jueves, marzo 28, 2013

Holy Motors


Holy Motors

Lo cierto es que la película Holy Motors cuenta con todos los ingredientes para gustar a los intelectuales, y quizá por eso es situada por ellos como la mejor película del año y una de las mejores de la última década. Afirmación que sólo se hace cargo de una realidad cotejable; en efecto, a los intelectuales les ha gustado mucho Holy Motors. De hecho, es quizás por eso por lo que todas las críticas que se han producido en los medios especializados se parecen tanto entre sí. Y no crean ustedes que los críticos de cine serios se ponen tan fácilmente de acuerdo. Son pocas las películas que logran tanta unanimidad y con los mismos argumentos. Pero cuando eso sucede se debe, casi con toda seguridad, no tanto a la emergencia del lado cinéfilo que todo crítico lleva dentro cuanto a la emergencia de su lado intelectual.

No se trata de defender extemporáneamente el grado cero del “texto”, simplemente me asaltan las dudas: ¿hubiera sido posible abordar la crítica de Holy Motors sin que el autor cobrara tanta importancia? O dicho de otra manera: ¿acaso no era posible ser eficaz en la crítica orillando un poco más al creador?

Quizá, después de todo y dadas las circunstancias, haya sido imposible obviar algunas de esas circunstancias para abordar la crítica: en verdad resulta difícil ignorar los 13 años de inactividad del que aún (¿) se denomina y considera enfant terrible del cine francés. A pesar de que tenga ya más de 50 años. Pero más allá del cansino y cursi apelativo, también ha sido recurrente en todas las críticas el repaso de los encuentros y desencuentros padecidos en el pasado por el autor en base a su relación con el éxito. Ya no cursi, pero igual de cansino.

En cualquier caso todos “saben” de lo que hablan cuando hablan de Holy Motors, pero ¡también cuando hablan de Leos Carax!: todos los críticos aluden a la reciente y traumática muerte de la mujer de Leos Carax, todos saben que el mismo Carax es el personaje del hotel que rompe la pared, todos saben que la niña que aparece detrás de la ventana es su hija, todos reconocen al Señor Mierda porque –al parecer- han visto el capítulo que filmó para Tokio, todos saben del guiño cinéfilo que supone la elección de la actriz que representa a la conductora de la limousine, todos saben de la significancia de la aparición de los viejos almacenes Samaritane, y todos saben que cuando Lavant hace de padre (en una película en donde representa 11 papeles distintos) lo hace disfrazado de Carax. Todo eso y más es lo que saben cuando van a ver la película y eso es de lo que no han podido dejar de hablar cuando después han tenido que opinar.

Es cierto que resulta verdaderamente difícil salirse de todo ese magma de “datos” que sirven para recalentar la opinión. Pero no estaría mal hacer un esfuerzo por librarse de ellos, aunque sólo sea porque sabemos que no resulta necesario. Y aunque después de todo no podamos realmente librarnos de ellos.

La opinión de quien esto suscribe podría resumirse de la siguiente manera: Holy Motors parte de una gran idea, tiene un extraordinario comienzo, su guión está bien estructurado y desarrollado (salvo en alguna secuencia), y la interpretación es impecable. Y a pesar de todo ello creo que se trata de una película que ni alcanza las cotas que pretendía ni alcanza la excelencia que se le atribuye. ¿Qué habría pasado entonces? ¿Cómo podría explicarse esa decepción de la experiencia estética? Una respuesta que no por sencilla deja de ser suficiente es que la película carece de alma. O si se quiere de gracia, que sería lo mismo. Lo que no quiere decir que carezca de interés. Se trata sin duda de una buena película a la que, bajo mi punto de vista, le falla lo esencial del gran cine.

Holy Motors es desde luego una película difícil en la medida en la que las cosas que en ella suceden no son demasiado comprensibles con independencia de su posible significado. O dicho de otra forma: es una película difícil en la medida en que las cosas que en ella suceden carecen de sentido, o al menos de su sentido más previsible o complaciente. Y éste es sin duda el factor más interesante de la película; y también lo que a través del tratamiento concreto de la estructura narrativa la convierte en una buena película. Pero no tratándose de una película que pueda medir sus fuerzas con un blockbuster, las debe medir en cualquier caso con algo. Y ese algo es lo que podríamos denominar eficacia fílmica.  Que vendría a ser la capacidad sensible de conectar adecuadamente la idea con su propia materialización. Y en este sentido Holy Motors promete más de lo que ofrece debido a que su director no ha sido capaz más que de hacer una buena película cuando contaba con uno de los mejores materiales de los posibles.

¿Por qué resulta de alguna forma fallida? Pues precisamente por no haber sabido adecuar el fantástico contenido a una forma sensible superior. O por decirlo de forma rápida: porque las claves de una película onírica –fantástica- no pueden ser claves intelectuales y porque a Carax le ha faltado genialidad. Parece como si todas las escenas y secuencias tuvieran la explicación concreta que se encuentra en posesión del director que las animó; como si todo, en definitiva, tuviera la explicación que el director se hubiera trabajado en la elaboración del guión. Y quizá por ello esa extenuante necesidad de la crítica por recurrir al autor para encontrar/ofrecer explicaciones.

Se habla de película abierta, pero en realidad se trata de una película sumamente cerrada en la medida en que su autor conoce perfectamente sus intenciones (y con independencia de que después el espectador sea capaz de ver más allá de lo ofertado por el yo/autor). Ciertamente la experiencia estética del espectador se encuentra al margen de esas intenciones, pero por eso mismo resulta interesante medir sus logros al margen de la autoría, y en este sentido la película se muestra débil si eliminamos esa figura que ha basado la eficacia del film en su omnipresencia.

Mi experiencia estética no ha podido liberarse de la figura de un autor que sabía lo que hacía, y eso la ha debilitado en la medida en que nada dejaba realmente abierto. Todo lo contrario de lo que sucede en los films de David Lynch, que muchas veces se iban construyendo a base de escenas que ni el mismo Lynch entendía (como él mismo está cansado de explicar). Ese no entender que nada tiene que ver con el no saber. Cuando Lynch genera una narración ininteligible por onírica sabe que algo pasa aunque no sea capaz de entenderlo. Y en ese no entender lo que sucede –tan alejado del saber que todo tiene una explicación concreta- es donde Lynch se ha mostrado como el genio indiscutible que es. Este es el punto de vista que en cada secuencia me evidencia la falta de gracia de Carax en tanto que director y guionista. Hay una evidente falta de adecuación al género que no ha sabido suplir con genialidad alguna. Sí lo ha hecho con eficacia narrativa y con conocimiento del medio, pero sin genialidad.

Como bien sabemos, muchas veces la grandeza de una película se encuentra en aquello que escapa a las intenciones del autor, y de ahí que la crítica haya jugado siempre un papel tan importante. El hecho de que todas las críticas hayan hecho interpretaciones tan parecidas y previsibles no dice precisamente mucho de la película en cuanto al valor por el que se la ensalza, el de la multiplicidad de lecturas posibles. Las que sin duda ofrece cualquier película onírica, pero las que también pueden ser bloqueadas por un exceso de intelectualidad. En definitiva: Holy Motors, una buena película.

Coda. Bajo mi punto de vista, la secuencia del Señor Mierda es sin duda un lastre para el visionado del resto de la película que ya no te abandona hasta el final. Una secuencia absolutamente prescindible si nos atenemos –sólo- a la forma en la que ha sido abordada. La referencia de La Bella y la Bestia no resulta suficiente. Ni las referencias ni los guiños son nunca suficientes, como tampoco los es la búsqueda de complicidades pandilleras.

miércoles, marzo 20, 2013

Ideología


Quien sigue este blog sabe de mi pertinaz encono contra la Corrección Política, esa perversa forma de censura que tiene por único cometido perpetuar los problemas que dice querer erradicar. Pienso que se trata del verdadero cáncer de esta nueva era tecnificada hasta las gónadas, sobre todo en España, donde las consecuencias de la Cultura de la Queja y del Victimismo por ella propiciado, han corroído su médula espinal.

Creo que se equivocan quienes se empeñan en achacar a la crisis ética, económica y política un exceso de ideología. Yo sostendría que la ideología no es en sí misma la causa del derrumbe que estamos viviendo. Pienso, por ejemplo, que ni siquiera los gestores –políticos y culturales- más políticamente correctos se mueven por la ideología que emana de la misma Corrección Política que practican sin piedad. La censura que ejerce la casi práctica totalidad de esos gestores (técnicos) NO es la consecuencia de una férrea ideología militante, sino más bien, el producto del miedo que se derivaría del incumplimiento de la normativa impuesta por la perversa Corrección Política. Además de por ambición, una ambición que precisamente crece de forma inversamente proporcional a la falta de ideología.

Por ir al grano: creo que el problema reside, más bien, en que ya NO hay verdadera ideología; en que no puede haber ideología allá donde la Corrección Política se incrusta de forma inevitable. La consecuencia de aplicar a TODO una constante censura (de la que todo el mundo se desentiende) y de aplicarla además sin verdadera convicción (pero sin piedad), ha sido el verdadero motivo por el que ha resultado tan fácil corromper a los gestores. No pudiendo conseguir nada por el lado de una mayoría relativa los gestores prefirieron al barco sin honra que la honra sin barco.

Así, han sido las minorías quejicas propiciadas por la Cultura de la Queja (tan políticamente correcta ella) las que se han aprovechado de esa ambición que es, fundamentalmente, el producto de la falta real de ideología. O por decirlo con un ejemplo de entre los muchos posibles: desde que comenzara la democracia en España, ha sido un puñado de votantes ¡quienes de alguna forma han gobernado España!, unos cientos de miles de personas los que han ido gobernando a 50 millones; algo que llegó a su éxtasis con el Tripartito, donde Carod Rovira sentó las premisas de la España del Hoy. 

La desafección hacia la política deviene, precisamente, de que la mayoría de los votantes están asqueados con las políticas de “sus” dos partidos mayoritarios. Que se venden a cualquier minoría para conseguir el Poder, aunque ello traicione totalmente la ideología por la que sus votantes se lo otorgaron. Pero como también he dicho más de una vez, el éxito de la Corrección Política consiste en que ha involucrado a todos los ciudadanos en su ejercicio, y no solo a los que detentan poder.
Y no hay más que remitirse a las pruebas: las que obtenemos en todas las elecciones. Y si no, esperen a las próximas y verán. 

martes, marzo 12, 2013

La masculinidad según la Opinión Publicada


El tirano monopolio ideológico de la Corrección Política ha impedido, durante más de 30 años, la posibilidad de disentir del previsible Pensamiento Único. En el asunto hombre/mujer prácticamente nadie ha podido hacerlo de ese único pensamiento permitido. Por lo que todo lo publicado en materia de mujer/hombre se encuentra, desde entonces, innegable e inevitablemente gobernado por el pensamiento políticamente correcto, o sea por el feminismo. O por decirlo de forma directa: de entre los miles de títulos publicados sobre el asunto (escritos casi siempre por mujeres salvo excepciones muy curiosas) resulta imposible encontrar alguno que no sea, de una forma o de otra, un ataque contra el varón heterosexual de raza blanca. Da igual de lo que se hable en ellos, de sexo, de amor, de familia, de literatura, de cine, de trabajo, de deporte, de gramática, de medios, de publicidad, de enseñanza, de televisión, de identidad, etc., la cuestión es que en todos ellos la figura del hombre aparecerá como la culpable del mal al que se hace referencia en cada caso concreto.

No hará falta más que un solo libro para mostrar las características de todos esos miles de libros publicados durante más de 30 años. Porque ése es precisamente el fundamento del Pensamiento Único impuesto por la Corrección Política: que todos los libros que traten el asunto deban decir lo mismo, so pena de no ser. Y si por una rendija se colara casualmente un pensamiento disidente, sería el mismo Sistema, inflado de Corrección Política[1], quien se encargaría de desvanecerlo.

Así pues, un solo libro: Máscaras masculinas de Enrique Gil Calvo, profesor de sociología y además experto en el asunto. Pudo haber sido cualquier otro de entre los miles que se sirven del asunto para criminalizar al varón, pero se ha escogido éste debido a que, como buen académico que es, el autor ha hecho el trabajo por mí. Sus afirmaciones, o proposiciones, o como quiera que queramos llamar a sus asertos, son el resultado de una investigación que se hace cargo, antes que nada, de la ideología propugnada por los famosos Gender Studies característicos de la Corrección Política. Dice el propio autor en el segundo capítulo:

“Puesto que este libro se ocupa de cuestiones relacionadas con la identidad masculina, taxonómicamente habría que clasificarlo como perteneciente al género académico de la sociología del género (gender studies), si se me tolera el redundante juego de palabras. Y dentro de este campo, al subgénero identificable como estudios masculinos. Lo cual aconsejaría juzgarlo de acuerdo con las estrictas convenciones que caracterizan a tales géneros académicos, entre los que destaca un implícito pacto con el feminismo militante que ha venido dominando estos campos”.

Como puede verse, se trata de un libro idóneo para nuestro cometido por muchas razones. Además de confirmar lo por mí dicho más arriba. Incluso lo enfatiza cuando se permite el lujo de aconsejar la forma en la que su texto debe ser juzgado, que no es otra que aquella que acepte las mismas convenciones que caracterizan ese pensamiento dominante al que hace referencia, que a su vez se ha construido, como él dice, a base de estrictas convenciones: Pensamiento Único.

Gil Calvo dice que la “mascarada masculina” es el “proceso biográfico de hacerse hombre adulto”, porque piensa que “hacerse hombre consiste en enmascararse, pues la masculinidad es siempre una máscara”. La máscara, pues, como impostura; impostura, claro, de la que ningún hombre se libra: “la masculinidad es siempre una máscara”.

Y no hay que esperar mucho -en la sexta páginas del primer capítulo- para que Gil Calvo haga la afirmación más previsible de todo el pensamiento gobernado por la Corrección Política, esa afirmación sobre la que se sustenta, no sólo la tesis de estas 360 páginas, sino las tesis de los miles de libros publicados en nombre del feminismo y auspiciados por la Corrección Política:

“La masculinidad es una construcción social, en la medida en que los hombres no nacen tales sino que se hacen. Para llegar a ser un hombre, en el sentido masculino del término (no en el genital, que es cuestión de genética y hormonal), hay que aprender a serlo […] Semejante construcción personal de la masculinidad está regulada por códigos culturales impuestos por la interacción con los demás”.

Resulta al menos divertido constatar que el pene no es más que un apéndice extraño que en nada condiciona la ulterior habitual masculinidad del macho, pues la masculinidad es “siempre” y “sólo” el producto de un constructo social, cultural y seguro que lingüístico. Así, que el cerebro de un hombre y una mujer sean distintos y manifiesten grandes diferencias en cuanto a sus formas de abordar incluso las mismas tares, nada tiene que ver con la genética, sino con la sociedad, que modela a los hombres de modo maléficamente machista debido a que son los hombres quienes a su vez modelan a la sociedad. Según Gil Calvo, el hecho de poseer un pene en nada le sirve a un macho para conformar su masculinidad, pues ésta sólo adviene a través de lo que le inculcan. Y las diferencias de su cerebro tampoco provienen de un rol derivado de su diferencia genética, sino de un apresurado aprendizaje maléfico conculcado por una sociedad encanallada (por los hombres, claro).

Con estos previos, por otra parte típicos del pensamiento “académico”, resulta fácil adivinar cuáles serán las conclusiones, que siempre contendrán un tono insultante (o recriminatorio, o criminalizador) contra el varón y una exaltación de la hembra. De hecho Gil Calvo hace una clasificación tripartita (como él mismo la llama) de los hombres, o mejor, de los roles de los hombres. Algo que se explicita en el mismo título del libro: Máscaras masculinas. Héroes, patriarcas y monstruos (Anagrama).

Parecería que hay una posibilidad de salvación, ¿no?; que no todo está perdido. Porque, sabiendo que los monstruos nos condenan y que los patriarcas han sido precisamente la diana de todo el pensamiento políticamente correcto, cabría pensar que al menos nos quedan los héroes. Pero no se haga ilusiones el lector, pues rápidamente Gil Calvo nos define al héroe como otra posible forma de monstruosidad: “Por eso me atrevo a proponer la conveniencia de clasificar a los villanos junto con los héroes para formar el revés de una misma máscara común” y “…buenos y malos, héroes y villanos: las dos caras positiva y negativa de la máscara heroica”. Esto es lo que la Opinión Publicada piensa del varón y de su imposibilidad social de positivación.

Es tan fuerte el odio que se concentra en el Pensamiento Único (hacia los que ese Pensamiento ha querido considerar los absolutos culpables de todo, los hombres) que hasta los más eruditos y prolíficos sociólogos del régimen (de la Corrección Política) confunden la masculinidad con el machismo. Lo cual no carece de lógica, al menos de su lógica, pues para ese Pensamiento Único que es el Pensamiento Feminista, ambos son lo mismo: constructos sociales y culturales. Dice Gil Calvo:

“La ideología del masculinismo (el síndrome de la supremacía masculina) se ha visto significativamente cuestionada. Hoy apenas quedan varones que afirmen sentirse superiores a las mujeres”.

La verdad es que resulta difícil encontrar una frase que traicione tanto las buenas (¿) intenciones y muestre tan claramente un odio que, ante todo, se ha demostrado rentable durante más de 30 años. Lo que llama síndrome de la supremacía masculina es lo que, precisamente, hemos denominado siempre machismo. No masculinismo. El uso del concepto masculinismo por parte del autor se demostraría, de esta forma, como una aviesa forma de asociar el concepto masculino -que en principio nada tendría de negativo-, con las connotaciones negativas que él mismo arbitrariamente le designa. Pero la masculinidad nada tiene que ver con la creencia en la supremacía masculina, por lo que la reivindicación de la masculinidad sería tan legítima como la reivindicación de la feminidad. De hecho, tal es el sentido del término machismo: el de ser crítico con algo que es ajeno a la masculinidad y por tanto al posible masculinismo. Así es como toda esa Opinión Publicada trata al hombre: negándole toda positivación posible.

Por otra parte no se entendería muy bien tanto odio si verdaderamente fuera cierto que “hoy apenas quedan varones que afirmen sentirse superiores a las mujeres”. Pero, ¡ay!, se ha demostrado tan sumamente rentable la explotación del odio…  



[1] El principal éxito de la Corrección Política fue involucrar a todo el mundo en el “juego”, por lo que resulta prácticamente imposible que alguien se salga de ella en la medida en la que inocula el miedo e induce al victimismo. El miedo es el fundamento de la autocensura y el victimismo aquello de lo que todo el mundo querrá sacar provecho.

sábado, marzo 09, 2013

#50SombrasDeGrey


#50SombrasdeGrey
O
#CartaAbiertaaToniCantó

Además de los más de 60 millones de ejemplares vendidos 50 sombras de Grey ha sido traducido a 55 idiomas, tiene más de 200.000 seguidores en Twitter, hay cientos de miles de comentarios en foros de variada índole y la revista Time ha declarado que E.L. James ha sido una de las 100 personas más influyentes de 2012.

A poco que uno se pasee por Internet podrá descubrir quién es Grey a través de los adjetivos que en su descripción se usan: joven, millonario, encantador, inteligente, romántico, exquisito, culto, sofisticado…

Así, resulta relativamente previsible que cualquier mujer se pudiera enamorar de él, como efectivamente le sucede a la joven e ingenua (¿) Anastasia. ¿Qué motivos podría haber, entonces, para que una mujer no se enamorara de un hombre como Grey? Difícil.

Veamos cómo se resume la trama en un artículo (de investigación) escrito a tres manos para el Magazine de El Mundo: Azucena S. Mancebo, María Tapia y María D. Sempere:

“Anastasia es sometida, azotada, atada y humillada por Christian. Llora de dolor y decepción. Y aún así se enamora de su amo”.

Ya lo sabemos, entonces: sí habría algún que otro motivo para que una mujer no se enamorara de un hombre como Christian a pesar de su dinero y su encanto. ¿Cuál? Por ejemplo el que haría a una persona huir del dolor físico. ¿Algún otro? Pues el que haría a una persona negarse a ser humillada. ¿Alguno más? El que proviniera de una decepción causada a partir de unas expectativas constantemente frustradas. ¿Sirve todos esos pequeños inconvenientes a Anastasia para disuadirle de su enamoramiento? No, porque es precisamente por ello por lo que se enamora. De hecho su enamoramiento se debe a que para ella ¡no son inconvenientes, sino todo lo contrario!
Pero ¿cuáles podrían ser realmente las causas por las que Anastasia se enamora de quien tanto dolor le inflige?

Al parecer hay bastantes (¿) si nos atenemos al deseo que en tantas millones de lectoras ha suscitado el personaje (según las autoras del artículo, “Quiero un Grey en mi vida” es una frase recurrente en internet). Pero hay en concreto uno que resaltan las autoras del artículo, supongo que en base a las conclusiones elaboradas a partir de un trabajo de investigación. Dicen:

“Sexo, erotismo, sumisión… Pero, además, la novela narra la historia de una mujer que trata de redimir a un hombre descarriado”.

A lo que añade la sexóloga Miren Larrazábal, una de las profesionales consultadas para la elaboración del artículo:

“Ella representa el instinto maternal y de cuidado de la mujer”.

Así, ella aguanta todo ese dolor y toda esa decepción, no tanto por amor, que puede, cuanto por su interés en salvar al hombre de su perdición. Pero en caso de que se tratara de amor se trataría, como apunta la profesional del sexo, de amor maternal. Que cuando se trata de hablar de mujeres, y no de hombres, sí existe el instinto. Es decir, cuando se trata de justificar la actitud de una mujer, que no la de un hombre, sí aparece el argumento de lo genético. 

En cualquier caso, por si a pesar de todo aún hubiera dudas acerca de las causas reales por las que una mujer puede enamorarse de un hombre pro-activo, prepotente, viril y asertivo, acude a nosotros otra profesional convocada por las escritoras del artículo. Dice la psicóloga Montserrat Montaño:

“A una mujer le resulta atractivo un hombre con dinero y éxito profesional, porque esa riqueza hace que muchos problemas de convivencia y del día a día desaparezcan”.

Así, vamos sabiendo cada vez un poco más. Al menos sabemos que la generalización es legítima: “A una mujer le resulta atractivo…” Pero también por lo que esa generalización concreta significa: lo que le resulta atractivo a una mujer es, además de otras cosas y sin saber de prioridades, que el hombre con posibilidades tenga posibles. Por tanto, pro-activo para abordarla, prepotente para humillarla, masculino para poseer el control, y además millonario para disipar problemillas ajenos a lo verdaderamente importante, como lo sería el hecho de no sufrir carencias (o de no sufrir esos típicos problemillas que causan las carencias, que a su vez causan tanto malestar en la relación de pareja). Por mucho que ese esquivamiento del problema -que se consigue a través de la elección del hombre millonario- se convierta, paralela y fortuitamente (¿), en acceso fácil a cenas de lujo, joyas y caprichos en general.

Pero, ¿una mujer que tiene en cuenta el dinero y el éxito del hombre en la elección de pareja, porque eso le evita los problemas del día a día, no es después de todo una mujer incapacitada para exigir inteligencia, ternura, romanticismo, cultura y comprensión? Conviene recordar los calificativos con los que se describe a Grey. ¿No es acaso verdad que de entre todas esas facultades que intentan describirlo hay una que no es propiamente positiva desde el punto de vista emocional, ético y relacional? ¿No es acaso verdad que el ser inteligente, culto, encantador y romántico se encuentra en otro orden de cosas que el ser millonario?

En cualquier caso, ¿no era por la independencia por lo que había que luchar? ¿No era por la independencia por lo que tantas mujeres han luchado en nombre de la libertad? ¿No era la liberación de la mujer lo que se pretendía con la lucha? ¿No consistía en eso la liberación: en la necesidad y la obligación de considerar la in-dependencia de la mujer en nombre de la libertad? ¿Qué podría significar, entonces, el que a una mujer le resulte atractivo un hombre con dinero y éxito si además se debe a que ese hombre con dinero sirve para disipar los problemas del día a día -y también para vivir mejor con independencia de la misma relación? ¿Es, en definitiva, compatible el grito que exige la independencia del género con (un entendimiento de) la mujer que antepone, de forma “natural” sus intereses a la misma libertad? ¿No es cierto que si los intereses se encuentran desconectados de la libertad resulta imposible hablar de igualdad?

Así, sin dejar de utilizar los mismos argumentos esgrimidos tranquilamente por las investigadoras, los que aceptan que “a una mujer le resulta atractivo…”, me pregunto: ¿puede esa mujer, que por naturaleza antepone o prioriza el dinero sobre otras facultades (romanticismo, comprensión…), exigir después igualdad? O por decirlo de forma vulgar: ¿habría sido igual de posible la “romántica” y “envidiable” relación sado-masoquista si ella hubiera tenido que pagar la mitad (o el total) de las cenas exquisitas y lujosas, o los viajes, o su ropa cara; o todos esos presentes y atenciones que le son regalados? ¿Se habría dejado igualmente humillar, vejar y denigrar por un tipo que careciera del glamour que proporciona la riqueza? O mejor aún, ¿habría sido posible el éxito de Grey si éste tuviera que comprar sus pantalones en los chinos y sólo pudiera pagar las cenas en la taberna de la esquina de un barrio poligonero?

Veamos lo que la sexóloga Montserrat Montaño dice de los personajes para así poder distinguir lo que les pasa a una mujer y un hombre concretos de lo que le pasa a la mujer y el hombre en general; poder desligar, si fuera posible, lo que les pasa a Anastasia y Grey de lo que les pasa a la mujer y el hombre en general, pero desde los conocimientos obtenidos a partir de la Opinión Publicada; a saber: que a la mujer le resultan atractivos los hombres con posibles y que el hombre necesita ser pro-activo, sujeto activo. De hecho, desde la óptica que proporciona la Opinión Publicada, lo que NO sabemos es que a la mujer puedan gustarle los hombres dominantes. Sí sabemos, en cambio, que le gustan inteligentes, encantadores, con sentido del humor y con posibles, pero nadie nos dice que puedan gustarle, ya no los sádicos, sino los simplemente dominantes. Nadie. Más bien al contrario. Y sabemos también, gracias a la misma Opinión Publicada, que los hombres son dominantes por defecto, y que son, por ello, machistas.

“Anastasia es una joven adaptada, con buenas relaciones familiares, sociales, capacidad de trabajo, de estudio… Únicamente mostraría cierta inseguridad personal relacionada con ciertos complejos físicos”. Sin embargo, “(Grey) Presenta multitud de problemáticas psicológicas […] A nivel emocional es inmaduro…”, dice Montaño.

¿Por qué entonces Anastasia, una persona normal, es decir, no condicionada por traumas de ningún tipo, se enamora de Grey, que no oculta sus intereses? ¿Por qué se enamora de él si tantos problemas “presenta”?

Quizá una respuesta acertada nos la dé la propia psicóloga Montaño, si bien lo hace sin ser consciente de lo que sus palabras puedan significar, pues la Opinión Publicada sólo puede atenerse a la Corrección Política. Dice la psicóloga:

“El protagonista cumple con muchas de las cualidades que las mujeres buscan de forma ideal en un hombre. Lo que probablemente no se tiene en cuenta es lo sumamente costoso a nivel emocional que sería mantener una relación real con alguien con tantos problemas psicológicos como el personaje”.

Ya tenemos dos datos de suma importancia: primero: Grey, que “cumple con muchas de las cualidades que las mujeres buscan de forma ideal en un hombre”, tiene muchos “problemas psicológicos”. Pero eso es algo que ¡ya sabíamos!, pues es ¡ESO precisamente lo que atrae a Anastasia! y es además el motivo por el que emergen las preguntas y las dudas. Y segundo: Anastasia acepta el coste emocional que supone preferir lo real a la fantasía.

Respecto al primer punto no haría falta añadir demasiado, más allá de lo que ya se ha apuntado. Sólo incorporar una pequeña puntualización que hace referencia a cómo se definen los géneros masculino y femenino desde la Opinión Publicada. Podríamos resumirlo con una frase ciertamente burda, pero efectiva en el cumplimiento de representar a la Opinión Publicada: Ella, la mujer, es siempre normal y él, el hombre, es siempre el enfermo. Y da lo mismo que hablemos de Anastasia y Grey que de las mujeres y los hombres en general. No habría más que abrir cualquier periódico de cualquier día, o ver un telediario al azar, o analizar las tesis doctorales de las enseñanzas de humanidades en los últimos 30 años, etc. La criminalización del varón se encuentra a la orden del día. Y si, como hemos visto, se trata de aceptar las diferencias, se hará siempre e ineluctablemente para hablar de una incuestionable superioridad de la mujer respecto a casi todo. 

En resumidas cuentas, para la Opinión Publicada: “hombre ser malo, mujer ser víctima”. Anastasia, que enfoca su felicidad desde la sumisión, la humillación y la vejación, sería, para las profesionales del sexo y la psicología, una mujer normal, sana: “adaptada, con buenas relaciones familiares, sociales, capacidad de trabajo, de estudio…”, mientras que Grey es, sólo, un hombre que “Presenta multitud de problemáticas psicológicas” y que “A nivel emocional es inmaduro…”. Tal podría ser, haciendo un ejercicio de analogismo, la caracterización por géneros que aparece en toda la Opinión Publicada. Aunque después, en la vida real, en la vida habitada por lo real, haya millones de mujeres cuyo agónico grito sea el de “Quiero un Grey en mi vida”.

Respecto al segundo: Cuando Montaño habla de “lo sumamente costoso” lo que hace es señalar como legítima la fantasía, pero al tiempo que señala como estúpida la posibilidad de intentar hacerla realidad. Probablemente tenga toda la razón del mundo en cuanto a lo de “costoso, de hecho es una forma de decir que las fantasías sólo son fantasías y que las mujeres deben aprender a distinguirlas claramente de la realidad. Pero, ¿no es cierto que, con independencia del tipo de relación elegida, toda relación exige unos costes?, ¿no es cierto, después de todo, que el “coste a nivel emocional” es el coste que toda persona debe pagar por SU compromiso, en la aceptación de su compromiso? Así, es cierto que sería sumamente costoso mantener esa relación, pero porque cualquier relación seria lo sería; pero sobre todo sería fundamentalmente costoso para quienes vivieran inmersos en la ideología propugnada por la Corrección Politica, esa ideología que todo lo fundamente en la igualdad.

Cuando sabemos, y no precisamente gracias a la Opinión Publicada, sino a partir del análisis de la realidad, que la gestión de una relación sentimental (y sexual) sólo da frutos positivos cuando las partes aceptan sus roles. El coste emocional es precisamente una de las consecuencias de todo compromiso y será alto o bajo dependiendo de del nivel de aceptación de los roles por parte de ambos. Así, el coste emocional sólo será grande de verdad cuando se actúe, ya no sin saber que en efecto se trata de una cuestión de roles (activo/pasivo, sujeto/objeto), sino sobre todo cuando se piense que no debe existir coste alguno. Que ahí radica el mal que nos ha inoculado el pensamiento posmoderno políticamente correcto: hacernos creer que nada en una relación de pareja debe implicar coste alguno, y que por tanto todo coste emocional es siempre innecesario. Éste es pues el mensaje de los “nuevos” tiempos posmodernos; un mensaje cuya máxima consiste en hacer creer que el amor no tiene por qué implicar coste alguno. Tal es el despropósito.

Otra cosa sería la valoración que podríamos hacer del coste en función de la satisfacción obtenida en la relación de pareja. Y para eso los tiempos posmodernos también tienen respuesta: si en una pareja el coste emocional se encuentra por encima de la satisfacción obtenida se deberá, sin duda, a la incompetencia o la maldad del hombre. Un hombre que será incompetente o malo debido a lo que le caracteriza como hombre: su masculinidad, su virilidad.

La masculinidad y la virilidad, sin embargo, que demuestra tener Grey; la masculinidad y virilidad que tanto hace “gozar” a Anastasia; la masculinidad y virilidad que queda patente, no tanto en las relaciones sadomasoquistas cuanto en lo que metafóricamente denotan: lo masculino como parte activa y lo femenino como parte pasiva; la masculinidad y virilidad que tanto parecen añorar las lectoras de la novela; las masculinidad y virilidad que podría manifestarse sin necesidad de ritualizar el dolor físico; la masculinidad y virilidad, pues, como reclamo que se simboliza desde el límite (el sadomasoquismo), pero donde el límite es realmente lo único prescindible: la masculinidad y virilidad como reclamo (“Quiero un Grey en mi vida”) de una mujer que traspasa la fantasía (el sadomasoquismo) en una desesperada búsqueda de lo real (un hombre de verdad); la masculinidad y virilidad repudiadas por el feminismo, pero que en definitiva tanto parecen atraer a las mujeres de un mundo configurado por sus propias demandas. [Recordemos que desde la misma revolución sexual lo que se le exige al hombre es menos masculinidad y más feminidad].

Nota. Este texto, que sólo es un fragmento de uno de mucha mayor extensión, va dedicado a quienes me piden que mis posts sean más cortos y más adecuados al medio.