domingo, octubre 28, 2007

Alguien... al parecer

Hace unos meses recomendé el blog de Félix de Azúa. Lllegué incluso a aconsejar, a quien no dispusiera de mucho tiempo libre, que no perdiera el tiempo con el mío y se dedicara al de de Azúa. Se trataba de un acto sincero.

El blog de de Azúa es, con independencia de los textos del filósofo, un punto de encuentro entre personajes, todos ficticios. Como mandan los cánones de la red. Por mucho que algunos firmen sus textos con sus nombres, la verdad es que todos los “colaboradores” del blog son puros personajes, personajes de un guión. Los hay buenos y los hay malos, los hay mejor interpretados y los hay que apenas saben vocalizar. Los hay eruditos y los hay grotescos. Homo ludens, en definitiva. Y en estado puro.

En cualquier caso lo que sucede con el blog de de Azúa merecería un estudio sociológico. Son miles de personas las que lo leen y cientos las que se dedican a chatear en él. Nadie sabe si los nombres que parecen reales (Ortega, Lucía, Manuel, Javier...) son nicks encubridores de agazapados asesinos en serie o de vengativos críticos literarios. Podría decirse que nadie es nadie, aunque sepamos que detrás de ese nadie hay siempre un alguien, un alguien que se esconde detrás de un nombre, ese nombre que ha sido necesario para que ese alguien se manifestara, para que ese alguien existiera.

Mi amigo Juan Díez del Corral ya ha escrito, y bien, diciendo lo que piensa de esta infantil práctica posmoderna de jugar con las identidades. Y siempre ha sido contestado por alguien que le leía la cartilla argumentando eso de que somos un conjunto de posibles y que en notros anida una heterogeneidad inevitable. En fin, todo ese rollo que sin dejar de ser cierto sólo sirve, las más de las veces, para favorecer y facilitar el autoengaño. Como dice Pere Saborit en Vidas adosadas (Anagrama) “...cabe referirse a la impostura (y nunca mejor dicho) de todos aquellos teóricos y escritores que no cesan de proclamar la variedad de los seres que los habitarían, pero que, curiosamente, nunca tienen dudas acerca de, por ejemplo, quién ha de cobrar los derechos de autor”.

Dejo para otro momento expresar lo que pienso de ese monstruo creado por de Azúa y me centraré sólo en lo acaecido recientemente con el personaje de Albert Pla. Al parecer, y sólo al parecer, alguien ha suplantado a Pla haciéndose pasar por él. Y la cuestión parece, sólo parece, haber molestado a Pla, que además se ha mosqueado, al parecer, con el mismo Félix de Azúa, que al parecer se ha desentendido de algo que definitivamente no va con él. Caso, pues, como puede verse, perfectamente representativo de la estética posmoderna que tanto gusta a los ilusionistas. A nadie le importa jugar hasta que a alguien le rompen en el morro la baraja. Entonces ese alguien defiende, al parecer, su verdadera identidad, tan distinta a la del suplantador. No parece ser el caso de Albert Pla, que al parecer sí era él antes y no ahora. Pero en cualquier caso eso es exactamente lo que pasa con tanto jueguecito, y lo dice el refrán: “quien con niños se acuesta cagao se levanta”.

Y como Pla no sabe cómo salir de ésta ha amenzado, al parecer, con escribir textos en nombre de de Azúa pidiendo la independencia de Cataluña. ¡Cuánta ingenuidad!, ¡cuánta ignorancia! Al parecer Pla piensa que se puede imitar y suplantar a de Azúa sin hacer un extraordinario ridículo. Comprendo su enfado, lo que no alcanzo a comprender es qué quiere. Sobre todo si tenemos en cuenta que el supuesto suplantador es, para muchos y al parecer, mejor que el propio Pla. Yo, todo se ha de decir, lo admiro mucho como músico y como personaje me parece uno de los mejores que tenemos en nuestro territorio. Siempre después de personajes como Panero o Josep Lluis, por supuesto. Me gusta mucho El lado más bestia de la vida, pero eso nada tiene que ver con que me tenga que gustar leer sus tonterías mal escritas.

Historia de un idiota contada por él mismo

Su cabellera larga, roja y rasta atrajo mi atención. Su rostro lánguido y blanquecino más.

La abordé en mitad de la calle, le dije que me gustaría hacerle unas fotos y añadí que preferiría hacerlo con la naturaleza de fondo. Mostrando cierta ilusión y sin desconfianza ninguna me contestó que le parecía bien y me puso en antecedentes: algo acerca de unas cabras. Debido a la pobreza de su español (era alemana) no la entendí demasiado bien, así que le pedí el teléfono y quedamos en que la llamaría cuando pudiera.

Lo hice unos días después del encuentro y quedé para ayer por la mañana, sábado soleado para más señas. Una casa en las afueras.

Recónditas afueras de difícil y complicado acceso, como pude comprobar mientras me perdía dos veces antes de llegar a la, llamémosla ya, su morada. Me recibieron primero dos gallinas, unos patitos y un número indeterminado de perros ladradores. Después apareció ella, con su andar bailarín y su media sonrisa rafaelesca. Me saludó, y me invitó a acompañarla cruzando un terreno sembrado de comida y de mierda de animal. Intuí que no valía la pena esquivarlo y camine por encima de todo ello como si nada pasara. Igual que hacía ella, pero yo apretando los dientes y ella con estupenda naturalidad.

Me presentó a su chico, una especie de ser que apareció tras las cabras, tras el rebaño. Encantador y seductor. Pelo largo y apretado dentro de un gorro multicolor. Una perfecta barba de ermitaño y unos ojos tan azules y tan sinceros que podías verle el cogote a través de ellos. Me dijeron que habían preparado una comida campestre aprovechando que tenían que sacar las cabras a pastar. Me gustó la idea y me apunté rápidamente. Quizá demasiado rápido.

Mientras se preparaban para los efectos y hacían el atillo de la vitualla me invitaron a un té. En ese momento comprendí que por mucho que yo quisiera disimularlo me encontraba a un abismo de ellos. Comprendí que todo lo que pudiéramos hacer juntos sería para disfrutarlo esa sola vez. Ya digo, nos separaba un abismo: cuando les advertí que justo a su lado había una araña marrón colgada de su tela estuvieron a punto de presentármela. Por lo visto, hacía varios días que procuraban sentarse en la mesa de tal forma que aquella no se incomodara. Poco después comprobé que tenían otra araña justo al lado del cabezal de la cama. Bueno, de eso... lo que fuera eso donde dormitaban. Un abismo.

Salimos en manada: 49 cabras, los dos perros pastores y nosotros tres. En menos de 20 minutos comprendí el error que había cometido por no haber calculado la importancia que tiene un pastoreo. Sobre todo si es de cabras. “A lo hecho, pecho”, me dije. “Y a disimular, tontaina”, me seguí diciendo. Lo cual, claro, iba siendo cada vez más difícil pues el terreno se iba complicando a medida que nos alejábamos de la morada y su letrina. Lo que, a su vez, incrementaba mi sensación de desconcierto. Y digo desconcierto por decir algo.

Debo decir que yo no me considero un patoso, pero al lado de ellos parecía, en serio, un auténtico inútil. Llevaban lo que para mí era un ritmo endiablado. O al menos eso me parecía a mí cada vez que había algo que trepar. Me faltaban manos y piernas para poder subir. Y cosas a las que agarrarme. Y ellos, sin embargo, lo juro, subían sólo con sus piernas. Ella tuvo de darme una mano al menos dos veces. Trepaban mientras daban órdenes a sus cabras con sonidos irrepetibles. Y les hacían más caso que a mí mis alumnos.

Justo al lado de lo que ellos llamaban la acequia había un extraño agujero vertical que al parecer comunicaba con una especie de charca pequeña y semioculta. Me dijeron que el agua era fantástica y refrescante. Yo me acerqué y pensé que si bajaba por ese agujero muy probablemente haría el ridículo a la hora de salir de él, así que decliné la invitación. La perplejidad se apoderó absolutamente de mí cuando vi entrar al pastor en el insondable agujero: lo hizo sin perder la verticalidad en ningún momento. Minutos antes había imaginado cómo habría entrado yo allí y todo lo que se me ocurría requería de varias manos y agarres. Él, sin embargo, entró en ese agujero como si fuera Jesucristo. Pero un Jesucristo cachondo.

Cuando las cosas parecían que no podían empeorar las cosas empeoraron. Para comer nos sentamos debajo de un árbol. El único que al parecer se percató de que el suelo estaba plagado de cardos y pinchos fui yo, naturalmente. Tuve que sacar un libro de mi pequeña mochila y ponérmelo debajo del culo. Nunca he agradecido tanto la presencia de un libro en mi vida. Y Pepe, que así se llamaba la cabra más vieja y por tanto más valiente, me daba golpes en la nuca mientras intentaba comerme una ensalada de lechuga y tomate con las manos. “Se me han olvidado las servilletas”, dijo ella, y los dos rieron. Yo también (aunque no supiera por qué), pero sin dejar de mirar a Pepe de reojo.

En fin, pocas veces en mi vida he conocido a alguien que tan claramente haga aquello para lo que ha nacido, en este caso el pastoreo, algo, por cierto, que se hace exactamente igual que hace millones de años. Yo, con embargo, aún no tengo claro a qué dedicarme cuando sea mayor.

sábado, octubre 27, 2007

Teodoro y Apolodoro

Hay cosas que nunca cambian. O mejor, hay estrategias que nunca fallan.

Recuerdo que cuando era estudiante había un tipo de alumno al que admiraba. Se trataba del alumno que demostraba ser conocedor de las estrategias de persuasión más efectivas, algo que nada tenía que ver con sus capacidades intelectivas. Dicho de forma directa: admiraba al alumno cuya estrategia consistía en mostrar interés por los estudios, sólo, al final del curso. Lo contrario, dicho sea de paso, de lo que hacía (y hace) la aplastante mayoría de los estudiantes.

Así, por una parte se encontraban los alumnos que comenzaban acudiendo con asiduidad a las clases desde el principio del curso, pero que cuando llegaba la primavera, que es cuando el curso siempre aprieta, entonces, sólo entonces, quizá debido al cansancio acumulado, o a las hormonas, o al calorcito entrante, sólo entonces, digo, se disipaban, se despistaban, remoloneaban, dejaban de asistir a las clases y por ello acababan cazando mariposas en ese final de curso. Y por otra parte se encontraban los que habían tenido el valor de no asistir a las clases durante ¡todo el primer trimestre y parte del segundo!, alumnos que durante 4 meses casi nadie echaba de menos en las aulas, pero que llegada la mitad del curso se ponían a degüello con los estudios hasta hacer olvidar, totalmente, sus primeras y dilatadas ausencias. Y aprobaban siempre. Entre otras cosas porque el calor no afectaba a sus hormonas, hormonas domesticadas durante los primeros cuatro meses de curso.

Se trata de una estrategia perfecta, pero de difícil ejecución. Hace falta asertividad y mucha confianza en uno mismo. Y tesón, y una cierta cara dura que es sabedora de las debilidades humanas. Una estrategia, en definitiva, más ligada al conocimiento de las pasiones humanas que a la confianza en la razón. En efecto, quienes sólo se centraban en el final del curso sabían, quizá de forma inconsciente (o no), que lo que queda en la mente del “otro” (el profesor) siempre es lo último que se dice y hace. Con absoluta independencia de lo que se haya dicho o hecho tiempo atrás. Y por supuesto de lo que no se haya dicho ni hecho. No necesariamente les iba mal a quienes cumplían con el deber diario, pero en cualquier caso sufrían quizá más de la cuenta. Y el desgaste siempre se paga.

Admiraba, pues, a los que confiaban más en la ilusión y la sugestión que en la razón. La razón sirve, sí, pero sólo sirve a su presente continuo. Y esos alumnos lo sabían. Sabían que una nueva novia te hace olvidar a la anterior y que cuando se grita “ha muerto el rey” se grita también “viva el rey”. Sabían que el pasado perfecto no existe cuando sólo existe el presente. Lo sabían, los muy granujas, y vivían como dioses casi todo el año.

Sabían que la razón del ayer no es de nadie hoy, porque es el hoy lo único que cuenta y por tanto lo único que vale. Admiraba, pues, a los que eran, sin saberlo (o sabiéndolo,) seguidores secretos de Teodoro, porque su estrategia se basaba en el conocimiento de las pasiones humanas. Y ese conocimiento les hacía medrar con cierta (o mucha) facilidad en todos los campos. Y los admiraba, sobre todo, porque yo era, sin saberlo, seguidor de Apolodoro, ese filósofo que confiaba en una retórica basada en la razón, en el argumento y en la ciencia. Y no en el embelesamiento, la exaltación y el éxtasis. Y así me iba. Y así me va. Desgastado.

Conclusión en forma de duda: ¿Pisará Zapatero, en breve, un pañuelo palestino delante de algún medio de formación de masas?

Pdta de la carta a mi sobrina

Hola querida Daniela: acabo de ver un anuncio en televisión. Es un anuncio dirigido a mujeres. Sólo a ellas. En él se le dice a las mujeres que cuando vean un signo de violencia en sus parejas llamen inmediatamente a un número de teléfono que aparece en pantalla. No hagas ni caso, Daniela, es una mamarrachada que con un ojo hinchado te veas hablando con un(a) desconocid(o/a) pidiendo justicia y comprensión. Lo que tienes que hacer, si eso algún día te sucediera, es mandar a tomar por saco a tu pareja. Directamente e inmediatamente. Y sin mediar palabra con nadie. Y déjate de tonterías telefónicas y de explicaciones inútiles. Te quiero.

domingo, octubre 21, 2007

Sopor

Muchas veces (cada vez más) me da la sensación de estar perdiendo el tiempo mientras leo. Sí, mientras leo. Y pienso que no pasa nada siempre y cuando logre encontrar lecturas que contrarresten esa sensación. Quizá exagere al respecto, no sé, pero muy probablemente, haya alguien que encuentre desproporcionada la opinión que voy a expresar en este post. Opinión directamente relacionada con el sopor que me producen ciertas lecturas. A lo mejor alguien la considere prepotente. Y seguro que no le faltará razón. La cuestión es que cada vez más encuentro periodistas que me incitan a abandonar la lectura. Quizá exagero, pero no estoy seguro.

En cualquier caso y por despejar dudas pienso que la lectura, la lectura entendida así, en genérico, se encuentra extremadamente sobrevalorada. O por decirlo de otro modo, prefiero hablar con alguien que habiendo leído poco o nada haya visto mucho cine que hablar con alguien que habiendo leído muchos ken follets no sepa quién es Antonioni. Sobrevalorada, ya digo.
La cuestión es que hay un buen número de intelectuales que llevan escribiendo años y años en medios de comunicación y lo único que se me ocurre decir de ellos es que son soporíferos. Y nada que ver tal opinión sobre ellos con lo que amí me parece la ideología que les hace escribir. Nada, lo juro. Se trata más bien, cómo no, del cómo, del cómo expresan lo que pretenden expresar. O por decirlo más llanamente: se trata de intelectuales extraordinariamente informados y muy leídos que cuando escriben parecen recien levantados y con muchas legañas. Les falta talento y les sobra información: carecen de... la gracia (entendida en sentido estético clásico). Pero son muy prolíficos. Así pues, un desastre, porque además son muchos. Soporíferos por previsibles y poco creativos.

Uno de los que podría servir de ejemplo, y que nadie piense que tengo nada contra él, sería José Vidal-Beneyto, mi paisano. Sería para mí un posible paradigma. Lleva años escribiendo en un ínclito periódico que llevo yo leyendo otros tantos años. Sólo sé de sus textos lo que el autor me quiere decir con ellos. Y esto, que para muchos sería más que suficiente, para mí no lo es en absoluto. Dejo a cada cual que interprete la frase. Ayer escribió y publicó el que sería el tres de tres acerca, precisamente, del tema del intelectual, del intelectual que expresa su opinión en medios. Como él, sin ir más lejos, como el propio Beneyto.

Vidal-Beneyto lleva tres artículos intentando diseccionar al “último intelectual”. Con toda su metralla retórico-barroca lleva tres artículos seguidos intentando desprestigiar a esos intelectuales que, previamente, ha calificado de forma peyorativa como de intelectuales mediáticos. Como si él, el propio Beneyto, fuera un anacoreta. Así Beneyto, “hace 30 años un grupo de jóvenes impacientes a la par que ambiciosos aprendices de filosofía a los que m refería en el primer artículo –Bernard Henri Lévy, Alain Finkielkraut, Pascal Brukner, André Glucksman etc.”
A mí, particularmente, me inquieta que los llame “ambiciosos aprendices”.Pero me preocupa bastante más el “etc.”. Quizá exagero, pero no estoy muy seguro.

Ya digo, prefiero a quien pueda decirme algo interesante acerca de, pongamos Sed de mal, que a algunas personas muy leídas y aburridas. Pero, insisto, no tanto debido a la expresión de tal o cual ideología con la que me pueda identificar (o no), cuanto al hecho de ser, con sus textos, la representación del puro sopor.

La pena

Qué raro se me hace todo a veces. Hace tan sólo unos días cruzaba por en medio de los campos de arroz valencianos mientras me embargaba una fuerte sensación de felicidad. Los colores, los aromas, la música... los recuerdos.

Hoy, sin embargo, todo, los aromas, los colores, la música... y los recuerdos, no podían alejar de mí toda la pena posible, la que ahora me embarga. ¡Cuánta fragilidad!

Una de las cuestiones más recurrentes en filosofía es aquella que hace referencia a la identidad. Se ha dicho prácticamente todo lo que pueda decirse de ella, por lo que el concepto es, a la postre, entendido por cada uno (cada sujeto) de la forma en la que le viene en gana, que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. En cualquier caso, mucho (¿quizá todo?) de lo que se ha dicho al respecto ha quedado supeditado, de forma inevitable, al lenguaje, ese sistema de signos gracias al cual en realidad somos. Alteridad, mismidad, identidad... nada sin el lenguaje. Dicen. Y no seré yo quien diga lo contrario. Que por algo es uno el que interpreta los signos.

Una forma conspicua de entender y solucionar el problema es el de declarar al sujeto, no como una unidad, sino como el resultado de una suma de posibles. Así, el sujeto nunca podrá ser uno, sino muchos. Y a una caterba de pruebas nos remiten esos defensores del sujeto entendido como una suma de muchos. Que son legión, tanto ellos como el uno. Como si decir eso, que no deja de ser cierto, pudiera ser algo distinto de decir lo contrario.

Está más que claro, al menos para mí, que yo tengo poco que ver con aquel chaval de antaño al que le gustaban los bocadillos de atún, pero soy el mismo que pasó tanto miedo en aquella noche oscura y que fue tan feliz en aquella tarde estival. Que por eso soy el que soy. Que por eso soy como soy. Así pues, no seré yo quien desestime toda posible interpretación del concepto de identidad porque se trata de un concepto que, a la postre, será entendido por cada uno de la forma en la que le venga en gana (en cada momento), que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. Interpretación, por tanto, que no podrá ser extensiva a nadie. Al menos no neceariamente. Ni comunicable. Y, dede luego, nunca podrá tender a lo corporativo.

Hoy me embargaba la pena en los arrozales, en los mismos arrozales donde me pareció rozar la felicidad hace tan solo unos días. Y mañana pienso almorzarme un bocadillo de atún. Qué raro se me hace todo a veces. Y qué normal se me hace otras.

domingo, octubre 14, 2007

Carta a mi sobrina

Probablemente sea ésta una carta que leas de aquí a unos años. Si es que la lees. Ahora eres demasiado pequeña, pero te la escribo desde el presente, que ya tendrás tú tiempo de ponerla en pasado. No hace mucho escribía tu hermano con esta misma introducción. Y por motivos similares.
Estoy locamente enamorado de vosotros, dos maravillosos y tan dispares mellizos. Tenéis una bondad tan admirable como envidiable para la edad que tenéis (7 años). Sólo viéndoos puedo aprender de vosotros.
Sois exageradamente diferentes en todo. El hecho de que tú seas mujer y él hombre es precisamente lo que más en común tenéis. Tal es la diferencia que respecto al carácter y personalidad demostráis. Por eso a ti te pido (aunque ambas cartas van dirigidas a los dos), yendo al grano, que uno de los valores que busques en tus posibles parejas o relaciones sentimentales sea el de la ternura.
En la carta a tu hermano le hablaba de la Guerra de Sexos reivindicando su existencia. Y le decía que tal Guerra existía, sólo, debido a la rentabilidad política que de ella extraía inevitablemente todo Gobierno con ambiciones. Y le contaba también cómo los medios de formación de masas son los primeros interesados en hacer del problema algo irresoluble. ¡Da tanto de sí!, ¡da tanto de sí la existencia del problema!Así que una vez aclarado eso te digo algo que espero tengas siempre presente: todos los maltratadores de mujeres, todos, han mostrado numerosos signos de violencia antes de llegar las agresiones denunciables. Todos los maltratadores de mujeres se hartan de dar pistas que les delatan. Todos los maltratadores de mujeres han dado muestras continuas de cuál es su carácter y cómo lo exteriorizan ya antes de que se produzca la primera (y seguramente no última) agresión física. Así que, queridísima Daniela, no te lleves jamás a engaños con la excusa del amor. No se puede querer a nadie que no sepa controlar su lado canalla, sangriento, salvaje. No hay excusas, Daniela, y no te dejes engañar por ninguna supuesta necesidad de protección. La mejor protección que puedes tener en la vida se la deberás a tu sensatez. No a un chulo. Y no confundas la ternura con el gesto de arrepentimiento ni con las lágrimas de cocodrilo. No hay excusas que impidan olvidar con inmediatez a un ser que se ha delatado como violento. Aprende, cuanto antes, a olvidar a la velocidad del rayo a quien ha dado muestras de agresividad innecesaria. Y por último, que no te despiste el hecho de que los primeros signos del violento aparezcan contra otros y no contra ti. Hay mujeres a las que no les importa la agresividad en un hombre siempre y cuando ésta se manifieste contra “otros”. A veces incluso les gusta porque les ofrece seguridad (por decir algo). Una seguridad, como ya habrás deducido, no sólo innecesaria en principio, sino falsa en la mayoría de los casos. No estamos en la Edad Media Daniela.
Por otra parte he de decirte que los medios de comunicación, además de no querer solucionar el problema, se ha propuesto el linchamiento del hombre. No dejan de asociar el maltrato al machismo y por una extraña regla de tres (seguramente vinculada a una suerte de memoria histórica) el machismo lo asocian a su vez a los hombres. En esta circunstancia, querida Daniela, hace tres días han dado el Premio Nobel de Literatura a la escritora Doris Lessing, que es, probablemente una de las pocas verdadera feministas que hay en el mundo. Y puesto que las estadísticas dicen que una de cada cuatro mujeres son maltratadas yo diría que de cada 100 mujeres que se autoproclaman feministas sólo una lo es realmente y con todas las consecuencias. Lo cual, claro, no sé si es bueno o malo. Pues bien, como te decía, Doris Lessing ha sido la galardonada con el máximo exponente de la Literatura. No hace mucho la escritora decía en un periódico "Los hombres han sido un invento reciente. Tienen ideas diferentes, pero son imprevisibles, no se puede contar con ellos. Todavía no se han asentado. Estará usted de acuerdo en que, en las mujeres, hay una especie de solidez. Tienen un empaque, como que han echado raices". Y para redondear su tesis, "sólo confío en que la naturaleza nos salve con algo extraordinario, que no sé qué puede ser". Esto es la Guerra, Daniela, y quizá por eso le dan a Lessing, no un premio cualquiera, sino el Nobel de la Literatura, el más prestigioso de los premios culturales. Un Premio que sirve, entre otras cosas, para sostener la Guerra.

No hagas caso Daniela a nada que provenga de los medios de formación de masas. Aprende a ser sensata, sacar tus propias conclusiones, a razonar con serenidad. El Premio a Lessing no es más que una prueba de que todo lo que te digo no es incierto. Quieren potenciar la Guerra. Tú ya has dado muestras de tu extremada bondad. Sigue por ahí y lee mucho, lee todo lo que puedas. Prácticamente todo está en tus manos. Incuido, cómo no, tu corazón.

sábado, octubre 13, 2007

Temporal

Quien me conoce sabe que no soy muy dado a hablar de la codicia... de los demás. Puedo ser crítico con otras cosas pero no con cierto tipo de debilidades humanas. Tengo una educación judeocristiana y me siento culpable por casi todo. Y no tanto por lo que he hecho cuanto por lo que creo que podría hacer en según qué circunstancias. Así pues, no soy muy dado a hablar de la codicia de los demás porque no conozco realmente el alcance de la mía.

Dicho esto digo que ayer estuve en Jávea, lugar en donde habitualmente me retiro para poder hacer con tranquilidad lo que no puedo hacer en la ciudad. Estuve en Jávea, sí, pero no en mi casa. No pude acceder a mi casa debido a las consecuencias del temporal que azotó la zona. Me fueron desviando hasta llegar a un punto de retorno. El amable guardia civil me llegó a recomendar un hotel sin saber que se trata de mi segunda casa: “si quiere usted dormir –me dijo- no veo otra alternativa que un hotel”. Me volví a Valencia después de darle las gracias por el consejo. Lo juro.

Me volví a Valencia indignado porque recordé la conversación que mantuve con un ex profesor de mi escuela y aparejador de profesión. Me vino a decir, hará unos 5 años, que por la costa que me afectaba se estaba construyendo a una velocidad extenuante y vil, y con una carencia de previsiones alarmante. Por resumir, vino a decirme “cuando venga un temporal os enteraréis de lo que vale un peine. Se está construyendo sin tener en cuenta para nada el desalojo de aguas. Algún día explotará -concluyó-, y por eso yo no he querido saber nada de esa ignominia y me he retirado”.

Pues sí, ha explotado. Y lo ha hecho con una repercusión mediática casi insignificante. Jamás he visto tanta gente que no pudo dormir en sus casas amontonada en dos Kms cuadrados. Pero como no hubo víctimas, pues eso, apenas hubo noticia. Yo he vivido ya dos temporales de los gordos en Javea en donde las olas eran mucho mayores y lo máximo a lo que llegó es a provocar inundaciones menores pero espectaculares. Éste de ayer era otra cosa, el agua del mar era increíblemente marrón y provenía, no tanto de la altura de las olas como de los torrentes que las construcciones cercanas no habían podido desaguar.

Las autoridades callan. El silencio administrativo es brutal. Los medios no rascan en la realidad cuando no quieren. Yo me volví a Valencia con el rabo entre las piernas. Indignado.

Poesía de lo sublime

Hace unos días, todos los periódicos nacionales se hicieron eco, al unísono, de la nueva exposición mostrada en las instalaciones de la Fundación Juan March. En todos ellos, claro, se elogiaba la exposición y en todos ellos, curiosamente, se referían a ella como una exposición “de tesis”. Tal vez para poderla elogiar sin necesidad de hablar de arte. Como si una exposición colectiva que mezcla churras con merinas pudiera ser otra cosa que el producto de una tesis.

Quizá convenga repetirlo hasta el agotamiento, pero el arte no es NADA sin la disciplina que le otorga sentido, la Historia del Arte. Y que por eso toda exposición es, inevitablemente, el producto de una tesis. Así que ¿de dónde puede provenir la ingenuidad de los expertos?, ¿se trata verdaderamente de ingenuidad?

La Fundación muestra una exposición en la que pretende demostrarse que la abstracción expresionista (americana, claro) “no fue un azar [...], sino la transformación progresiva del paisaje”. Y poco más adelante el mismo crítico habla de “la aventura de hallar los vasos comunicantes entre los numerosos compartimientos de la pintura que va del siglo XVIII hasta el último peldaño del siglo XX”.

Así que no es que no tenga razón el experto, ya que lo que viene a decir es que todo lo amalgamado por una disciplina (la Historia del Arte) se encuentra entre sí vinculado, comunicado. Esto es, lleva razón porque lo que dice es una perfecta perogrullada. Además se trata de una perogrullada especialmente ¿ingenua?, ya que desde que nace el arte tal y como ahora lo entendemos, es decir, desde que nace el arte gracias a la implantación de la Historia del Arte (siglo XVIII), nada de todo lo amalgamado por ella queda ajeno a su “objeto”. De tal forma que lo que vincula un cuadro de Bierstad a un cuadro de Pollock es lo mismo que vincula ese mismo Pollock a un relieve asirio o a un urinario invertido. Sería como decir que hay algo que vincula a Manolo Escobar con Bach.

Otra cosa sería dirimir si esa tesis que vincula a los románticos nórdicos con los expresionistas abstractos es verosímil. Es decir, otra cosa sería dirimir si verdaderamente existe un fuerte nexo de unión entre gente como Fiedrich y gente como Newman. Y digo fuerte porque nexo ya sabemos que hay: los dos forman parte de la misma historia que analiza el producto arte como su objeto disciplinar. Y ahí es donde me declaro escéptico. Como mínimo. Podría admitir, si alguien se pusiera muy pesado, que Rothko no sería Rothko sin haber llorado de emoción ante las oníricas pinturas producidas por la Hudson River School, pero me costaría admitir que toda esa muchachada inquieta e inconformista compartiera el gusto por lo decadente y folclórico (Hudson River School) y por una tradición sentimental casi religiosa (expresionismo nórdico).

Más bien me inclinaría a pensar que esa muchachada incorformista se encontró incluida en una tesis. Algo que desean todos los artistas del mundo. Y la Historia del Arte, lo hemos dicho, es el conjunto de tesis más o menos disparatadas. Lógicamente, pues lo que hace indestructible a una disciplina como la Historia del Arte es el hecho de haber podido admitir en su mismo saco las tumbas egipcias y un urinario con nombre propio. Ahora bien, que lo sublime burkeano una a Cole y a Gottlieb ya me parece más atrevido, cuando no jocoso. Sobre todo si leemos las biografías de los expresionistas americanos o si sabemos de sus avatares ante la política de Guerra Fría (Serge Guilbaut) que tanto hizo por ellos. O también si sabemos de las relaciones de todos esos artistas con Peggy Guggenheim, relaciones que se conocen, de primera mano, a través de uno de los peores libros que puedan leerse en vida (no sé si en muerte), Una vida para el arte, puesto que el apoyo de esta mujer no deja de ser absolutamente decisivo en la conformación del Mito. Y desde el siglo XVIII el rito del arte se justifica, sólo, en la realización del Espíritu a través de la Historia del Rito. Tesis, pues, tesis a manta. Sólo tesis, unas más creíbles que otras; unas más afortunadas que otras. Todas, ya se sabe, interesantes. Aún por posiblemente bobas.

martes, octubre 09, 2007

Menosprecio de lo común

Ha acertado plenamente Anagrama con la ilustración de portada. En ella unos individuos (¿personas o personajes?) se encuentran congregados ante aquello que los une. Podemos conjeturar acerca del motivo de la congregación, pero cualquier respuesta sería eventual. El caso es que se encuentran todos esos individuos en paralelo, en grupo, enfocados hacia el mismo lugar y ajenos unos a los otros. Así es como ve Pere Saborit al individuo del ahora, y el titulo no ofrece ya dudas: Vidas adosadas. El miedo a los semejantes en la sociedad contemporánea. Excelente disección de las relaciones del individuo con sus semejantes.

No estamos en el mejor momento para la causa común. Estamos demasiado habitados por la desconfianza y el miedo. Nos imbuimos de autosuficiencia hasta el punto de abandonarnos a la autoayuda. Las negaciones se disfrazan de afirmaciones y las afirmaciones sólo pueden pronunciarse para uno mismo; y en voz baja, para que no nos oigan. Hemos pasado del miedo a la diferencia al miedo a lo común.

Saborit desmenuza de forma impecable todas las circunstancias que conforman el individuo contemporáneo, todas las circunstancias que convocan el exacerbado individualismo contemporáneo. Un individualismo gentil. Analiza, así, la falacia del relativismo (en complicidad con una suerte de idealismo) y describe sus consecuencias; el culto a la diferencia y el miedo a lo común; la corrección política y su vinculación a la mala conciencia; el ansia de legislarlo todo; la edulcoración de todo a través del lenguaje; el desprecio por los criterios de clasificación y la apología de la equidistancia; el consumismo como sustitutivo del otro. Un individualismo gentil: aquel se apalanca en su realidad y huye de lo real.

Todo lo que huela a necesidad se aborrecerá y se sobrevalorará, hasta niveles demenciales, todo lo que despida efluvios de indeterminación e imprecisión. Sus conclusiones, claro, destilan un cierto rencor (que comparto plenamente) hacia cierta filosofía continental. Algo que le creará no pocos enemigos.

La autoayuda como autoengaño. Un individualismo gentil y un menosprecio a lo común que incluye el menosprecio al sentido de lo común y el menosprecio al sentido común. Esto es exactamente con lo que contamos, además de otras cosas, los individuos del ahora. El panorama no es halagüeño, pero según el autor podría se peor: “En realidad, hace ya tiempo que, en su proceso de avance (esperemos que no imparable), el desierto atravesó la política para dejarla reducida a ética, ya ahora de lo que se trata es que no deje ésta, a su vez, convertida sólo en estética”.

Pos Scriptum. Le comenté a mi amigo Salva las impresiones sobre el libro que en esos momentos llevaba encima y le señalé la portada para explicar el acierto del diseñador de la editorial. Le participé mis dudas ante lo que esos personajes pudieran estar haciendo, todos enfocados hacia “lo mismo” pero ignorándose. Lo cogió unos segundos, observó la portada, me lo lanzó sobre la mesa y dijo sin mostrar duda alguna: “están viendo la televisión”. Si Hopper levantara la cabeza...

jueves, octubre 04, 2007

Manifiesto burdo

Primero, 2 premisas:
A. La derecha existe.
B. Los progres se creen de izquierdas.

En el nuevo vídeo promocional de las juventudes socialistas se repite lo que ciertos magnates poderosos saben que funciona en las mentes más perfectamente infantilizadas. Magnates que a su vez gobiernan el partido para el que trabajan. Se repite por tanto la estrategia de siempre. Y como saben de su eficacia, la ponen en práctica con machacona insistencia, la que imprimen las ansiedades electoralistas. Se repite la estrategia de siempre: la estrategia, pues, más izquierdista de las posibles. Así, quien debería usar la razón y el argumento (algo que teóricamente es inherente al ser de izquierdas), acude a la más inadecuada (¿inadecuada pero oportuna?) de las falacias; la ad hominen.

Así pues: hay un malo y un bueno; el malo es un chico y la buena una chica. El malo se mece el cabello y habla con tono de pijo (es decir, tiene dinero). La buena es risueña y culta. El malo viste de marca (es decir, tiene dinero) y de la buena no sabemos nada en esa materia. El malo no responde a la pregunta pero la buena sí. Cuando el malo habla (que habla, pero no responde a la pregunta) dice sandeces hirientes y cuando la buena mujer responde lo hace diciendo la verdad.

Segundo y último, 3 premisas a modo de conclusión:
A. La Izquierda odia, por tradición y lógica, todo maniquísmo, por falaz, por totalitrio.
B. La derecha existe.
C. Los progres actúan como sólo lo harían unos fascistas.

Post Sriptum. Ya en la calle y justo después de leer la noticia comentada (en El País) me cruzo con una niña que de la mano de su madre y con la mirada perdida en el infinito repetía “corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito, corre corre caballito...” Es obvio que la niña sólo repetía un estribillo, el estribillo, seguramente porque era lo único que sabía de algo que le sonaba. Lo que no resulta tan obvio, pero es sin embargo muy probable, es que la niña no supiera lo que es un estribillo.

Grito: ¡Daos prisa, Rosa Díez y Fernando Savater, por favor!