domingo, diciembre 31, 2006

Diccionario y Sexo IV

Artefactos eróticos. Dícese de los objetos utilizados para “mejorar” la vida sexual. Engloba, entre otros, los consoladores (véase), los vibradores, los rosarios Thai, los anillos para el pene, las bolas orientales (véase), las vaginas artificiales, las muñecas hinchables... Su uso se encuentra poco extendido en la sociedad española, como asegura el sociólogo Carlos Malo de Molina en informe Los españoles y la sexualidad. En cualquier caso, y dado que con ellos se alude a cuestiones sexuales, la opinión se divide de forma previsible. Quienes los utilizan hablan de su derecho a elegir la forma de satisfacerse. Muchos psicólogos y sexólogos consideran que pueden ser muy útiles y beneficiosos en el tratamiento de disfunciones sexuales como el vaginismo, la anorgasmia y la eyaculación precoz. Y ciertos sectores, que se encuentran influidos por unas determinadas creencias, los consideran inmorales porque, como asegura Antoni Mª Oriol, “persiguen fines meramente hedonistas y fomentan la incomunicación y el egoísmo”. Además, Antoni Mª Oriol, profesor de Teología Moral en la Facultad de Teología de Cataluña, dice respecto a su necesariedad: “Lo necesario es que la pareja esté unida en matrimonio y que la relación sexual sea fruto de un amor abierto a la expansión de la vida” (QUO nº 31 Abril 1998).

Barbie. Muñeca de aproximadamente 20 centímetros que fue creada por un tal Billy Boy, al que hizo multimillonario. Como toda muñeca, la Barbie es el primer objeto de identificación sexual de la niña, de cualquier niña que la posea, que vienen a ser todas las de cultura occidental. Pero, además, como lúcidamente señala la pornógrafa DIAN Hanson, Barbie es la auténtica responsable del último y más radical cambio producido en lo que respecta al canon de belleza femenina. Hanson sostiene que Barbie es la verdadera causa de que pasáramos del estereotipo de mujer de cintura estrecha y anchas caderas al estereotipo de mujer aeróbica con abundantes y redondeados pechos y andrógina en cuanto a la relación entre cintura y caderas. Esto es, y por clarificar lo que podría no estar del todo claro para algunos: la Barbie sería la “responsable” de que el canon femenino pasara, en las sociedades “más civilizadas”, del tipo más preeminentemente femenino (Doris Day y Sofia Loren, por citar dos casos muy diferentes) al tipo más andrógino y anoréxico de las modelos superestar de alta costura. Con el añadido, eso sí, de abundantes y redondeados pechos (esta vez artificiales). Realmente, el efecto que ha producido en las niñas de varias generaciones ha sido sorprendente, y no sólo en la cultura anglosajona: rara es la niña que, llegada cierta edad, no muere por poseer la circunspecta muñequita. Y rara es la niña que, llegada cierta otra edad no quiere ser como una modelo de Calvin Klein. Además, y aquí puede encontrarse la clave que dé la razón a la pornógrafa, son muy pocas las madres que pueden resistir las presiones a las que son sometidas por sus propias hijas cuando éstas les exigen la compra de su fetiche. Incluso las militantes feministas más activistas ceden con “naturalidad” al primer acto de asunción de machismo por parte de su hija. Respecto a este tema resulta también de sumo interés el análisis que Dian Hanson hace sobre los cambios que Barbie ha ido sufriendo en su cara dependiendo de las “necesidades” de la sociedad a la que iba destinada.

Beso. El beso es para la pasión lo que el nueve para la división.

Beso negro. Acto de lamer el orificio anal. Dicho acto, como tantos otros, se suele realizar con independencia de lo que ello pueda significar.

Bizarre. Término con el que se designan ciertas prácticas sexuales que, de alguna forma, se encuentran relacionadas con el sadomasoquismo. Concretamente engloba a todas esas prácticas que ponen un misterioso interés en los aspectos biológicos del cuerpo humano. De ahí que cobren especial relevancia partes del cuerpo tan aparentemente poco sexuales como el estómago, los intestinos y la vejiga entre otros órganos. En cualquier caso se trata de un término que suele ir más asociado a la representación de dichas prácticas que a las propias prácticas sexuales. Pero precisamente por eso, por ser un tipo de prácticas que compaginan lo fisiológico con lo estético, es decir, el fundamento con su inevitable representación, se trata de prácticas estrechamente vinculadas a lo siniestro. Prácticas siniestras: aquellas en las que queda desvelado lo que debió permanecer oculto.

Bolas orientales. Las verdaderas bolas orientales son del tamaño de una canica y van sueltas dentro de la vagina una vez introducidas en ella. Como su uso adecuado requiere mucha práctica, en la actualidad han sido sustituidas por dos bolas de plástico unidas a través de una cuerda que se extiende entre ellas. Llevan otra bola más pequeña y más pesada en el interior con el fin de transmitir una contínua sensación de vibración. Se suelen llevar, lógicamente, porque para eso están diseñadas, en situaciones no sexuales, como ir de compras, o al otorrino, o a jugar al pin-pon, o a tomar un agua mineral... Pueden servir también, como tantos otros artefactos eróticos, para tratar disfunciones sexuales. En este caso la anorgasmia y el vaginismo.

Bragas. Prenda interior femenina que suele excitar a determinada gente, tanto si se encuentra en su “lugar natural” como si se encuentra descontextualizada. Es decir, tanto si se encuentra en el cuerpo que es objeto de deseo, como si se encuentra fuera de él. El motivo de este misterioso fetichismo se encuentra, precisamente, en las connotaciones de doble ocultación. Por una parte colabora la escoptofilia y por otra la ansiedad que produce todo secreto (véase): el placer de mirar lo que suele ir oculto (las bragas) y el placer de mirar –y poseer- lo que se adhiere a la parte más celosamente guardada (y ocultada) del cuerpo que se desea.
Debido precisamente a esa facultad de poder estar en permanente y estrecho contacto con la parte más deseada, este fetichismo ha dado lugar a uno de los grandes negocios de la venta directa, en este caso a través de publicaciones especializadas: la venta de bragas usadas.

Bushido. Bondage japonés. Bondage, por lo tanto, mucho más sofisticado que el occidental.

Cantárida. Polvo obtenido de escarabajos secos que sirve para estimular los órganos genito-urinarios. En caso de duda consultar con el farmacéutico más cercano, ya que ni todos los escarabajos sirven, ni a todas las personas les hace el mismo efecto.

Censura. Dados los tiempos que corren, dominados por “lo políticamente... perfecto”, la censura debe ignorar su propia existencia; esto es: debe ser ignorada por quienes son los únicos capaces de implantarla perpetuamente; por quienes son los únicos capaces de mantenerla a pesar de una inexistencia promulgada por ellos mismos.
El único fin de la censura es mantener a quien tiene el poder de poderla imponer. Mantener en el Poder, lógicamente. Es decir, la censura cumple perfectamente con la más eficaz de las funciones: la de mantenimiento. Es un sostén del Poder. De ahí que, llevado a términos nacionales y al límite de sus posibilidades, la censura se convierta indefectiblemente en una cuestión de Gobierno; en una práctica práctica; en una técnica recurrente por eficaz; en una técnica inmejorable en sus fines, en suma.
El último y más políticamente perfecto de todos los posibles métodos para encubrir la censura es lo políticamente correcto; el método más sutil de todos los inimaginables; el más posmoderno.

Consolador. Objeto diseñado para ser introducido en aquellos esfínteres que puedan provocar algún tipo de placer sexual en la susodicha introducción (sea efectuada por activa o por pasiva). La forma y materiales de los consoladores varían en función del precio al que pretenden ser vendidos. Así, los hay que de tan elementales son casi simbólicos y los hay que de tan “reales” turban más que masturban, siendo los primeros más baratos y funcionales y los segundos más caros y decorativos. Los hay de goma, de látex, de plástico, grandes, pequeños, con cinchas o sin ellas, dobles, sencillos, de dos cabezas, rígidos, blandos y semirrígidos, blancos, rosas, color crema, negros, con testículos y sin ellos, con venas y sin ellas, con pelos y sin ellos, pesados, ligeros, huecos...

Condón. Funda para el pene, generalmente hecha de látex, cuya función fundamental en la actualidad es protegernos de la muerte. Hay que joderse (véase).

Hay que joderse. Frase con la que se hace referencia a algo que además de inevitable parece insoportable. De ahí que se generalice en forma reflexiva. Frase que da sentido a la frecuencia masturbatoria de cada uno.

lunes, diciembre 25, 2006

Adolescencia (Memoria Antipática)

Dice el titular: “Un joven con orden de alejamiento mata a su compañera en Barcelona”. Y la noticia ocupa toda la página. En la falda de la misma reza un segundo titular: “El Gobierno destina otros 48 millones para la violencia contra la mujer”.
(corte)

Hará unas tres semanas fui a visitar unos familiares que veo de pascuas a ramos. Los niños (¿) ya no lo parecían. Los dos sobrinos, más altos que yo. Uno de ellos, el mayor, supongo que para ahorrarse tiempo en explicaciones, me estrechó la mano. Y yo, claro, comprendí, comprendí lo quiso decirme nada más estrecharme la mano: me la dejó tan tonta que durante la cena se me hizo difícil usar el cuchillo con propiedad. Así, ahora él, un hombretón de 15 años, y yo, a su lado, un pardillo con la mano dolorida. Y no es broma.
Este sobrino es el perfecto prototipo de machito precoz: es alto, fuerte, arrogante, chulito, pendenciero, duro, deportista, etc. ¿Consecuencia?: pues que tiene a todas las chicas de la pandi loquitas por su huesos.
Cuando tengo un momento hablo con ellos en privado. Saben que mi curiosidad no es malsana y yo sé que me dirán lo que con sus padres no quieren hablar. Y en efecto: el mayor, no sólo triunfa con todas las chicas sino que además es el único de la pandi que ha “consumado”.
No han cambiado las cosas en este sentido desde que yo era adolescente. A las chicas les sigue gustando mayoritariamente los hombres, cómo diría, varoniles, por decir algo. Y a las pruebas me remito y remitiré hasta la saciedad. Al igual que es él, el bravucón de mi sobrino, el único de la pandi que ha consumado, son todos los bravucones del mundo los que indiscutiblemente más consuman. Que por eso son bravucones entre otras cosas (véanse los términos Seducción y Don Juan en el post Diccionario y Sexo III). Tampoco podemos olvidar que lo que sucede en la pandilla de mis sobrinos sucede en todas las pandillas de adolescentes. Y aunque las cosas no sean sólo así, son así siempre.
En la adolescencia, este tipo de “personaje”, el del tipo duro que precisamente por ser lo que es consigue lo que más ansían todos sus compañeros (menos valientes, menos atrevidos, etc.), lógicamente genera un problema insuficientemente valorado y analizado. A saber: el de que todo el resto de adolescentes (no bravucones) comienzan sus vivencias sociales con un alto componente de frustración. Una frustración que puede llevar a la inmensa amargura a unos seres cuyo esplendor sexual se encuentra sólo en la adolescencia. Pero éste sería otro tema.
(corte)

Gran titular de noticia publicada a toda página: “Un joven con orden de alejamiento mata a su compañera en Barcelona”. Después leemos que “la pareja seguía viviendo junta pese a que el agresor había sido detenido en dos ocasiones por malos tratos a la mujer”. En la primera ocasión el juez dictaminó que el agresor no podía acercarse a menos de 500 metros ni tener comunicación alguna con ella. La segunda denuncia, efectuada ¡cinco días después!, el juez dictaminó una nueva orden que impediría al agresor acercarse a menos de 1.000 metros de su novia durante ¡dos años!
“Sin embargo –continúa el artículo-, esas órdenes no se cumplieron, según la policía por voluntad de ambos, que seguían compartiendo un piso en...”. Además apunta: “Al presunto homicida le consta otro antecedente, ya que fue detenido el año 1999 por dos delitos de amenazas y lesiones a otras personas. Se desconoce si se trató de mujeres o no”.
(corte)

Me acuerdo de Uno de los nuestros de Escorsese y concretamente de una secuencia.
La chica de la peli (de un rango social aburguesadito), después de haber conocido al chico duro (de rango social sospechoso), sufre unos pequeños inconvenientes con algunos chicotes de su mismo rango social, unos de esos inconvenientes que, por ser tan previsibles como habituales, podrían solucionarse de manera más o menos sencilla. Por decirlo de otra manera: quien provoca el inconveniente es, sólo, un pijo aburrido; un pijo que eso sí, parece ser el lider de su pandilla, el chulito de su grupo social. También puede deducirse de la secuencia que a algún tipo de flirteo consentido por ambos hubo en el pasado entre el pijo y ella.
Ante el incidente provocado por el pijo ella llama llorando al chico que acaba de conocer, un tipo duro. Sin duda le está exigiendo una prueba de amor; una prueba que a ella le pueda servir para saber, con seguridad, si ese hombre es el apropiado para ser el padre de sus hijos. La respuesta no se hace esperar. El chico le pega una soberana paliza al pijo, que ni siquiera da muestras de defenderse ante la brutal agresión (lo que demuestra la desproporción de unos lloriqueos sin verdadero fundamento). Le acaba rematando la cara con la culata de una pistola, acto seguido le da la pistola llena de sangre a la chica para que la guarde y desaparece sin más.
Enfocándola en primer plano la chica hace su declaración a través de un discurso narrado en pasado y en off. Y viene a decir algo así como que en contra de lo que dictan la lógica y las buenas maneras el hecho de que le diera a guardar la pistola le había puesto tan cachonda que fue entonces cuando descubrió que ése era el hombre perfecto para crear una familia. Lo que acontece después lo sabe todo el que ha visto la película; que la violencia no sólo no cesa sino que crece, que la violencia se hace extensible a la propia mujer...
(corte)

Gran titular de noticia publicada a toda página: “Un joven con orden de alejamiento mata a su compañera en Barcelona”. Después leemos que “la pareja seguía viviendo junta pese a que el agresor había sido detenido en dos ocasiones por malos tratos a la mujer”. Preguntado un vecino por los acontecimientos declara: “se llevaban muy bien y no había habido ningún incidente” Y el dueño del bar que solía frecuentar la pareja dijo que “veía a la pareja muy enamorada”.
(corte)

Para mí hay algo triste en decir todas estas cosas: el saber que sólo serán leídas por quienes, con mucha probabilidad, poco o nada tienen que ver con lo que consideraría una mayoría aplastante, la mayoría sobre la que opino. Ya se sabe: la gente apenas lee, a no ser alguna novelita o algún manual de autoayuda. Lo dicen constantemente las encuestas y la estadísticas. Por no leer no leen ni los que viven de escribir. De hecho, reparen si no en el titular ya enunciado que se encontraba en el faldón de la página: “El Gobierno destina otros 48 millones para la violencia contra la mujer”. Cada sociedad tiene lo que se merece y la nuestra paga, al parecer y gracias a su Gobierno, mucho dinero para mantener los beneficios que produce la Cultura de la Queja y la Corrección Política.
(corte)

sábado, diciembre 23, 2006

Normalidad y sentido común

Hoy he vuelto a trabajar de técnico en pro de la Creación, del Arte, eso por lo que, según tanta gente sensible, merece la pena vivir. Aunque sólo fuera por eso, por el Arte, merecería la pena vivir, según muchos, los más sensibles.

Hoy he vuelto a hacer de técnico de un artista. Es decir, hoy he sido, una vez más, el “operario” de un artista creativo y creador. Y lo digo sin el menor ápice de ironía. He hecho algo que me gusta tanto hacer que lo haría, si pudiera, más a menudo. Me contrató el artista para que le hiciera las fotos de lo que se consideraría después su particular Obra de Arte. Así, no me contrató para que reprodujera una de sus Obras, sino para que elaborara lo que iba a ser su propia Obra.

+Él es artista y su principal cometido (véase el post Bellas Artes “Marciales”) es de fantasear acerca de lo que el propio concepto de Arte significa. Por lo tanto, sólo él puede crear sin necesidad de tener que mancharse las manos. Su trabajo, el de la Creación, consiste en reivindicar lo Sagrado de forma bohemia pero comprometida (¿), sincera: auténtica (¿). De la misma forma que un escultor no elabora sus esculturas públicas (ni muchas de sus privadas), un artista actual no hace las fotografías que después serán tomadas como sus auténticas Obras de autor (hace años Andrés Serrano ya se cansaba de repetir que él no era el fotógrafo de sus fotografías, que él era el autor, que la técnica la ponía el técnico y que eso no eliminaba ni una pizca de su merito ni de su genialidad).

Así, yo debía colocar las luces del plató, medir los parámetros de velocidad y diafragma, elegir la combinación oportuna, colaborar en la dirección del modelo y disparar la fotografía. También había contratado a un operador de cámara de vídeo (llamémosle, el realizador) para que trabajara al mismo tiempo que yo con el fin de obtener el necesario documento en formato de vídeo que acompañaría las fotos que yo tomara.

+En un momento de distensión y descanso, el realizador, quizá influido por su temprana edad, o quizá por algún tipo de última tendencia (véase el post El artista adolescente) le dice al autor y artista: “la verdad es que a mí me gustaría ser homosexual, pero tengo un problema: no me gustan los hombres”. Estoy seguro que, además de decirlo por congraciarse con el autor -que no ha ocultado nunca su condición de homosexual-, el realizador estaba expresando un verdadero deseo: el de formar parte de un colectivo tan guay como lo son todos los colectivos que de años a esta parte vienen beneficiándose de la Cultura de la Queja y de la Corrección Política.

Acabamos la sesión tarde y nos vamos a comer. A última hora se suma un amigo mío de hace años. Sin dificultad alguna acabamos hablando de sexo y sexualidad. El autor artista cuenta aquel caso, tan famoso en su momento, del tipo que murió mientras se follaba a una gallina (a la que estranguló mientras una piedra inmensa le golpeaba en la cabeza). La imagen (fotográfica) pues: un tipo muerto con la cabeza aplastada y una gallina estrangulada empotrada en su miembro.

+Cuando todo parecía volver a sus cauces ¿normales? (véase los posts Diccionario y Sexo I y Sinsentido), así mi amigo al que creía conocer bastante bien: “pues yo me follé a una burra”, e inmediatamente pasó a relatar los hechos y a describir con precisión el famoso efecto ventosa producido por la vulva del ignorante animal. Y de aquí dos días Navidad.

domingo, diciembre 17, 2006

El gusto, grosso modo

Uno de los problemas del Arte Moderno es la distancia que separa a los expertos de los meros ¿contempladores aficionados? No siempre sin razón el ¿contemplador aficionado? dice textualmente, “yo no sé si eso es bueno o malo, pero a mí no me gusta”, y casi siempre lo dice al respecto de las mismas obras de arte, aquellas que dice no entender. Curiosamente la frase exculpatoria no surge ante lo que le parece feo, sino ante lo que a su entender no entiende. La frase, desde luego, define con perfección meridiana la ideología del ¿contemplador aficionado? y la perfección la confiere la preposición, una preposición que lleva explícita una afirmación categórica.

En cualquier caso la frase es de lo más compleja y un análisis somero de la misma nos llevaría al eterno callejón sin salida al que hace siglos nos llevaron algunos filósofos bienintencionados. Sólo con el “yo no sé si es bueno o malo” tendríamos para divagar hasta la saciedad. El inevitable maniqueísmo de quien no sabe si insultar o insultarse tiene su lógica, pues sabe que desconfiar de la Institución que asigna el Valor del Arte le conduciría irremediablemente a considerarse un zoquete insensible. Así el ¿contemplador aficionado?: “yo no sé”. Y aquí acudiría el experto a decir respecto a la Obra de Arte que causa tal diferencia, “yo sí sé, eso es bueno, pero sería complicado explicar los motivos”.

Lleva razón el experto en lo de que es complicado. Y puede que lleve también razón en lo de que es bueno, pero es precisamente la complicación del asunto argumentativo lo que hace del ¿contemplador aficionado? un ser mucho más coherente que el experto. Sobre todo debido al uso de la preposición: uno se queda, a partir de ella, con lo que le gusta y el otro con lo que adquiere su valor de forma complicada y casi inexplicable. Así, la incoherencia del experto viene asignada por el “yo sí sé”.

Yo, cada vez que contemplo alguno de los cuadros de la histórica Escuela de Chicago (pongamos un Morris Louis) me veo como un contemplador aficionado. ¡Eso sí!: cada vez que veo Mooholand Drive de Lynch y no la entiendo, disfruto sobremanera. Y que nadie fundamente su creación en la experimentación porque me cambio de acera.

viernes, diciembre 15, 2006

Pensamientos

Vengo de pasar unos días por el Sur. Concretamente vengo de haber pasado un tiempo allí donde hace años viví uno solo: Zahora (no confundir con Zahara), una pequeña pedanía situada entre el esquinoso Conil y el retranqueado Barbate. O mejor, entre la extraña playa de El Palmar y el onírico complejo de Caños de Meca .

Zahora es el más extraordinario no lugar que conozco (si bien es cierto que la cosa está empezando a cambiar debido a los desternillantes proyectos ¿urbanísticos? que se prevén para ¿mejorar, la vida de no se sabe muy bien quién). Pero éste sería otro tema, el del progreso.

Habitar un no lugar tan perfecto (en su condición negativa, se entiende) es una experiencia difícilmente comunicable. Y además un factor complica las cosas definitivamente: los “lugareños”, lógicamente, son personas que carecen de conciencia respecto a su verdadero estado y condición, pues no puede haber lugareños allá donde no hay lugar. Marc Augè, una vez más, apuntaba bien pero disparaba después hacia otro lado: los no lugares sólo pueden adquirir su condición negativa en función de una larga historia; nunca de una historia ridícula (como la de cualquier aeropuerto). Y Zahora la tiene. Una Historia no narrable, pero la tiene. Mejor callar.

El caso es que allí estaba yo, en ese espacio donde el sentido del tiempo carece de sentido (porque carece de lugar). Allí estaba yo, habitando de nuevo mi perfecto no lugar, un espacio sin sentido; un espacio habitado por gente sin lugar. Gente que usa la lengua como si fuera un dialecto. Gente difícil, en contra de lo que mucha gente cree. Nada que ver con la gente de otras ciudades de la mima región. Nada que ver incluso con la gente cercana que habita lugares cercanos (ya se sabe lo de Andalucía: los gaditanos odian a los sevillanos, pero los mismos algecireños odian a los gaditanos, pero los de la La Línea odian a los algecireños. Y así sucesivamente hasta llegar al odio sobre uno mismo).

Salí de la casa de buena mañana como de costumbre. Si quería desayunar fuera de la casa debía andar unos buenos 20 minutos para encontrar un sitio donde pudiera tomar un café (con manteca roja, por supuesto). Por tortuosos caminos en los que debía esquivar los inmensos charcos que las lluvias recientes habían producido. Todos, claro, caminos sin asfaltar (y de noche, sin alumbrado público).

Estaba caminando absorto con mis pensamientos cuando comencé a oír lo que al parecer provenía de lejos: una seguidilla sin más acompañamiento que el silencio que se repartía entre cante y cante. La mañana era fría y el sol comenzaba a despuntar. El cielo era luminoso pero el aspecto general del día era (seguro que la percepción se debía a mi estado de ánimo), era... turbio. Conforme me acercaba la voz iba siendo más nítida. Además de más potente. El cante era desgarrado, muy desgarrado, lo que confería a mis pensamientos una cierta confusión. Motivo: desconocido.

Giré entonces hacia un lado intentando vanamente esquivar un charco imposible, aceleré el paso intrigado por lo que aquella voz me deparaba. Superé los matorrales que me impedían la visión y me encontré a bocajarro con LA imagen: dos mujeres gordas y absolutamente hieráticas flanqueaban la entrada de una típica casa de construcción precaria tan propia de este no lugar. Las mujeres me ignoraban con elegancia soberana; es decir: continuaban mirando al frente mientras yo pasaba delante de ellas. Sin que se inmutaran ni un ápice atravesé todo su frontal de parte a parte. Nada, ni un solo signo de vida. Y la seguidilla emergía de dentro de ese vano oscuro que ellas flanqueaban por ambos lados. La nitidez del cante y el estatismo de aquella especie de tótems me acabó turbando. Quise quedarme, pero no me atreví. Me fui absorto con mis pensamientos, unos pensamientos certeros, lúcidos, preclaros.

Addenda. No hay ninguna duda: detrás de aquel vano que se oscurecía en el mismo umbral había una historia extraordinaria. Allí tenían secuestrado a un niño, el hijo de una cantante hortera que se llama Dorothy Vallens. La seguidilla respondía a una grabación pero alguien (probablemente Ben) estaba haciendo el play back con un micrófono desconectado. No lo vi, pero estoy seguro de ello.

Era Frank Booth quien se encontraba detrás de todo esto, un personaje capaz de lo peor y de lo mejor según la generosidad que necesite proyectar. Le gustan las tortillas de camarones con fino y nunca duda cuando va al Sandy de Barbate; pide siempre morrillo de primero. “Es la parte más sabrosa de este jodido animal”, dice cada vez que se echa un bocado de morrillo de atún a la boca.

jueves, diciembre 07, 2006

Matriarcalismo (Memoria Simpática)

Es de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido, quizá por cotidiano y reincidente: recuerdo a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar.

Eran otros tiempos. Tiempos de patriarcalismo; un patriarcalismo furibundo y machista.

Es cierto que quien traía el dinero a casa era mi padre y no es menos cierto que era él quien lo traía porque era él quien debía trabajar para sacar adelante a la familia. Él, quisiera o no, le gustara o no, era quien DEBÍA trabajar para que la familia pudiera sobrevivir. Ésa era su función.

Sin embargo, una de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido (quizá por cotidiano y reincidente) es a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar. Todo giraba en torno a ella: las decisiones importantes de la familia, la administración de todos los recursos, la educación de todos nosotros... Por no decir que sin ella nada habría sido posible en aquella familia tan patriarcal en la que el hombre ejercía un poder que ahora se siente como tirano y despótico por anacrónico respecto a la actualidad.

Es otra de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia, si bien el recuerdo es nítido, quizá por frecuente y reincidente: recuerdo a todas y cada una de las madres de todos mis amiguitos siendo, como mi madre, los auténticos corazones de sus respectivas casas, de sus hogares.

Es cierto que eran sus padres quienes traían el dinero a casa y no es menos cierto que eran ellos quienes lo traían porque era ellos quienes debían trabajar para sacar adelante a sus familias, les gustara o no. Pero cuando yo iba a sus casas eran ellas, las madres, las verdaderas dueñas de SUS casas. Eran ellas, las madres, la personificación auténtica del Poder, con todo lo que ello conlleva. Eran ellas quienes controlaban la economía y la salud de todos los componentes de la familia. Y donde se encuentra el control de la salud y la economía se encuentra el verdadero poder.

El recuerdo es nítido, quizá por cotidiano y reincidente: recuerdo a mi madre como el auténtico corazón de la casa, del hogar. Tanto es así, y tanto me ha marcado aquella época patriarcal en la que los hombre dominaban el mundo (según cuentan), que las madres de ahora me parecen unas pobres infelices. O mejor, unas víctimas de su merecido éxito reivindicativo.

Addenda. Mi buena amiga R. ha tenido un hijo hace un par de meses. Ella, que se considera feminista, está acabando una tesis doctoral que, cómo no, se encuentra vinculada a un tipo de feminismo concreto (y por tanto se conoce toda la bibliografía habida y por haber respecto al tema). Ante una pregunta nada ingenua, me contaba ayer que no había podido comprarle nada a su hijo que no fuera azul (de ropa, se entiende); que ella misma se sorprendía ante el hecho de que le resultara prácticamente imposible comprarle algo rosa pero, y esto es lo verdaderamente revelador, que tampoco la cosa era para darle demasiada importancia.

Si yo hace unos meses hubiera querido quitar importancia a cosas relativas a lo educacional (convenciones socio-culturales), como vestir a los niños de azul y a las niñas de rosa o el regalar pelotas a unos y muñecas a otras, mi amiga me habría acribillado a insultos (supongo que cariñosos pero insultos al fin y al cabo). Pero había tenido un hijo, lo tenía en sus brazos y sólo podía ir... de azul. “La sociedad sigue siendo machista -dice mi amiga R.-, el que yo vista de azul a mi niño y le regale un balón no tiene importancia alguna, porque lo que hace machista a la sociedad es el lenguaje, los medios, los magnates, etc.”

De esta forma, el perfecto paradigma de mujer feminista que hacía “unos días” achacaba todo el mal a la perpetuación de unas costumbres (convenciones socio-culturales) machistas restaba importancia a un tema que ahora carecía, según sus propias palabras, de “trascendencia real”. Dejaba el testigo del mal, eso sí, a los otros, siempre hombres, por supuesto. Y lo hacía quitando importancia a todas esas cosas que tanta importancia tenían cuando podían ser usadas contra alguien. Ella era (seguía siendo), como todas las demás mujeres -según sus palabras-, víctima del poder, que es masculino.

R. Ha decidido, dada su coyuntura, que el verdadero problema (ya) no se encuentra en la educación, puesto que la educación abarca cuestiones en su mayoría superadas por gente de su generación. No se encuentra en la educación, claro, porque si así fuera ella debería considerarse culpable. Así pues, repito, para mi amiga el verdadero problema (ya) no se encuentra en la educación. Se encuentra, porque sigue encontrándose... en el hombre, en el hombre que controla el mundo, en el hombre que tiraniza a la mujer, en la sociedad, que no es más que lo que el hombre ha constituido a su imagen y semejanza, en el lenguaje, que el hombre ha construido para dominar el mundo, su mundo.

miércoles, diciembre 06, 2006

Sistema Universitario

1. Ir a la moda, decía en otro post, es la única garantía de existencia con la que cuentan muchos (la gran mayoría). Ir a la moda (hacer lo que toca; hacer lo que se espera que hagas) acrecienta las posibilidades de medrar. Hacer algo distinto de lo que dicta una moda (no lo contrario) es, pues, una actitud cuya futilidad adquiere sentido, sólo, en el placer personal que convoca. Si bien te juegas la inexistencia.

2. La corrección política es algo que fundamentalmente ha agradecido la muchachada estudiantil, tan protegida ella en la supuesta defensa de las debilidades (en este caso la de ser joven, estudiante, hijo de padres etnocentristas, víctimas de la publicidad y de un mundo patriarcal, machista, xenófobo...). De esta forma, se ha inoculado en los jóvenes un sentimiento narcisista que resulta mucho más peligrosos de cuanto pudiera parecer, puesto que toda la protección recibida se basa en la defensa de un individualismo corporativista y autodestructivo, llevando la paradoja al puro éxtasis. Un éxtasis perturbador.

3. Los becarios, esos estudiantes que antes eran alumnos aventajados en conocimientos, ahora son el espécimen más retorcido del mundo académico. Los becarios, que son los futuros nuevos profesores son, simplemente, los que mejor se han sabido adaptar a un sistema que ya no se encuentra al servicio del Conocimiento, ni siquiera de ideología alguna, sino al servicio de Telefónica y Coca-Cola.

4. La Posmodernidad universitaria no es más que la perfecta combinación de dos actividades perfectamente complementarias: la del ninguneo y la del prorrateo. Ningunear a los que no van a la moda y prorratear entre los más serviles. La consecuencia la sabemos todos.

miércoles, noviembre 29, 2006

Bellas Artes “Marciales”

Es la segunda vez que me pasa: me veo en la obligación de atender a la hija de unos amigos porque al parecer tiene problemas con sus”estudios” de Bellas Artes. Cuando la recibo no tarda ni diez minutos en sumiquear y lagrimear. Está ofuscada ante el cariz que van tomando sus estudios y confusa ante el camino a seguir. No le faltan motivos a la chiquilla, pues en la sociedad aún persiste la idea de que el Arte se encuentra vinculado más o menos a la Estética. Así, a la edad en la que la juventud elige su futuro, se crea un profundo mal entendido respecto a lo que puede esperarse de los estudios artísticos. Algo que no puede decirse de otros estudios; no es lo mismo desconocer profundamente aquello que se va a estudiar que acabar estudiando algo que no tiene nada que ver con lo esperable o previsible.
Por decirlo claramente: ella, como la práctica mayoría de los que deciden abordar esta “carrera”, lo hace creyendo que va a fabricar productos artísticos más o menos decorativos (de hecho todos los padres que tienen hijos que se muestran creativos me consultan acerca de la idea de encauzarlos hacia el Arte a través de los estudios propios) y se encuentra, con embargo, teniendo que hacer exactamente lo contrario de eso. Sería como si un estudiante de Medicina llegara a su tercer curso conociendo las derivas de la medicina legal y todas las cuestiones éticas y filosóficas que provienen del juramento hipocrático y no supiera lo que es un leucocito.
Me cuenta que lleva leídos no sabe cuántos libros de filosofía y teoría y que apenas le obligan a hacer nada... que no pueda justificar a partir de argumentos razonados (la famosa “memoria”) y después de unas lecturas obligadas. Se encuentra bloqueada, pues nunca se sintió capacitada para la lectura en general y menos aún para la filosófica en particular. Y llorando me dice que fue precisamente ese el motivo por el que no quiso estudiar Filosofía como su padre hubiera querido. Por lo que me cuenta sé que lleva razón la muchacha. Así las cosas:

1.Una adolescente decide, muy probablemente guiada por su deseo, dedicarse al arte para fabricar “objetos” más o menos bellos (repito que es legítima su confusión dada la idea que aún impera en la sociedad, en la mayoría de los padres de esos muchachos) y se encuentra con que: todos y cada uno de los profesores tiene sus filias respecto al pensamiento más o menos filosófico;
2. Durante el primer curso un profesor les hizo leer las tesis de Baudrillard sobre simulaciones y estrategias fatales, otro les obligó a familiarizarse con las ideas de Agustín García Calvo y otro se mostraba obsesionado con el personalismo de Mounier.
3. En segundo curso: uno les hizo leer a Focault, otro a Sade (como suena) así como varios libros sobre Queer Theory y otro se empeñó en que se supieran a Deleuze a pies juntillas.
4. En tercero se encuentra con que para su “memoria” debe compaginar las teorías sobre el incosciente de Krauss y Kuspit, otro le induce a leer a Foster para que aprenda algo sobre “lo abyecto” en su relación con “lo real” y otro le pide que asocie su proyecto, dadas las premisas, a cierto tipo de deconstrucción y le recomienda leer a Derrida. La muchacha llora, claro. Y yo no sé qué decirle. Si acaso balbuceo cosas que no solucionan su problema. La cuestión no es tanto que tenga que estudiar tantos libros de “filosofía” cuanto que esa “filosofía” la ¿imparten? gente no profesional que se mueve a capricho de sus gustos circunstanciales y pasajeros. Se trata de profesores sin ninguna formación respecto al Pensamiento que no tiene ningún rubor en ¿impartir? las doctrinas de un filósofo que coincide (coyunturalmente) con sus particulares gustos u obsesiones.

Así pues: la muchacha, que quería aproximarse a las Bellas Artes, se encuentra a merced de unos caprichosos que adiario le aconsejan "be water my friend". Y la muchacha llora, claro.

martes, noviembre 28, 2006

Crisis de pareja

La comunicación es constante entre ellos. No necesariamente verbal, pero constante. La comunicación es constante con independencia de lo que hablen, aunque no de lo que hagan. Y la comunicación es constante a pesar de sus voluntades comunicacionales. Hay comunicación en el mero convivir, en el mero seguir conviviendo. En el seguir haciendo lo que en su momento fue producto de una ilusión. Con sus actos diarios se comunican. Ambos se conocen, pues, en la medida en la que se conocen. Aunque se hablen poco. O incluso aunque casi no se hablen. Y se comunican incluso cuando no son sinceros. Se conocen, claro, con independencia de la sinceridad con la que se han comunicado en el devenir de su relación. Y se comunican aun cuando no se conozcan. Se conocen, pues, desde que se conocen y en la medida en que les ha sido posible conocerse. Todo con independencia de que todos seamos un mundo y por tanto podamos ser de muy diferente manera y con independencia de que nos sea imposible Conocer. Se conocen en la medida en la que cada uno espera del otro aquello que puede esperar. Y no otra cosa. Se conocen en la medida en que la comunicación les ha permitido conocerse. Aunque lo conocido no sea mas que el producto de una ilusión. Hablar, desde luego, no garantiza más Conocimiento porque muchas veces el hablar conduce a cierto desentendimiento. El lenguaje no es siempre una manera óptima de entendimiento, sobre todo cuando se espera de él lo contrario de lo que la inevitable comunicación cotidiana nos dicta.
Así que cuando se sigue acudiendo al sobrevalorado concepto de diálogo para salvar lo que al parecer se encuentra en estado crítico me entran náuseas. Como si quien en su inevitable comunicación no hubiera mostrado sus cartas. Otra cosa a analizar sería la coherencia habida entre lo comunicado de forma constante y lo dicho verbalmente. Y otra cosa sería confundir los conceptos de deseo y diálogo. Pero entonces es precisamente ahí, en el diálogo, donde se encuentra el mal que con el mismo diálogo se pretende erradicar. Un absurdo pues. Trasládese la cuestión, si se quiere, a la política. Y si de lo que se trata al final de las cuentas es que uno de los dos interlocutores miente (o cuarta la libertad del otro, o amenaza, o mata), pues eso, mejor romper el diálogo definitivamente.

lunes, noviembre 27, 2006

Violencia Terrible

No vienen al caso los motivos, pero tenía que hacer unas fotos a una niña que rondara los diez años. Corrí la voz en conocidos y amigos hasta que me llamó la amiga de una amiga ofreciéndose para que se las hiciera a su hija. Después de llegar a un acuerdo con ella concerté la cita. Llaman al timbre de mi puerta el día señalado y a la hora en punto, abro la puerta y aparece la madre con dos niños que, en un visto y no visto, desaparen a mis espaldas. Ella me saluda al tiempo que se disculpa, primero por haber venido con otro niño no previsto para la sesión y después por el uso del mando a distancia de la televisión que el susodicho hijo ya estaba haciendo sin permiso alguno (lo había buscado, encontrado y usado en el tiempo que su madre me daba los dos besos del saludo). Le lanza un aviso verbal pero el niño la ignora con una elegancia pavorosa. La niña, por su parte, se encontraba desaparecida. Al oir su nombre de modo reiterado aparece de entre la penumbra del final de la casa. Supongo que ya se la conocía entera.
Mi perplejidad, he de confesarlo, era total. Jamás había visto una actitud tan salvajemente irrespetuosa en una visita social de estas caraterísticas. La madre era exactamente lo contrario de los niños: dulce, educada y sumamente agradable (y todos, “ de buena familia”, como se decía antes). Les estuvo llamando la atención mientras ellos usaban mi casa como si fuera un salón de recreo. En menos de dos o tres minutos la niña descubrió la pequeña escalera por donde se accede al altillo donde yo trabajo y sin preludios de ningún tipo se dispuso para la subida. Los reflejos de una madre prevenida consiguieron atajar la escalada sujetando a su hija por los tobillos. Yo aproveché para ponerme serio por primera vez y dije que a hí no se podía subir, entre otras cosas, porque era peligrosa la escalera y no quería disgustos. Caso omiso de la pequeña. Estampa: la madre sujetando a su hija por los tobillos y suplicándole que renunciara a su intención, la hija pidiendo ser soltada para conseguir su objetivo. Duración: dos o tres minutos en la misma posición. Eternos y desconcertantes minutos.
Voy a saltarme la narración de lo sucedido durante la sesión fotográfica pero he de reconocer que lo pasé mal porque no hubo forma de tener al niño presente. Así, mientras intentaba controlar a la rebelde niña para la foto, yo imaginaba al niño abriéndome todos los cajones de la casa. Por supuesto: oídos sordos a las reiteradas llamadas de la madre. Acaba, pues, la sesión. El niño se había colocado un canal de dibujos animados (del que yo no era siquiera conocedor) y se encontraba absolutamente absorto. Al ver a su hermanito plácidamente sentado la niña se lanza a su vera apartando los cojines del sofá. La madre comienza a pedirles que se levanten y que se pongan los abrigos para poderse ir a cenar a casa. Los niños ni la miran. Tal y como se habían desarrollado los acontecimientos comienzo a temerme lo peor. Pero me quedo corto. La madre, con el abrigo puesto y suplicándoles que se levantaran, parecía casi casi un payaso.
Cuando con la voz un poquito más firme dijo “me estáis haciendo quedar mal ante Alberto, así que haced el favor de levantaros que nos vamos”, la ñiña respondió, “yo me quiero quedar y tengo hambre”. Salí yo en ayuda de la madre diciendo, “no me parece bien esto que les estáis haciendo a vuestra madre; está pasándolo mal y no sois nada comprensivos con ella” (como no tengo experiencia con niños no se me ocurrió nada mejor). A mí sí me miraba la niña pero con una mueca de adulta.
La madre coge entonces a la niña por las muñecas con algo más de energía y ésta se tira al suelo gritando su hambre. Así la madre: “pues vamos a cenar a casa”. Así la niña: “yo quiero cenar aquí”. En vista del éxito obtenido se dirige al absorto hermano, para quien ninguno de nosotros parecía existir. Intenta la misma estrategia con él: le coge de las muñecas y estira. Entonces el niño hace un gesto de dolor (grandilocuente y exagerado, pero medido sin duda), la madre lo suelta e, imediatamente, le pide disculpas. Así la madre dos veces consecutivas: “No te he querido hacer daño cariño, perdona”. Pero él ya está absorto de nuevo con los dibujos animados. Yo no sé qué hacer y ya no sé qué decir. El tiempo pasa y allí estamos la madre y yo de pie... esperando. Y allí están los dos niños sentados en el sofá, ignorándonos... en pariencia. Parecemos los dos casi casi unos payasos. En fín, violencia extrema. Soterrada si se quiere, pero extrema, sobrecogedora.
Esto sucedió no hace más de una semana y el motivo que me ha incitado a contarlo es lo leído en prensa en el día de hoy, Día Mundial Contra la Violencia de Género: de una parte el editorial sobre el tema en cuestión y de otra una entrevista a Pilar Elías. En el editorial (que además expresa lo que vox populi piensa) se dice, “...sería un error no empezar a mirar con preocupación cómo la viloencia acampa allá donde más debería estar proscrita: la familia y la escuela”. No sé exactamente qué quiere decirnos el periodista, lo que sí sé es que, muy probablemente, los niños de mi experiencia no sufran ninguna violencia en la familia y que también es muy probable que no la sufran en la escuela. Pero también es muy probable que esos niños sí vivan alguna violencia en la escuela porque lo que es seguro es que la viven en su familia. La que ellos practican. Y los que la practican son los que más saben de ella.
En la entrevista, Pilar Elías, viuda a la que “le ha tocado convivir” con el asesino de su marido dice “...cada vez es peor el odio con el que me miran muchos jóvenes por la calle. ¡No sé cómo se puede mirar con tanta rabia!”

viernes, noviembre 24, 2006

Progre

En honor a la verdad he de decir que después de publicar el post Ciutadans no me quedé del todo tranquilo. Barruntaba yo acerca de la posibilidad de haberme dejado llevar demasiado rápido por una sola opinión. Al fin y al cabo, Concha Buika podía no ser la imbécil que mi amiga decía. Se trataba, desde luego, de una posibilidad no carente de sentido, pero no por ello tenía su aserto que ser incuestionable. Era sin duda verosímil su categórica afirmación, pero yo no tenía pruebas que indicara que fuera verídico. Además, todos somos imbéciles para alguien. Y durante un tiempo me pregunté a mi mismo, a quién si no, si no sería yo el verdadero imbécil.

Casualidad a medias: haciendo zapping me encuentro con una nueva entrevista a la ínclita cantante. Tres conocidas profesionales del medio entrevistan simultáneamente a Concha Buika. Parecen estar encantadas, si no entusiasmadas, ante las respuestas que ellas mismas parecen provocar y se turnan para dejar paso a lo que es ya un puro lucimiento de quien se sabe más que solícita y admirada. La diferencia con las entrevistas comentadas en el post citado son abrumadoras. Tan abrumadoras que me parece estar viendo a otra persona.

La serenidad de entonces se ha tornado crispación, el sosiego y la voz baja han derivado hacia la reivindicación comprometida, el gesto grandilocuente y ese elevado volumen de la voz tan necesario para mantener la atención. La reflexiva respuesta ha dado paso a la afirmación categórica y previsible, etc. Eso sí, todo abrigado con un discurso buenista y buenrrollista. Porque eso es exactamente lo que se espera de ella. Transigencia, comprensión, generosidad, etc., todo a raudales.

La pobre Buika ha caído en la trampa y lo peor de todo es que ignora que sus respuestas están dadas desde la fosa. No es consciente la pobre Buika de que la televisión se rige por un share que se fundamenta en dos parámetros: velocidad –rápida- y volumen –alto. Cuando ante una inesperada pregunta no encuentra la respuesta ágil y lúcida (que tanto el público como ella misma esperan) se ofusca y recurre al infantilismo más burdo. Y comienza a hablar de libertad. Las entrevistadoras entonces reconducen la entrevista y sacan a la luz el tema de... su bisexualidad. Entonces ella se recompone y dice algo así como “bisexual no (que pobre sería eso), yo soy trisexual, trifásica y tridimensional”. Y las entrevistadoras ya no caben de gozo y estallan.

La pobre Buika, que ya no es pobre, dice no importarle ni el dinero, ni las ventas, ella sólo quiere cantar cuando el cuerpo se lo pida. La pobre Buika, que a lo mejor no es una imbécil, sólo quiere reivindicar la libertad. Y lo hace desde los estudios de televisión, que se pegan (y pagan) todos por contratarla. Para que diga lo que se espera que diga una mujer libre que dice lo que piensa cuando la contratan desde la televisión para decir lo que se espera que diga. Verla en televisión haciendo zapping: casualidad a medias, pues.

Llegado al clímax de la entrevista una de las periodistas le pregunta acerca de su hijo, concretamente una de ellas le pregunta a qué colegio lleva a su hijo, privado o publico. “A uno privado”, contesta la pobre de Buika. Se hace el silencio, se apagan las risas. Todas disimulan. Entonces, sólo entonces, un segundo se hace eterno.

domingo, noviembre 12, 2006

El artista adolescente

Si por algo se caracteriza una moda, cualquier moda, es por lo difícil que resulta renunciar a ella; sustraerse de ella.

De este modo, ir a la moda es, para muchos, la única forma de ser visible, la única forma de Ser verdaderamente. Motivo por el que la Moda, las modas, entendidas como forma de cohesión social, se hacen necesarias con independencia de que surjan de una necesidad real. Si por algo se caracteriza una moda es, pues, por la uniformidad de sus adeptos, unos adeptos que inevitablemente conforman una pandilla. Sin embargo, si por algo se caracteriza esa pandilla es, paradójicamente, por el sentimiento individualista de todos y cada uno de sus componentes. No hay adolescente que no se crea distinto y único a la hora de hacer algo que hacen todos sus colegas. Si se trata de un tatuaje, su condición inmadura le hará creerse único debido sólo a la elección del motivo. Tampoco hay artista que no se crea único al hacer Arte con los procedimientos que marca la última tendencia.
Toda moda existe con independencia de la necesidad consciente de cohesión (o de sentimiento de grupo) de los que la conforman. Quizá por ello, la práctica totalidad de los que a la moda van crean, fundamentalmente, en su original individualismo. O en su extremada particularidad.
Nota. Pido disculpas por las incorrecciones de concordancia del anterior post.

sábado, noviembre 11, 2006

Vanidad

Como en tantas otras cosas, el Arte ha sufrido cambios más que sustanciales de 15 años a esta parte. (Lo que sigue es un fragmento del libro inédito Lo patético del Arte).

El cambio (resumen muy pequeño). El Arte ha pasado en pocos años, de ser el residuo de una cultura elitista a ser aquello que se sabe como un gran negocio por explotar (no sólo desde el punto de vista crematístico).

Pero el cambio, aunque ahora lo sintamos como brutal, fue siendo paulatino mientras se realizaba en breve espacio de tiempo. Fue a mediados de los ochenta cuando se comenzaron a sentar las bases de un periodo que sería muy distinto del precedente. Las nuevas exigencias provenían, claro, del capital y de la clase dirigente, más en común unión que nunca; por fin ambos se fundían y confundían. A principios de los noventa (anteayer) las galerías de Arte pasaban por una crisis cuyo origen se encontraba en los cambios que se estaban produciendo a escala mundial (guerras, globalización, emigración masiva, nuevas tecnologías). El Arte hasta esos momentos se producía muy lentamente: los artistas exponían en galerías y cuando su currículum no daba lugar a dudas, es decir, después de muchos años, se le hacía una retrospectiva y se le editaba un libro. Pocos libros pues sobre artistas contemporáneos. La clave de entendimiento de esa época ya periclitada se encuentra en el concepto de lentitud, que se encuentra estrechamente vinculado al de cantidad. Cuanto más lento es el proceso de legitimación del artista es menor la cantidad de artistas que se legitiman. Por el contrario, a mayor velocidad en la legitimación del artista, más son los artistas que se necesita legitimar. Y eso fue exactamente lo que sucedió: allá por principios de los noventa, un galerista conocido que llevaba ya entonces 22 años en la divulgación del Arte Contemporáneo me lo dijo: “No puedo competir con la Institución. Yo no puedo más que ofrecerles una exposición y a duras penas, mientras que la Consellería de Cultura no sólo se la ofrece itinerante sino que además le publica un catálogo a todo color”. Llevaba razón el galerista. Hacía no mucho tener una publicación sobre la propia obra era el privilegio de unos pocos que habían tenido que luchar durante años, ahora, sin embargo, raro era el alumno de Bellas Artes que no acaba su carrera con una o varias publicaciones sobre su Obra. Publicaciones, eso sí, con textos protocolarios a manta y con logotipos en contracubierta de todo pelaje.

Así fue como el Arte pasó a ser algo puramente administrativo: aprovechando la crisis del Arte entendido como algo elitista y casi privativo, a la clase dirigente (fuere cual fuere y fuera donde fuera, cosas de la globalización)) se le ocurrió la brillante idea de utilizarlo como Imagen (la importancia de la imagen, entendida como aquello por lo que los demás nos reconocen, es un concepto plenamente posmoderno). Y por otra parte, a las multinacionales, siempre tan bien avenidas con la clase dirigente, se les ocurrió, ¡también y simultáneamente!, que el Arte podía ser una buen forma de lavar... su Imagen. De esta forma, ya se habían dado las premisas suficientes para que el mundo del Arte no fuera lo que hasta entonces había sido. Sobre todo si tenemos en cuenta que quien podía no estar muy de acuerdo con el cambio, el Artista, lo asumió con auténtico regocijo y satisfacción. Siempre tan comprometido Él... consigo mismo.

Así, y pasado ese primer momento de desconcierto que llega después de un cambio de paradigma, las Consejerías de Cultura fueron afianzándose como productoras principales de casi todas las iniciativas relacionadas con el Arte. Y mientras las Consejerías de Cultura comprobaban lo fácil, barato y rentable que les salía comprar a los artistas más comprometidos (comprometidos con su tiempo, según ellos mismos), las más importantes galerías privadas se vieron obligadas a buscar nuevos clientes. Con el tiempo, y en un proceso digno de ser estudiado en monográfico, los mejores clientes de las pocas galerías que subsistieron acabaron siendo, precisamente, las Instituciones políticas así como las mejores macroempresas y multinacionales (que tan bien se llevan con los dirigentes políticos cuando quieren lavar su imagen mientras proporcionan beneficios a dichos dirigente con tanta higiene).

Post Scriptum. Vengo de ver una exposición en una de las más conspicuas salas dependientes de la Diputación valenciana. Una de esas exposiciones espectaculares que tan discretamente pagamos todos los valencianos. La conversación que al respecto de dicha exposición mantengo con un amigo es una conversación que llevamos repitiendo ad nauseam desde hace varios años y se puede resumir de la siguiente forma:

¡Cuántos profesionales buenos hay que cobran por hacer más o menos bien su trabajo y con qué pocas pretensiones viven más o menos bien de su profesión!
El laboratorio que ha hecho las impresiones fotográficas a gran tamaño ha cobrado por hacer su trabajo.
El diseñador del catálogo ha cobrado por hacer su trabajo.
El impresor del catálogo ha cobrado por hacer su trabajo.
El técnico del macrovídeo que se proyecta ha cobrado por hacer su trabajo.
Los que han alquilado la tecnología necesaria para llevar a cabo la macroproyección han cobrado por su servicio.
El jefe de mantenimiento de la sala ha cobrado por hacer su trabajo.
El transportista que ha llevado las obras a su lugar de exhibición ha cobrado por hacer su trabajo.
El comisario ha cobrado por hacer su ¿trabajo?
La empresa de catering ha cobrado por su servicio, es decir, por hacer su trabajo.
Las azafatas han cobrado por estar allí, es decir, por hacer su trabajo.
La directora de la sala lleva cobrando por hacer su trabajo desde que es directora de la sala.

Así: no sé si ser artista es ser un trabajador, pero el ÚNICO que ha hecho todo por vanidad es el propio artista.

jueves, noviembre 09, 2006

Diccionario y sexo III

Afrodisíaco. Sustancia que consumida en dosis importantes puede causar la muerte real del que sólo pretendía una pequeña y aparente (véanse orgasmo y anafrodisíaco). (No olvidar que la mayoría de los afrodisíacos químicos están compuestos de pequeñas dosis de estricnina).

Anafrodisíaco. Sustancia que se utiliza (sirve) para disminuir en la medida de sus posibilidades la excitación sexual, y por tanto el deseo de la misma. Debido precisamente a esta facultad, se trata de una sustancia cuyo uso en aplicación masiva se encuentra más ligado a la estrategia y a la táctica que al tratamiento de alguna patología o de algún postoperatorio. Motivo por el cual ha sido apreciada siempre en cualquiera de sus variantes por algún que otro generalísimo.

La ingestión de NADA podría considerarse el anafrodisíaco por excelencia (véase anorexia).

Anorexia. Enfermedad posmoderna creada desde las más importantes agencias de publicidad con el consentimiento tácito de las sociedades más civilizadas, desarrolladas y democráticas de todas las posibles. Afecta fundamentalmente a las mujeres y consiste en dejar de comer con el fin de alcanzar la máxima belleza pensable... ¿La cósmica?

Comunicación no verbal. Como su propio nombre indica, lo que no se expresa a través del verbo. En el sexo hay un importante componente de comunicación no verbal que se desarrolla explícitamente en la propia actividad sexual. Es más, es sólo en el sexo donde puede afirmarse sin temor a los equívocos que el “verbo se hace carne”. O más aún, todo lo que es comunicación verbal en el sexo no es más que pecata minuta al lado de la comunicación no verbal. De hecho y como ya hemos visto, el exceso está considerado como una “patología” con independencia del contenido del discurso (véase Coitolalia). También puede entenderse como comunicación no verbal y sexual todo el cúmulo de prolegómenos y acercamientos que, de forma más o menos ritual, tienen cabida entre dos personas que aún no se conocen. Comunicación ésta que se da masivamente ante la alevosía que, al parecer, suele procurar la nocturnidad (véase comida).

De todas formas, un dato respecto a la comunicación (verbal y no) y la coitolalia: Para un estudio que se hizo público en 1.987 Shere Hite preguntó a un grupo de mujeres, en su mayoría lectoras de revistas femeninas y componentes de algún colectivo feminista, cuál era la mayor contrariedad que experimentaban en las relaciones sexuales. La conclusión fue que casi todas las mujeres consideraban que su principal problema era la falta de comunicación verbal. Casi ninguna se quejaba de no disfrutar lo suficiente con el sexo y si lo hacía era dándole una prioridad menor en la lista de preocupaciones. Esa misma encuesta se le hizo a los hombres y la conclusión fue que la máxima contrariedad generalizada y manifestada provenía de la poca frecuencia con la que se podían comunicar no verbalmente con sus mujeres.

Coitolalia. Incontinencia verbal durante el coito en la que el contenido y la sintáxis del discurso pasan, lógicamente, a un discreto segundo plano.

Comida (Cena). Independientemente de la relación que mantienen ciertos alimentos con el sexo (véanse Afrodisíacos y Anafrodisíacos), la comida cumple una función fundamental en el proceso que llevan dos personas para intentar hacer, más tarde o más temprano, uso de sus genitales de forma simultánea y más o menos concertada. Fase, pues, de un proceso inscrito en el mecanismo de la seducción.

Seducción. Proceso de cuestionable dificultad que pretende fines sexuales. Puede entenderse de variadas maneras en función de la forma de entender los fines: mientras que para algunos puede ser el proceso que ha sido necesario hasta la consecución de un beso, para otros, quizá más obcecados y en todo caso más primitivos, podrá ser el proceso que ha sido necesario para la consecución de un coito (véase). En cualquier caso no es más que un conjunto de artimañas o de martingalas más o menos sofisticadas que se sistematizan en función de los resultados particulares de cada uno. Como en todo, existen grados de excelencia en el arte de la seducción tanto en hombres como en mujeres (véase Don Juan).

Como todo proceso, conlleva unas más o menos predeterminadas fases que se reparten en el tiempo con un orden y una velocidad que varían en función de cada caso concreto, algo que, aunque lógico, pasa generalmente desapercibido en los análisis cotidianos y populares. Conviene recordarlo porque siguen siendo frecuentes los casos de malos entendidos (fracasos) provocados por haber supuesto de forma ciega que sólo hay una realidad: la interpersonal. Es decir, por haber pasado por alto que cada persona tiene una realidad interpersonal conformada por su propio “orden”. El buen seductor es por tanto el que sabe ajustarse a un “orden” que no es el suyo, el que sabe que “orden” puede serlo también aquello que aparentemente está desordenado (para él, se entiende). (véase Secreto)

Secreto. Aquello que se le oculta al amante o aquello que se comparte sólo con él. Desvelar un secreto conforma siempre un acto siniestro (véase) porque siniestro es todo aquello que debiendo permanecer oculto ha sido desvelado; o sea, porque el “estado natural” del secreto es aquel en el que permanece oculto. No confundir con misterio. Secreto sería el vestido azul que Mónica (“Clinton”) guardó celosamente hasta que desveló su existencia y lo fue precisamente hasta que lo desveló; misterio sería el cómo llegó el semen a un sitio tan inapropiado. Un secreto sería la causa real por la que Casanova conseguía seducir a tantas mujeres y un misterio el cómo todas esas mujeres eran incapaces de rechazarlo.

Don Juan. Libertino, vividor y mujeriego por antonomasia de la literatura clásica española. También y por derivación, todo aquel que emula o se parece al conspicuo personaje -donjuan-. No tanto el originario como su emulador, el donjuan es un personaje no demasiado “bien visto” por la opinión pública debido a sus “cualidades” inherentes; sabido es que el donjuan debe ser egoísta, megalómano, bravucón y pendenciero, entre otras cualidades posibles todas ellas del similar calibre. Aunque después, curiosa y paradójicamente, es el personaje que ostenta un mayor número de experiencias sexuales de las que, además, se podrá vanagloriar -porque ésta es otra de las características que define a todo donjuan-. El donjuan, pues, para serlo, debe estar mal visto por la opinión que es pública, pero no tanto por la que es privada. De hecho, es gracias a esta pequeña contradicción por la que existe el personaje y su existencia la promueven todo el cúmulo de actitudes siniestras que conforman las mujeres que hacen posible dicha existencia. Actitudes que son siniestras precisamente porque a pesar de todo son el producto de algo que sigue siendo impronunciable. La diferencia entre el personaje literario y el que de él se deriva es que el primero queda definido tanto por sus actos como por lo que el propio personaje piensa de ellos al final de su vida, mientras que del segundo sólo conocemos la parte que lo define parcialmente, esa parte que tendrá que ser considerada vulgar para todos pero que, misteriosamente, después atraerá a tantas. (véase Morbo).

Morbo. Estado en el que el emocional queda alterado por la intromisión de algo que debiendo permanecer oculto, ha sido desvelado. Por tanto, aquello que nos lo produce es lo que inevitablemente nos inclina a nuestro lado más oscuro, más siniestro. De ahí que digamos “inclina”: para conferir al término la connotación de desviación. Como en todo hay diversos grados de morbosidad y los reconoceremos en función de su pronunciabilidad. O mejor: de su impronunciabilidad (véase siniestro).

Siniestro (lo). En sexualidad, todo aquello que hace que las estadísticas (véase) sean tan increíbles como previsibles y aburridas. Y no por ello menos falsas.

domingo, noviembre 05, 2006

Ciutadans

¡Cuidado Albert Rivera, que las altas instancias son difíciles de lidiar y juegan malas pasadas a poco que parpadees un poquito más de la cuenta!

A. La conocí a partir de dos entrevistas televisivas casi consecutivas. La presentaban, en ambas, como la última revelación de voz femenina cantando una suerte de flamenco intimista. Antes de escuchar su arte ya me llamó la atención la inteligencia y la serenidad que desprendían sus casi siempre poéticas respuestas. Concha Buika, que así se llama, iba contestando todas y cada unas de las preguntas que le hacía el loco de la colina con la misma especular parsimonia del ínclito entrevistador. En definitiva, daba gusto escuchar a esa mujer, desprendiendo sensibilidad con gestos tímidos pero seguros. Buen rollo, que diría un jovenzuelo. El buen rollo de que desprende quien antes que nada demuestra transigencia a raudales proponiendo como válida cualquier respuesta mientras sea sincera. Después cantó y me convertí en un fan suyo. Y todo al tiempo que incrementaba el número de ventas y se hacía famosa. Ahora, los negros de la costa valenciana proponen sus pirateados CDs como la joyas de la corona de su arsenal.

Ceno ayer con una amiga coordinadora de eventos musicales, le comento mi devoción por Concha y ella tuerce el gesto. No tarda en comentarme los motivos por los que a ella Concha le parece despreciable. “Concha Buika es una imbécil -me dice para empezar. Yo ya he tenido dos problemas con ella en lo relativo a dos de sus conciertos. Cuando no ha maltratado al público en uno, ha tomado en otro decisiones que perjudicaban a todos lo que precisamente había acudido a escucharla. Su sensibilidad es realmente tan enorme que no quiere renunciar al lujo de cantar sólo cuando las musas hacen acto de presencia”. Así, según mi amiga, que no interpreta los hechos (sólo los narra y lo hace además con la inestimable ayuda de las declaraciones de la propia cantante), Concha se negó a cantar a partir de cierto momento porque su sensibilidad no se encontraba lo suficientemente expandida dentro de su ser creativo.

Conclusión. La cantante más enrollada de todas las cantantes había actuado EXACTAMENTE como todas las divas que son por definición la antítesis del buen rollo progresillo. Y seguro que estará convencida que el buen arte, y más concretamente el suyo, sólo puede darse en condiciones de libertad y sinceridad. Por eso, paradójicamente, le ha dejado de importar el público.

¡Cuidado Albert Rivera, que cuando uno menos se los espera, uno mismo es quien le da la vuelta al ciclo!

A. Me lo contaba con la ingenuidad que le caracteriza. Esa ingenuidad que le hace expresarse con extraños giros verbales y con un creativo uso del lenguaje. Le había preguntado por un amigo común al que hacía tiempo no veía. Sin ser plenamente consciente de sus palabras y con la espontaneidad que caracteriza a los ingenuos, me dijo: “Está bien, pero se siente raro. Se acuesta tan tan tarde que se acuesta todos los días a las diez y media de la noche. Ha ido estirando tanto la hora de retirarse a dormir que se está acostando incluso demasiado tarde. ¿Sabes?: le ha dado la vuelta al ciclo”. Yo me reí, pero él no pareció entender la risa.

Facha

Lleva tiempo pasándome lo mismo, si bien últimamente se ha incrementado. Supongo que se debe al deje ideológico de algunos de mis más allegados amigos. El caso es que, cada vez con más frecuencia, me dicen a bocajarro: “si no fuera porque te conozco diría que eres un facha”. No sé.

De un tiempo a esta parte, la frecuencia en el uso del descalificativo ha aumentado considerablemente debido a un único motivo: mi opinión acerca de los nacionalismos en general y del catalán en particular. Casi son incontables las veces que he tenido que enumerar las bondades nada sospechosas de los integrantes de Ciutadans. Nada: “...facha”

Para mis amigos, esos bravucones de Ciutadans son, en el mejor de los casos y puestos a creer los datos biográficos que yo les he proporcionado (y de los que nada sabían), unos apóstatas. En el peor de los casos... “unos fachas”.
Me queda un consuelo: para ellos, mis buenos amigos (aquellos que decían que lo de Rubianes era libertad de expresión), son también fachas Boadella, Espada, Azúa, Escohotado y Savater. Con lo que todo queda aclarado. No sé.

miércoles, noviembre 01, 2006

Maestro Azúa

Como apuntaba en otro post de este blog escribir no es ni duro ni requiere dosis de exigencia sacrífica. Otra cosa bien distinta es aceptar la dificultad que entraña configurar, a través del verbo escrito, el Verdadero Mundo (y no “otros mundos”, por mucho que estén en éste). Y otra cosa, también, es que debido a esa dificultad haya pocos escribientes dedicados a la verdadera escritura.

Muchos son los que lo intentan, pero pocos son los elegidos. Muchos lo hacen con sabiduría, otros con cierto talento, otros con genio, y otros con ingenio, pero casi nadie con maestría, la maestría que conjuga excelencia y todo lo anteriormente apuntado. Hay veces que leyendo a Azúa me pasa lo que sólo me pasa en tan raras como infrecuentes ocasiones: que lloro. Lo expresé de otra forma hace tiempo en una reseña que hice de un libro suyo para la revista Archipiélago. Dije: “con Azúa uno no dice me muero de risa; dice más bien, me muero, qué risa”. Te ríes, pues. Llorando. Te aproximas a la muerte (Nada) riendo y llorando (puro esplendor).

No es este el momento de revisar su excelsa producción (soy lector compulsivo, no crítico), sólo es momento de analizar una minúscula parte de la misma (como forma de aprendizaje de la decepción). Una cualquiera. Sin ir más lejos: la última, la que me ha hecho tomar la decisión de hablar de Azúa. “Te voy a dar una lección”, extraño título para venir de quien viene, pero perfecto para los efectos.

Una vez más no es de Hegel de lo que nos habla Azúa, ni de los hegelianos, ni de sus intérpretes, ni de sus traductores, ni de filosofía, ni de traducción, ni de historia, ni de la muerte, ni del pensamiento, ni de literatura. “Simplemente” nos incita a pasar dignamente por este valle de lágrimas. Con elegancia soberana; es decir, con sentido del humor.

Para remitirnos a la “normativa” romántica, la que consistía en descreer de la tangible dimensión humana dice Azúa:

La obra maestra, como Ícaro, ha de terminar hundiéndose en el mar tras haber divisado la orla del sol.

LA comparación (Ícaro), con su hundimiento, pero con avistamiento previo. Perfecto

Para transmitirnos las sensaciones que le producen la fragmentariedad de sus lecturas dice Azúa:

La impresión del lector es similar a la del turista que pasea por el foro romano y va sorteando columnas verdaderas, trozos de escultura, reconstrucciones, imitaciones, sin acabar de distinguir the "real thing".

Turistas de Hegel. En cualquiera de los casos. Perfecto.

Para explicar lo excesivo de quien además es fragmentario dice Azúa:

Como tantas obras excesivas, la Estética de Hegel es un campo de ruinas, un sendero de fragmentos. Eso sí, con cada uno de esos fragmentos podemos edificar palacios.

Campo de ruinas, sí, pero con advertencia: como no todo el mundo ve lo mismo en una ruina, lo que podamos hacer con ella es cosa de cada uno. “Podemos” edificar palacios, pero también “podemos” tropezar con los deshechos de la herencia.

Para hablar de fidelidad al origen, nos remite Azúa a la Música y nos conculca la sobriedad. Minimalismo hermenéutico pues.

Así como los musicólogos de 1960 limpiaron a Bach de sus adherencias burguesas y le libraron de aquella grasa wagneriana que lo había convertido en un elefante trompetero, así también los actuales investigadores están reconstruyendo la Estética de Hegel a partir de manuscritos más discretos y fiables que el de Hotho.

Adherencias burguesas; grasa wagneriana; elefante trompetero (sin citar a Gould). En fin, discreción y fiabilidad ante la aventura de interpretar

Allí aparece de un modo más inmediato la lejana voz de Hegel, aunque con acento francés, lo que siempre le añade un fondo de acordeón.

Lo del acordeón no tiene precio. Pero, insisto, lo del acordeón se repite en todos sus textos.

Elegancia, sabiduría, precisión y sutileza frente a magalomanía, culturalismo, concreción e ironía, características todas estas últimas, comunes a la práctica totalidad de opinadores mediáticos.

Juraría que una vez, seguramente por despiste, me pasé al blog de unos de sus compañeros de boomeran. Uno de los comentaristas le decía a otro algo así como “déjate de opinar en este blog, que donde se cuece todo es en el de Azúa”. Y es cierto:
Cada vez más reaccionario Azúa no es de los que hipoteca el presente ante un futuro siempre incierto. Como buen reaccionario (no sé si a él le gustaría este calificativo) no es optimista. Ser optimista sería algo parecido a ser idiota, algo por cierto de lo que Azúa sabe mucho.

Me parece estar oyendo a Azúa en su última conferencia: “Reíd, reíd, pero cuando yo me muera todos desapareceréis”.

Addenda a los pocos lectores de mi blog. Si ustedes tienen verdaderamente poco tiempo para dedicar lecturas a través de una pantalla, no se lo piensen: dejen de leer este y lean a Azúa.

domingo, octubre 29, 2006

Novela(s) muerta(s)

Respecto a la última novela de un prestigiosísimo escritor español (escritor que se encontraría dentro del grupo de los considerados por “consenso intelectual” escritor de altura) decía un crítico en el cultural de su habitual periódico: “En ella se plantean y debaten asuntos nada baladíes: la identidad, la vivencia del tiempo, el miedo, la delación, la violencia, la posibilidad del conocimiento, los mecanismos de la comunicación, las relaciones personales, las propiedades del relato, las fronteras de la realidad, la muerte, y, por encima de todo, la ética y los valores”.

Por las mismas fechas en las que se publicó la reseña anteriormente citada, se publicó la novela ganadora del premio Planeta (de una escritora que se encontraría por “consenso” en el grupo de escritores populares); novela que no dudaron en acribillar algunos de los más importantes críticos nacionales, los mismos que no dudaban en ensalzar la anteriormente comentada. Pues bien, con independencia de lo que piensen los críticos, es más que probable que la escritora ganadora del Premio Planeta crea fervientemente que en su novela “se plantean y debaten asuntos nada baladíes: la identidad, la vivencia del tiempo, el miedo, la delación, la violencia, la posibilidad del conocimiento, los mecanismos de la comunicación, las relaciones personales, las propiedades del relato, las fronteras de la realidad, la muerte, y, por encima de todo, la ética y los valores”.

Por decirlo de otra forma: es más que probable que cualquier escritor aceptara de buen grado tan hiperbólico elogio, sobre todo, porque es más que probable que cualquier escritor se identificara con tales apreciaciones respecto a su novela, fuera la que fuera. Y lo haría, seguramente, por poderlas considerar afines y concordantes con las intenciones que justificarían su particular novela. Cualquier escritor se vería reflejado en tal elogio por muy intrascendente que pudiera “parecer” su trama.

Dejando aparte (y para otro momento) el eterno problema que se colige de este texto introductorio, que no es otro que el del criterio de excelencia, la conclusión es la siguiente: tanto un escritor (de altura) como el otro (popular) forman parte de lo mismo: de los que, en mundo de las letras, se dedican a la fantasía. Ya pretendan elaborar productos para ser leídos, ya pretendan formar parte de la Historia, ambos hacen lo mismo: exponer al público lector (que busca entretenimiento en aplastante mayoría) sus instintos necrófilos.

La pregunta podría ser: ¿por qué aún se usa el género de la historieta para intentar transmitir pensamientos profundos? O mejor: ¿por qué quienes creen escribir literatura de altura escriben historietas en vez de, por ejemplo, tratados, crónicas o ensayos? Si lo que pretenden con el texto es alcanzar (o proporcionar al lector) una suerte de profundidad de pensamiento, ¿por qué utilizar el género de la ficción? ¿por qué necesitan abordar los grandes problemas universales de la humanidad a través de personajes que encienden cigarrillos y miran melancólicamente a través de la ventana? Posible respuesta: lo que les hace elegir el género narrativo a todos los que eligen la narración (queriendo ser profundos) es la intención (o la necesidad) de ser leídos masivamente. Algo que entra en perfecta contradicción con la premisa que presupone que lo exitoso popular se encuentra inextricablemente ligado al entretenimiento y por tanto a la falta de calidad.

O por decirlo de otra forma: si alguien quisiera escribir sobre, por ejemplo, aquellos escritores que en un momento dado de sus vidas decidieron convertirse en seres ágrafos (tipo Bartleby), sólo novelando los datos investigados se tendría la posibilidad de vender 100 veces más ejemplares de los que se venderían organizando el material en forma de ensayo.

miércoles, octubre 25, 2006

Misantropía

Yo suelo decir que no me gustan las verduras por mucho que me entusiasmen las alcachofas. Y lo hago porque la eficacia de decirlo se ha demostrado mayor que la de decir que me gustan. Quizá, digo yo, por responder a una Verdad, la siguiente: cuando me ponen para comer un plato de verduras a la plancha sólo me como las alcachofas.

viernes, octubre 20, 2006

Pásalo

Es francamente difícil adquirir una vivienda sin hipotecar tu vida hasta tu última enfermedad mortal. Pásalo.
Todos los días se hacen millones de horas extras no remuneradas y no podemos quejarnos a quien nos permite sobrevivir aun a costa de malvivir. Pásalo.
La última canonización que hizo el Papa en Madrid congregó a más de un millón de personas, la misma cantidad que acudió a la manifestación del no a la guerra. Pásalo.
Y la vivienda sigue siendo inaccesible. Si no es dejando hasta la última gota de tu sangre en una hipoteca que te absorve la mitad de un sueldo ridículo. Pásalo.
La televisión la programa el share, por eso tenemos la televisión que tenemos. Pásalo.
Dicen que la boda real costó más de cuatro mil millones de pesetas. Pásalo.
Es sumamente difícil conseguir tener una vivienda propia si no es dejándote en ella más de lo que podría dejarte vivir dignamente. Pásalo.
Hay quien se queja de la televisión pero nunca se manifiesta por ello. Pásalo.
Telefónica sigue actuando como si nada y nadie se manifiesta con ello. Pásalo.
Mucha gente sufre por la degradación del planeta, pero ya sólo los desesperados carecen de aire acondicionado. Pásalo.
Las buenas intenciones sirven, generalmente, para hacer gordo a quien sabe que con las intenciones no hay acción y sin acción todo sigue igual. Pásalo.
Me dicen, por e-mail, que van a apedrear a una africana y que no lo permita y que mande el e-mail a más gente para que se solidarice con la africana. Pásalo.
Millones de personas malviven con los denigrantes sueldos que les paga quien se va de putas todos los días que puede. Pásalo.
Que van a apedrear a la mujer africana. Pásalo.

jueves, octubre 19, 2006

Relativismo

Me dispongo para ver uno de esos inagotables programas dedicados al corazón. Uno de entre todos esos otros programas rosas que son vistos por millones de personas que podrían ver otras muchas cosas, cosas que prefieren ignorar. Concretamente me dispongo a ver uno de los más vistos en estos últimos meses.

Son muchos los millones de personas que, simultáneamente, deciden ver programas relacionados con las vísceras de ciertos personajillos, en vez de ver, por ejemplo, cualquier película, sea o no de acción; aplastante mayoría la de los televidentes que ven este programa o algún sucedáneo respecto a los que ven otras cosas, un documental sobre las murallas de Ávila, por ejemplo. Aunque ven fútbol, que viene a ser lo mismo pero en pantalón corto.

Pues bien, durante un muy representativo momento del programa, uno de esos momentos en los que todos gritan al mismo tiempo, la invitada famosilla que pretende comunicarse en plena algarabía dice “si no me dejáis hablar no podré contar la verdad”. La respuesta de unos de los periodista habituales de la emisión es inmediata y no puede ser más esclarecedora: “no te preocupes demasiado por ello cariño; lo que aquí nos interesa no es la verdad, sino la mentira”. Por supuesto, todos ignoran el comentario, pero no por ello deja de ser una verdad verdadera, exacta. Tan exacta que posiblemente la ignoran porque ya nadie puede suponer, a estas alturas, que a alguien le interese la búsqueda de verdad alguna. Al menos no durante más tiempo de lo que dura un solsticio.

En efecto, tanto para el equipo de realización como para los mismos espectadores, sería tan estúpido como perturbador preocuparse por algo que, de poder existir, acabaría con la misma ansiedad que justifica el programa. Ya lo decía Galdós: “Nada de lo que existe se resigna a morir, pero la mentira es lo que con más bravura se defiende de la muerte”.

Cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. No hace mucho el extraordinario Félix de Azúa se mostraba desconcertado ante las consecuencias de tanto relativismo. Como filósofo que es sabe mejor que muchos que lo del relativismo es una causa antigua. El relativismo en sí, como casi cualquier cosa, no merece un juicio moral. Otra cosa es lo que con él se haga desde los poderes fácticos. Y... cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. No es de extrañar, pues, que el pueblo, como suma de individualidades con intereses propios, se haya afiliado al “eso lo dirás tú”.

Así, instigado por esa ideología transmitida perfectamente a través de la Corrección Política, el pueblo ha llevado por fin a la práctica su propia y verdadera revolución democratizadora: nadie es más que otro. Al no existir verdad alguna, la razón no existe y la opinión de cualquiera vale lo mismo que la de cualquier otro.

El desconocimiento es por tanto un valor, el valor, se diría, pues es el unificador por excelencia; el unificador en grado sumo. Por fin todos somos verdaderamente iguales. Ver Dónde estás corazón no comporta ningún tipo de inferioridad, siquiera intelectual. Es más, puede llegar a argumentarse que quien ve Dónde estás corazón se encuentra más preparado para los tiempos que corren que quien ve un documental sobre la historia del papel.

Eso es lo que cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo: que eso de la Verdad es una... gran mentira. Que la cultura popular forma parte del Gran Zeitgeist, ese Espíritu en donde todo vale lo mismo. Los apocalípticos perdieron definitivamente la batalla cuando convencieron a todos los profesores universitarios que Falcon Crest valía lo mismo que El silencio de Bergman; cuando por tanto confundieron lo interesante con lo excelente y dieron entrada a la ponzoñosa Corrección política. Es decir, los integrados vencieron la guerra cuando ya en la primera batalla eligieron las denominaciones de origen y decidieron llamar apocalípticos y agoreros a “los otros”.

Cierta ideología poderosa y supuestamente bienintencionada lleva años enseñando al pueblo que eso de la Verdad es una... gran mentira. Nadie tiene razón si no hay verdad que valga un duro. Es cuestión, sólo, de dejar que se manifieste el Zeitgeist; o mejor: es cuestión de otorgar dignidad al pueblo escuchando sus gustos. Y el pueblo “se lo ha creído”, lógicamente.

miércoles, octubre 18, 2006

Ser escritor o no

Ya se me hace pesado, muy pesado. Siempre la misma cantinela. Esta vez a cargo del nuevo y flamante Premio Planeta. Dice el ganador, minutos después de conseguir la distinción, que el trabajo de escritor es “duro, exigente y solitario”. De acuerdo en lo de solitario; que si lo es, lo es en la medida en la que lo son la mayoría de las masturbaciones. Con lo de exigente ya tengo más problemas; porque lo es, siempre y dependiendo de cada cual, en la medida en que cada cual lo desee (o no). Pero con lo que ya no puedo, porque se me hace pesado, muy pesado escuchar, es con lo de duro. Se acabó.

Addenda. Tengo un vecino que lleva años intentando ser escritor. Digo intentando porque excepto tres o cuatro (o cinco) personas nadie más sabe que escribe obras de ficción (concretamente lleva ya seis novelas y dos obras de teatro). Trabaja de profesor en una academia pero su máxima ilusión, que coincide con ser al mismo tiempo su máxima obsesión, es que haya más de tres personas que sepan que escribe novelas. Es decir, su máxima ilusión, una ilusión tan obsesiva como lo son todas las ilusiones, es la de ser escritor. Él sabe, como cualquiera, que mientras no publique algo no dejará de ser lo parece, que por otra parte es lo que todos a su alrededor sabemos que es: una persona que tiene afición por la escritura.

Mi vecino no es escritor de la misma manera que no es barrendero quien barre su casa todos los días; no es escritor de la misma manera que no es médico quien se autodiagnostica un constipado, ni quien se automedica para curárselo. Si él se considerara escritor no le obsesionaría la necesidad de publicar. Es decir, no es escritor porque no lo es ni siquiera para él mismo. No es escritor porque eso es exactamente lo querría ser. Y nadie puede ser lo que le gustaría ser; es una cuestión de tiempo. O de tiempos, si se prefiere.

Muchos escritores dicen que el trabajo de escribir es duro. Yo sinceramente no lo creo, o por lo menos no creo que lo sea más que cualquier otro trabajo, y desde luego no creo que lo sea en comparación al trabajo de un carnicero, o al de un funcionario, o al de casi cualquier trabajador. Debe ser duro, si acaso, escribir deseando ser escritor. O bajar a las minas.

De vez en cuando mi vecino sube a mi casa y hablamos de lo que haga falta. El otro día hablamos de su última novela, la sexta, que hacía unas semanas me había dejado en el buzón. Fantástica. Su tema era el mismo de tantas otras novelas y su asunto tan universal como lo son todos, pero su desarrollo era excelente.

Álvaro Pombo, reciente ganador del Premio Planeta dice, a instancia de una pregunta nada ingenua, que se presentó al Premio “por dinero y por diversión”. Bueno, pues primero, decir que precisamente Don Álvaro es uno de los pocos escritores de historietas que me merece respeto. Dicho esto, decir que me parece una soberana tontería decir que se presentó por diversión. No sé exactamente qué puede tener de divertido presentarte a un premio tantas veces concedido a escritores nefastos... y no ganarlo (dice además "no me hecía falta, pero me vendrá bien"). Para acabar la entrevista Don Álvaro dice, a partir de una pregunta nada ingenua, que los hombres como protagonistas de historietas no le interesan porque son simples y que las mujeres le parecen mucho más complejas e interesantes. En fin, TODO tan perfecto como previsible. Tengo mucho miedo. Lo juro.

Palabras Clave

Títulos hasta ahora publicados en el blog, con sus palabras clave:

Del tópico a lo atípico
(Günther Grass, Maldad)

Sinsentido
(sentido común)

Guerra al “sexo”
(Guerra de sexos, Mujer)

Destino Badajoz
(Experiencia, Expectación)

Badajoz-Valencia (viaje de vuelta)
(Arte)

Conclusión: premisa
(Enseñanza, Juventud)

Libertad de expresión
(Pepe Rubianes)

De mentir, mentiroso
(animalidad)

El arte de ser o no ser artista
(Arte, Artista, Criterio de calidad)

Sobre la belleza
(Relativismo, Consenso)

J.A.M. Montoya: fotógrafo
(Fotografía, Escatología)

J.A.M. Montoya: fotógrafo. Flash Back
(Escatología, Experiencia, Interpretación)

Generalización
(Sentido común)

Prepotente
(Turismo, Cultura)

Diccionario y Sexo

Asco
(Hombres)

Necrofilia
(Muerte de la novela, Conocimiento, Entretenimiento)

Diccionario y Sexo II

Malditos hegelianos
(Música, Historia, Zeitgeist)

De la Realidad a la Historia Ficción
(Guerra de sexos)

Ser escritor o no
(Muerte de la novela, Premio Planeta, Álvaro Pombo, Tontería)

Relativismo

Pásalo

Misantropía

Novela(s) muerta(s)

Maestro Azúa

Facha

Ciutadans

Diccionario y sexo III

Vanidad

El artista adolescente

Progre

Violencia terrible

Crisis de pareja

Bellas Artes "Marciales"

Sistema Universitario

Matriarcalismo (Memoria Simpática)

Pensamientos

El gusto, grosso modo

Normalidad y sentido común

Adolescencia (Memoria antipática)

Diccionario y Sexo IV

Maniqueismo... bueno

T-4

Posible pregunta: ¿Qué opinión le merece ...

Crucigrama

Sin perdón

Ataque de risa

Gusto Vs. Conocimiento

lunes, octubre 16, 2006

De la Realidad a la Historia Ficción

Como en una coreografía ensayada y aprendida. Por repetición. Y cada cual en su papel, seguramante sin consciencia alguna de representación. Dos parejas comiendo en un restaurante. Dos parejas en sus respectivas mesas haciendo (¿casualmente?) lo mismo: comer sin apenas dirigirse la palabra.

Cada pareja es un calco de la otra. Así, ellas, las mujeres, con las mismas formas: moviendo el tenedor y jugueteando con el cuchillo a modo de apoyo; pequeñas porciones y muchos movimientos sobre el plato. Ellos, yendo al grano; porciones más grandes y austeridad en los movimientos sobre el plato. Ellas masticando más veces y mirando vagamente al tendido; ellos masticando menos y alternando miradas vagas con algunas más concretas. Ellas, simultaneando discretas atenciones (a la comida y al partenaire); ellos, definitivamente más pendientes de sus propios quehaceres biológicos. Para ellas, el plato debe ser una unidad y por ello hay que armarlo mientras se aborda -aunque se acaben dejando parte de la guarnición; para ellos, cada plato no es más que un un conjunto de unidades y hay que desarmarlo en la misma ingestión.

Ambas parejas, en cualquier caso, abandonadas a una suerte de ensimismamiento, digamos que adquirido. El ensimismamiento de cada pareja, eso sí, como producto del ensimismamiento de cada individuo. Cualquiera podría decir, en ambos casos, que se conocen hace muchos muchos años y que no tienen ya nada que decirse.

Flash Back. Hace muchos muchos años me vi envuelto en varias enardecidas discusiones con personas del sexo contrario. En todas ellas, quizá debido a la coyuntura de entonces, se me negaba con feroz vehemencia cierta tesis, la que yo defendía; a saber: que los hombres y las mujeres no somos iguales debido, precisamente, a los condicionantes que nos imponía nuestro respectivo sexo. O dicho de otra forma: que la fisiología de nuestros respectivos y diferentes cuerpos condicionaba unas particularidades que constaban la diferencia (así de elemental era la tesis). “Somos muy diferentes y la diferencia responde a una lógica”, decía yo. “Los hombres y las mujeres somos exactamente igual. En todo. Y eres un machista”, me repetían todas. Pero esto sucedía, como digo, hace muchos muchos años; cuando la edad sólo me permitía hablar desde la intuición.

Yo les decía que cofundían la necesaria reivindicación de la igualdad ante la Ley con la reivindicación de otra igualdad innecesaria por inocua para los efectos que pretendían. La confusión era precisamente la causa de la discusión; de no haberla habido no habría habido tal discusión, puesto que nadie habría discutido que existía una evidente discriminación social, laboral y además histórica hacia la mujer. Lo único que por mi parte se negaba es que fuéramos iguales, nunca que no tuviéramos los mismos derechos. Ellas, sin embargo, decían que tenían los mismos derechos precisamente porque somos iguales. Nada que ver lo uno con lo otro.

Así que, dadas las respuestas obtenidas ante el esfuerzo dialéctico, hace muchos muchos años aprendí la lección: todo argumento (entendido como recurso dialéctico necesario para alcanzar conclusiones) carecerá de valor real mientras se crea que tal argumento puede suponer un perjuicio a quien previamente se ha señalado como víctima. El argumento no será atendido en un debate si, con independencia de su relación con lo constatable, no sirve a una ideología que ha definido la forma de alcanzar sus objetivos. Es decir, yendo al caso que nos ocupa: la tesis de la diferencia se rechazaba, sólo, por el hecho de creer que no favorecería a la liberación de la mujer. ¡Ay las modas!, ¡qué traicioneras!

¿Y cuál era, hace muchos muchos años, el modo en el que se contestaba a quien hablaba de diferencia? Respuesta: con el insulto: “machista”, el insulto más elocuente de los posibles cuando el tema era, precisamente, el de la guerra de sexos, esa guerra que es permanente a pesar de los pesares. Así que, hace muchos muchos años aprendí que la argumentación (entendida como el recurso dialéctico por excelencia) carecería de valor alguno si no coincidía con la moda del momento. Hace muchos muchos años, pues eso: el feminismo de la igualdad. Indiscutible.

Pasaron unos cuantos días y la sociobiología, la psicología evolutiva y los estudios neuronales promovieron la idea, de hecho constatable y verificable, de que efectivamente... somos muy distintos. Consecuencia: el feminismo de la diferencia. Así fue como muchas muchas mujeres se olvidaron perfectamente de lo que, hasta hacía unos días, habían estado defendiendo con uñas y dintes. Con el tiempo y la inestimable ayuda de la corrección política promovida por la Cultura de la Queja el discurso de la diferencia se mostraría, lógicamente, como lo que no podía dejar de ser: una cuartada para hablar de... la superioridad de la mujer. Y digo hablar y digo bien. No sabremos muy bien qué piensan realmente las mujeres al respecto, pero lo que sí sabemos es lo que dicen. Y de lo que hablan tanto en privado como en público es de eso: de superioridad (y esto es, desde luego, constatable).

Da capo. Dos parejas agónicas. Dos parejas, pues, en los estertores de una relación sentimental.

La mujer de una de ellas, llamémosla Rosa, se encuentra cansada, más bien decepcionada. No era eso lo que en su momento, hace muchos muchos años, esperaba de una relación sentimental.

Su marido, ahora, no es lo que a ella le gustaría que fuera. Es, por decirlo de alguna manera, demasiado hombre en el peor de los sentidos. No se ha amoldado a los nuevos tiempos, quizá porque desde el principio no lo tuvo fácil: fue él quien tuvo que ampliar su jornada laboral para poder acarrear con los indispensables gastos que ocasionaba una familia inesperada. En cualquier caso, esos tiempos pasaron y, ahora, son una pareja representativa de los tiempos que corren: los dos trabajan en condiciones similares. Pero él, no colabora en casa lo suficiente; definitivamente no ha entendido que, en los tiempos que corren, nada debe haber que discrimine a un sexo respecto al otro. Pero él, sin ninguna mala intención, hace oídos sordos a los nuevos requerimientos sociales requeridos por la nueva situación social. Pero él, se sigue considerando una especie de protector de la familia y además cree que ese es el rol que le toca cumplir mientras su pareja cumple con... el suyo (¿). No ha entendido nada. Ella reconoce que la agresividad que mostraba en un principio le gustaba, porque además era indicador de la condición necesaria para asegurar la protección necesaria. Pero, como ahora corren otros tiempos, pues eso: su agresividad le molesta mucho; más bien le irrita. Por innecesaria, por anacrónica. En definitiva, no le soporta: es demasiado hombre en el peor de los sentidos.

La mujer de la otra pareja, llamémosla Pilar, se encuentra cansada, más bien decepcionada. No era eso lo que en su momento, hace muchos muchos años, esperaba de una relación sentimental.

Sus expectativas no se han cumplido. Su marido se ha amoldado, quizá en exceso, a los nuevos tiempos que corren. Quizá porque él nunca tuvo que hacer ningún esfuerzo extraordinario que clarificara un determinado rol en concreto. Y no lo hizo: nunca marcó el territorio como hombre. En cualquier caso, han pasado muchos muchos años desde aquel momento en que se las prometían felices. Él es, para ella y por decirlo de alguna manera, poco hombre en el único de los sentidos posibles. Se ha amoldado quizá demasiado a los tiempos que corren. Nunca fue una persona de gran autoridad, pero ahora ella no soporta su pusilanimidad. Él ha hecho lo que tocaba al reclamo de la nueva sociedad, la de los tiempos que corren, y ha destapado su lado femenino. Y ella no soporta tener que tomar ciertas decisiones que le correpondería tomar a él, según ella. De vez en cuando incluso llora cuando le vienen las cosas torcidas. Es decir, de vez en cuando actúa sin los complejos que la sociedad machista de antaño inculcaba a los hombres. En definitiva, no le soporta: es demasiado poco hombre en el peor de los sentidos.

Dos parejas agónicas. Dos parejas, pues, en los estertores de una relación sentimental.

Ambas parejas están a punto de separarse. Cuando lo hagan, ellas, las mujeres, se quedarán con los hijos aun cuando ambos deseen hacerlo en la misma medida. Ellas recibirán una manutención de ellos. Ellas seguirán dejándose seducir por quien ellas hayan previamente elegido para tales efectos. Ellas conseguirán, llegado el caso, sustituir (laboralmente) a un hombre con superiores cualidades específicas verificables y lo harán gracias a la paridad (las cuotas). Ellas culpabilizarán al hombre de todos sus males. Y sobre todo, ellas se podrán permitir el lujo de alardear de la superioridad de su género. En fin, nada que no sepa cualquiera.