domingo, noviembre 10, 2013

Cine y Corrección

Cine y Corrección
Frente a lo que les sucede a otras formas de expresión artística el cine vive un buen momento. En contra de lo que le sucede al Arte que es, tal y como venimos señalando desde hace ya varios años y valga la paradoja, la forma de expresión artística más alicaída y precaria de la contemporaneidad. Una contemporaneidad, para entendernos, en la que leer novelas se ha convertido en el acto infantil más culto de los posibles. Pero el cine no sólo no está acabado sino que está demostrando ser la forma de expresión artística más adecuada a nuestros tiempos. Desde que la caída de Lehmann Brothers introdujera a la humanidad en un agujero negro de proporciones aún desconocidas, el cine decidió reinventarse imponiendo el talento y el ingenio sobre el anquilosamiento rancio de las industrias cinematográficas más conservadoras. El relativo fácil acceso a la tecnología ha sido, todo se ha de decir, un factor importante ante el resurgimiento de esta forma artística

A la moda

Pero no todo iban a ser flores. Porque si hay algo de lo que ni el cine se ha podido librar es de creer que se encuentra al servicio del espíritu de su tiempo. Aun con toda la variedad de la que puede hacer gala esta forma de expresión artística en una actualidad realmente variopinta, la verdad es después de todo que el cine no ha podido evitar caer demasiadas veces en eso que cuestiona la misma imaginación libre de la potencialidad creativa; a saber: en elaborar productos que tienen de trasfondo los mismos principios básicos. O la misma carga ideológica entendida como elemento motor. Generando así un elevado número de películas que podrían englobarse dentro de lo que podríamos denominar una moda. Y es una lástima porque ir a la moda es una forma de producir artefactos que suelen ser exactamente lo contrario de lo que debe esperarse de un verdadero acto creativo. Sobre todo si descubrimos que esos principios básicos que asociamos a una moda responden a prejuicios establecidos por la corrección política.

Algo que resulta paradójico, pero no por ello incomprensible. Paradójico en la medida en que es el cine “alternativo”, que es casi el único que nos interesa (indie, independiente, low cost, minoritario por asiático o por indio o por chileno, etc.: el que difícilmente encuentra acogida en las salas comerciales), el que debería evitar los prejuicios zafios del pensamiento único. Pero de alguna forma comprensible, ya digo, en la medida en que precisamente son los sectores supuestamente más (pseudo)intelectualizados los que más divulgan ese pensamiento único generado desde lo políticamente correcto. Así es como nos encontramos con que muchas de las películas que más difusión encuentran en los medios especializados y en los festivales atienden a una manera de ver el mundo digamos que feminista. Y si no puramente feminista, sí al menos contaminada por la necesidad de asumir un cambio de paradigma respecto a la cuestión de la igualdad (de géneros), que no tanto de la diferencia. O mejor: un cine que entiende el feminismo de la misma manera peculiar que lo entienden los medios, los políticos, los académicos y claro, los artistas: no tanto atendiendo a la diversidad de lo femenino como atendiendo a la uniformidad de lo masculino. Y de ahí que en el cine contemporáneo los varones sean seres cuando menos “incapaces”, cuando no unos capullos, cuando no unos asesinos, cuando no directamente innecesarios, como iremos viendo.

Falsas apariencias

Es como si empezara a dar sus frutos todo el trabajo legendario de Laura Mulvey y Teresa de Laurentis, entre otras. Frutos que recogen tanto el cine blockbuster como el cine minoritario, cada uno a su manera. Y no se trata ni mucho menos de desmerecer ese cine tan a la moda sino de analizar la ideología que finalmente se desprende de las apariencias.
Pero crear en función de la moda en un mundo globalizado puede conllevar algún tipo de despropósito añadido, más allá del que supone el ya señalado hecho de la uniformidad, pues ni todos los países tienen la misma idiosincrasia ni viven las mismas circunstancias sociales. No es lo mismo hablar de la mujer en ciertos países que hacerlo en otros si lo que se pretende con ello es denunciar un estado de injusticia respecto a las libertades. Las mujeres de los países civilizados contraen matrimonio con quienes quieren y eligen su propio destino. Además de tener sus propias despedidas de solteras y de ser, aún, mayoritariamente poseedoras de las custodia de sus hijos ante la separación. Y si nos atenemos a las estadísticas incluso son más infieles que los hombres*.

Pero la moda cuando se impone es implacable y da igual que se imponga a modo de pantalón de piquillo que a modo de novela histórica. En Corea, por ejemplo, la situación de la mujer –y del hombre- es claramente distinta a la de España, por lo que puede resultar extraño hablar del asunto de la mujer no emancipada con las mismas “formas” en un sitio y en otro. Sin embargo la moda es la moda y aunque la situación de muchos países es inmensamente distinta en lo que al trato de la mujer se refiere, la verdad es que no hay cinematografía que renuncie a seguir los mismos patrones ideológicos globalizados. De esta forma nos encontramos ante una gran cantidad de producciones que recurren al asunto –ya sea tomado como principal o colateral- de la (des)igualdad para tratarlo de forma políticamente correcta, esto es, para tratarlo de forma absolutamente previsible. Como si siempre fuera igual y como si fuera igual en todos los lugares. Y dará igual que sea más o menos pertinente abordar tal “denuncia” (lo que en unos países puede ser producto de la pura necesidad en otros sólo es el simple producto de la corrección política), porque lo único que demuestra una moda ideológica es su incapacidad de escapar a la corrección política. Una moda generada, de hecho, por la misma corrección política.

Corrección e incultura

Echemos un vistazo a los dos últimos números de la siempre interesante Caiman Cuadernos de Cine. En portada la película Caníbal, en donde un hombre no se conforma con asesinar mujeres, sino que además se las come; en el interior 12 páginas dedicadas a La vida de Adèle (ganadora además del último Festival de Cannes), película dedicada a dos mujeres que se bastan y sobran para amarse con sexo explícito; y en separata un suplemento de 35 páginas dedicadas a Hong Sangsoo. Algún desprevenido podría decir, “¿y bien?”. Pues antes de contestar sigo, no sin antes afirmar que en absoluto es la calidad de las películas lo que aquí se cuestiona.

Así, en ese mismo número aparece la crítica de La herida de Fernando Franco, película que trata la vida de una mujer con problemas importantes de trastorno de la personalidad (Síndrome Bordeline). El reseñista no duda en asociar esos desórdenes psicológicos de la protagonista a la película No tengas miedo (Montxo Armendáriz), película donde la protagonista es una niña que sufre abusos sexuales. La ligazón no es nada ingenua, pues lo que hace el crítico es vincular la locura de esa mujer de La Herida a la única causa por la que, desde la corrección política, una mujer puede padecer desórdenes: el hombre. No hay posibilidad de que una mujer pueda padecer desórdenes psíquicos si no es porque el hombre los ha favorecido. Para el pensamiento único ni siquiera los males que padece la protagonista de La Herida (película autónoma con su propia estructura interna) pueden tener otra causa que el hombre, y si ese hombre no se encuentra en la propia película pues se busca en otra y si no se encuentra en otra se les asigna al varón en tanto que concepto genérico. Da igual en qué país se viva y lo civilizado que esté, la cuestión es criminalizar el varón por cualquier vía posible –y en el mundo entero-, ya sea política, mediática o, como en este caso, artística.  

Otras películas toman las páginas importantes dedicadas a los últimos estrenos. Todas las mujeres (Mariano Barroso) donde el perfil del protagonista es directamente calificado por el crítico de “inmaduro, ególatra y machista”. Película que narra las relaciones de un hombre con todas las mujeres que le rodean. El acerado crítico avisa que con esta película el director “vuelve a establecer un diálogo con la (des)igualdad de las mujeres” y “pone un acertado énfasis en la absurdidad de un protagonista que parece vivir anclado en una suerte de dualidad hegemónica victimista del rol masculino patriarcal”. Para rematar el director dice en una entrevista, “¿Y qué hombre, sobre todo español, no tiene una parte así?”. “Hay que joderse”, podría decirme yo como respuesta a la pregunta de una entrevista que nadie me hace.

Dos páginas más adelante y respecto a su última película dice Álex de la Iglesia en una entrevista, “los hombres somos muy tontos y no entendemos a las mujeres”. Y la siguiente página está dedicada a Gloria, una película chilena que trata, de una “mujer separa y con hijos ya adultos, que lucha por mantener la vitalidad”, “el retrato agridulce de una heroína cotidiana”. El hombre protagonista es definido, como no podía ser de otra forma, como un ser incapaz: “incapaz de ser partícipe de la vida de ella”. En la página siguiente la crítica de Dos mujeres (Paul Feig), película que “se centra en lo femenino”. La sección cuaderno de actualidad se dedica al rodaje de La señora Brackets, la niñera, el nieto bastardo y Emma Suárez, donde su director Sergio Candel dice que su principal motivación es “indagar en la transformación del cuerpo femenino”. Habría que ver en estas dos últimas cuál es el papel del hombre.

En el último número de Caiman dos películas ocupan portada y páginas relevantes. Dos películas sobre dos mujeres: Blue Jasmine (Woody Allen) y Camille Claudel (Bruno Dumont). Respecto a Jasmine se dice en las primeras páginas, “la idealización de las apariencias no le deja ver las infidelidades y los negocios turbios de su marido”. Y respecto a Camille Claudel se dice, “en este universo encontramos a una mujer prisionera de la sombra de su amante”. Algo que tiene claro su protagonista, Juliette Binoche, “creo que la locura de Camille tiene que ver con el hecho de que fuera precisamente Rodin, la persona que ella más amaba, quien le impidiese desarrollar su arte, quien hizo que desapareciera del mundo para ser encerrada”. Y unas páginas más adelante encontramos la crítica de La por (El miedo) y la entrevista a su director Jordi Cadena (quien ya hiciera Elisa K). “La por, el nuevo largometraje de Jordi Cadena –dice el crítico de turno- no solo es una película sobre los hombres que pegan a las mujeres y sojuzgan a sus familias” y para acabar afirma “una máquina infernal que recorre la familia y la escuela, y que crea una presencia omnipresente aun cuando no se la pueda ver: el Padre, esa instancia todopoderosa que traspasa el mundo de los afectos para incidir en la cuestión de la economía y el poder”.

Pero volviendo al número anterior de Caimán, ¿qué se desprende de conjunto de las películas de Hong Sangsoo, uno de los directores más aclamados del mundo en la actualidad?, ¿qué es lo que se desprende para que la afrancesada revista le dedique un suplemento de 35 páginas? Para quienes conocen la obra de este curioso director no haría falta explicación alguna, entre otras cosas porque su cine es sin duda interesante, pero para quienes no lo conocen sólo decir que sus películas se caracterizan por lo que en ellas sucede. Y lo que sucede es, tantas veces, que los varones, por lo que sea, se muestran incapaces de estar a la altura de las mujeres y por ello no dejan de ser mostrados como estereotipos del típico machista. Algo que al parecer pone muy cachondos a los cultos críticos cinematográficos europeos que no distinguen Corea de Madrid, o de Nepal o de San Francisco. Las mujeres de Sangsoo pueden estar desconcertadas o mostrarse dubitativas, pero los hombres serán casi invariablemente (y a pesar de todas las variaciones marca del autor) ególatras, sexistas y algo bobos.

Los críticos occidentales y anglosajones más civilizados, siempre imbuidos por el inevitable complejo de culpabilidad perenne, parecen disfrutar con estos asuntos tan políticamente correctos, se den de la forma en que se den y con independencia de la circunstancia concreta. Pero la peculiaridad que caracteriza a la inmensa mayoría de los que van a la moda es precisamente la de no darse cuenta de ello. No hay joven tatuado que no se crea original debido a la forma de su tatuaje, olvidando en su creencia que lo verdaderamente original es no llevar ninguno. Es perfectamente legítimo gustar del cine de Sangsoo (o el de Tran Anh Hung), pero fundamentalmente por su estilo y sus formas de narración serial en torno a las variaciones. También si se quiere por su contenido, por supuesto, pero sólo si ese contenido se analiza y exalta en su justa medida. Y en su contexto. El machismo que sufren las mujeres de Corea (o las de Vietnam) nada tiene que ver con lo que puedan experimentar aquí unas mujeres que han nacido con el eslogan feminista clavado a sus orejas. Es de sobra sabido por anunciado que desde hace más de 25 años hay más universitarias que universitarios. Y quien es profesor sabe perfectamente que en las chicas no hay ni un atisbo de despiste más allá del que se quiera permitir cada una en el uso de su propia libertad. Por ejemplo eligiendo el hombre equivocado, algo por otra parte demasiado frecuente en la adolescencia y la juventud; los malotes, que dicen ellas (tema sobre el que nadie quiere reflexionar cuando se le llena la boca de eslóganes anti-machistas)

Así, y por decir algo que suene… digamos que actual: “El Padre, el hombre, el marido, el amante y el pretendiente: violento, asesino, incapaz, egoísta y tonto. Y la mujer, el futuro”
Pero ya lo avisaba: las apariencias son una cosa y la realidad otra. Una cosa es dar la razón a Laura Mulvey y otra bien distinta creer que el compromiso con la mujer pasa por exaltarla criminalizando al varón.


*Dice Cármen Garijo a propósito del éxito de ventas de 50 Sombras de Grey (Glamour, septiembre de 2012) ”En el Reino Unido la última cifra de ventas de juguetes sexuales para mujeres es de 4 millones de unidades, y se prevé que en la siguiente década se multiplique esta cifra por cien; un 49 % de las mujeres ha sido alguna vez infiel en su vida, frente a un 46 % de los hombres”.