado y por tanto gratificado debido a lo que del arte espera, mientras que otro podrá sentirse ofendido en la medida en que no se ajuste a sus estrictos parámetros basados en la belleza. Nos importará muy poco saber que el arte comenzó a desligarse de la estética desde su mismo advenimiento y nos importará menos saber que el formalismo es sólo una (de entre casi cientos) de las formas posibles de acercamiento al arte a través del juicio. La cuestión es que no resulta fácil hablar de arte entre dos o más personas. Sobre todo, y paradójicamente, si el arte en cuestión pertenece a un pasado, pues en él se junta la opinión en presente de lo que se encuentra justificado por su valor histórico. Una opinión que puede vincularse, o no, a ese pasado. Un arte (el juzgado) que pudo no ser (o sí) representativo de la época en la que se realizó. Muy complicado.

Premisa II. Voy a empezar esta premisa por lo que debía ser el final de la misma. Para evitar dudas. Allá voy: siempre he dicho, quizá a modo de boutade, que si verdaderamente existiera un paraíso y por tanto fuera ahí donde nos tuviéramos que reencontrar todas las buenas personas después de haber criado malvas, ese paraíso debería ser como un cuadro de Sorolla y por tanto digo, “me gustaría morirme en cuadro de Sorolla”. Ya sé que esto le sonará muy raro a mucha gente (incluso a muchos de los que creen conocerme), pero es estrictamente cierto que los cuadros de Sorolla son para mí paraísos absolutos. Llevo años frecuentando todas las pocas exposiciones que de él se hacen y comprándome todos los libros sobre su figura. Cuando miro atentamente algunos de sus cuadros muevo la cabeza de un lado para otro de un modo casi preocupante. Más o menos.

Pocos pintores tienen el don del talento pictórico. El mundo de las vanguardias, por otra parte, se pasó cien años intentando democratizar este talento (que sólo unos pocos poseían) con los resultados que todos conocemos. Se trataba de que la autenticidad del sujeto se impusiera sobre algo tan poco democrático como lo es la posesión de un don. Los pintores vanguardistas no tenían que ser juzgados por pintar mejor o peor, sino por sus dosis de originalidad, por su innovación, por su radicalidad, por su irreverencia, por su compromiso social, en fin, por su autenticidad. Así pues, lo primero era, para los modernos, anatemizar a los artistas que tuvieran facilidad para pintar. Como le sucedía a Sorolla. Si además lo que pintaban no se ajustaba a los parámetros de una Historia entendida de forma lineal (y evolutivo-progresiva), entones, sólo entonces... al desguace. “¿Luecitas y playitas habiendo tantas cosas que tomarse en serio, por ejemplo, epatar a la burguesía?”, que diría un moderno ceñudo y estirado.

Sorolla fue, en este aspecto y debido a ese don, ninguneado por la elite intelectual de su momento. Era, cómo decirlo, demasiado frívolo para esa generación tan sombría y con tan poco sentido del humor. Desde entonces y de manera obstinada Sorolla ha ido siendo relegado al cajón de los “innecesarios”, esto es, al cajón de los que entienden la forma, la luz, la técnica, la composición, etc como conceptos inextricablemente unidos al concepto arte.

Recuerdo que en una ocasión fui a ver una exposición de Sorolla con mi madre. Ella nunca ha olvidado aquel día, que por cierto me recuerda frecuentemente. Y todo porque le hice ver una pincelada roja intensa sobre la nariz de un bebé. Le dije que para poner aquel pegote intenso y rojo en la nariz de un bebé había que estar loco o ser un genio. Un genio de los pinceles, claro, de la pintura, que no del arte. “El arte, mamá, -le dije a mi contrariada madre- es otra cosa (distinta de esto) que ahora no merece ser protagonista de nuestra visita cultural. Nada tiene que ver Sorolla con Duchamp –continué-, motivo por el cual tenemos que conformarnos con hablar de belleza, de técnica, de luz, de maestría... de pintura, no de Arte”. Ella me contestó, “¿quién es ése otro que dices?”.

En cualquier caso, es absolutamente cierto que si uno descontextualizaba el rostro del niño de la luz ambiental, ese niño se convertía en un auténtico monstruo amorfo y hasta agresivo. Y es absolutamente cierto que ni uno solo de los sorollistas que le intentaron imitar se atrevió a tanto siquiera una vez en sus vidas. (Por cierto, no sé qué le ha hecho más dado a Sorolla, si el descrédito promovido por los intelectuales de su momento o los sorollistas que le sucedieron).

De la misma forma que Velázquez es (como aseguraba Dalí) el pintor que mejor ha pintado el aire, Sorolla es que mejor ha pintado la luz. Una luz menos mediterránea de cuanto se cree. Es el que mejor ha pintado la luz en sí misma, la luz incidente, que no la reflejada. El cursi de Renoir, por ejemplo, sólo pintaba la reflejada y no siempre con igual tino. Y sus gorditas eran un horror.

Menos mal que no todos los burgueses adinerados de la época eran adeptos a la Gran Historia y por tanto compraban arte a partir de su gusto personal educado y refinado, y no a partir de algún marchante ambicioso y cuentista. Son los que se acercaban al arte, no tanto por su valor histórico (posible) cuanto por su valor formal, el que se adentraba en la insondable cuestión del gusto personal, que no el del Presente Histórico. Gracias a ellos Sorolla pudo, además de pintar, pintar mucho, porque esa facilidad que tenía para pintar la encauzaba hacia la producción continua y compulsiva. Era fecundo además de genial.

Por circunstancias que no vienen al caso debo decir que yo trabajé año y medio en lo que fue el Centro Cultural de Bancaja y que ahora es Fundación. Cada vez que podía me escapaba a ver, en soledad, el cuadro Triste herencia, que tenían colgado en una sala sólo transitada por personal del centro. Triste herencia, sobrecogedor cuadro, impresionismo postexpresionista (si cabe la tontería). De todas formas, y aun cuando este cuadro me parece genial, cuando digo que quiero morir en un cuadro de Sorolla me refiero, claro, a cualquiera de esos cuadros en los que el tema es perfectamente intrascendente. Sólo a ellos, y cuanto más intrascendente, mejor. Un niño asomando la cabeza por encima del agua me basta para incontrolar mi cabeza.

martes, noviembre 13, 2007

Nihilismo y felicidad

Hace muchos años tuve un amigo que a menudo aseguraba que el verdadero acceso al conocimiento se logra frecuentando y cultivando dos prácticas: la lectura de los clásicos y el género epistolar. Entendía el género epistolar como una forma de exponer lo pensado que va más allá del lenguaje oral. Y es absolutamente cierto que la única forma de acceder a un pensamiento verdadero (profundo) deviene de haber ordenado por escrito lo que sólo eran simples chascarrillos más o menos agudos. De esta forma el conocimiento, la sabiduría, sólo tiene que ver con la inteligencia de forma tangencial. La capacidad intelectiva de desarrolla en los individuos que la desarrollan. La inteligencia (mayor o menor) es sólo un parámetro que incide en toda actividad. Así, una persona puede ser muy inteligente y, al mismo tiempo, una nulidad desde el punto de vista intelectual. Otra cosa sería hablar de felicidad. Hay tontos sumamente felices. Y sabios tristes.
Aunque, si nos atenemos a la realidad más actual, sólo cabe hablar de felicidad, ya que es la búsqueda de felicidad inmediata lo que hace que los jóvenes no lean a los clásicos (ni a los clásicos ni a los modernos) y que su género epistolar quede reducido a “anoxe sali fue xaxi me encntre con javi y le conte la peli je je je x”. Todo en ellos gira en torno a la búsqueda de la felicidad, sobre todo para nunca tener que ir después en búsqueda del tiempo perdido. Los jóvenes del ahora viven una suerte de descreimiento nihilista. Y en cierto modo son consecuentes: son ya muchos años los que se les lleva inculcando que no hay verdad más verdadera que otra y que todas lo son por igual. Podrán no saber qué es el relativismo pero lo practican con desesperación.
Hace poco comentaba (en post reciente de este blog) que las cabras les hacían más caso a sus pastores que a mí mis alumnos. No pretendía hacer una gracia con la afirmación, sobre todo debido a su dosis de veracidad. A mis alumnos nadie les tose porque desde la más tierna infancia les han enseñado a reivindicarse constantemente. A reivindicarse sin fin alguno, sin fin concreto alguno. No siempre hacen lo que quieren, pero no hacen nada que no quieran. Todo nivel de exigencia hacia ellos se ha ido rebajando hasta dejarlo a la altura de sus requerimientos. Los alumnos aprenden, sólo, lo que quieren. Aunque en última instancia no sepan qué es lo que quieren.
Ese descreimiento nihilista, ese vacío de esperanza que provoca la poca fe en la justicia social, les induce al rechazo de todo esfuerzo. El esfuerzo es sólo un parámetro posible, o mejor, un miniparámetro, un parámetro casi despreciable por nimio. Nada garantiza el esfuerzo. Los clásicos están muertos, más muertos que nunca, y escribir sólo es una forma de poder comprender. Algo que tampoco garantiza nada. Así, la justa distancia que se abría entre el aprender y el comprender (en todo aprendizaje tradicional) se ha estirado ahora hasta el absurdo. No quieren aprender porque el comprender no garantiza siquiera la diversión.

domingo, octubre 28, 2007

Alguien... al parecer

Hace unos meses recomendé el blog de Félix de Azúa. Lllegué incluso a aconsejar, a quien no dispusiera de mucho tiempo libre, que no perdiera el tiempo con el mío y se dedicara al de de Azúa. Se trataba de un acto sincero.

El blog de de Azúa es, con independencia de los textos del filósofo, un punto de encuentro entre personajes, todos ficticios. Como mandan los cánones de la red. Por mucho que algunos firmen sus textos con sus nombres, la verdad es que todos los “colaboradores” del blog son puros personajes, personajes de un guión. Los hay buenos y los hay malos, los hay mejor interpretados y los hay que apenas saben vocalizar. Los hay eruditos y los hay grotescos. Homo ludens, en definitiva. Y en estado puro.

En cualquier caso lo que sucede con el blog de de Azúa merecería un estudio sociológico. Son miles de personas las que lo leen y cientos las que se dedican a chatear en él. Nadie sabe si los nombres que parecen reales (Ortega, Lucía, Manuel, Javier...) son nicks encubridores de agazapados asesinos en serie o de vengativos críticos literarios. Podría decirse que nadie es nadie, aunque sepamos que detrás de ese nadie hay siempre un alguien, un alguien que se esconde detrás de un nombre, ese nombre que ha sido necesario para que ese alguien se manifestara, para que ese alguien existiera.

Mi amigo Juan Díez del Corral ya ha escrito, y bien, diciendo lo que piensa de esta infantil práctica posmoderna de jugar con las identidades. Y siempre ha sido contestado por alguien que le leía la cartilla argumentando eso de que somos un conjunto de posibles y que en notros anida una heterogeneidad inevitable. En fin, todo ese rollo que sin dejar de ser cierto sólo sirve, las más de las veces, para favorecer y facilitar el autoengaño. Como dice Pere Saborit en Vidas adosadas (Anagrama) “...cabe referirse a la impostura (y nunca mejor dicho) de todos aquellos teóricos y escritores que no cesan de proclamar la variedad de los seres que los habitarían, pero que, curiosamente, nunca tienen dudas acerca de, por ejemplo, quién ha de cobrar los derechos de autor”.

Dejo para otro momento expresar lo que pienso de ese monstruo creado por de Azúa y me centraré sólo en lo acaecido recientemente con el personaje de Albert Pla. Al parecer, y sólo al parecer, alguien ha suplantado a Pla haciéndose pasar por él. Y la cuestión parece, sólo parece, haber molestado a Pla, que además se ha mosqueado, al parecer, con el mismo Félix de Azúa, que al parecer se ha desentendido de algo que definitivamente no va con él. Caso, pues, como puede verse, perfectamente representativo de la estética posmoderna que tanto gusta a los ilusionistas. A nadie le importa jugar hasta que a alguien le rompen en el morro la baraja. Entonces ese alguien defiende, al parecer, su verdadera identidad, tan distinta a la del suplantador. No parece ser el caso de Albert Pla, que al parecer sí era él antes y no ahora. Pero en cualquier caso eso es exactamente lo que pasa con tanto jueguecito, y lo dice el refrán: “quien con niños se acuesta cagao se levanta”.

Y como Pla no sabe cómo salir de ésta ha amenzado, al parecer, con escribir textos en nombre de de Azúa pidiendo la independencia de Cataluña. ¡Cuánta ingenuidad!, ¡cuánta ignorancia! Al parecer Pla piensa que se puede imitar y suplantar a de Azúa sin hacer un extraordinario ridículo. Comprendo su enfado, lo que no alcanzo a comprender es qué quiere. Sobre todo si tenemos en cuenta que el supuesto suplantador es, para muchos y al parecer, mejor que el propio Pla. Yo, todo se ha de decir, lo admiro mucho como músico y como personaje me parece uno de los mejores que tenemos en nuestro territorio. Siempre después de personajes como Panero o Josep Lluis, por supuesto. Me gusta mucho El lado más bestia de la vida, pero eso nada tiene que ver con que me tenga que gustar leer sus tonterías mal escritas.

Historia de un idiota contada por él mismo

Su cabellera larga, roja y rasta atrajo mi atención. Su rostro lánguido y blanquecino más.

La abordé en mitad de la calle, le dije que me gustaría hacerle unas fotos y añadí que preferiría hacerlo con la naturaleza de fondo. Mostrando cierta ilusión y sin desconfianza ninguna me contestó que le parecía bien y me puso en antecedentes: algo acerca de unas cabras. Debido a la pobreza de su español (era alemana) no la entendí demasiado bien, así que le pedí el teléfono y quedamos en que la llamaría cuando pudiera.

Lo hice unos días después del encuentro y quedé para ayer por la mañana, sábado soleado para más señas. Una casa en las afueras.

Recónditas afueras de difícil y complicado acceso, como pude comprobar mientras me perdía dos veces antes de llegar a la, llamémosla ya, su morada. Me recibieron primero dos gallinas, unos patitos y un número indeterminado de perros ladradores. Después apareció ella, con su andar bailarín y su media sonrisa rafaelesca. Me saludó, y me invitó a acompañarla cruzando un terreno sembrado de comida y de mierda de animal. Intuí que no valía la pena esquivarlo y camine por encima de todo ello como si nada pasara. Igual que hacía ella, pero yo apretando los dientes y ella con estupenda naturalidad.

Me presentó a su chico, una especie de ser que apareció tras las cabras, tras el rebaño. Encantador y seductor. Pelo largo y apretado dentro de un gorro multicolor. Una perfecta barba de ermitaño y unos ojos tan azules y tan sinceros que podías verle el cogote a través de ellos. Me dijeron que habían preparado una comida campestre aprovechando que tenían que sacar las cabras a pastar. Me gustó la idea y me apunté rápidamente. Quizá demasiado rápido.

Mientras se preparaban para los efectos y hacían el atillo de la vitualla me invitaron a un té. En ese momento comprendí que por mucho que yo quisiera disimularlo me encontraba a un abismo de ellos. Comprendí que todo lo que pudiéramos hacer juntos sería para disfrutarlo esa sola vez. Ya digo, nos separaba un abismo: cuando les advertí que justo a su lado había una araña marrón colgada de su tela estuvieron a punto de presentármela. Por lo visto, hacía varios días que procuraban sentarse en la mesa de tal forma que aquella no se incomodara. Poco después comprobé que tenían otra araña justo al lado del cabezal de la cama. Bueno, de eso... lo que fuera eso donde dormitaban. Un abismo.

Salimos en manada: 49 cabras, los dos perros pastores y nosotros tres. En menos de 20 minutos comprendí el error que había cometido por no haber calculado la importancia que tiene un pastoreo. Sobre todo si es de cabras. “A lo hecho, pecho”, me dije. “Y a disimular, tontaina”, me seguí diciendo. Lo cual, claro, iba siendo cada vez más difícil pues el terreno se iba complicando a medida que nos alejábamos de la morada y su letrina. Lo que, a su vez, incrementaba mi sensación de desconcierto. Y digo desconcierto por decir algo.

Debo decir que yo no me considero un patoso, pero al lado de ellos parecía, en serio, un auténtico inútil. Llevaban lo que para mí era un ritmo endiablado. O al menos eso me parecía a mí cada vez que había algo que trepar. Me faltaban manos y piernas para poder subir. Y cosas a las que agarrarme. Y ellos, sin embargo, lo juro, subían sólo con sus piernas. Ella tuvo de darme una mano al menos dos veces. Trepaban mientras daban órdenes a sus cabras con sonidos irrepetibles. Y les hacían más caso que a mí mis alumnos.

Justo al lado de lo que ellos llamaban la acequia había un extraño agujero vertical que al parecer comunicaba con una especie de charca pequeña y semioculta. Me dijeron que el agua era fantástica y refrescante. Yo me acerqué y pensé que si bajaba por ese agujero muy probablemente haría el ridículo a la hora de salir de él, así que decliné la invitación. La perplejidad se apoderó absolutamente de mí cuando vi entrar al pastor en el insondable agujero: lo hizo sin perder la verticalidad en ningún momento. Minutos antes había imaginado cómo habría entrado yo allí y todo lo que se me ocurría requería de varias manos y agarres. Él, sin embargo, entró en ese agujero como si fuera Jesucristo. Pero un Jesucristo cachondo.

Cuando las cosas parecían que no podían empeorar las cosas empeoraron. Para comer nos sentamos debajo de un árbol. El único que al parecer se percató de que el suelo estaba plagado de cardos y pinchos fui yo, naturalmente. Tuve que sacar un libro de mi pequeña mochila y ponérmelo debajo del culo. Nunca he agradecido tanto la presencia de un libro en mi vida. Y Pepe, que así se llamaba la cabra más vieja y por tanto más valiente, me daba golpes en la nuca mientras intentaba comerme una ensalada de lechuga y tomate con las manos. “Se me han olvidado las servilletas”, dijo ella, y los dos rieron. Yo también (aunque no supiera por qué), pero sin dejar de mirar a Pepe de reojo.

En fin, pocas veces en mi vida he conocido a alguien que tan claramente haga aquello para lo que ha nacido, en este caso el pastoreo, algo, por cierto, que se hace exactamente igual que hace millones de años. Yo, con embargo, aún no tengo claro a qué dedicarme cuando sea mayor.

sábado, octubre 27, 2007

Teodoro y Apolodoro

Hay cosas que nunca cambian. O mejor, hay estrategias que nunca fallan.

Recuerdo que cuando era estudiante había un tipo de alumno al que admiraba. Se trataba del alumno que demostraba ser conocedor de las estrategias de persuasión más efectivas, algo que nada tenía que ver con sus capacidades intelectivas. Dicho de forma directa: admiraba al alumno cuya estrategia consistía en mostrar interés por los estudios, sólo, al final del curso. Lo contrario, dicho sea de paso, de lo que hacía (y hace) la aplastante mayoría de los estudiantes.

Así, por una parte se encontraban los alumnos que comenzaban acudiendo con asiduidad a las clases desde el principio del curso, pero que cuando llegaba la primavera, que es cuando el curso siempre aprieta, entonces, sólo entonces, quizá debido al cansancio acumulado, o a las hormonas, o al calorcito entrante, sólo entonces, digo, se disipaban, se despistaban, remoloneaban, dejaban de asistir a las clases y por ello acababan cazando mariposas en ese final de curso. Y por otra parte se encontraban los que habían tenido el valor de no asistir a las clases durante ¡todo el primer trimestre y parte del segundo!, alumnos que durante 4 meses casi nadie echaba de menos en las aulas, pero que llegada la mitad del curso se ponían a degüello con los estudios hasta hacer olvidar, totalmente, sus primeras y dilatadas ausencias. Y aprobaban siempre. Entre otras cosas porque el calor no afectaba a sus hormonas, hormonas domesticadas durante los primeros cuatro meses de curso.

Se trata de una estrategia perfecta, pero de difícil ejecución. Hace falta asertividad y mucha confianza en uno mismo. Y tesón, y una cierta cara dura que es sabedora de las debilidades humanas. Una estrategia, en definitiva, más ligada al conocimiento de las pasiones humanas que a la confianza en la razón. En efecto, quienes sólo se centraban en el final del curso sabían, quizá de forma inconsciente (o no), que lo que queda en la mente del “otro” (el profesor) siempre es lo último que se dice y hace. Con absoluta independencia de lo que se haya dicho o hecho tiempo atrás. Y por supuesto de lo que no se haya dicho ni hecho. No necesariamente les iba mal a quienes cumplían con el deber diario, pero en cualquier caso sufrían quizá más de la cuenta. Y el desgaste siempre se paga.

Admiraba, pues, a los que confiaban más en la ilusión y la sugestión que en la razón. La razón sirve, sí, pero sólo sirve a su presente continuo. Y esos alumnos lo sabían. Sabían que una nueva novia te hace olvidar a la anterior y que cuando se grita “ha muerto el rey” se grita también “viva el rey”. Sabían que el pasado perfecto no existe cuando sólo existe el presente. Lo sabían, los muy granujas, y vivían como dioses casi todo el año.

Sabían que la razón del ayer no es de nadie hoy, porque es el hoy lo único que cuenta y por tanto lo único que vale. Admiraba, pues, a los que eran, sin saberlo (o sabiéndolo,) seguidores secretos de Teodoro, porque su estrategia se basaba en el conocimiento de las pasiones humanas. Y ese conocimiento les hacía medrar con cierta (o mucha) facilidad en todos los campos. Y los admiraba, sobre todo, porque yo era, sin saberlo, seguidor de Apolodoro, ese filósofo que confiaba en una retórica basada en la razón, en el argumento y en la ciencia. Y no en el embelesamiento, la exaltación y el éxtasis. Y así me iba. Y así me va. Desgastado.

Conclusión en forma de duda: ¿Pisará Zapatero, en breve, un pañuelo palestino delante de algún medio de formación de masas?

Pdta de la carta a mi sobrina

Hola querida Daniela: acabo de ver un anuncio en televisión. Es un anuncio dirigido a mujeres. Sólo a ellas. En él se le dice a las mujeres que cuando vean un signo de violencia en sus parejas llamen inmediatamente a un número de teléfono que aparece en pantalla. No hagas ni caso, Daniela, es una mamarrachada que con un ojo hinchado te veas hablando con un(a) desconocid(o/a) pidiendo justicia y comprensión. Lo que tienes que hacer, si eso algún día te sucediera, es mandar a tomar por saco a tu pareja. Directamente e inmediatamente. Y sin mediar palabra con nadie. Y déjate de tonterías telefónicas y de explicaciones inútiles. Te quiero.

domingo, octubre 21, 2007

Sopor

Muchas veces (cada vez más) me da la sensación de estar perdiendo el tiempo mientras leo. Sí, mientras leo. Y pienso que no pasa nada siempre y cuando logre encontrar lecturas que contrarresten esa sensación. Quizá exagere al respecto, no sé, pero muy probablemente, haya alguien que encuentre desproporcionada la opinión que voy a expresar en este post. Opinión directamente relacionada con el sopor que me producen ciertas lecturas. A lo mejor alguien la considere prepotente. Y seguro que no le faltará razón. La cuestión es que cada vez más encuentro periodistas que me incitan a abandonar la lectura. Quizá exagero, pero no estoy seguro.

En cualquier caso y por despejar dudas pienso que la lectura, la lectura entendida así, en genérico, se encuentra extremadamente sobrevalorada. O por decirlo de otro modo, prefiero hablar con alguien que habiendo leído poco o nada haya visto mucho cine que hablar con alguien que habiendo leído muchos ken follets no sepa quién es Antonioni. Sobrevalorada, ya digo.
La cuestión es que hay un buen número de intelectuales que llevan escribiendo años y años en medios de comunicación y lo único que se me ocurre decir de ellos es que son soporíferos. Y nada que ver tal opinión sobre ellos con lo que amí me parece la ideología que les hace escribir. Nada, lo juro. Se trata más bien, cómo no, del cómo, del cómo expresan lo que pretenden expresar. O por decirlo más llanamente: se trata de intelectuales extraordinariamente informados y muy leídos que cuando escriben parecen recien levantados y con muchas legañas. Les falta talento y les sobra información: carecen de... la gracia (entendida en sentido estético clásico). Pero son muy prolíficos. Así pues, un desastre, porque además son muchos. Soporíferos por previsibles y poco creativos.

Uno de los que podría servir de ejemplo, y que nadie piense que tengo nada contra él, sería José Vidal-Beneyto, mi paisano. Sería para mí un posible paradigma. Lleva años escribiendo en un ínclito periódico que llevo yo leyendo otros tantos años. Sólo sé de sus textos lo que el autor me quiere decir con ellos. Y esto, que para muchos sería más que suficiente, para mí no lo es en absoluto. Dejo a cada cual que interprete la frase. Ayer escribió y publicó el que sería el tres de tres acerca, precisamente, del tema del intelectual, del intelectual que expresa su opinión en medios. Como él, sin ir más lejos, como el propio Beneyto.

Vidal-Beneyto lleva tres artículos intentando diseccionar al “último intelectual”. Con toda su metralla retórico-barroca lleva tres artículos seguidos intentando desprestigiar a esos intelectuales que, previamente, ha calificado de forma peyorativa como de intelectuales mediáticos. Como si él, el propio Beneyto, fuera un anacoreta. Así Beneyto, “hace 30 años un grupo de jóvenes impacientes a la par que ambiciosos aprendices de filosofía a los que m refería en el primer artículo –Bernard Henri Lévy, Alain Finkielkraut, Pascal Brukner, André Glucksman etc.”
A mí, particularmente, me inquieta que los llame “ambiciosos aprendices”.Pero me preocupa bastante más el “etc.”. Quizá exagero, pero no estoy muy seguro.

Ya digo, prefiero a quien pueda decirme algo interesante acerca de, pongamos Sed de mal, que a algunas personas muy leídas y aburridas. Pero, insisto, no tanto debido a la expresión de tal o cual ideología con la que me pueda identificar (o no), cuanto al hecho de ser, con sus textos, la representación del puro sopor.

La pena

Qué raro se me hace todo a veces. Hace tan sólo unos días cruzaba por en medio de los campos de arroz valencianos mientras me embargaba una fuerte sensación de felicidad. Los colores, los aromas, la música... los recuerdos.

Hoy, sin embargo, todo, los aromas, los colores, la música... y los recuerdos, no podían alejar de mí toda la pena posible, la que ahora me embarga. ¡Cuánta fragilidad!

Una de las cuestiones más recurrentes en filosofía es aquella que hace referencia a la identidad. Se ha dicho prácticamente todo lo que pueda decirse de ella, por lo que el concepto es, a la postre, entendido por cada uno (cada sujeto) de la forma en la que le viene en gana, que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. En cualquier caso, mucho (¿quizá todo?) de lo que se ha dicho al respecto ha quedado supeditado, de forma inevitable, al lenguaje, ese sistema de signos gracias al cual en realidad somos. Alteridad, mismidad, identidad... nada sin el lenguaje. Dicen. Y no seré yo quien diga lo contrario. Que por algo es uno el que interpreta los signos.

Una forma conspicua de entender y solucionar el problema es el de declarar al sujeto, no como una unidad, sino como el resultado de una suma de posibles. Así, el sujeto nunca podrá ser uno, sino muchos. Y a una caterba de pruebas nos remiten esos defensores del sujeto entendido como una suma de muchos. Que son legión, tanto ellos como el uno. Como si decir eso, que no deja de ser cierto, pudiera ser algo distinto de decir lo contrario.

Está más que claro, al menos para mí, que yo tengo poco que ver con aquel chaval de antaño al que le gustaban los bocadillos de atún, pero soy el mismo que pasó tanto miedo en aquella noche oscura y que fue tan feliz en aquella tarde estival. Que por eso soy el que soy. Que por eso soy como soy. Así pues, no seré yo quien desestime toda posible interpretación del concepto de identidad porque se trata de un concepto que, a la postre, será entendido por cada uno de la forma en la que le venga en gana (en cada momento), que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. Interpretación, por tanto, que no podrá ser extensiva a nadie. Al menos no neceariamente. Ni comunicable. Y, dede luego, nunca podrá tender a lo corporativo.

Hoy me embargaba la pena en los arrozales, en los mismos arrozales donde me pareció rozar la felicidad hace tan solo unos días. Y mañana pienso almorzarme un bocadillo de atún. Qué raro se me hace todo a veces. Y qué normal se me hace otras.

domingo, octubre 14, 2007

Carta a mi sobrina

Probablemente sea ésta una carta que leas de aquí a unos años. Si es que la lees. Ahora eres demasiado pequeña, pero te la escribo desde el presente, que ya tendrás tú tiempo de ponerla en pasado. No hace mucho escribía tu hermano con esta misma introducción. Y por motivos similares.
Estoy locamente enamorado de vosotros, dos maravillosos y tan dispares mellizos. Tenéis una bondad tan admirable como envidiable para la edad que tenéis (7 años). Sólo viéndoos puedo aprender de vosotros.
Sois exageradamente diferentes en todo. El hecho de que tú seas mujer y él hombre es precisamente lo que más en común tenéis. Tal es la diferencia que respecto al carácter y personalidad demostráis. Por eso a ti te pido (aunque ambas cartas van dirigidas a los dos), yendo al grano, que uno de los valores que busques en tus posibles parejas o relaciones sentimentales sea el de la ternura.
En la carta a tu hermano le hablaba de la Guerra de Sexos reivindicando su existencia. Y le decía que tal Guerra existía, sólo, debido a la rentabilidad política que de ella extraía inevitablemente todo Gobierno con ambiciones. Y le contaba también cómo los medios de formación de masas son los primeros interesados en hacer del problema algo irresoluble. ¡Da tanto de sí!, ¡da tanto de sí la existencia del problema!Así que una vez aclarado eso te digo algo que espero tengas siempre presente: todos los maltratadores de mujeres, todos, han mostrado numerosos signos de violencia antes de llegar las agresiones denunciables. Todos los maltratadores de mujeres se hartan de dar pistas que les delatan. Todos los maltratadores de mujeres han dado muestras continuas de cuál es su carácter y cómo lo exteriorizan ya antes de que se produzca la primera (y seguramente no última) agresión física. Así que, queridísima Daniela, no te lleves jamás a engaños con la excusa del amor. No se puede querer a nadie que no sepa controlar su lado canalla, sangriento, salvaje. No hay excusas, Daniela, y no te dejes engañar por ninguna supuesta necesidad de protección. La mejor protección que puedes tener en la vida se la deberás a tu sensatez. No a un chulo. Y no confundas la ternura con el gesto de arrepentimiento ni con las lágrimas de cocodrilo. No hay excusas que impidan olvidar con inmediatez a un ser que se ha delatado como violento. Aprende, cuanto antes, a olvidar a la velocidad del rayo a quien ha dado muestras de agresividad innecesaria. Y por último, que no te despiste el hecho de que los primeros signos del violento aparezcan contra otros y no contra ti. Hay mujeres a las que no les importa la agresividad en un hombre siempre y cuando ésta se manifieste contra “otros”. A veces incluso les gusta porque les ofrece seguridad (por decir algo). Una seguridad, como ya habrás deducido, no sólo innecesaria en principio, sino falsa en la mayoría de los casos. No estamos en la Edad Media Daniela.
Por otra parte he de decirte que los medios de comunicación, además de no querer solucionar el problema, se ha propuesto el linchamiento del hombre. No dejan de asociar el maltrato al machismo y por una extraña regla de tres (seguramente vinculada a una suerte de memoria histórica) el machismo lo asocian a su vez a los hombres. En esta circunstancia, querida Daniela, hace tres días han dado el Premio Nobel de Literatura a la escritora Doris Lessing, que es, probablemente una de las pocas verdadera feministas que hay en el mundo. Y puesto que las estadísticas dicen que una de cada cuatro mujeres son maltratadas yo diría que de cada 100 mujeres que se autoproclaman feministas sólo una lo es realmente y con todas las consecuencias. Lo cual, claro, no sé si es bueno o malo. Pues bien, como te decía, Doris Lessing ha sido la galardonada con el máximo exponente de la Literatura. No hace mucho la escritora decía en un periódico "Los hombres han sido un invento reciente. Tienen ideas diferentes, pero son imprevisibles, no se puede contar con ellos. Todavía no se han asentado. Estará usted de acuerdo en que, en las mujeres, hay una especie de solidez. Tienen un empaque, como que han echado raices". Y para redondear su tesis, "sólo confío en que la naturaleza nos salve con algo extraordinario, que no sé qué puede ser". Esto es la Guerra, Daniela, y quizá por eso le dan a Lessing, no un premio cualquiera, sino el Nobel de la Literatura, el más prestigioso de los premios culturales. Un Premio que sirve, entre otras cosas, para sostener la Guerra.

No hagas caso Daniela a nada que provenga de los medios de formación de masas. Aprende a ser sensata, sacar tus propias conclusiones, a razonar con serenidad. El Premio a Lessing no es más que una prueba de que todo lo que te digo no es incierto. Quieren potenciar la Guerra. Tú ya has dado muestras de tu extremada bondad. Sigue por ahí y lee mucho, lee todo lo que puedas. Prácticamente todo está en tus manos. Incuido, cómo no, tu corazón.

sábado, octubre 13, 2007

Temporal

Quien me conoce sabe que no soy muy dado a hablar de la codicia... de los demás. Puedo ser crítico con otras cosas pero no con cierto tipo de debilidades humanas. Tengo una educación judeocristiana y me siento culpable por casi todo. Y no tanto por lo que he hecho cuanto por lo que creo que podría hacer en según qué circunstancias. Así pues, no soy muy dado a hablar de la codicia de los demás porque no conozco realmente el alcance de la mía.

Dicho esto digo que ayer estuve en Jávea, lugar en donde habitualmente me retiro para poder hacer con tranquilidad lo que no puedo hacer en la ciudad. Estuve en Jávea, sí, pero no en mi casa. No pude acceder a mi casa debido a las consecuencias del temporal que azotó la zona. Me fueron desviando hasta llegar a un punto de retorno. El amable guardia civil me llegó a recomendar un hotel sin saber que se trata de mi segunda casa: “si quiere usted dormir –me dijo- no veo otra alternativa que un hotel”. Me volví a Valencia después de darle las gracias por el consejo. Lo juro.

Me volví a Valencia indignado porque recordé la conversación que mantuve con un ex profesor de mi escuela y aparejador de profesión. Me vino a decir, hará unos 5 años, que por la costa que me afectaba se estaba construyendo a una velocidad extenuante y vil, y con una carencia de previsiones alarmante. Por resumir, vino a decirme “cuando venga un temporal os enteraréis de lo que vale un peine. Se está construyendo sin tener en cuenta para nada el desalojo de aguas. Algún día explotará -concluyó-, y por eso yo no he querido saber nada de esa ignominia y me he retirado”.

Pues sí, ha explotado. Y lo ha hecho con una repercusión mediática casi insignificante. Jamás he visto tanta gente que no pudo dormir en sus casas amontonada en dos Kms cuadrados. Pero como no hubo víctimas, pues eso, apenas hubo noticia. Yo he vivido ya dos temporales de los gordos en Javea en donde las olas eran mucho mayores y lo máximo a lo que llegó es a provocar inundaciones menores pero espectaculares. Éste de ayer era otra cosa, el agua del mar era increíblemente marrón y provenía, no tanto de la altura de las olas como de los torrentes que las construcciones cercanas no habían podido desaguar.

Las autoridades callan. El silencio administrativo es brutal. Los medios no rascan en la realidad cuando no quieren. Yo me volví a Valencia con el rabo entre las piernas. Indignado.

Poesía de lo sublime

Hace unos días, todos los periódicos nacionales se hicieron eco, al unísono, de la nueva exposición mostrada en las instalaciones de la Fundación Juan March. En todos ellos, claro, se elogiaba la exposición y en todos ellos, curiosamente, se referían a ella como una exposición “de tesis”. Tal vez para poderla elogiar sin necesidad de hablar de arte. Como si una exposición colectiva que mezcla churras con merinas pudiera ser otra cosa que el producto de una tesis.

Quizá convenga repetirlo hasta el agotamiento, pero el arte no es NADA sin la disciplina que le otorga sentido, la Historia del Arte. Y que por eso toda exposición es, inevitablemente, el producto de una tesis. Así que ¿de dónde puede provenir la ingenuidad de los expertos?, ¿se trata verdaderamente de ingenuidad?

La Fundación muestra una exposición en la que pretende demostrarse que la abstracción expresionista (americana, claro) “no fue un azar [...], sino la transformación progresiva del paisaje”. Y poco más adelante el mismo crítico habla de “la aventura de hallar los vasos comunicantes entre los numerosos compartimientos de la pintura que va del siglo XVIII hasta el último peldaño del siglo XX”.

Así que no es que no tenga razón el experto, ya que lo que viene a decir es que todo lo amalgamado por una disciplina (la Historia del Arte) se encuentra entre sí vinculado, comunicado. Esto es, lleva razón porque lo que dice es una perfecta perogrullada. Además se trata de una perogrullada especialmente ¿ingenua?, ya que desde que nace el arte tal y como ahora lo entendemos, es decir, desde que nace el arte gracias a la implantación de la Historia del Arte (siglo XVIII), nada de todo lo amalgamado por ella queda ajeno a su “objeto”. De tal forma que lo que vincula un cuadro de Bierstad a un cuadro de Pollock es lo mismo que vincula ese mismo Pollock a un relieve asirio o a un urinario invertido. Sería como decir que hay algo que vincula a Manolo Escobar con Bach.

Otra cosa sería dirimir si esa tesis que vincula a los románticos nórdicos con los expresionistas abstractos es verosímil. Es decir, otra cosa sería dirimir si verdaderamente existe un fuerte nexo de unión entre gente como Fiedrich y gente como Newman. Y digo fuerte porque nexo ya sabemos que hay: los dos forman parte de la misma historia que analiza el producto arte como su objeto disciplinar. Y ahí es donde me declaro escéptico. Como mínimo. Podría admitir, si alguien se pusiera muy pesado, que Rothko no sería Rothko sin haber llorado de emoción ante las oníricas pinturas producidas por la Hudson River School, pero me costaría admitir que toda esa muchachada inquieta e inconformista compartiera el gusto por lo decadente y folclórico (Hudson River School) y por una tradición sentimental casi religiosa (expresionismo nórdico).

Más bien me inclinaría a pensar que esa muchachada incorformista se encontró incluida en una tesis. Algo que desean todos los artistas del mundo. Y la Historia del Arte, lo hemos dicho, es el conjunto de tesis más o menos disparatadas. Lógicamente, pues lo que hace indestructible a una disciplina como la Historia del Arte es el hecho de haber podido admitir en su mismo saco las tumbas egipcias y un urinario con nombre propio. Ahora bien, que lo sublime burkeano una a Cole y a Gottlieb ya me parece más atrevido, cuando no jocoso. Sobre todo si leemos las biografías de los expresionistas americanos o si sabemos de sus avatares ante la política de Guerra Fría (Serge Guilbaut) que tanto hizo por ellos. O también si sabemos de las relaciones de todos esos artistas con Peggy Guggenheim, relaciones que se conocen, de primera mano, a través de uno de los peores libros que puedan leerse en vida (no sé si en muerte), Una vida para el arte, puesto que el apoyo de esta mujer no deja de ser absolutamente decisivo en la conformación del Mito. Y desde el siglo XVIII el rito del arte se justifica, sólo, en la realización del Espíritu a través de la Historia del Rito. Tesis, pues, tesis a manta. Sólo tesis, unas más creíbles que otras; unas más afortunadas que otras. Todas, ya se sabe, interesantes. Aún por posiblemente bobas.

martes, octubre 09, 2007

Menosprecio de lo común

Ha acertado plenamente Anagrama con la ilustración de portada. En ella unos individuos (¿personas o personajes?) se encuentran congregados ante aquello que los une. Podemos conjeturar acerca del motivo de la congregación, pero cualquier respuesta sería eventual. El caso es que se encuentran todos esos individuos en paralelo, en grupo, enfocados hacia el mismo lugar y ajenos unos a los otros. Así es como ve Pere Saborit al individuo del ahora, y el titulo no ofrece ya dudas: Vidas adosadas. El miedo a los semejantes en la sociedad contemporánea. Excelente disección de las relaciones del individuo con sus semejantes.

No estamos en el mejor momento para la causa común. Estamos demasiado habitados por la desconfianza y el miedo. Nos imbuimos de autosuficiencia hasta el punto de abandonarnos a la autoayuda. Las negaciones se disfrazan de afirmaciones y las afirmaciones sólo pueden pronunciarse para uno mismo; y en voz baja, para que no nos oigan. Hemos pasado del miedo a la diferencia al miedo a lo común.

Saborit desmenuza de forma impecable todas las circunstancias que conforman el individuo contemporáneo, todas las circunstancias que convocan el exacerbado individualismo contemporáneo. Un individualismo gentil. Analiza, así, la falacia del relativismo (en complicidad con una suerte de idealismo) y describe sus consecuencias; el culto a la diferencia y el miedo a lo común; la corrección política y su vinculación a la mala conciencia; el ansia de legislarlo todo; la edulcoración de todo a través del lenguaje; el desprecio por los criterios de clasificación y la apología de la equidistancia; el consumismo como sustitutivo del otro. Un individualismo gentil: aquel se apalanca en su realidad y huye de lo real.

Todo lo que huela a necesidad se aborrecerá y se sobrevalorará, hasta niveles demenciales, todo lo que despida efluvios de indeterminación e imprecisión. Sus conclusiones, claro, destilan un cierto rencor (que comparto plenamente) hacia cierta filosofía continental. Algo que le creará no pocos enemigos.

La autoayuda como autoengaño. Un individualismo gentil y un menosprecio a lo común que incluye el menosprecio al sentido de lo común y el menosprecio al sentido común. Esto es exactamente con lo que contamos, además de otras cosas, los individuos del ahora. El panorama no es halagüeño, pero según el autor podría se peor: “En realidad, hace ya tiempo que, en su proceso de avance (esperemos que no imparable), el desierto atravesó la política para dejarla reducida a ética, ya ahora de lo que se trata es que no deje ésta, a su vez, convertida sólo en estética”.

Pos Scriptum. Le comenté a mi amigo Salva las impresiones sobre el libro que en esos momentos llevaba encima y le señalé la portada para explicar el acierto del diseñador de la editorial. Le participé mis dudas ante lo que esos personajes pudieran estar haciendo, todos enfocados hacia “lo mismo” pero ignorándose. Lo cogió unos segundos, observó la portada, me lo lanzó sobre la mesa y dijo sin mostrar duda alguna: “están viendo la televisión”. Si Hopper levantara la cabeza...

jueves, octubre 04, 2007

Manifiesto burdo

Primero, 2 premisas:
A. La derecha existe.
B. Los progres se creen de izquierdas.

En el nuevo vídeo promocional de las juventudes socialistas se repite lo que ciertos magnates poderosos saben que funciona en las mentes más perfectamente infantilizadas. Magnates que a su vez gobiernan el partido para el que trabajan. Se repite por tanto la estrategia de siempre. Y como saben de su eficacia, la ponen en práctica con machacona insistencia, la que imprimen las ansiedades electoralistas. Se repite la estrategia de siempre: la estrategia, pues, más izquierdista de las posibles. Así, quien debería usar la razón y el argumento (algo que teóricamente es inherente al ser de izquierdas), acude a la más inadecuada (¿inadecuada pero oportuna?) de las falacias; la ad hominen.

Así pues: hay un malo y un bueno; el malo es un chico y la buena una chica. El malo se mece el cabello y habla con tono de pijo (es decir, tiene dinero). La buena es risueña y culta. El malo viste de marca (es decir, tiene dinero) y de la buena no sabemos nada en esa materia. El malo no responde a la pregunta pero la buena sí. Cuando el malo habla (que habla, pero no responde a la pregunta) dice sandeces hirientes y cuando la buena mujer responde lo hace diciendo la verdad.

Segundo y último, 3 premisas a modo de conclusión:
A. La Izquierda odia, por tradición y lógica, todo maniquísmo, por falaz, por totalitrio.
B. La derecha existe.
C. Los progres actúan como sólo lo harían unos fascistas.

Post Sriptum. Ya en la calle y justo después de leer la noticia comentada (en El País) me cruzo con una niña que de la mano de su madre y con la mirada perdida en el infinito repetía “corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito...” Es obvio que la niña sólo repetía un estribillo, el estribillo, seguramente porque era lo único que sabía de algo que le sonaba. Lo que no resulta tan obvio, pero es sin embargo muy probable, es que la niña no supiera lo que es un estribillo.

Grito: ¡Daos prisa, Rosa Díez y Fernando Savater, por favor!

lunes, septiembre 03, 2007

Expertos

Premisa 1 (que viene del post anterior): Lisa Dennison, directora del Guggenheim de Nueva York, defiende la tesis de que los directores de museos sean especialistas en la materia (de arte, se entiende) y no meros gestores de recursos socioculturales. Y la defiende, como veíamos, reivindicando la Teoría... y concluyendo, a renglón seguido, a través de una pregunta que ella misma se hacía y contestaba: “Creo que la pregunta es, ¿deben los museos hoy pensar como un tipo de empresa? Sí, porque son instituciones muy caras, el mantenimiento y los programas también lo son”.

Premisa 2: Desde que la Cultura ha demostrado ser sumamente rentable tanto para quien administra el dinero blanco del contribuyente como para quien se desprende del negro que le compromete, el Arte ha pasado a ser Necesario. No hay provincia que no ceje en su empeño de tener su propio Museo de Arte Contemporáneo ni gran empresario que no coleccione, subvencione, financie o done. Desgravando. O blanqueando.

Premisa 3: el tema de quien debe dirigir los museos es un tema recurrente. Y por ello no tiene nada de nuevo. El 20 de febrero de 1998 en el ABC: opinaban Martín Chirino, Miguel Angel Cortés, Miquel Molins, Juan Manuel Bonet, José Antonio Chacón y Antonio Franco. Unos pocos meses más tarde y también en el ABC aparecía otro análisis del problema con el título “¿Qué es ser conservador de arte?” Y el texto introductorio comenzaba así: “las opciones políticas no suelen coincidir con los gustos estéticos...” y acababa con una declaración de Estrella de Diego: “Se ha abierto la veda de lo ‘moderno’ y todos opinan como si fueran conservadores –de museo, claro”. Los expertos invitados a analizar eran Juan Manuel Bonet, Estrella de Diego, Francisco Jarauta, Rafael Argullol, Tomás Lloréns, Miguel Fernández Cid, José Jiménez, Pablo, Jiménez y Gloria Moure.

Por su parte, en Diciembre de 2001, El Cultural de El Mundo reunía ante la pregunta “¿Quién debe dirigir los museos?” A Kosme de Barañano, José Jiménez, Delfín Rodríguez, Fenando Marías, Victoria Combalía, Guillermo Solana y Javier Arnaldo. Y en octubre de 2002 bajo el título “El perfecto director de museo” y con el subtítulo “Siete expertos analizan cómo debería elegirse al responsable de un centro público” se reunió a Juan Antonio Ramírez, Delfín Rodríguez, Valeriano Bozal (presentados como catedráticos), María Corral, Kevin Power y Rosa Olivares (presentados como expertos).

Pues bien, aun con las pequeñas posibles diferencias de opinión entre unos y otros, lo que se desprende del análisis de todos estos textos es: primero, que los expertos dicen, de sí mismos, ser los mejor cualificados para dirigir los museos. Las decisiones del Arte las debe tomar el propio Arte y por tanto los centros deben ser entes autónomos que no dependan de la Administración. Y segundo y fundamental: el motivo por el que se dice que no puede ser de otra forma es el motivo por el que los expertos son expertos y no políticos; a saber: porque sólo los expertos entienden de Arte lo suficiente para saber dónde se encuentra lo bueno, lo genuino, lo auténtico, dónde se encuentra en definitiva la calidad, es decir, el Arte. Ante la crisis desatada por posibles intrusismos en la conformación del patronato del Reina Sofía Elena Vozmediano, situándose claramente del lado de los expertos y en contra de los intrusos dice, “un patronato fuerte y profesional garantiza la continuidad y la calidad de un proyecto museístico y expositivo” (El Cultural, 12-12-99).

Premisa 4: el mundo del arte ahora no tiene nada que ver con el mundo del arte de, digamos hace 20 años. Perogrullada que parecen ignorar tantos. El Arte ha pasado en pocos años, de ser el residuo de una cultura elitista a ser aquello que se sabe como un gran negocio por explotar para cualquiera que sepa aprovecharlo. Pero el cambio, aunque brutal, ha sido paulatino. Fue no hace muchos años cuando se comenzaron a sentar las bases de un periodo que sería muy distinto del precedente. Las nuevas exigencias provenían, claro, del capital y de la clase dirigente, en común unión; por fin ambos se fundían y confundían. Era el principio de los noventa y las galerías de arte pasaban por una crisis originada por cambios que se estaban produciendo a escala mundial (guerras, globalización, emigración masiva, nuevas tecnologías). El Arte hasta esos momentos se producía muy lentamente: los artistas exponían en galerías y cuando su currículum no daba lugar a dudas, es decir, después de muchos años, se le hacía una retrospectiva y se le editaba un libro. Pocos libros pues sobre artistas contemporáneos. La clave de entendimiento de esa época ya periclitada se encuentra en el concepto de lentitud, que se encuentra estrechamente vinculado al de cantidad. Cuanto más lento es el proceso de legitimación del artista es menor la cantidad de artistas que se legitiman. Por el contrario, a mayor velocidad en la legitimación del artista, más son los artistas que se necesita legitimar. Y eso fue exactamente lo que sucedió: allá por principios de los noventa, un galerista amigo que llevaba ya entonces 22 años en la divulgación del Arte Contemporáneo me lo dijo: “No puedo competir con la Institución. Yo no puedo más que ofrecerles una exposición y a duras penas, mientras que la Consejería de Cultura no sólo se la ofrece itinerante sino que además le publica un catálogo a todo color”. Llevaba razón el galerista. Hacía no mucho tener una publicación sobre la propia obra era el privilegio de unos pocos que habían tenido que luchar durante años, ahora, sin embargo, raro era el alumno de Bellas Artes que no acaba su carrera con una o varias publicaciones sobre su Obra. Publicaciones, eso sí, con textos protocolarios a manta y con logotipos en contracubierta de todo pelaje.

Así fue como el Arte pasó a ser algo puramente administrativo: aprovechando la crisis del Arte al Estado se le ocurrió la brillante idea de utilizarlo como Imagen (la importancia de la imagen como eso por lo que los demás nos reconocen es un concepto plenamente posmoderno). Y por otra parte, a las multinacionales, siempre tan bien avenidas con la clase dirigente, se les ocurrió, ¡también y simultáneamente!, que el Arte podía ser una buen forma de lavar... la Imagen (lavar la imagen así como otras cosas más comprometidas). De esta forma, ya se habían dado las premisas suficientes para que el mundo del Arte no fuera lo que hasta entonces había sido. Sobre todo si tenemos en cuenta que quien podía no estar muy de acuerdo (dados todos los precedentes históricos) con el cambio, el artista, se subió al ten antes de que se pusiera en marcha. Y sin manos, agarrando la manecilla de la puerta con los dientes.

Así, y pasado ese primer momento de desconcierto que llega después de un cambio de paradigma, las Consejerías de Cultura fueron afianzándose como puntales desde donde todas las iniciativas partían. Y mientras las Consejería de Cultura comprobaban lo fácil, barato y rentable que les salía comprar a los artistas más comprometidos (comprometidos con su tiempo, claro), las más importantes galerías privadas se vieron obligadas a buscar nuevos clientes. Con el tiempo, y en un proceso digno de ser estudiado en monográfico, los mejores clientes de las pocas galerías que subsistieron acabaron siendo, precisamente, las Instituciones políticas así como las mejores macroempresas y multinacionales (que tan bien se llevan con los dirigentes políticos).

Premisa 5. Borja-Villel dijo ayer Sábado en El País: Los museos deben dirigirlos intelectuales, no gestores” y después hacía una declaración de principios muy combativa en la que decía cosas como “Es fundamental crear estructuras autónomas que no estén basadas en valores mercantiles”, o “queremos impulsar la redacción de un código ético que impulse el papel del museo al servicio del público, y la construcción de una memoria no colonialista”. O, cómo no, “la cuestión es cómo educamos, cómo evitamos la espectacularización del museo y su sumisión al turismo y al urbanismo”.

Coclusión: Menos mal que el mundo no se encuentra en manos de bárbaros que sólo pretenden formar parte del Guiness y menos mal que contamos con la Cultura. La Cultura entendida de forma seria, la Cultura que, a decir de muchos, es una de las pocas cosas por las que merece la pena vivir: la música, el arte, la literatura, la arquitectura, etc. Menos mal que los gestores y representantes de esa Cultura se dedican a pensar su profesión para poder hacer un uso adecuado de sus conocimientos, si no con consecuencias benefactoras en la práctica de su quehacer (a lo mejor sería mucho pedir), sí al menos consecuencias interesantes desde el punto de vista del Pensamiento. Menos mal, pues. Porque si hay algo que debemos presuponer de los gestores culturales de altas instancias o la los creadores con elevadas dosis de responsabilidad es, por lo menos, que saben de lo que hablan. Y todo es, al parecer, una cuestión de educación, como hemos visto. Y como son ellos, los expertos, los que saben de lo que hablan, pues eso, nadie mejor que ellos para educar a la sociedad. Dirigiendo museos o lo que sea.

La pregunta entonces podría ser: ¿cómo puede exigirse (desde un museo) independencia en la toma de decisiones cuando la imposibilidad de esa independencia ha sido provocada (por previamente suplicada) por parte de quien ahora la exige? O dicho de forma más directa, ¿cómo se le puede pedir al Estado o a Coca-Cola que no intervengan en las decisiones o en la dirección del Museo si ese Museo es lo que es gracias al Estado y a Coca-Cola?
nota: pido disculpas de nuevo por las incorrecciones gramaticales y las faltas de concordancia de posts anteriores. Las prisas y la poca paciencia.

miércoles, agosto 29, 2007

Inteligencia creadora

Menos mal que el mundo no se encuentra en manos de bárbaros que sólo pretenden formar parte del Guiness y menos mal que contamos con la Cultura. La Cultura entendida de forma seria, la Cultura que, a decir de muchos, es una de las pocas cosas por las que merece la pena vivir: la música, el arte, la literatura, la arquitectura, etc. Menos mal que los gestores y representantes de esa Cultura se dedican a pensar su profesión para poder hacer un uso adecuado de sus conocimientos, si no con consecuencias benefactoras en la práctica de su quehacer (a lo mejor sería mucho pedir), sí al menos consecuencias interesantes desde el punto de vista del Pensamiento. Menos mal, pues. Porque si hay algo que debemos presuponer de los gestores culturales de altas instancias o la los creadores con elevadas dosis de responsabilidad es, por lo menos, que saben de lo que hablan.

No hace mucho le hicieron una entrevista a Lisa Dennison, la directora actual del Guggenheim de Nueva York. Tras 27 años de fidelidad al citado museo se vio el año pasado recompensada con su dirección. Por otra parte sigue siendo chief curator de la fundación que lleva el mismo nombre y responsable de crear la colección de todos los museos Guggenheim, así como de toda la programación de exposiciones.

Dice la buena de Lisa en un momento de la entrevista: “Me considero una persona afortunada por venir del campo de la teoría, porque hoy muchos directores de museo salen de las business schools. Los museos se están convirtiendo cada vez más en simples negocios”. ¿Ven ustedes? ¡Menos mal!. Lisa sabe cuál es el estado de la cuestión y pone el dedo en la llaga: el Conocimiento debe imponerse a la zafiedad populista y la condescendencia mercantilista. Y parece tenerlo claro. Así, después de la enumeración de exposiciones blckbusters que la periodista le cita de memoria (motos BMW, Armani, etc., todas pensadas para el Gugghy), la buena de Lisa demuestra que si algo debemos presuponer de los gestores culturales de altas instancias o la los creadores con elevadas dosis de responsabilidad es, por lo menos, que saben de lo que hablan. Y por ello contesta: “Sí, es difícil dibujar esa línea... Creo que la pregunta es, ¿deben los museos hoy pensar como un tipo de empresa? Sí, porque son instituciones muy caras, el mantenimiento y los programas también lo son”.

El arquitecto Richard Gluckman, especializado en museos y remodelador del Museo Whitney, Warhol y O’Keeffe parece tenerlo más claro desde el principio, por eso decía en otra reciente entrevista, “si los museos no compiten con el ocio, tienen los días contados”. ¿Ven ustedes? ¡Menos mal! Gluckman sabe que las cosas no siempre son como a uno le gustaría que fueran. Es pragmático y no quiere ni engañarse a sí mismo. Y por ello se pone al día cobrando mucho dinero por hacer que los museos se parezcan cada vez más a un parque temático. Su inteligencia es pues indiscutible y demuestra que sabe perfectamente de lo que habla. Sobre todo cuando ante la pregunta “Cuando diseña un espacio para artistas, ¿en qué piel se pone, en la suya o en la de ellos?”, el bueno de Gluckman responde sin pensárselo dos veces, "Depende de si el artista está vivo o muerto. Trabajar con un artista muerto es mucho más fácil”. Menos mal, ya digo.

lunes, agosto 27, 2007

Kobayashi

Los estadounidenses están que echan chispas. Una vez más un extranjero ha vuelto a imponerse sobre todos los expertos americanos en una materia, una materia de índole nacional. Después de muchísimos años de tradición, y después de un aprendizaje que sólo tuvieron ellos debido precisamente a esos años acumulados en forma de tradición, ha llegado un nipón y les ha arrebatado a todos los estadounidenses la posibilidad de ser los mejores en aquello que, por tradición, merecería tener un representante autóctono.
Pero no, ha llegado un japonés de 70 kilos, musculado y barbilampiño y ha conseguido erigirse en el número uno del evento que anualmente es convocado desde Coney Island. De nada les han servido sus entrenamientos diarios ni sus ejercicios mandibulares a todos esos energúmenos que se reúnen cada año con la intención de reivindicar la primacía de una idiosincrasia. Después va y llega un “maldito cabeza de limón” y les deja a todos con la boca abierta. Nunca mejor dicho.
Y claro, los estadounidenses se quejan de no tener un representante genuino. Y claro, los japoneses están la mar de satisfechos con su campeón. Y claro, el campeón es un ídolo nacional en Japón. Cuando vuelve a su país después de una gesta es aclamado, vitoreado y agasajado. No le faltan mujeres a su alrededor y podría conseguir el trabajo que quisiera porque lo que vende es Japón Vencedor. Y los estadounidenses, como respuesta, se compran un rifle y suplican ayuda a Charlton Heston.
Kobayashi, que así se llama el ínclito, ha vencido durante 5 años consecutivos el concurso que consiste en comer todos los perritos calientes que se puedan en un tiempo de 12 minutos. Y Kobayashi ha desbancado por quinta vez a una pandilla de energúmenos que se atragantaban de carne inverosímil y rebañada de mostaza. Con los ojos desorbitados. 59 perritos calientes en 12 minutos.
Muatatis Mutandi. Menos mal que el mundo no se encuentra en manos de bárbaros que sólo pretenden formar parte del Guiness y menos mal que contamos con la Cultura. La Cultura entendida de forma seria, la Cultura que, a decir de muchos, es una de las pocas cosas por las que merece la pena vivir: la música, el arte, la literatura, la arquitectura, etc. Y menos mal que los gestores y representantes de esa Cultura no pretenden formar parte de ningún Guiness y se dedican a pensar su profesión para poder hacer un uso adecuado de sus conocimientos. Menos mal, ¿no? Menos mal que a los gestores culturales de cada comunidad no les preocupa cocinar la paella más grande del mundo (por ejemplo) y se preocupan por saber de lo que hablan y por ahondar conocimientos sobre aquello que gobiernan, ¿no?

domingo, agosto 26, 2007

De vuelta del País Vasco (4ª y última parte)

Guggenheim Inside

Por fin Kiefer, verdadero motivo del viaje por el País Vasco.

Lástima que haya tenido que ser en el Guggenheim, con esos espacios caprichosos y escorados. Y estéticamente tecnologizados. Y lástima también que hiciera sol.

Sé que se trata de una cuestión demasiado personal, pero los brillos no me parecen adecuados para vivir la experiencia de ver a Kiefer, uno de los poquísimos artistas que han sabido combinar con extraordinaria mesura la tradición y la modernidad, espectacularidad y sencillez, ambición y humildad. En la experiencia de ver a Kiefer no debería haber destellos circundantes.

Kiefer es un pintor sobrio, casi opaco. Sus enormes pinturas son siempre el producto de lo mismo. Porque siempre hablan de lo mismo: de aquello de lo que Kiefer no puede dejar de hablar. Sus paisajes son una forma de reivindicación de la memoria, la memoria como forma de conocimiento. Su vinculación a los poemas de Paul Celan en este sentido resulta perfecta respecto al cometido y se muestra óptima en sus resultados. El diálogo entre texto (explícito e implícito) e imagen rara vez adquiere visos tan emocionantes.

Los cuadros, tremendos, se echan encima del espectador con el fin de provocar en ellos la experiencia de lo sublime. Las dimensiones y la texturas se conjugan para crear sensaciones ambiguas y desconcertantes. Los cuadros parecen estar hechos para ser vistos desde lejos debido a la inmensidad de las dimensiones, pero pronto nos damos cuenta de que algo falla en esta larga distancia. Cuando nos acercamos los cuadros parecen estar hechos para verse de cerca, pero pronto nos damos cuenta de que algo falla en la corta distancia. De cerca nos introducimos en sus hipertexturas, pero resulta imposible ver la totalidad de la visión teatral; de lejos observamos el clasicismo de la visión teatral, pero no podemos vivir la experiencia de las hipertexturas, las que confieren modernidad al clasicismo, las que confieren concepto a la forma, las que confieren humildad a la ambición.

La obsesión del artista por el plomo sólo puede entenderse y juzgarse a partir de los resultados obtenidos. Y en esto Kiefer se muestra impecable, pues toda justificación se hace absolutamente innecesaria. Los cuadros tiene plomo, son de plomo, como los libros, como las camas, como la memoria, como el pasado, como la muerte. Nada que ver con la obsesión del recalcitrante Beuys acerca de la grasa y el fieltro, obsesión que servía más a fines estratégicos que expresivos.

Además la muestra nos ofrece la posibilidad de ver la pieza que al parecer ha realizado para el Gugghy. Una escalera truncada que lleva a ninguna parte, una escalera babeliana despedazada que tanto sirve para subir al infierno como para bajar al paraíso, una escalera cuyos fragmentos se encuentra numerados con algún fin supongo que esperanzador, una escalera que trepa por las paredes desnudas sobre las que intenta sujetarse, una escalera sin continuidad inteligible, una escalera aparentemente inocua pero peligrosa, una escalera innecesaria que desde el final nos lleva al principio, un principio incierto, sin solución de continuidad. Una escalera de eterno retorno. Una escalera muy peligrosa. Una escalera sublime.

sábado, agosto 25, 2007

De vuelta del País Vasco (3ª parte)

Guggenheim

Desde aquellos primeros pensadores que dieron vida a las categorías estéticas lo sublime se ha venido asociando siempre al asombro. Tal asombro se correspondería con un estado del alma atracado de horror. Bajo mi punto de vista, y matices al margen, seguiría vigente tal concepción de la categoría. Menos afortunada me parecería ya la obsesión de Burke por asociar, a su vez, lo sublime a lo grande. Particularmente no creo que lo grande tenga que ser, por ley, cualidad necesaria para que se de lo sublime. O mejor, no creo que lo grande sea necesario para provocar la pasión del horror. Sí, sin embargo, lo sublime (provenga o no de la naturaleza), entre otras cosas porque queda lejos de toda adjetivación positivista.

Cada vez que me enfrento al Guggenheim me lleno tanto de él, de él como objeto monstruoso (en todas sus posibles acepciones), que no puedo razonar sobre la experiencia de mirarlo. Experiencia que se traduce, básicamente, en un enfrentamiento. Lo pequeño de mi ser contra lo mastodóntico de una construcción. Lo profano de uno de los millones de visitantes frente a lo Sagrado de la Institución. Y es precisamente el propio objeto, la monstruosidad del propio objeto, la que absorbe mi capacidad de raciocinio. Por lo que no sé qué pensar del Gugghy. No sé qué me parece, qué me provoca la experiencia de mirarlo.

Podría, en todo caso, repetir lo que en su momento dije: “De lejos es como una gran escultura brillante y espectacular; como el juguete de una sociedad infantilizada. De cerca es como un monstruo que atrae y repele simultáneamente; como ese juguete terrorífico que todo niño ha conocido”(De un espectador expectante Ed. Fundación José Luis Cano).

El interior es otra cosa. Toda la duda que surge ante el coloso se disuelve ante sus entrañas. Toda la duda que emerge ante la efectividad de la función simbólica del coloso se disuelve ante la clara ineficacia de la función propia del museo, de todo museo. O por decirlo llanamente: el caos de distribución espacial del interior del museo impide aquello que por definición todo museo pretende. Por lo que en su función fracasa. La carencia de proporciones en los espacios interiores y el caos en la distribución de los mismos acaba por ensombrecer todas la expectativas producidas por la grandeza exterior.

Dice Diderot, “Se dice de San Pedro de Roma que sus proporciones son tan perfectas que el edificio pierde a primera vista todo el efecto de su grandeza y de su extensión, de manera que se puede decir de él: Magnus esse, sentiri parvus (que es grande y que parece pequeño). Y, claro está, lleva razón el enciclopedista, una cosa es el tamaño del todo y otra el tamaño de las partes; una cosa es pues el tamaño y otra la proporción. Sin proporciones todo tamaño sería insuficiente. Dice Burke, “Los proyectos que sólo son grandes por sus dimensiones son siempre signo de una imaginación ordinaria y baja. Ninguna obra de arte puede ser grande sino en la medida en que engaña”.

Ghery, preocupándose por lo espectacular ha priorizado el culto a lo sagrado en detrimento de lo profano. Y ha sido un éxito, y me remito de nuevo a lo que en su momento dije, “Desde dentro es como un gran Parque Temático cuyo contenido sería, como en todo Parque Temático, lo de menos. Controlar el ocio es la forma más actual de controlar a la sociedad. Hace tiempo que lo saben las clases dirigentes. El opio del pueblo se encuentra en el ocio del público. Y cuanto más desmesurado es eso público mejor (eso, en cursiva: intangible pero monstruosamente real).

viernes, agosto 17, 2007

De vuelta del País Vasco (2ªparte)

Chillida Leku: encuentros y ajustes

Chillida Leku. El lugar de Chillida, “a tan sólo 10 minutos de San Sebastián” como reza la publicidad. Trece hectáreas de terreno que circundan el caserío de Zabalaga, edificio del siglo XVI.

La restauración del edificio ha querido mantener la esencia de la construcción, y si bien es cierto que los cambios de distribución de espacios han sido importantes no es menos cierto que se ha conseguido preservar perfectamente tal esencia. Y a pesar de la unificación de alturas con nuevo lucernario cenital se vislumbra el alma del edificio. Es más, todo el espacio interior se encuentra gobernado por esa esencia.

A la vista quedan todos los pilares de madera y toda la viguería de roble que permite la grandiosidad del espacio interior. El cruce de vigas que se unen a un pilar y comunican con otro anticipan a Piranesi por la maraña de encuentros. Todos los pilares se reparten la fuerza necesaria y todos se encuentran con la horizontalidad de las vigas comunicantes. Pero cada pilar tiene, en Zabalaga, su particular e indiscutible estilo propio (como el de tantas construcciones antiguas de la zona). En todos y cada uno de esos encuentros entre pilar y viga se vislumbra la esencia de la construcción, la esencia del caserío, la esencia de una construcción profana, la esencia de una construcción humana. Una construcción hecha a la medida del ser humano.

De los pilares centrales emergen ramificaciones oblicuas que puedan canalizar de forma óptima el peso de la viga situada en la horizontalidad, la que permite ubicar el forjado. Cada una de esas “cuñas” se encuentra con el pilar de forma diferente, pero en todos los casos han necesitado empotrarse las unas contra el otro de forma en que el empuje hacia arriba fuera óptimo. Para ello se tuvieron que hacer cortes y secciones en la viga de roble que fueran adecuándose a una junta improvisada pero eficaz. Dependiendo de la ubicación cada viga requirió un corte personalizado. Así, la multiplicidad de los cortes produce una maraña de encuentros inverosímiles. Además, muchas de esas vigas se retuercen en discreto pero expresivo espiral por lo que el encuentro entre vigas, pilares y cuñas se hace no sólo más difícil, sino casi imposible.

Resulta francamente emocionante imaginar el levantamiento de la construcción a base de una relativa improvisación. Los encuentros y los ajustes en la viguería (que fueron necesarios para crear un espacio tan grande) dan cuenta, sobre todo, de una dimensión humana, la dimensión humana que emerge de lo profano. Y como dice Jean Galard, “La conciencia de lo profano es una consecuencia del culto a lo sagrado. El arte ha inventado nuestra vulgaridad”.

Nota. Dentro del recinto Chillida Leku había, también, una sala de proyecciones pequeñita y una tienda de souvenirs llena de llaveros, pañuelos, servilleteros, camisetas, bolígrafos, posavasos, relojes, colgantes, etc..

domingo, agosto 12, 2007

De vuelta del País Vasco (1ª parte)

Kursaal
Como hace años tuve la oportunidad de ver la exposición de los proyectos que se presentaban a concurso con el fin de rellenar el Solar K en Donosti ya tuve la oportunidad de decir lo que pensaba al respecto (De un espectador expectante Edit. Fundación José Luis Cano). En la introducción de aquel texto recordaba cuáles fueron las bases del concurso: “Con La adjudicación del Solar K el Ayuntamiento de Donostia pretendía encontrar el proyecto que mejor pudiera “impulsar ahora la Donostia-San Sebastián del próximo siglo en una Europa nueva”. Esto era en 1.991 y la propuesta (o consulta técnica, como el Ayuntamiento prefería llamar) formulada a los seis arquitectos contaba con dos partes: una, de carácter obligatorio, consistente en la realización de un proyecto para un Auditorio, un Palacio de Congresos, una Sala de Exposiciones y un Aparcamiento; y una que consistía en la recomendación de otros usos básicos de libre elección, tales como un Área Comercial, un Hotel de cuatro estrellas, una Piscina Cubierta, un Conservatorio y un Espacio para Servicios y Oficinas. La exposición mostraba los seis proyectos con profusión de planos y con sus maquetas correspondientes. Cualquier visitante podía hacerse una idea más o menos cabal del aspecto externo de cada una de las propuestas, bien fuera por los planos, bien por la claridad que ofrecían las maquetas, o bien por los textos que junto a cada uno de ellos aparecía a modo de explicación. Los seis arquitectos eran Mario Botta, Norman Foster, Arata Isozaki, Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg y Luis Peña Ganchegui. Casi nada”.

Han pasado 17 años desde aquella exposición de proyectos y unos 7 desde que visité la obra acabada y escribí el texto sobre el Kursaal. He vuelto a San Sebastián y no puedo evitar el querer saber qué es exactamente lo que pienso del mastodonte. Quiero saber qué es lo que pienso con independencia de saber -o no- de dónde me adviene ese saber. Porque delante de él no puedo dejar de ser quien soy. Hago esfuerzos por abordar la experiencia como si nada supiera del proyecto, pero nada, me es absolutamente imposible desligar mi experiencia de lo que sé, de lo que sé del maestro Moneo y de lo que sé sobre el proyecto. Algo, por cierto, de lo que me debería estar agradecido el maestro, pues si por algo se caracterizan los artistas (y los arquitectos oficiales lo son como el que más) es por explicarse, por hacerse entender; por su necesidad de justificar, en definitiva, la imposición de un mastodonte en la vía pública..

Esfuerzo vacuo, como digo, el de intentar juzgar dejando de ser quien soy. No puedo juzgar desde el sentimiento porque toda afirmación que hiciera sería descatalogada por quienes necesitan ser juzgados con conocimiento de causa, y esto lo sabe todo el que haya hablado alguna vez con arquitectos: no permiten ellos, jamás, que nadie juzgue arquitectura si no demuestra los mismos conocimientos previos que confiere la profesión. No puedo, pues, juzgar desde el sentimiento. El problema es que cuando juzgo desde la razón, cuando viendo (y sintiendo) juzgo por lo que sé, que no es otra cosa que lo que debo saber, pues lo que sé lo sé a través del mismo Moneo, cuando juzgo, digo, desde la razón, la razón que confiere objetividad, entonces y sólo entonces, ME DA LA RISA. Y no puedo parar de reír.

Recordemos que el Proyecto se llamó Rocas Varadas y que en la Memoria del Proyecto que presentó a concurso el maestro decía que sus “dos prismas sugieren la presencia de dos masas rocosas varadas en la desembocadura del río”. Insisto: ME DA LA RISA, “dos masas rocosas varadas”. ¡Tan enormes y tan blancas y tan de vidrio, dos masas rocosas varadas... hay...!

De todas formas, el mismo Moneo, en una entrevista que concedió a la revista Diseño Interior nº 10 (1.991) decía respecto al proyecto que le acababan de adjudicar: “Veo este proyecto como un enfrentamiento directo al paisaje hecho en el momento en el que uno entiende que el modo de construir en ese accidente geográfico no es extendiendo la ciudad, de forma que ésta tome posesión del accidente, sino respetando su condición de tal y haciendo que la forma arquitectónica sea capaz de no cambiar demasiado la condición geográfica del lugar”. ¡No cambiar demasiado la condición geográfica del lugar! Ay.

En cualquier caso, Donosti es, por fin, una ciudad del XXI. El Inevitable (ver post anterior) tiene múltiples recursos: en esta ocasión se sirvió del evento (cinematográfico y, sobre todo, internacional, pese a quien pese) para crear la arquitectura emblemática y nos mostró, de nuevo, cómo nada tiene que ver lo adecuado al contexto con lo oportuno al texto; es decir, cómo nada tiene que ver el hecho de que la construcción fuera adecuada (o no) en ese lugar con el hecho de que fuera perfectamente oportuno realizarla en nombre del progreso.