lunes, septiembre 28, 2015

Éxito, Suerte, Persona y Amor


I
Decía el gran Escohotado en una conferencia que el éxito en el mundo capitalista dependía de dos factores y que uno de ellos era el de la suerte. Creo yo que esa tesis podría aplicarse (al menos en lo que respecta a este factor y no al otro, que omito porque no viene al caso) a cualquier mundo no imaginario. En fin, que no basta con hacer las cosas bien para tener éxito. De todas formas la suerte no necesariamente es un concepto que deba vincularse al éxito.

La suerte no necesita esfuerzo alguno y por eso se encuentra muy alejada de términos como el de merecimiento o el de justicia. Puede llegarle a un canalla y faltarle a un bendito. La suerte, ya se sabe, se encuentra donde uno menos se la espera y el convivir más o menos cercano a ella depende de... la suerte.  

II
Muy buena parte de la calidad vital de una persona depende de la calidad humana de las personas que le rodean.

En sentido general el concepto Persona hace referencia a un ser humano consciente de sí mismo y de los valores morales, y responsable de sí mismo. Sería ésta una definición (académica) demasiado abstracta, pero ya nos indica la moralidad como una parte sustancial del ser. Kant lo dice a su manera en Metafísica de las costumbres, "Persona es el sujeto cuyas acciones son imputables". Pero la clave nos la ofrece Mounier, uno de los filósofos que más reflexionó sobre el concepto Persona, con una bellísima frase: "La persona es una existencia capaz de desprenderse de sí misma, de desposeerse, de descentrarse con el fin de hacerse disponible para otro".

III
Conocer a personas que se desprenden de sí mismas para hacerse disponibles a otros es una de las experiencias más satisfactorias y emocionantes que pueden sucederle a uno en tanto que persona. Una gran suerte. No hay éxito personal que pueda equipararse al hecho de conocer a una persona que sea capaz de descentrarse con el fin de hacerse disponible a otro. Entre otras cosas porque incita a la reciprocidad inmediata.

La verdadera felicidad se encuentra así más condicionada por la suerte que por el éxito. Tener cerca a personas que se desposeen con el fin de hacerse disponibles a otros es una gran suerte. Quizá la mayor de las posibles. 

sábado, septiembre 26, 2015

Peri´odicos: Suplementos Culturales

Hace aproximadamente 4 años que no compraba un periódico, pero por las circunstancias espaciales en las que el otro día me encontraba decidí comprar dos, no importa cuáles, pero por los suplementos culturales que llevan adjuntos, claro. Así fue que después de 4 años me reencontré con la sensación que produce leer la actualidad cultural: últimos libros publicados, lo último en teatro, cine, música y artículos sobre algo que resulta de interés coyuntural por muy genérico que pudiera parecer.

El reencuentro fue simplemente descorazonador, pero sin dramatizar. Y no tanto por la calidad de lo publicado, que no es el caso, sino por la sensación que me deja el leer acerca de lo que en principio es mostrado desde la perspectiva de "lo interesante" actual. No se trata de decir, como aquél, que "ya nada me apasiona". Al revés, se trata de decir que ya sólo me apasiona lo que no resulta actual. En este sentido, las publicaciones culturales adscritas a la prensa diaria me parecen, todas, guías del ocio. Y no tanto debido a una voluntad como debido a una inevitabilidad. Es decir, todo está bien en estos suplementos que sostengo en mis manos, pero nada hay en ellos que justifique el tiempo que requiere su atención. Otra cosa es que uno se viera recompensado con los textos de algún colaborador valioso. Entonces... entonces tendría uno que valorar hasta qué punto compensa tragarse toda esa otra información culturizante y supuestamente culturizadora.

Lo cierto es que echaba mucho de menos leer los artículos de Stefano Russomanno, ese gran analista musical que semanalmente se ocupa, no tanto de escribir acerca de lo último, como de escribir bellos textos. Porque una cosa son los textos que se escriben para hacer referencia a algo y otra los que, con independencia de lo que pretenden se transforman en pura literatura. La mayoría de la prensa escrita se ha decantado por ofrecer a sus lectores lo primero. Ellos sabrán. Supongo que todo será la consecuencia de un estudio de mercado y por eso los periódicos de ahora son cada vez más anodinos. Ya no quedan escritores de prensa a lo Joaquín Vidal, que eran capaces de trascender sus crónicas a partir de su estilo.

Los informadores de lo cotidiano, es decir, los periódicos han elegido preponderar, definitivamente, el contenido sobre la forma. Y por ello han consolidado un tipo de producto que puede resultar interesante. Sólo eso. Pero por ello sórdido. Se podrá alegar en mi contra que es por eso por lo que se caracteriza precisamente el género periodístico y yo les contestaré: claro, pero es por eso por lo que a mí, ahora,  ya no me interesa la prensa, una prensa hecha a la manera de otros tiempos. Y habrá que pensar a cuántos más, sobre todo si nos atenemos a sus quejas, a las quejas de todos los diarios cuando hacen referencia a las caídas en ventas. Además, lo interesante es la categoría estética del siglo XX, no la del XXI. Quizá, como en todo, convendría reflexionar acerca de seguir haciendo las cosas de cierta manera por inercia, porque es posible que esa reflexión nos deparara sorpresas. Lo que pasa es que ya nadie está para la reflexión. Nadie tiene tiempo.

lunes, septiembre 21, 2015

Cataluña

Es más que probable que de los más de 300 posts que contiene este blog haya en él cerca de 200 que traten el tema de la Corrección Política. Esto se debe a una sola razón: soy de los que cree que la práctica totalidad de los males que nos afectan a las sociedades civilizadas provienen de la implantación y el ejercicio de lo políticamente correcto. O por decirlo de otra forma más maniquea pero no por ello menos precisa: tengo la convicción de que la Corrección Política es el verdadero cáncer de nuestro tiempo.

La Corrección política nació en los Campus Universitarios anglosajones hacia los años sesenta pero no se instaló definitivamente en Occidente hasta principios de los ochenta. Fue un "invento" de la Izquierda más "académica", siempre tan comprometida ella, pero como su eficacia se demostró tan poderosa la derecha se apuntó rápidamente al carro. Así, salvo raras excepciones el mundo occidental lleva configurándose desde hace 40 años bajo unas innegociables formas de poder muy concretas. Las que se sustentan sobre la promoción de problemas que deberán ser irresolubles. Valga la perversa paradoja.
Pero como digo, todo ha sido ya explicado en otros posts: la Corrección Política -en tanto que forma de poder- se ha fundamentado sobre una Cultura de la Queja que al mismo tiempo alentaba. Promoviendo un victimismo siempre vinculado, curiosamente, a cierta proporcionalidad numérica. Lo que comenzó pretendiendo ser una -necesaria- defensa de las minorías oprimidas acabó promoviendo, debido a cuestiones puramente electoralistas, un mundo exasperado repleto de micro-luchas intestinas imposibles de erradicar desde los parámetros de una forma de poder que se sustenta, precisamente, en la promesa perpetua de solucionar el problema. Así es como hemos llegado a convertir la defensa de la mujer en una Guerra de Sexos permanente y la defensa de los negros en una inevitable confrontación constante entre negros y blancos. La paridad y el sistema de cuotas son, en este sentido, paradigmas de una forma de poder que pretende beneficiar a las minorías (supuestamente víctimas por el hecho de serlo) a costa de una confrontación que queda marcada por la injusticia. Y muchas veces hasta por la "ilegalidad", como pone de manifiesto la Ley cuando diferencia los sexos para imponer penas distintas por violencia o maltrato.

El problema que vive Cataluña no deviene tanto de cuestiones políticas como de cuestiones sentimentales... y ¡emocionales! Es claro que los dos grandes partidos de España se han beneficiado de promover en Cataluña una corrupción institucionalizada de la que se desentendían (o que alentaban), pero no es menos cierto que a la avalancha de ciudadanos que se disfrazan en la calle para pedir la independencia les importa una higa cualquier tipo de corrupción, porque lo único que quieren es ser considerados víctimas, víctimas que exigen su liberación en tanto que minoría humillada por lo Hegemónico. Esa es la esquizofrenia que les toca vivir a todos los que pretenden beneficiarse de lo políticamente correcto. Exigir con furia la Igualdad al tiempo que se reivindica con ferocidad paranoica la Diferencia. Esquizofrenia en su máxima expresión. La que provoca la Corrección Política.

Addenda. No hay nada que hacer contra ella. Todo el que no sea políticamente correcto está muerto mediáticamente hablando. No tendrá voz por mucho que se encuentre cargado de razones. Porque la misma Corrección nos ha obligado a rechazar las razones si éstas las dicta lo Hegemónico. Sin embargo la víctima podrá ciscarse públicamente en quien le dé la gana porque es la Corrección quien le habrá enseñado a hacerlo. Todos sabemos que en Cataluña llevan años incumpliéndose muchas leyes y todos sabemos que la situación actual no es más que el producto de un lavado de cerebro que se les viene haciendo a los ciudadanos desde un control exhaustivo de los medios y del sistema educativo. En estas circunstancias parecería tan lógicas como legítimas las denuncias sobre un sistema, el del Gobierno Catalán desde hace 40 años, a todas luces fascistoide. Pues bien, a un ex-ministro se le ocurrió llevar a cabo esta denuncia con la frase "lo que hay que hacer es españolizar Cataluña"... y se le vino el mundo encima, pero no sólo el de las supuestas víctimas sino, sobre todo, el de los refitoleros adalides defensores de la Corrección, los que por ello no tienen ni media torta. Su pensamiento es tan débil que sólo saben de miedos y complejos. Ya digo, no hay nada que hacer: mientras se le exige a ese ex-ministro rectificar sus palabras por las ofensas generadas (?), a los independentistas se les deja que chantajeen, incumplan las leyes y amenacen con desobedecimientos varios, todos al margen de la Ley. 

viernes, septiembre 11, 2015

Lo que verdaderamente pasa con el Arte

El Arte del hoy

En este post se abordará la cuestión desde la simplicidad de los hechos empíricos y en otro posterior se hará desde la farragosidad de la Teoría. Si bien es cierto que ya todo quedó apuntado en mi artículo publicado en Jot down, que aconsejo leer para encontrarle sentido a éste, "El hoy del arte":



La cuestión es que uno hace un esfuerzo denodado por argumentar su tesis -expuesta el “El hoy del Arte”- entre gente del sector (artistas, galeristas, asesores culturales, técnicos culturales, directores de medios culturales, críticos de arte y aficionados al arte en general), pero la respuesta de toda esa gente viene siendo siempre le invariablemente la misma: una mirada entre perdida y airada, y una suerte de asentimiento cuasi forzoso. Por lo que a veces acaba creyendo uno que le dan la razón como a los locos. Si bien es cierto que esa mirada perdida también denota en muchas ocasiones un principio de entendimiento comunicativo, o un amago de entendimiento que mis interlocutores intentan al mismo tiempo disipar por la cuenta que parece traerles. Algo, por otra parte, que no carece de sentido, pues mi teoría consiste básicamente en señalarles la inoperatividad de toda acción que siga contemplando el Arte como se contemplaba hace 10 años, por decir una cifra.  

La cuestión es, en cualquier caso, que toda esa gente que se me dirige para comentarme su situación profesional dentro de ese mundo del Arte lo hace, sólamente, para quejarse. No hay quien renuncie a narrarme con precisión cirujana las tremendas penurias, calamidades y desafueros que sufre diariamente en un mundo, el suyo, el del Arte, que tal y como ellos mismos aseguran no funciona en absoluto. Desde hace aproximadamente 10 años.

Pero vayamos a la historia, la que acaba de sucederme. Hace un par de días me llamó por teléfono una galerista que  no veía hace años manifestando interés en hablar conmigo, así que concertamos una una cita a media tarde de ese mismo día. O sea, ayer. Acudo a la cita y como son muchos los años en que no nos vemos comenzamos poniéndonos al día sobre nuestras actuales circunstancias. Sus palabras no ofrecen dudas ya desde el principio. Como galerista ha tirado la toalla, no tanto porque haya dejado de ejercer cuanto porque ya no espera nada de esa profesión. Su desmedida pasión por el arte la hace continuar aun cuando carezca de beneficios. Sus quejas son definitivamente irrevocables porque se encuentran fundamentadas por unas circunstancias que empíricamente son indiscutibles. Las hace extensibles también a varios colegas de la profesión que ambos conocemos (y lleva razón, como he podido comprobar a lo largo de estos últimos años). Pero hay algo que resulta muy revelador en esa queja masiva: ya ninguno de ellos asocia esa total inoperatividad actual del Arte a la crisis económica. De hecho, lo fácil en un sector como éste hubiera sido recurrir a la crisis para justificar este descalabro (de hecho, se hizo sólo en los aparatosos inicios de la crisis), pero no, insisto, ya nadie recurre al argumento de la crisis para explicar esta inoperatividad total del Arte.

Y así es como me encuentro enfrentado, con bastante frecuencia, a quien admitiendo un fracaso, el suyo particular dentro del integral del sistema, no sabe hacer otra cosa que quejarse. Si acaso puede uno encontrarse con la figura de aquel que lucha con la -absurda- creencia de que las cosas volverán a ser como en antaño (como hace 10 años aprox.). ¡”Reiventándose”! como muchos de ellos dirían. Algo que generalmente acaba traduciéndose en el uso de tácticas algo diferentes de las que en su momento funcionaron, pero con estrategias aferradas a ese mismo paradigma que lleva 10 años (?) mostrándose ¡obsoleto!

Pasada una media hora de conversación trufada de quejas y lamentos sobre el actual momento del Arte, la galerista se decide a abordar el motivo de su interés en hablar conmigo. La cuestión es que en los años de bonanza económica (hasta 2006) surgían, como es bien sabido, coleccionistas allá donde existieran galerías de Arte dispuestas a suministrar artefactos que contuvieran "futuro" y/o que proporcionaran "clase". Y en estas circunstancias, quede claro, no hay estafadores ni víctimas (como muchos quieren ver), lo que hay es una concreta realidad que nace bajo unas determinadas condiciones favorables. La construcción inmobiliaria favoreció el surgimiento de una clase social con un alto poder adquisitivo. Y con muchas ganas de figurar.

Uno de ellos fue un ampuloso y conocido notario de la Comunidad Valenciana, un tipo de esos que se toca los gemelos de la camisa mientras estira el cuello para desahogarse de su corbata de Valentino. Lo compraba casi todo, al menos casi todo aquello cuyo precio pudiera indicarle que no se equivocaba. Se decía de él que era un gran coleccionista, un hombre de cultura. De hecho ese ha sido siempre el objetivo principal de los "importantes" coleccionistas de Arte: el de conseguir ser tildados de grandes coleccionistas, esto es, el de ser señalados como personas cultas. De ahí que -sólo- compraran -en su momento- aquello cuyo precio pudiera indicarles que no se equivocaban. He aquí la clave del funcionamiento del Arte: en los momentos de bonanza económica -que es cuando surgen coleccionistas como hongos- sólo puede ser "bueno" lo que cuesta mucho dinero, esto es, aquello cuya posesión pueda conferir prestigio. Las cosas valen, lo sabemos, lo que uno está dispuesto a pagar por ellas.

Pues bien, sigamos con la trama: según me cuenta la galerista amiga -profesional y honesta como pocas- este notario acaba de vender su chalet situado en una privilegiada primera línea de playa. Pero lo ha hecho, y esto es lo bueno, !con una gran parte de su colección de Arte dentro!, hecho que no ha sido utilizado para incrementar el precio de venta. Una colección de Arte, y esto es igual de bueno, que en contra de toda previsión dictada por la lógica (?) sólo ha conseguido enfurruñar al nuevo propietario, un extranjero que se ha encontrado esa extraña herencia sin comerlo ni beberlo. Es decir, que se la ha encontrado por castigo. Tanto es así que lo primero que ha hecho es ponerse en contacto con la galería de Arte más cercana, la de mi amiga, para pedirle ayuda. ¡Ayuda!, sí, porque bajo ningún concepto quiere quedarse con todos esos cuadros adquiridos en su momento por su antiguo propietario, el gran coleccionista y hombre de cultura. Le pregunto entonces a mi amiga acerca de los cuadros en cuestión, esperando sin duda que el patrimonio estuviera compuesto por esas obras menores que suelen ser el producto de compras comprometidas o precipitadas. Pero no, y esto sigue siendo igual de bueno, se trata de obras mayores de artistas que continúan luchando por mantenerse en ese mercado del Arte del que todo el mundo se queja. No sabe nadie por qué el ínclito notario las ha dejado allí pero la cosa es que quien de repente se ha encontrado con ellas por cojones está enfurruñado. Le ha pedido a mi amiga galerista, en tanto que profesional de la compra-venta de Arte, que por favor le eche una mano y que le ayude a deshacerse de todos esos enormes cuadros diciéndole que si no lo hace los acabará tirando al contenedor. Por eso su propuesta, y esto es lo verdaderamente bueno, ha sido muy clara: "véndelos por lo que te den, lo que sea, y de lo que saquemos a medias y punto. ¿No decís todos que se trata de obras de arte tan buenas? Pues entonces no te resultará difícil venderlas a precios sumamente inferiores a los del actual mercado, ¿no?".

Me disculpo por no poder ayudarla, pero la curiosidad me puede y le pregunto de qué precios estamos hablando. Su contestación hay que situarla, precisamente, en el contexto del actual mercado (?), pues estamos hablando de obras concretas que hace 8 años costaban (y puede que cuesten aún en alguna galería) entre 3.000 y 15.000 euros. El nuevo propietario no ha dudado un ápice en poner precio a esos cachivaches incómodos "200, 300 euros, lo que sea, véndelos por lo que te den".

Post posterior y complementario
http://albertoadsuara.blogspot.com.es/2015/11/lo-que-verdaderamente-pasa-con-el-arte-2.html

sábado, septiembre 05, 2015

El caballo de Turín (Béla Tarr)

El caballo de Turín (Béla Tarr)

Un caballo viejo y famélico arrastra al paso un carruaje a través de un camino polvoriento y árido. Lo guía un hombre mayor que debe hacerlo luchando con unas adversas condiciones meteorológicas de frío y viento.

Estos son los únicos ingredientes del largo plano secuencia que da comienzo a The Turin Horse. Toda una declaración de intenciones que sitúa al espectador en su justo lugar, que no podrá ser otro que aquel que lo ha predispuesto a aceptar unas concretas formas narrativas. Así, y después de esa larga secuencia, no habrá espectador desprevenido, ni habrá espectador situado en el lugar equivocado.

Viento y frío como síntomas de un fin inevitable, necesario. O como signos probables de un fin sin finalidad. Pero, ¿es en realidad posible un fin sin finalidad? ¿O precisamente se trata de la única posibilidad con sentido? ¿Tiene acaso sentido "nuestra" existencia? ¿Qué relación de sentido vincula la existencia con una finalidad? ¿Qué puede tener que ver con todo esto la predestinación, sobre todo si admitimos, ya que la Ciencia lo dice, que nada es eterno?

Pocas películas conducen al espectador con tanta claridad por vericuetos mayéuticos tan productivos y sobre todo emocionantes. Y si para ello deben incumplirse las normas básicas que dicta la "buena" escritura cinematográfica, pues se incumplen. Todo son preguntas sin respuestas en esta película donde parece no pasar nada mientras va pasando de todo. Precisamente porque la táctica consiste, como en el mejor cine de los últimos tiempos, en depositar sobre la mente del espectador la responsabilidad última de la misma creación de la película.

Dos son los personajes que llevan el absoluto peso interpretativo de unas secuencias sin apenas trama y diálogo alguno. Dos personajes de los que nada sabemos (caracterizados sólo por sus gestos), ni falta que hace, porque como digo deberán ser construidos por el espectador en un ejercicio de creación voluntarioso y constante. En este caso un hombre manco y su hija conviviendo en una casa en medio de la ruidosa nada.

No sabemos de qué viven, no sabemos lo que piensan, no sabemos lo que sienten, sólo sabemos lo que vemos que hacen. ¡No lo que hacen!, sino lo que vemos que hacen. Pero, ¿por qué? Ésa es la pregunta que uno se hace de forma implícita durante todo el visionado. ¿Quienes son? ¿Qué son? ¿Cuál es la finalidad de esos personajes? ¿Cuál su sentido dentro de lo que serían sus propias experiencias vitales? No lo sabemos porque nada sabemos de ellos más allá de lo que podamos deducir de sus gestos. Sólo nos es dado conocer a los espectadores la causa que ha impulsado a su director a realizar esta parsimoniosa película de trama indefinida y extremadamente triste.

Esa causa que nos es contada en off  al comienzo mismo de la película justo antes de la esa secuencia inicial mencionada: Cuentan que paseando Nietzsche un día por su ciudad se cruzó con un carruaje parado en medio de la calle debido a la determinante negación del caballo a avanzar. Vió entonces cómo su dueño y guía comenzaba a atizarle fuertemente con una fusta y no pudo soportarlo; se abalanzó sobre el caballo y lo abrazó entre sollozos incontenibles. Volvió a su casa y se mantuvo ensimismado el periodo de tiempo que precedió a su conocida enajenación.

También es ese famélico caballo que da comienzo a la película quien muestra los primeros signos de la debacle universal que a la humanidad le espera. Una debacle que "se ve venir". Es el caballo que se niega a seguir arrastrando el carro el segundo día de los cinco en que se divide la narración del film. Ese caballo famélico y cansado que viene cumpliendo con su misión día tras día desde hace hace tantos y tantos años. Tantos y tantos años en los que un hombre y su hija llevan repitiendo los mismos gestos. Gestos como hábitos. Hábitos automatizados que sólo expresan supervivencia.

El caballo de Turin es, en este sentido, un conjunto de variaciones que se corresponden con el hábito de sobrevivir. No existe la posibilidad de un hábito que pueda ser anecdótico y por tanto prescindible en una vida que se rige por lo esencial. Ni siquiera esa necesidad de sentarse ante la ventana para mirar a un exterior árido e inhóspito deja de ser un hábito necesario, esencial. Como lo es el rito de sentarse a comer sin cubiertos, aunque sean unas simples patatas hervidas. Todos los días, siempre lo mismo y sólo eso. Como lo es la necesidad de vestirse con todas aquellas capas de ropa que son necesarias para combatir el frío desolador y el viento apocalíptico. Como lo es la necesidad de alimentar el fuego con con una madera cada vez más escasa. Como lo es la necesidad de acopiar agua para la cocina y la higiene. Todos los días, siempre lo mismo y sólo eso. Todos los días siempre lo mismo y sólo eso.

Hábitos rutinarios que nos son mostrados con la distancia que adopta una mirada que huye de fáciles complicidades y que rechaza cualquier posibilidad empática. Parece claro que Tarr cree firmemente en el porvenir de lo terrible, como bien queda claro en las premonitorias palabras de ese extraño personaje cuya incontinencia verbal contrasta con la apatía nihilista de los dos protagonistas. Tampoco sabemos nada del significado de esa intromisión apabullante e histriónica, pero el discurso de ese tercer personaje no ofrece duda alguna: el mundo es incapaz de sostenerse por más tiempo. Si orden es disposición racional coforme a razón, el caos es indisposición absoluta conforme a la más pura irracionalidad. El camino más "vivo" hacia la nada. Y no se puede polemizar con la nada. En realidad nada se puede hacer con la nada. El caballo lo sabe y por eso a partir del segundo día decide no comer.

Cuando la mujer descubre que ya no tienen agua -porque el pozo se ha quedado seco de un día para otro- el hombre sabe que sólo les queda una opción de supervivencia: huir, "Trae la carretilla", le dice a su hija. Así que por primera vez en la película observamos gestos en los protagonistas que sabemos son nuevos para ellos. Empaquetan sus enseres, los calzan sobre la carretilla, atan por detrás al famélico caballo (que decidió ya que jamás tiraría de ninguna carreta o carretilla) y avanzan con dificultad arrastrando ambos esa carretilla/casa entre el polvo y la hojarasca producida por un persistente viento desolador.

Viento y frío -decíamos- como síntomas de un fin inevitable, necesario. O como signos probables de un fin sin finalidad. Pues bien: viento y frío como síntomas del fin del mundo. No habrá alivio en la invención verbal. No hay solución: de la misma forma en la que cargaron la carretilla ahora tienen que descargarla. En esa misma casa en la que no quedaba agua. Marchitos y exangües no pueden reaccionar frente a la fatalidad.

Si todas las películas tienen un fin ésta lo tiene en el doble sentido del término. Si todas tienen un final (Fin) y una finalidad (fin), la finalidad de The Turin horse es contarnos el mismo Fin. El Fin de verdad. "¿Qué es esta oscuridad?" le dice la mujer a su padre. Pero ya no hay nada que hacer, a los candiles no les basta el aceite para cumplir su función, también ellos han decidido no seguir iluminando nada. Para que la nada sea real, para que lo real se quede en NADA. Una película de una tristeza infinita, una película de una belleza sobrecogedora y conmovedora. El Fin, el final. Como decía Cioran "la muerte es demasiado exacta, todas las razones están de su lado". Una de las mejores películas de los últimos tiempos junto con Érase una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan). Pero mis lectores lo saben: no las recomiendo.