Reaccionario, conservador y facha.
Tres términos de uso frecuente.
Ateniéndonos al sentido común podría decirse que un reaccionario es, simple y fundamentalmente, alguien que piensa que no vamos a mejor. Y por ello tuerce el gesto mientras cierra los ojos y niega con la cabeza entera. Es decir, un reaccionario sería alguien que piensa que la fe en el futuro (típica del progre) no es más que una rémora para conseguir ser eficaces en el presente. De esta forma, un reaccionario nada tendría que ver con un conservador y un facha. Un conservador no sería más que un reaccionario triste: un triste reaccionario. Y por ello el conservador tuerce el gesto y frunce las cejas. Ambos viven, eso sí, una suerte de misteriosa nostalgia de sentido ambivalente. Y un facha no sería más que un reaccionario imbécil, pues no conformándose con una inocua nostalgia del pasado (que generalmente desconoce de forma monstruosa) deposita su fe en el futuro. Y por ello frunce el cejo y levanta la mano cada vez que puede. Así, un facha podría ser un reaccionario canalla, porque su fe en el futuro exige agresión.
Por otra parte, cabría decir que un reaccionario intuye una cierta decadencia en el presente, en todo ese presente que queda malogrado ante unas expectativas que depositan todo su esplendor sobre un incierto y sobrevalorado futuro. Las expectativas que crea y defiende su principal contrincante; que no es otro que quien vive dedicado a mejorar el futuro de forma obsesiva: el progre. Y por ello el reaccionario reacciona contra quien preocupado por mañana se olvida de hoy; sobre todo si además lo hace quemando coches o exigiendo comprensión.
De ahí que el progre y el facha tengan tantos puntos en común (ver post Buenismo). Y si no, analicen ustedes los desaguisados causados por los progres después de los resultados de las últimas elecciones francesas. O vean ustedes lo que les pasa a quienes en el País Vasco intentan reaccionar contra la sinrazón.
Nota. Es cierto que una de las perversiones mayores que menos deja entendernos a los humanos se encuentra vinculada a la cuestión del lenguaje, más concretamente al de la interpretación. Cada vez más, cualquiera interpreta como quiere lo que, según nos ha conculcado el Pensamiento Académico, tan correcto él, tiene infinitos planos interpretativos. Lo veíamos en el post anterior: alguien pronuncia la palabra “víctima” y hay quien la traduce (interpreta) como “verdugo. Y podrían ponerse miles de ejemplos igual de salvajes. ¡Qué digo miles!
Algo que nada tiene que ver con el hecho de que el lenguaje no evolucione en la medida y a la velocidad que lo hace la Humanidad. Una cosa es que alguien confunda la palabra paz con la palabra libertad y otra cosa que haya nomenclaturas, denominaciones y adjetivos que ya no sean un reflejo de la Realidad actual, y por tanto no sirvan para pensarla y entenderla. A lo mejor nos toca inventar palabras que cubran nuevas calificaciones. Como lo hacen los adolescentes cada vez que sienten una carencia.
Tres términos de uso frecuente.
Ateniéndonos al sentido común podría decirse que un reaccionario es, simple y fundamentalmente, alguien que piensa que no vamos a mejor. Y por ello tuerce el gesto mientras cierra los ojos y niega con la cabeza entera. Es decir, un reaccionario sería alguien que piensa que la fe en el futuro (típica del progre) no es más que una rémora para conseguir ser eficaces en el presente. De esta forma, un reaccionario nada tendría que ver con un conservador y un facha. Un conservador no sería más que un reaccionario triste: un triste reaccionario. Y por ello el conservador tuerce el gesto y frunce las cejas. Ambos viven, eso sí, una suerte de misteriosa nostalgia de sentido ambivalente. Y un facha no sería más que un reaccionario imbécil, pues no conformándose con una inocua nostalgia del pasado (que generalmente desconoce de forma monstruosa) deposita su fe en el futuro. Y por ello frunce el cejo y levanta la mano cada vez que puede. Así, un facha podría ser un reaccionario canalla, porque su fe en el futuro exige agresión.
Por otra parte, cabría decir que un reaccionario intuye una cierta decadencia en el presente, en todo ese presente que queda malogrado ante unas expectativas que depositan todo su esplendor sobre un incierto y sobrevalorado futuro. Las expectativas que crea y defiende su principal contrincante; que no es otro que quien vive dedicado a mejorar el futuro de forma obsesiva: el progre. Y por ello el reaccionario reacciona contra quien preocupado por mañana se olvida de hoy; sobre todo si además lo hace quemando coches o exigiendo comprensión.
De ahí que el progre y el facha tengan tantos puntos en común (ver post Buenismo). Y si no, analicen ustedes los desaguisados causados por los progres después de los resultados de las últimas elecciones francesas. O vean ustedes lo que les pasa a quienes en el País Vasco intentan reaccionar contra la sinrazón.
Nota. Es cierto que una de las perversiones mayores que menos deja entendernos a los humanos se encuentra vinculada a la cuestión del lenguaje, más concretamente al de la interpretación. Cada vez más, cualquiera interpreta como quiere lo que, según nos ha conculcado el Pensamiento Académico, tan correcto él, tiene infinitos planos interpretativos. Lo veíamos en el post anterior: alguien pronuncia la palabra “víctima” y hay quien la traduce (interpreta) como “verdugo. Y podrían ponerse miles de ejemplos igual de salvajes. ¡Qué digo miles!
Algo que nada tiene que ver con el hecho de que el lenguaje no evolucione en la medida y a la velocidad que lo hace la Humanidad. Una cosa es que alguien confunda la palabra paz con la palabra libertad y otra cosa que haya nomenclaturas, denominaciones y adjetivos que ya no sean un reflejo de la Realidad actual, y por tanto no sirvan para pensarla y entenderla. A lo mejor nos toca inventar palabras que cubran nuevas calificaciones. Como lo hacen los adolescentes cada vez que sienten una carencia.
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