domingo, julio 24, 2016

Praga II

A.A las 10 en punto de la mañana me encuentro en el punto de encuentro tal y como quedé ayer con una simpática chica, Rosa, valenciana para más señas, que me asaltó en medio de la vorágine de la Plaza Vieja para ofrecerme los servicios de su “empresa”. Estoy allí con un grupo de españoles que han decidido contratar a un guía para que les muestre los lugares de interés de la ciudad. Mi intención nunca fue la de hacer el recorrido, sino otra, ya que ayer no supe dar con quien me pudiera indicar dónde se encuentran las librerías de la ciudad especializadas en arte, y Rosa me dijo que si alguien había adecuado para solventar mi problema ese era el guía de las diez de la mañana, un artista -y licenciado en Bellas Artes- que vive en Praga hace 8 meses.

Ante mi pregunta balbucea y duda; intenta concentrarse en búsqueda de una respuesta, pero no la encuentra. Definitivamente no sabe dónde hay librerías especializadas en arte. Yo, por mi parte elucubro una finta verbal para poder despegarme del grupo sin parecer descortés. Así, me excuso y me despido.

El grupo parte hacia el río con su guía y yo me quedo clavado en uno de los laterales de la Plaza Vieja, que ya está abarrotada desde primera hora de la mañana. Miro alrededor haciendo una panorámica desde mi propio eje, el de quién si no, y siento que languidezco, que me apago; la cantidad de gente me abruma y reconozco mi error: nunca debí visitar Praga en verano. Tengo delante la escultura mastodóntica y negra que preside la plaza, me rozan varios segways que deambulan ofreciendo sus servicios; a un lado otro grupo de españoles con otro guía, al otro uno de italianos con su respectivo, y poco más allá media docena de grupos de no sé qué procedencia.

En estas circunstancias y en ese estado se me ocurre levantar la cabeza justo en el edificio que tengo a mis espaldas y allí está el discreto cartel pegado a su fachada Evolution: film exhibition David Croneneberg. Me acerco, indago y pregunto. En efecto, al parecer en el Edificio de la Campana de Piedra hay una exposición sobre el cine de Cronenberg, uno de los pocos directores que más allá de los resultados resultan sumamente interesantes por cuanto hacen, sólo, lo que no pueden evitar hacer. Y lo hacen, claro, de la única manera que saben, la suya, la personal, la que no entiende de estudios de mercado.

Se entra a través de una extraña estructura dispuesta para los efectos y ubicada en el mismo hall del edificio. Algo que desde luego introduce al espectador en la exposición de una forma apropiadamente antinatural. A la salida de ese cilindro de terciopelo negro que asemeja un útero me atiende una colaboradora de la exposición que amablemente intenta explicarme quién es Cronenberg y cómo está organizada la muestra. Su aspecto tiene ese punto grotesco que comienza a convertir mi experiencia en fascinate. Viste algo desastrada, sonríe extemporáneamente y su deshilachado flequillo le tapa innecesariamente los ojos.

La exposición es un recorrido por todas y cada una de sus películas, con explicaciones, dibujos, documentos, fotografías, objetos, esculturas y vídeos. Comienzo poco a poco, saboreando todo el material que sale a mi encuentro. No hay nadie en el interior de la laberíntica exposición. Dadas las condiciones de este edificio la muestra se encuentra estructurada por pequeñas salas, de tal forma que el recorrido lineal te acompaña en un itinerario acorde a la cronología de sus películas. Me cruzo con una pareja que ha entrado unos minutos después que yó, una rubia alta y un negro algo más bajito que ella. Compartimos esa primera instancia en silencio sepulcral. Se dan dos silenciosos besos.

La estructura de los espacios, así como la disposición del material y la música de fondo me sirve para incrementar de alguna manera una experiencia perceptiva de gran nivel. Algo que sucede, entre otras cosas, con la inestimable ayuda de un público inexistente.

Las primeras salas me resultan emocionantes porque me retrotraen al pasado de forma precisa; el material expuesto reactiva mi memoria y me hace recordar esas sensaciones tan intensas que de adolescente tuve viendo las películas Vinieron de dentro de y Scanners. Aquellas babosas sanguinolentas y fálicas que tanto me impresionaron. Después vinieron Rabia, Cromosoma 3 y sobre todo La zona muerta y Videodrome, que ya me pillaron más crecidito.

Paseando por esas habitaciones repletas de documentos cinematográficos siento una excitación serena que se expande produciendo un placer difícilmente describible. Llego a la sala que contiene Crash e Inseparables, dos morbosas películas que sin duda dejaron huella en mi forma de atender y entender ciertos conceptos relacionados con el placer, la mujer y el goce.

Bueno el material de las películas La mosca y El almuerzo desnudo, que nunca contaron con el beneplácito de una crítica siempre dispuesta a confundirse ante productos aparentemente -o supuestamente- comerciales. Esa misma crítica que puntúa de forma más generosa a sus películas menos personales pero no por ello despreciables, Una historia de violencia y Promesas del Este. Y accedo por último a Cosmopolis una de las mejores de su filmografía.

En un cine improvisado que se encuentra en la segunda planta del recorrido están proyectando Scanners. Entro apartando una tela de terciopelo negra y me siento. Debemos ser 5 personas. Veo unos diez minutos de película y me salgo. Diez minutos intensos que me hacen reflexionar sobre el hecho del tiempo y la duración; me acuerdo de las digresiones de Bergson y las relaciono, arbitrariamente, con el hecho de estar en una Praga que parece un gran parque temático repleto zombies. Puto verano.
 
Al final de la muestra hay, en una sala grande y oscura, tres campanas negras colgadas del techo que dejan sus bordes a unos 80 centímetros del suelo. No resulta fácil comprender pero bastan unos minutos: hay que agacharse e introducirse en ellas para ver sus cortometrajes de forma más o menos aislada. Paso por las tres. Me cuesta salir de ellas, quizá porque sé lo que me espera al final del recorrido: volver a la ciudad “Dragón Khan”. Las campanas actúan, de nuevo, a modo de útero materno, esa obsesión de Cronenberg con la que tanto me identifico

No sé si es una exposición pensada para Praga o no lo es, no me he informado, pero supongo que no. En cualquier caso me ha proporcionado una experiencia extraordinaria. Cronenberg es un buen aliado de Kafka. Cuando salgo de la última sala descubro que el palacete tiene una librería, así que me introduzco en ella y descubro que se trata de una buena librería especializada en arte. Compro. Y me acuerdo del guía turístico, artista y licenciado en bellas Artes

B.Buena mañana. Decido ir al Museo de Arte Moderno de Praga, que se encuentra bastante alejado del centro más turístico. Sé más o menos dónde se encuentra porque me guía un plano de juguete (sin nombres de calles), pero voy preguntando para asegurarme. La respuesta de todos aquellos que amablemente intentan orientarme es la misma, todos me indican el número de tranvía que debo coger.

Pero eso es exactamente lo contrario de lo que he decidido saliendo del hotel: salirme del centro y llegar andando al periférico Museo. Ello me obliga a callejear por lugares poco o nada turísticos pero con un puro sabor idiosincrásico. Las calles están casi tan vacías como las estancias de Edificio de la Campana de Piedra. Estupendo.

El trayecto me hace ser plenamente consciente de mi contingencia. Son cosas de estar solo (siquiera momentánea y puntualmente) en una ciudad extranjera con un idioma imposible. Todas las percepciones actúan sobre una sensibilidad a flor de piel, de tal forma que acaban siendo intensas aun a pesar de su aparente trivialidad.

Ya llegando al Museo veo venir no tanto a una persona cuanto a un personaje. Viene por la misma acera en la que me encuentro y voy a cruzarme con él más pronto que tarde. Se trata de un tipo alto con barba pelirroja y viste exactamente igual que el repetitivo personaje de los cuadros de Magritte. Es más, podría decirse que se trata de “él mismo”.
La temperatura ambiente no es la propicia para ese atuendo pero yo juraría que se trata del suyo habitual. El cruce con él me supone un impacto que supera a lo meramente visual. Todo parece en su sitio… menos yo. Otra cosa sería que me hubiera cruzado a ese personaje en el centro turístico. Entonces ese tipo me habría parecido simplemente un capullo.

Paso por una calle desértica en la que se escucha de fondo la canción Blame it on the boogie, de los Jackson Five. Sumamente emocionante. Mágico, diría. Ni Smetana, ni el Moldava, ni pollas en vinagre; una preciosa calle des´ertica y los Jackson Five con su boogie. ¡Dios!

Daría para otro post hablar del destartalado Museo y de su estupenda librería ubicada en un lugar perfectamente absurdo. Compro y me acuerdo del guía turístico, artista y licenciado en bellas Artes.

Por cierto, en el Museo he visto una exposición del que dicen es uno de los mejores artistas contemporáneos, Aj Wej-Wej. A  me ha dado la risa.

miércoles, julio 20, 2016

Praga I

De vuelta de Praga, ¿qué decir?

De momento lo mismo que se podría decir de una buena cantidad de ciudades contemporáneas, ya sean orientales u occidentales: que en toda ciudad supuestamente importante cohabitan simultáneamente dos ciudades, la ciudad “Dragón Khan”* y la ciudad “Giorgio de Chirico”. Son antagónicas pero cohabitan. No insitu, pero cohabitan en la medida en que se encuentran ambas dentro del mismo perímetro en el que se circunscribe lo que desde el Ayuntamiento se considera la ciudad. Juntas, pues, pero separadas por un enorme y claramente invisible muro concéntrico que se encuentra siempre a una distancia x del epicentro.

Antes de proseguir debo decir que uno no conoce los sitios cuando lo desea sino cuando lo hace. Yo siempre quise conocer Praga pero sólo las circunstancias actuales han propiciado un viaje que debí hacer cuando no pude hacerlo. Por eso quizá lo más oportuno fuera volver atrás y reiniciar el texto con otra pregunta antes de continuar con mi ambigua digresión.

¿Qué Praga es la que tenía que haber visto?

Así pues, no tanto qué decir de Praga, sino más bien ¿qué no poder decir de ella a tenor de lo que invariablemente se me dijo antes de partir? Porque si de algo no había duda es de la invariabilidad de la opinión de todos cuantos ya la habían visitado, que me la expresaban con un entusiasmo desaforado. Invariable, ya digo: “maravillosa”, “bellísima”, “increíble”, “preciosa”, “extraordinaria”, etc., y los más jóvenes “espectacular”, “guapísima”, “genial” y “brutal”.

Así, ¿de qué Praga debo hablar, de la que he vivido o de la que debí ver? No resulta fácil optar por el único enfoque que no parece insensato, créanme, porque hablar desde uno -y no desde el común (predeterminado)- me genera cada vez más, respecto a una sociedad perfectamente consensuada, un muro tan enorme y tan invisible como el anteriormente aludido. No resulta fácil, pues, pero no queda más remedio. Otra cosa sería analizar cómo se traducen todas esas particulares percepciones en el personal estado de ánimo que uno vive en el viaje día a día.

Pero sí, dos ciudades cohabitan en toda ciudad contemporánea, llámese como se llame: la ciudad “Dragón Khan” es la ciudad de las hordas humanas y de la venta de imanes para neveras y la otra, la ciudad “Giorgio di Chirico”. En la primera no sólo no hay tregua, sino que tampoco hay espacio. Ni tiempo, lo que resulta mucho más inquietante que lo anterior. Las hordas circulan como habitualmente lo han hecho durante la historia, avasallando. Tiene uno que esquivarlas con dificultosos juegos de cintura para los que no todo el mundo está preparado, y no es broma, vi caer a una anciana que quedó estampada contra el suelo haciendo un cristo tan perfectamente estático como extático. No tuvo tiempo de esquivar a 3 jóvenes orientales que quisieron hacerse un selfie delante de una tienda de donuts sin haber reparado en su presencia. El peligro de estas hordas se acrecienta sin duda cuando conjuga varios grupos de diversa procedencia, pues cada uno de ellos se debe al paraguas que inflexiblemente los guía, pero sin dejar de atender al móvil con el que pretenden fotografiarlo todo. Peligrosas, pues, en la medida en la que se desplazan sin ver.

En resumen: la Praga “Dragón Khan” resulta imposible, pero no tanto porque la tapen los turistas, que sin duda lo hacen, cuanto porque dejó de existir desde el momento en que se convirtió en un juguete, como tantas otras ciudades (París, Roma, Florencia, Venecia, Barcelona, etc., y todas la que están de camino). De hecho nadie vive en la Praga “Dragón Khan”. Fíjense si la visitan próximamente, miren hacia arriba cuando paseen si la multitud les deja. Entonces verán que se trata sólo un escenario sintético, un escenario que representa perfectamente las fantasías de lo que los viajantes profesionales esperan encontrarse. No hay apenas luces encendidas en esos enormes edificios que tan perfectamente decoran todo el centro.

Pero sí, dos ciudades cohabitan simultáneamente en toda ciudad contemporánea, llámese como se llame: si por una parte se encuentra la ciudad “Dragón Khan”, que es la ciudad juguete, por otra se encuentra la ciudad “Giorgio di Chirico”, que es la ciudad metafísica. Lógicamente se encuentra ubicada, aunque dentro del perímetro estipulado por el correspondiente Ayuntamiento, en las partes más alejadas del epicentro.

Pasear por la ciudad metafísica de una ciudad es exactamente eso: pasear. Algo que no puede ocurrir cuando esquivas a miles de personas que desplazándose zómbicamente sólo se paran para comprarse una camiseta o para posar delante ante una omnipresente cámara fotográfica. Sin embargo, apenas se cruza uno con nadie en la ciudad metafísica de una ciudad y desde luego muy rara vez con turistas, por lo que uno se encuentra mucho más cercano a su propia consciencia. Lo que, como sabemos y ha quedado claro, es algo que no desean los viajantes profesionales, que son esas personas a las constantemente les gusta dejar claro sus aficiones: “me encanta viajar”, o en el peor de los casos, “lo que más me gusta es viajar”, algo que dicen cada vez que pueden venga o no a cuento.

Son zonas, las de la ciudad metafísica de una ciudad, que los turistas rehúsan con especial decisión porque no sólo les aleja del epicentro que mentalmente tanto tranquiliza, sino porque les aleja también de su objetivo primordial, que no es otro que el de constatar lo que ya sabían; en este caso que Praga es una ciudad maravillosa, bellísima, preciosa, extraordinaria, divina, espectacular y brutal.

Pero pasear por la ciudad metafísica de una ciudad es pasear por lugares sin apenas tiendas, sin apenas cafeterías y sin apenas gente, rodeado de olores verdaderamente idiosincrásicos y de un silencio atronador, valga la expresión, que te conduce a una suerte de trance extático conectado a tu consciencia. En fin, es pasear en unas condiciones que sin duda acrecientan la experiencia perceptiva que sólo podrá ser densa por ausencia de “ruido”. O por decirlo de otra forma: en contra de lo que pudiera parecer, la percepción sensorial se incrementa proporcionalmente a la disminución del “ruido”.

Pero ¿quién quiere después de todo una experiencia perceptiva densa? Y esa sí sería la verdadera pregunta, la pregunta que convierte en innecesaria o inútil mi disertación, la pregunta que convierte este texto en el producto de un excéntrico. Porque la verdad verdadera es que una ingente mayoría de gente gusta de las ciudades “Dragon Khan” y del cine blockbuster y una minoría cada vez más escuálida de las ciudades “Giorgio di Chirico” y del cine de Bilge Ceilan o Kiarostami, por poner un par de ejemplos.  

Y no hay motivos para pensar que tanta gente pueda estar equivocada.

Aunque, y ésta sí sería ahora una buena pregunta de cierre: ¿qué resulta en realidad más kafkiano, desplazarse por la Praga “Dragón Khan” o pasear por la Praga “Giorgio di Chirico”?

Sin duda alguna que desplazarte por la Praga “Dragón Khan”. Lo que no sé es eso qué quiere decir. No sé a quién da la razón, si a las personas que en su viaje creen haber conocido Praga o a las que saben que eso no es forma de conocer una ciudad.

En cualquier caso Praga no es lo que dicen que es sino lo que se deja ver. No es lo que es teniéndola que imaginar sino lo que vemos cuando la miramos y vivimos en directo. Y lo que vemos es absoluta e indiscutiblemente kafkiano.
 
*El Dragón Khan es la atracción (montaña rusa) que durante muchos años funcionó como símbolo del parque de atracciones más importante de nuestro país.