sábado, febrero 16, 2008

Padres/ética/hijos

Ayer escuché a dos personas declararse políticamente incorrectas (en dos medios de comunicación): un político muy conocido y un artista reconocido. Resulta curioso comprobar cuánta gente se esfuerza por desvincularse públicamente de cualquier tipo de corrección política, aún cuando ello suponga hacer el ridículo inevitablemente. En este caso, ridículo espantoso por parte del político y patético por parte de quien no lo es. Espantoso en el primero porque su declaración es el producto de una mentira y patético en el segundo porque resulta ya inadmisible que un intelectual confunda el síntoma con el signo, pues el intelectual debe saber que sólo es cantante quien que se sube a las tablas, por pequeñas que éstas sean, y no quien sólo canta en la ducha.
La corrección política, que no es sino la consecuencia previsible de la cultura de la queja, pretende, acaso, que el error inevitable que supone el ejercicio de todo gobierno produzca un mal menor. Y dada la velocidad con que las noticias se superponen (en un mundo en el que ya nadie tiene tiempo para echar la vista atrás más allá de dos días), los males menores son la perfecta garantía de sostenimiento. Así, el poder se sostiene creando males menores. Así se sostiene el poder. Nada le importa a quienes ejercen el poder el hecho de que el proteccionismo derivado de un victimismo infantiloide genere una sociedad mostrenca. Y nada les importa porque nada hay más frágil y más necesitado de paternalismo justiciero que una sociedad maleducada por irresponsable. Y nada les importa porque la clase política sabe, antes que otra cosa, que ella somos nosotros. Y que por tanto aguantaremos carros y carretas, los que nosotros mismos propiciamos.
Una sociedad, pues, que tiene a los políticos que se merece, porque han sido elegidos precisamente con el fin de salvarnos del esfuerzo que supone el ejercicio de la responsabilidad. Sin darse cuenta que la suma de miles de males menores superpuestos ha producido el peor de los males, the big one: una clase política aberrante. Uno le dice al otro, “mientes” y el otro le contesta al uno, “pues tú más”. Uno le dice al otro “lo haces mal”, y el otro, en vez de utilizar argumentos a la contra, le contesta al uno, “pues tú también lo hiciste mal”. Uno le dice al otro “el límite impuesto en el sistema de cuotas respecto a la ley de paridad restringe la libertad” y el otro le contesta “pero no es el único límite que restringe la libertad”.
La imposición de la corrección política como forma de vida comienza con la educación de los infantes. La laxitud impera. Cuando no la dejación por parte de quien bastante tiene con la pena de saberse igual de infantil que su propia descendencia. Pasan de “estudiar” expresión corporal a “estudiar” conocimiento del medio y cuando son conminados a algún tipo de esfuerzo se les pone la carne blanda. Se pasan horas conectados a Internet y usan la Wikipedia como un juego de marcianitos. Están informados de prácticamente todo… lo que les interesa, pero el estar informados no garantiza nada de nada. La información tiene un valor extraordinario cuando no resulta fácil acceder a ella. Ni siquiera Gabriel Albiac se ha percatado de que los tiempos cambian. Dice el ínclito “frente al adoctrinamiento información” y lo dice desde un programa de televisión. Y lo dice quien hace gala de no tener televisión. Y lo dice mientras se supera, con muchas creces, el índice de embarazos no deseados en las cada vez más informadas adolescentes. Y lo dice mientras el número de mujeres maltratadas se eleva anualmente ¿gracias? a la información que promulgan todos los medios a todas horas.
Los adolescentes de ahora saben más (y de muchas más cosas) de lo que sabíamos nosotros a su edad, han viajado por todo el mundo, carecen de responsabilidades, tienen tan fáciles las relaciones sexuales como la compra de ropa de marca, pero no saben razonar por lo que sus argumentaciones se parecen demasiado a los monólogos cómicos de Tele5. Es el resultado de la prepotencia que se les ha conculcado. No es información lo que necesitan sino un poco de ética. O mejor: mucha.

nota. Este texto fue propiciado, como digo, por las declaraciones escuchadas, pero no habría sido posible sin la lectura previa de un artículo de Arcadi Espada en el que a partir de un caso concreto el autor sugiere la "teoría" del mal menor (véase su blog).

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