martes, mayo 25, 2010

De la mierda, con perdón

¿Cómo se juzga una ciudad? ¿En función de qué debe juzgarse una ciudad? No lo sé, supongo que en función de lo que a uno le aporte en tanto ciudadano. La ciudad es el hogar del ciudadano. La ciudad no es una fachada, o mejor, no sólo es una fachada; es una fachada con interiores. Y en la relación del interior con la fachada se encuentra la clave del juicio, el poder del argumento, del juicio. Por ir al grano, Valencia es una ciudad de mierda porque carece de interiores. Muy confortable, pero de mierda.

En pocas ciudades de España se puede vivir tan bien con respecto a cosas que te hacen la vida agradable; hace buen tiempo y no hay problemas de tráfico. Confortable, pues, porque tiene las mínimas más altas y porque puedes ir en mangas de camisa. Confortable, pues, en lo que respecta a la epidermis, esa epidermis en la que se corre la Fórmula Uno y en la que se desliza la Copa América. Porque Valencia es una ciudad fachada, una ciudad dirigida por los políticos que los valencianos nos merecemos. Algo, todo se ha de decir, que resulta tan real como demasiado extensible fuera del micromundo de la provincia en cuestión.

Pero lo que desde luego distingue a Valencia de otras ciudades es su capacidad de engaño. No sé cuántos años pasé yo recibiendo elogios por parte de todos los que no vivían en Valencia; elogios por otra parte que no disimulaban una cierta envidia hacia lo que creían que era Valencia. No sé cómo lo hace, pero Valencia, más allá de sus instancias políticas, es una ciudad que posee una imagen envidiable. No sé cuántos años llevo yo escuchando elogios que no disimulan una sana envidia hacia el extraordinario nivel que posee la cultura valenciana. No sé cuántos años comprobando que nadie sabe cuál, y cuán, es el desprecio real que manifiesta Valencia por la verdadera cultura; no sé cuantos años comprobando que, quienes no viven en Valencia, confunden la realidad con la representación mediática de esa realidad. Valencia fue una de las primeras provincias que comprendió que la realidad la construyen los llamados impactos mediáticos. Hubo un tiempo hace unos cuantos años, eso sí, que gracias a ciertos personajes serios, estuvimos a punto de ser verdaderamente una capital cultural, pero todo se desvaneció gracias a la emergencia del verdadero carácter valenciano: el fallero, el buñolero, el peinetero. Por eso tenemos a los políticos que nos merecemos; por eso es en Valencia donde mejor se ratifica esa máxima onírica que reza: “los políticos somos nosotros”. Ya sólo los cínicos creen que no merecen a los políticos que los representan. La democracia es eso, una cuestión regida por parámetros cuantitativos.

Pondré un pequeño ejemplo que pudiendo parecer nimio o anecdótico sirve para dar cuenta exacta de cuál es, no tanto el estado de la cultura ofrecida por las instancias políticas (que este estado ya sí lo conoce más gente en la actualidad) cuanto el verdadero estado cultural del valenciano, del ciudadano que habita Valencia (estado que, más allá de todo posible Gobierno, permanece incólume e inalterable). Sucedió hace unos pocos años y sucedió, precisamente, debido a esa aura fantástica que Valencia proyectaba allende sus fronteras. Atraídos por lo que esa imagen mediática proyectaba se instalaron tres empresas vinculadas al negocio fotográfico. Tal era la imagen cultural que circulaba que esas tres grandes empresas no se preocuparon por hacer lo que toda gran empresa debe hacer, un análisis de mercado. No lo hicieron porque, precisamente, se creyeron lo que Valencia proyectaba a través de sus creativos y medidos impactos mediáticos. Tres empresas que llegaron, claro, para cubrir un sector de mercado que presuponían rentable: un laboratorio fotográfico, un distribuidor de material fotográfico y una escuela de fotografía.

Las tres empresas llegaron a Valencia por los mismos motivos por los que me envidiaban todos mis interlocutores foráneos: porque se creían eso de que Valencia tenía una impresionante movida cultural que, además, se caracterizaba por darle una importancia extraordinaria a la fotografía. El chasco provino de lo que verdaderamente oculta la fachada valenciana: la nada. O mejor: detrás de la fachada sólo se encuentran los andamios que la sujetan. Valencia es como uno de esos antiguos pueblos de Almería en la que sólo hay un Saloon y un burdel. Todo lo demás es andamiaje. En Valencia sólo tiene cabida lo frívolo, la cultura no es más que un buñuelo, un vacío rodeado de dulce. Y con muchas bandas de música.

Yo conocía a los tres empresarios que tuvieron que huir de Valencia con el rabo entre las piernas. No daban crédito a lo que les sucedía. Si me hubieran preguntado antes les hubiera advertido de que no vinieran, pero nunca me hubieran creído. Aquí en Valencia no hay ni un mínimo interés por la Cultura si ésta cuesta o dinero o esfuerzo. El laboratorio cerró porque al parecer no había fotógrafos que quisieran positivar. O porque no había fotógrafos, sin más. El distribuidor cerró porque no había fotógrafos que quisieran comprar trípodes, o porque no había fotógrafos, sin más. Y la escuela cerró porque no había nadie que quisiera ser fotógrafo. Yo, por aquel entonces era anualmente contratado por una escuela de fotografía de Alcalá de Henares que tenía entre 70 y 90 alumnos por temporada. Y también daba un curso anual de fotografía en Algeciras, en donde tenían que restringir la cantidad de alumnos por clase para poder garantizar la calidad de la enseñanza. En ambos lugares decían envidiarme por vivir en Valencia. Valencia, esa ciudad de mierda. En Madrid y en Barcelona esos empresarios comían en La Broche y en El Bulli.

Ciertamente no hubo nunca en Valencia conciencia alguna de cultura. Una típica broma en el sector cultural es preguntarse entre avisados cuántos coleccionistas de arte hay en Valencia. La respuesta cómplice es siempre: “no recuerdo exactamente; no sé si uno o ninguno”. Y cada ciudad se mide por aquello que permite cuantificar su estatus y por el poder de influencia que ejerce allende sus fronteras. Y en este sentido Valencia es, en contra de toda la previsibilidad que confiere el hecho de ser la tercera provincia española en importancia, una ciudad con influencia cero. Es cierto que desde hace ya un tiempo ya nadie dice envidiarme, pero la realidad es aún peor de lo que se cree.

El IVAM lo dirige una política que usa su propio pelo de peineta y su programa incluye, claro, peluqueros, artistas valencianos (innegociables por su valencianía) y exposiciones derivadas de compromisos varios adquiridos en sus múltiples viajes pagados por los valencianos amantes de la cultura dominical (en chándal). La Sala del Palau de la Música la dirige una mujer cuya máxima preocupación es no envejecer y su programa, claro, depende de los pocos jugadores de golf que hay en Valencia. La directora de la Sala de la Diputación impuesta por el partido es una niña muy mona que delega todo lo que hace falta para mantener su puesto, por lo que su programa no es suyo y no es de nadie. Y mientras, la alcaldesa da brincos en las mascletás y llora en la Ofrenda de Flores. Y cada vez hay más calles con falla. Y el Papa en su PapaMóvil saludando a todas las cámaras de televisión apostadas en todas esas calles que no tienen habitualmente problemas de tráfico. Porque Valencia es una ciudad confortable. Pero de mierda.

Pos Scriptum. España es un país de mierda, como ha demostrado hoy el Senado (25 de Mayo de 2010, tírese de hemeroteca y videoteca, con 5 millones de parados). Un gobierno de mierda con una oposición de mierda. Y los políticos, recordémoslo, somos nosotros. Nosotros pero con dinero en vitalicio. El dinero nuestro dinero.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"som com som i hem d'acceptar-ho, la mare de Déu és geperudeta i s'aguanta..."

Recuerdo haber leído esto en una revista local y que se llamaba El pardalot engabiat. Eran otros tiempos, ¿verdad? Hoy, la queja puede ser local (en lugar del pensamiento, como decían por el Club de Roma), pero la acción es quizá más anónima que nunca, si la hay.

Esta primavera está siendo esplendorosa en Valencia, espero que usted lo sepa ver. Saludos

francesca

Poussino dijo...

Sin olvidar que somos unos seres humanos de mierda porque nos complace la mierda que elegimos.Lo que ocurre es que tal vez el problema lo tenemos los que pensamos así, porque el resto ya no cree que se nade en la mierda.

Sirve para espolear consciencias.

Un ejemplo:

http://poussinoberlingieri.wordpress.com/2010/04/06/cabanyal-canyameral/

Anónimo dijo...

Valencianos os Habla Franco .
No nos quieren en ningun lugar por ser unos Fachas , Unos Ladrones , Unos Hijos de Puta , Unos Descelebrados con la Cultura mas baja total que dais Pena .
Que os den Por El Culo malditos Valencianos