miércoles, mayo 13, 2015

Whiplash



Whiplash

Este post también pudo llamarse El Espíritu de nuestro tiempo, pero en un momento dado me pareció excesivo.
También pudo llamarse Las casualidades no existen, que aunque me gustaba, posiblemente se tratara de un título demasiado abstracto y además ya usado en otro post reciente.
También pensé que podía llamarse La crueldad del hoy. Demasiado agresivo y genérico.
O El misterio de la voluntad perdida. Demasiado literario, sobre todo porque en realidad no hay ningún misterio.
Sí en cambio La voluntad perdida, no hubiera estado mal.
O Sin compasión. Quizá esta hubiera sido la mejor opción, pero al final preferí llamarlo con el mismo nombre de la película que suscitó todas estas reflexiones: Whiplash.

Cine

El éxito de una película depende muchas veces del boca a boca. Pero sabemos que el éxito no siempre va parejo con la calidad. Grave discusión sería ahora la que dirimiera acerca de la calidad en el cine. No es el momento ni el lugar. Sabemos, eso sí, que en el juicio estético emitido sobre el producto cinematográfico se encuentra bastante consensuado. Más allá de las tendencias hacia la que nos dirigen nuestros inevitables gustos personales sabemos que existe un criterio relativamente universal por el que somos capaces de señalar el buen cine, ya sea comercial o de autor, blockbuster o independiente. O por plantearlo de otra forma: si preguntáramos a 100 profesionales del análisis cinematográfico seguro que habría entre ellos muchos más puntos en común que discrepancias. Y las discrepancias responderían, exclusivamente, a causas difícilmente comunicables por estar vinculadas a lo extremadamente individual. O sea, que hay un cierto consenso entre los que entienden de cine, es decir, entre quienes entienden el cine desde el análisis y la reflexión, y no tanto entre quienes lo entienden sólo desde el entretenimiento.

Ese consenso deviene, pues, de la naturaleza misma del cine, que en su aspecto narrativo/descriptivo obliga en su ejecución a un adecuado uso de los dispositivos que pretenden comunicarse con el espectador. Las normas y las reglas son en este sentido tan necesarias como en sí mismas constitutivas de la creatividad del hecho cinematográfico. Porque si el cine se caracteriza por algo, al menos en lo que a su relación con el espectador se refiere, es por esa necesaria deslocalización que hace posible que los espectadores se cuenten por cientos de miles -y no por puñados. Espectadores que además pagan por su experiencia artística. Por ejemplo, un cuadro que habita la casa de "su" coleccionista está "ahí" para el uso y disfrute exclusivo de su propietario. Sin embargo, una película está "por ahí" para uso y disfrute de un indefinido pero cuantioso número de espectadores -que además pueden disfrutar simultáneamente. O sea, el producto cinematográfico está hecho para ser consumido masivamente y eso es, paradójicamente, lo que le confiere una dignidad incuestionable.

Crueldad y goce

Pero parece que ya nos hemos ido por las ramas, así que volvamos al principio: El éxito de una película depende muchas veces del boca a boca. Pero sabemos que el éxito no siempre va parejo con la calidad, sobre todo cuando el éxito es claramente popular. Más bien puede afirmarse que muchos de los éxitos de cada momento histórico se deben a las coyunturas que los hacen posibles, muchas veces vinculados a las modas de ese momento. Así entiendo yo el éxito de Whiplash. Entonces, ¿son los posibles factores coyunturales -actuales- los que explicarían ese éxito? Yo diría que sí, sin duda. Y ¿cuál sería después de todo esa coyuntura? Ésa sería la cuestión, porque pienso que sólo la coyuntura es capaz de explicar el éxito de una película efectista y preciosista, pero mala.

La película no es más que lo que una sinopsis breve podría describir. Es decir, en ella "no sucede" nada más que aquello que pudiera quedar descrito en una simple sinopsis: un muchacho que quiere triunfar en el mundo del jazz se enfrenta a la dura y peculiar metodología de un profesor. Pero, si apenas sucede poco más, ¿dónde podría situarse el éxito obtenido? Para contestar no podemos evitar el spoiler. Es más, si hubiéramos querido ser más estrictos en la sinopsis ya nos habríamos dado de bruces con la clave del éxito. Sería esta otra: un muchacho que quiere triunfar en el mundo del jazz se enfrenta a la peculiar metodología de un profesor indiscutiblemente cabronazo.

Sin duda es en esa extraordinaria dureza del profesor donde se encontraría la explicación del éxito de la película y lo que yo relaciono con una coyuntura, un profesor cuya dureza parece quedar justificada ante el alto índice de éxito conseguido por los que son sus alumnos. Así, estamos en condiciones de spoilear un poco más la trama: un muchacho que quiere triunfar en el mundo del jazz se enfrenta a la peculiar metodología de un profesor indiscutiblemente cabronazo, pero que es capaz de echar una lagrimita en el momento adecuado (sic).

En una película donde poco más sucede -aunque también: chico conoce chica; chico y chica viven su primer desencuentro amoroso (?)- la clave del éxito sólo puede situarse en la relación del alumno con el profesor. El alumno es un chaval bonachón, voluntarioso y trabajador y el profesor no muestra ninguna compasión cuando de lo que se trata es de que los alumnos aprendan. Y esto es, en definitiva, lo que ha cautivado al público. ¿Les suena? ¿No es esto lo que vemos en Tv todos los días? ¿No es cierto que los programas/concurso de máxima audiencia se caracterizan, todos ellos, por la dureza con la que son tratados los concursantes? Es decir, ¿no es cierto que los índices de audiencia han ido subiendo en función de la dureza con la que han ido siendo tratados los concursantes (ya sean dueños de hoteles, de restaurantes, de negocios cutres, de aspirantes a cantantes, a chefs...)? Lo que ha quedado claro a lo largo de los últimos años es que las desgracias de los concursantes es, en los realities, garantía de éxito de audiencia. Así, dada la poca chicha de Whiplash (más allá de una estética manierista pero muy eficaz) no encuentro otra explicación a su éxito que ésta: a una cantidad importante de espectadores les pone cachondos dos cosas que se encuentran estrechamente conectadas, una, la crueldad que inflige alguien sobre un "inferior" o un "necesitado" y dos, la desgracia de quien la sufre.
Pero, ¿cuál sería la causa real del disfrute ante tales circunstancias, que podríamos calificar de inhumanas?

La respuesta se encuentra en las mismas características del sujeto del hoy, un sujeto forjado en las condiciones impuestas por la Corrección Política. Un post no da lo da lo suficiente como para clarificar lo que esta afirmación significa y conlleva (si bien es cierto que este blog lo lleva haciendo desde hace 8 años), pero en realidad ya casi nadie pone en duda que llevamos 35 años siendo educados en un individualismo extremo. Y alguna de sus consecuencias es por todos conocida: la de vivir en una sociedad que rechaza categóricamente todos aquellos conceptos que supongan una carga supuestamente desestabilizadora en la educación de lo pobrecitos infantes. Términos como disciplina, esfuerzo y sacrificio se encuentran absolutamente anatemizados y despreciados por las nuevas generaciones de padres desde hace varias generaciones. Términos que han sido rechazados con conciencia individual, desde luego, pero también con la complicidad proporcionada por la ideología buenista (esa que asocia los conceptos de esfuerzo y sacrificio con fascismo). Y así nos ha ido.

Esquizofrenia

¿Entonces?, se preguntará más de uno. ¿Cómo es posible que por una parte se rechace la exigencia de disciplina y sacrificio cuando se trata del propio entorno, y por otra proporcione tanto goce cuando éstas se exigen al otro con crueldad y falta de compasión?

La respuesta se encuentra en las mismas características que ha implantado la Corrección Política. O mejor, emerge como una consecuencia de la misma. Y podríamos definirla en torno a una carencia, la de la voluntad. En efecto, es la voluntad lo que ha desaparecido del sujeto crecido en el esquizofrénico mundo de la queja y el victimismo propiciado por la Corrección Política. Una extraña laxitud y una cómoda dejación se ha impuesto en el sujeto del hoy, que se ha dejado llevar por una práctica proteccionista absolutamente inmadura por egoísta.

La cuestión es que el sujeto del hoy carece de voluntad, pero no conformándose con algo ya de por sí negativo incrementa su desgracia añadiendo a esa carencia un deseo que se expresa de forma perversa. Ante su reconocida falta de voluntad los adultos no exigen un correctivo, sino que se mantienen ante su derecho de no tenerla... pero ¡además gozan! ante el espectáculo que humilla a quienes públicamente la reclaman. Y cuando digo reconocida digo reconocida; ahí está para corroborarlo la emergencia de los personal trainning, personal shopping, couchers y todo tipo de personajes que son la extensión última de los ineficaces best sellers de autoayuda que llevan leyéndose masivamente desde hace 30 años.

El problema, como ustedes habrán podido deducir, es que cuando hablamos de voluntad sucede lo mismo que cuando hablábamos de sacrificio o de disciplina: que la gente se espanta. Como si la voluntad sólo pudiera ser la voluntad de  El triunfo de la voluntad (Leni Riefesnstahl). Hay que ser muy corto de miras para eso, o muy ignorante... y muy pero que muy vago. Indecentemente vago. Irresponsable: inmaduro.

Previsibilidad y compasión

Volvemos al cine, esta vez sobre una de esas pocas películas que, en contra de lo que decíamos más arriba, no han conseguido consenso en cuanto a su calidad se refiere. Una excepción, pues, que ha llevado a generar opiniones muy contrapuestas entre los mismos profesionales del análisis cinematográfico. Una excepción, una rareza en la historia de la crítica: El árbol de la vida del controvertido Terrence Malick.

La película trata del impacto que supone en una familia la pérdida de un hijo cuando aún es un chaval, pero en contra de lo que afirmábamos de Whiplash en ésta lo que sucede apenas tiene que ver con eso, con la sinopsis, o lo hace tangencialmente, de forma implícita. La película se encuentra plagada de escenas entre místicas y metafísicas en las que muchos críticos se han perdido debido, entre otras cosas, a su absoluta imprevisibilidad. No voy a entrar aquí en la pertinencia de esas escenas ni en lo que ellas afectan a la película como conjunto, pero sí voy a comentar una escena que me parece fundamental aún a pesar de su aparente innecesariedad. Una escena de la que a nadie he oído decir nada, quizá porque la han entendido de forma distinta a como yo lo he hecho.

En una película que trata problemas estrictamente contemporáneos hay una escena de dinosaurios. Sí, de dinosaurios. Puede pasar desapercibido lo que en ella realmente sucede, de hecho y con independencia de lo que se piense de la película, se trata de una escena que podría pasar por una incomprensible y caprichosa escena más de rollo new age. Pero no, lo que en ella sucede alcanza un nivel metafórico de los más sutiles y sensibles que haya podido experimentar yo en los últimos tiempos en el campo de la estética. Para que el lector pueda comprobar hasta qué punto esa escena le ha pasado o no desapercibida, o la ha entendido como metaforica y no como un capricho místico, no tiene más que preguntarse qué es lo que sucede en esa escena. A ver qué se contesta.

Tenemos que recordar que la escena nos sitúa en el mundo agresivo y salvaje de nuestra prehistoria, un mundo habitado por ese espíritu de supervivencia -la ley del más fuerte- que nos han mostrado siempre los libros y documentales escritos por geólogos, arqueólogos, historiadores y biólogos. Una escena de dinosaurios ¡en una película que trata de la extraordinaria amargura que les produce a los padres la muerte de un hijo! Aquí la escena: un dinosaurio débil y moribundo se tambalea sin fuerzas hasta caer en la ribera de un río. Al momento llega otro más grande que con gesto agresivo se acerca sigilosamente. Cuando llega a su altura y comprueba la debilidad de su adversario coloca ferozmente una pata sobre su cabeza. Con respiración agitada lo olisquea y observa un rato mientras, ya digo, inmoviliza la cabeza de su víctima. Pero de repente algo sucede. ¿Qué? No lo sabemos con exactitud, la cuestión es que el dinosaurio depredador decide dejar vivir al dinosaurio malherido. Es decir, decide dejarlo morir con dignidad. O mejor aún: emerge en él la compasión. Así: nace la compasión.

Como bien dice Shakespeare en una de sus siempre contemporáneas obras, la compasión no se tiene, se desprende.